Fuera de la ley (34 page)

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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

—¡Por el amor de Dios! ¿Y quién no? —dijo. A continuación su semblante se tornó triste y añadió quedamente—: Una vez. Cuando las cosas se pusie­ron realmente feas. Su duración es limitada, y no hay ningún hechizo capaz de recuperar los recuerdos del todo. El conjuro para invertirlos se perdió cuando emigramos a este lado de las líneas. Es posible que Trent lo tenga, pero conseguir que un elfo comparta sus hechizos es como sacar un trol de debajo de un puente.

Yo, que había dejado de llorar, me pasé la mano por la cara.

—¿Sabías que era…?

Mi madre me sonrió, orgullosa de mí, y me dio unas palmaditas en la mano.

—Si consigues que ese tacaño te deje entrar en su biblioteca, dímelo. Ho­nestamente, tú piensas que mostraría algún respeto por nuestra familia, pero se comporta como si fueras el enemigo, y no su tabla de salvación.

—¡Eh! ¡No tan deprisa! —dije metiéndome un mechón de pelo detrás de la oreja para, a continuación, volver a soltarlo para taparme el cuello. En ese momento tanto Ivy, como Kisten, como todo lo demás, acabaron de golpe en un rincón de mi mente—. Yo no soy la tabla de salvación de Trent. No es más que un asesino hijo de puta. Lo metí en la cárcel una vez, y lo volvería a hacer si se presentara la ocasión.

Mi madre hizo una mueca de desagrado, me acarició la mano con los dedos y luego los retiró.

—Cielo, no le caes bien. Tienes que parar de una vez. Tal vez un día necesites algo que él te puede dar.

¿
Como un hechizo de Pandora, por ejemplo
? Entonces resoplé y me recosté sobre el respaldo.

—Mamá… —me quejé. Ella levantó una ceja.

—La vida es demasiado corta para renunciar a pasarla junto a las personas que amas —dijo—. Aunque te dé miedo.

Había decidido volver al tema de mi relación con Ivy.

—Mamá, no pienso dejar que me muerda otra vez, aunque saliera bien. —Ella tomó aire para soltar una de sus perlas de sabiduría, pero yo la interrumpí—. De verdad. Perdió el control solo un minuto. Entonces yo empeoré las cosas cuando recordé que el asesino de Kisten me había atacado. Pensé que… —En ese momento me detuve y me pasé la lengua por debajo del labio superior—. Pensé que su asesino me había atado, pero no fue así.
Gracias, señor. Prometo que seré buena
. Al final acabó bien, pero no puedo volver a hacerlo —concluí con un fuerte dolor en la garganta—. No puedo arriesgarme… ya no.

Una sonrisa de alivio se dibujó en el rostro de mi madre. Sus ojos brillaban por las lágrimas que había estado conteniéndose y me apretó la mano con fuerza.

—Bien —dijo—. Me alegro de que pienses así. No obstante, que no compar­tas tu sangre con Ivy no quiere decir que tengáis que romper vuestra relación. Te ha hecho mucho bien. Te ha ayudado a crecer un poco. Y también a ella. Te necesita, y estás mejor con ella que sin su presencia.

Yo me quedé mirándola intentando averiguar a qué se refería.

—Soy consciente de que no he sido la mejor de las madres —dijo soltándome la mano y mirando por la ventana—, pero me gustaría que creyeras que te he educado para que seas capaz de pensar por ti misma, aunque en ocasiones no pongas en práctica mis enseñanzas. Confío en que tomes las decisiones correc­tas en lo que respecta a las personas que te rodean. —A continuación, con una sonrisa, añadió—: Y también para elegir lo que haces con ellas.

Me pregunto dónde demonios ha estado en los últimos diez años. Todas mis decisiones han dejado mucho que desear.

—Mamá…

—Marshal, por ejemplo —dijo entonces.

Yo me quedé mirándola, estupefacta. ¿
Cómo sabe de la existencia de Marshal
?

—Es muy majo —continuó sin apartar la vista de la ventana—. Demasiado como para que lo utilices como segundo plato para olvidar tu relación ante­rior, pero podría ayudarte mucho. Deseo de corazón que Dios bendiga el alma de Kisten, pero he de reconocer que nunca me gustó del todo. Que una bruja comparta casa con dos vampiros son ganas de meterse en líos. Sin embargo, si se tratara de dos brujos y un vampiro… —añadió con un nuevo brillo en los ojos—. ¿A Ivy le cae bien?

Tierra trágame.

—Ivy sabe que no puede dártelo todo —prosiguió mi madre ignorando que mis mejillas estaban tan coloradas que parecían a punto de estallar—. Tiene la suficiente experiencia en la vida como para ser capaz de dejar los celos a un lado. Todo resulta mucho más sencillo cuando la gente admite que es posible amar a dos personas a la vez. —Al decir esto se ruborizó y añadió—: Por motivos diferentes y de forma diferente.

Durante unos instantes me quedé en silencio, intentando asimilar todo aquello. Había demasiados problemas potenciales a la espera de que yo le consultara sobre ellos.

—¿De qué conoces a Marshal? —dije por fin.

