Gengis Kan, el soberano del cielo (21 page)

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Authors: Pamela Sargent

Tags: #Histórico

—Te dije que te ocultaras —dijo.

—Si hay que luchar necesitaréis mi ayuda —replicó Hoelun. Extrajo su cuchillo, limpió la hoja y luego lo guardó en su cinturón.

Khasar miró por encima de la empalizada, vigilando el terreno; Temujin probó la cuerda de su arco.

Hoelun bebió un sorbo de agua; tenía la boca seca y los músculos envarados por la inmovilidad de la espera. De pronto, allá abajo se oyó una voz que se aproximaba. Un hombre se acercó al río, otro lo siguió, ambos iban a caballo.

Los muchachos aprestaron sus arcos. Los hombres murmuraron entre sí, después cruzaron el río, aferrándose a los caballos cuando el agua les llegó a las rodillas. Otros tres hombres los siguieron; y otros Taychiut emergieron del bosque.

Los cinco vadearon el estrecho curso de agua, después se agacharon en sus caballos para examinar el terreno. Hoelun contuvo el aliento. Uno de los hombres levantó la mirada hacia la colina; uno de los caballos grises relinchó.

—Ahora —murmuró Temujin, y disparó una flecha. Khasar lo imitó. Veloces como el rayo, ambos muchachos llevaron sus manos a la aljaba en busca de más saetas. Una bandada de pájaros se elevó chillando de los árboles cuando la siguiente andanada de flechas voló hacia los Taychiut. Uno de los hombres recibió un flechazo en un hombro y otro en una pierna. Cinco de los jinetes se arrojaron al agua mientras los otros repelían el ataque. Hoelun se ocultó mientras las flechas llovían sobre la empalizada.

Los Taychiut se retiraron al bosque, junto a la otra orilla. Hoelun maldijo en voz baja. Ahora que habían descubierto su presencia, tal vez decidieran sitiarlos y esperar en vez de atacar.

—Tal vez intenten asaltar la colina —dijo Khasar en voz baja.

Temujin meneó la cabeza.

—Eso les costaría demasiado. Creo que se dirigirán río abajo y tratarán de atacarnos por el costado, a menos que…

—¡Hoelun!

Ella se sobresaltó al reconocer la voz de Targhutai.

—¡Hoelun!

Khasar apuntó en dirección a la voz; Temujin bajó el arco de su hermano.

—¡He visto las marcas de las flechas! ¡Sé que tú y tus hijos os ocultáis de nosotros!

—Madre —susurró Temujin—, ve al refugio.

—¡Hoelun! —repitió Targhutai—. ¡No estamos aquí para luchar contra ti! ¡Entréganos a Temujin y los demás quedaréis en libertad! ¡Sólo lo queremos a él!

De modo que se conformaba con su hijo mayor. Apoderarse del heredero de Yesugei ya sería suficiente triunfo para él.

—¡Entréganos al muchacho! —repitió Targhutai—. ¡No necesito al resto de tu desdichada descendencia! ¡Sólo quiero al que creyó que podría ocupar el lugar de su padre! ¡Juro por Koko Mongke Tengri que los demás estaréis a salvo cuando él esté en mis manos!

Belgutei se acercó arrastrándose.

—No creas en sus juramentos, Hoelun-eke —dijo.

—No podemos permitirle que se apodere de Temujin —dijo Khasar, apuntando con su arco—. Engañémoslos para que salgan y entonces démosles nuestra respuesta.

—No. —Hoelun aferró el brazo a Temujin—. Si dice la verdad, tú tendrás que huir.

—¿Y abandonaros?

—Los demás de nada le serviremos sin ti. Tú eres el hijo mayor de Yesugei, debes sobrevivir para vengar a tu padre.

Temujin la miró fijamente, sin hablar.

—Escucha las palabras de Hoelun-eke —dijo Belgutei—. Podemos contenerlos mientras tú escapas

—Adiós, madre. —Temujin la abrazó—. Te prometo…

Ella lo empujó.