Ella se atusó el pelo con la mano como si se hubiera puesto nerviosa, se puso en pie y se dirigió al frigorífico.

—Se pasó por aquí a mediodía. Quería saber cómo estabas.

Genial
. ¿
Ha estado aquí
?

Mi madre sacó una tarta de caramelo y mantequilla del frigorífico.

—Estuvimos hablando de Ivy y de ti. Fue una conversación muy agradable —dijo colocando la tarta sobre la encimera y sacando dos platos—. Charlamos sobre un montón de cosas y creo que ahora lo entiende todo. Es más, estoy completamente segura. Acaba de salir de una relación con una zorra que se lo hizo pasar fatal. Esa es la razón por la que tú le gustas.

—¡Mamá! —exclamé.

—Cariño, no pretendía insinuar que tú fueras una zorra —intervino in­tentando engatusarme—. Quería decir que eres una persona llena de vida y divertida. Además, cree que tú no supones una amenaza porque no estás buscando pareja. —En ese momento, con un cuchillo en la mano, soltó una sonora carcajada—. Cuando se trata de mujeres, los hombres pueden ser unos auténticos idiotas. Cuando una mujer dice que no está interesada en tener una relación, quiere decir que sí lo está.

—¡Mamá!

¿Ha estado hablando de Ivy y de mí? ¿Le ha estado preguntando por sus antiguas novias?

—Solo estoy diciendo que le gustas, y que le aburren las relaciones en las que todo son besos y arrumacos. Ni que decir tiene, que no es el tipo de hombre que disfruta rescatando damiselas en apuros. Probablemente esa es la razón por la que se fijó en ti. Al igual que tú, no está buscando una relación, pero tampoco se va a sentar en el sofá a ver la tele. Me ha contado que hoy tenéis pensado salir juntos. Los dos necesitáis un respiro.

—¡Ya basta, mamá! —exclamé de nuevo—. Te dije que no necesitaba que me organizaras una cita, y mucho menos con Marshal.

—De nada, cariño —dijo dándome unas palmaditas en el hombro—. Me parece genial que te quites esa espinita. Así podrás seguir adelante con tu vida. Eso sí, procura no hacerle daño, ¿de acuerdo?

Yo me quedé mirándome las manos mientras deslizaba las yemas de los dedos por el borde de la taza. Aquello no me estaba gustando ni un pelo.

—¿Cómo sabía dónde estaba? —le pregunté, deprimida. ¿Una espinita? Lo que menos necesitaba en ese momento era una cita.

—Jenks estaba con él.

Yo solté un largo y lento suspiro y aparté los dedos, preocupada por mis nuevos mordiscos.
Eso lo explica todo
, pensé. En ese momento se oyó el suave chirrido del cuchillo de servir en la fuente de cristal de la tarta y mi madre colocó en silencio dos trozos en los platos, pasó la lengua por el tenedor y me acercó el pedazo más grande.

—Me contó que, sin querer, había dejado inconsciente a Ivy. Por sus palabras, no me pareció que se tratara de un hechizo para dormir —dijo severamente en un tono acusador.

Avergonzada por mis fracasados intentos de alterar hechizos, giré el plato hasta que el pedazo de tarta apuntó hacia mí. En ese momento no me apetecía nada discutir aquella cuestión, pero era mejor que hablar de Marshal.

—Estaba intentando modificar un hechizo para dormir con el fin de ayudar a Ivy a controlar sus ansias de sangre, pero me mintió cuando dijo que los había estado probando. El último lote era demasiado fuerte y Jenks reaccionó de forma exagerada y se lo tiró encima sin pensárselo dos veces. En realidad lo teníamos todo bajo control.
Hasta el momento en que él apareció, claro está
, concluí para mis adentros.

Levanté la vista para observar la reacción de mi madre, pero su rostro solo mostraba interés. Entonces me colocó un tenedor delante y, con el plato en la mano, se inclinó sobre la encimera adoptando una postura que la hacía parecer mucho más joven.

—¿Utilizaste un hechizo para dormir como base? —Cuando vio mi gesto de asentimiento, sonrió y me apuntó con el tenedor—. Ahí está el proble­ma. Si lo que quieres es liberarla del poder que sus instintos tienen sobre su forma de actuar, no tienes que adormilarla, sino aumentar al máximo su estado de alerta.

Me metí un trozo de tarta en la boca y empecé a masticarlo pensativa. La profusa cantidad de caramelo de mantequilla le daba un sabor intenso, y tomé otro bocado. Tomar tarta para desayunar era una de las ventajas de tener una madre que estaba como una cabra.

—¿Me estás diciendo que, con un estimulante, obtendría mejores resulta­dos? —farfullé.

—Te lo garantizo.

Su rostro emanaba confianza, pero yo no estaba tan segura y me estremecí al pensar en lo que podía suceder si tenía el efecto contrario. Además, aquello ya no importaba. Iba a convertirme en una compañera de piso modélica y no volvería a desencadenar sus ansias de sangre nunca más. Eso si no se ponía fu­riosa y decidía largarse de casa, cabreada por todo el tiempo que había perdido conmigo. No obstante, si se quedaba, era posible que, algún día, decidiera poner de su parte para suavizar las cosas…

Mi madre se acercó de nuevo a la mesa y se sentó frente a mí con los ojos puestos en el pastel.