—¡Vete !

Temujin se arrastró hasta los caballos, montó y se tocó el gorro antes de alejarse. Los árboles lo ocultarían; podría buscar refugio en el campamento de Jamukha. Si conseguía llegar a las tierras de los Kereit, tal vez Toghril Kan se decidiera a protegerlo.

—¡Temujin! —gritó Targhutai—. ¿Quieres que tu madre y tus hermanos sufran por tu causa? ¡Entrégate!

—Respóndele —dijo Hoelun dirigiéndose a Khasar.

El muchacho lanzó su flecha, que describió un arco sobre el río y se clavó en la otra orilla.

—¡No seas tonto! —gritó Targhutai—. Entrégate y los tuyos no sufrirán ningún daño. Si te resistes, todos seréis cenizas que dispersará el viento.

—Madre, debes ocultarte —susurró Khasar—. Belgutei y yo intentaremos alejarlos de vosotros. Pueden cruzar el río en otra parte, y rodearnos. Tienes que pensar en los demás. Si logras mantenerlos a salvo hasta que uno de nosotros regrese, o hasta que Jamukha pueda encontrarte…

Hoelun le acarició una mejilla.

—Muy bien —dijo. Recogió un poco de agua y de carne seca y guardó las provisiones dentro del abrigo.

Belgutei y Khasar se arrastraban hacia los caballos, cuando desde abajo llegó un grito.

—¡Huye! ¡Mirad allí, en la ladera!

Khasar regresó de inmediato al lado de su madre. Otros Taychiut gritaban. Habían visto a Temujin, o el muchacho se había dejado ver para salvar a su familia. Hoelun oyó el retumbar de los cascos cuando los Taychiut, ocultos tras los árboles, galoparon río arriba en persecución de su hijo.

Permanecieron junto a la empalizada. Khasar bajó sigilosamente la ladera y volvió para decirles a Hoelun y a Belgutei que sus enemigos no habían dejado a nadie montando guardia. Fue una noche más fría que las anteriores; Hoelun durmió junto a uno de los caballos mientras los dos muchachos se turnaban para vigilar.

Por la mañana, Hoelun ascendió hasta el risco.

—Temujin se ha marchado —dijo cuando los niños salieron gateando de la grieta—. Nuestros enemigos lo persiguen. Dicen que sólo lo quieren a él. Pero todavía no estamos a salvo. Cuando no consigan apresarlo, vendrán por nosotros.

Sochigil salió de la grieta. Temulun se restregó los ojos. Khachigun golpeó con los pies y agitó los brazos.

—¿Qué haremos? —preguntó a su madre.

—Permanecer tras la empalizada durante el día y dormir en la grieta durante la noche. Pero ante el primer signo de ataque, todos vendréis a refugiaros aquí.

Los tres niños bajaron la colina a toda prisa. Sochigil cogió a Hoelun del brazo.

—Intentemos huir antes de que regresen —dijo.

—Ahora debemos permanecer juntos —replicó Hoelun.

Sochigil le apretó la muñeca.

—Tus hijos más pequeños estarían más seguros lejos de aquí.

—No puedo irme —dijo Hoelun—. Si vuelven a buscarnos, al menos sabré que Temujin logró escapar.

—Quédate, entonces, y yo me llevaré a los niños. —La voz de Sochigil era inusualmente firme.

—¿Lo harías? —le preguntó Hoelun.

—Si Belgutei viene con nosotros. —Sochigil hizo una pausa y luego agregó—: Tú hiciste lo que pudiste por tu hijo. Déjame salvar al único que me queda.

Hoelun se desasió y siguió caminando; Sochigil la siguió en silencio. Cuando llegaron a la empalizada, Hoelun se acercó a Khasar y a Belgutei.

—Escuchadme —dijo—. Sochigil-eke se marchará con Temuge y Temulun. Belgutei, tú irás con ellos. Esperadnos donde el río Kumurgha se encuentra con el Onon. Cuando os parezca que habéis esperado lo suficiente, buscad a Jamukha y pedidle que os dé refugio.