—Añádele una buena cantidad de zumo de lima. Los cítricos contribuyen a alcanzar las capas más profundas, y tú necesitas estimular los procesos cerebrales más complejos, no los superficiales.

—De acuerdo —dije dirigiendo la vista a los hechizos de disfraz que me había preparado. Al fin y al cabo, la experta era ella—. Gracias.

Ella sonrió aún más, aunque daba la impresión de que estaba a punto de echarse a llorar.

—Me gustaría ayudarte, cariño. Siento mucho haberme comportado de un modo tan extraño en el pasado y haberte dado la sensación de que no podías recurrir a mí.

Yo le devolví la sonrisa, sintiéndome reconfortada.

—Yo también lo siento.

Mi madre alargó el brazo y me dio unas palmaditas en la mano.

—Marshal está preocupado por ti. Me alegro de que hayas sido honesta con él y le hayas advertido de lo peligrosa que es tu vida. Solo espero que hayas sido más sincera con él que conmigo.

Ya estamos. Otra vez haciéndome sentir culpable
.

—No quería preocuparte —dije con una especie de gemido sin dejar de mirar la tarta. ¡Oh, Dios! ¡Cuánto me molestaba que la voz me jugara esas malas pasadas!

Ella me dio una nueva palmada, pero esta vez lo hizo con tanta fuerza que me clavó el anillo en los nudillos. A continuación retiró la mano y dijo:

—Sé muy bien que sueles estar de mierda hasta arriba, pero quiero que se lo digas antes de que empiece a sentir algo más profundo por ti.

—¡Mamá!

—Lo siento —se excusó cabizbaja tras un profundo suspiro.

Yo me escondí detrás de un nuevo bocado de tarta.

—No pasa nada —farfullé—. Estamos haciendo las cosas bien.

Ella volvió a sonreír volviendo a ser la madre de siempre.

—Lo sé.

En ese momento sonó el timbre de la puerta y las dos alzamos la vista.

—Debe de ser Marshal —dijo ella levantándose y estirándose el jersey—. Le dije que te despertaría a tiempo para vuestra cita de las tres y media, así tendrás tiempo de sobra para volver al terreno consagrado. Y ya sabes que la doctora mamá acaba de recetarte un poco de distracción.

Miré a la tarta y cogí la mitad que me quedaba por comer.

—Mamá —protesté con la boca llena mientras la seguía por el pasillo—. No puedo. Tengo que volver a la iglesia a prepararme para una misión. Tenemos una pista de quién puede estar invocando a Al y queremos echarles el guante mañana. Además, no estoy preparada para empezar una nueva relación.

Mi madre se detuvo a mitad del largo pasillo pintado de verde rodeada por un montón de fotos de Robbie y mías, imágenes del pasado que le servían para reunir fuerzas para seguir adelante. Se veía una sombra masculina moviéndose en las escaleras del exterior, pero mi madre se colocó delante de mí con expre­sión seria aislándome del resto del mundo, hasta el punto que me resultaba prácticamente imposible apartar la vista de sus ojos llenos de arrepentimiento.

—Precisamente esa es la razón por la que tenéis que salir un poco —dijo agarrándome el hombro para que no se me ocurriera replicar—. Ya prepararás los hechizos más tarde. Si sigues así, vas a estallar, querida. Necesitas descansar y distraerte un poco, y Marshal es un buen chico. No te romperá el corazón ni se aprovechará de ti. Solo te pido que hagas algo con él… Cualquier cosa. —Seguidamente torció el gesto y añadió—: Bueno, cualquier cosa no.

—Mamá… —protesté, pero antes de que pudiera continuar, ella ya se había girado hacia la puerta y la había abierto. Marshal estaba esperando y, cuando nos vio allí a las dos, la una junto a la otra, nos miró varias veces como si estuviera comparándonos. Aturullada, dejé la tarta encima de la librería de la entrada y me limpié las manos en los vaqueros. Aun así, no pensé que fuera la tarta lo que había provocado su expresión de sorpresa. Mi madre y yo éramos como dos gotas de agua, a excepción del pelo y de la forma en que íbamos vestidas.

—Buenas tardes, señora Morgan —dijo con una sonrisa. Y, dirigiéndose a mí, añadió—: Rachel…

Mi madre esbozó la típica sonrisa de Mona Lisa y yo levanté la vista hacia el techo con gesto de desesperación y descubrí que había aparcado su enorme todoterreno junto al bordillo.

—Hola —respondí secamente—. Tengo entendido que ya conoces a mi madre.

—Aprovechando que dormías, Marshal y yo hemos estado viendo las fotos de cuando eras pequeña —dijo—. Adelante —lo invitó—. Estábamos comiendo un poco de tarta.

Marshal echó un vistazo al trozo a medio comer que estaba por encima de nuestras cabezas y sonrió. Luego echó el cuello hacia atrás hasta que se oyó un crujido y dio un par de pasos, los suficientes para poder cerrar la puerta.

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