Belgutei frunció el entrecejo.

—¿Y si los Taychiut regresan? No podréis contenerlos sin mi ayuda.

—Es poco probable que pudiéramos contenerlos con tu ayuda, pero podemos impedir que os persigan. —Miró a Khachigun—. Te enviaría con ellos, pero te necesitaremos aquí. Sé que serás tan valiente como Khasar.

Khachigun se irguió.

—Puedes contar conmigo, madre.

Hoelun alzó a Temulun, preguntándose si volvería a ver a su hija, y la llevó hacia donde estaban los caballos.

Después de que Sochigil y Belgutei se marcharon con los pequeños, Khasar llevó los cuatro caballos que quedaban a abrevar, mientras Khachigun recogía las flechas caídas.

Durante el día, los dos muchachos se turnaban montando guardia sobre un árbol. Por la noche, también Hoelun cumplía un turno de vigilancia. Rara vez hablaban. Los muchachos afilaban sus cuchillos y sus lanzas y practicaban con el arco mientras ella buscaba raíces. Hoelun esperaba que sus enemigos no hubieran encontrado los carros ni los paneles de las tiendas, pero no se atrevía a dejar el refugio para averiguarlo.

Cada día que pasaba significaba que Temujin estaba más lejos, huyendo de sus perseguidores. Al pensarlo, las esperanzas de Hoelun crecían, pero luego se entristecía al pensar en los peligros que su hijo debía de estar corriendo. Temujin había ascendido el monte Tergune, tal vez con la intención de ocultarse en el denso bosque que cubría sus laderas hasta que tuviera ocasión de escabullirse.

Por la noche, cuando la brisa agitaba las colas de caballo del estandarte de Yesugei, Hoelun solía escuchar el susurro del "sulde" que vivía en él; y el espíritu le murmuraba la promesa de protegerlos. El "sulde" era el guardián del clan de su esposo, así como Temujin era ahora el corazón del clan. La voz le prometía que viviría para entregar el estandarte a su hijo mayor. Pero durante el día, el "sulde" permanecía en silencio y las voces de los espíritus del bosque suspiraban y gemían entre los árboles. Después de pasar once días dentro de la barricada, ya casi no tenían comida. Khachigun vigilaba desde la copa de un árbol cuando Khasar vino a sentarse junto a Hoelun.

Khasar sacudió la cabeza y dijo:

—Creo que…

De repente Khachigun descendió de un salto del árbol y corrió hacia ellos.

—Ya vienen —dijo—, junto al río. Vi el caballo de Temujin.

Khasar cogió el arco.

—Espero que no se oculten —masculló—. Pagarán por lo que le han hecho.

Hoelun se puso de pie; le temblaban las piernas.

—Quédate cerca de los caballos —le dijo a Khachigun—, y manténlos tranquilos.—Buscó su propio arco.

Khasar apuntó.

—No —susurró ella—. Si disparamos, lo matarán.

—Posiblemente lo hagan de todos modos.

—No correremos el riesgo.

Khasar la miró irritado, pero ella le cogió la muñeca y lo inmovilizó hasta que los hombres pasaron delante de ellos. Mientras Temujin estuviera con vida, tendría una oportunidad. Targhutai irguió la cabeza. El jefe había capturado a su hijo, pero no lo había matado; Hoelun todavía albergaba alguna esperanza.

Se quedó mirando hasta que los hombres desaparecieron tras un recodo del río. Khasar se desasió y la empujó.

—Yo podría haber derramado un poco de su sangre.

—Y nos habrían matado a todos —replicó Hoelun. Luego se arrodilló frente al estandarte, lo abrazó y susurró—: Protege a mi hijo.

32.

Khadagan llevó un cordero hasta donde estaba el rebaño y entonces vio al muchacho cautivo. Tiraba de un carro; sobre sus hombros caía el ancho cuello plano de un "kang", un yugo de madera. Sus brazos, doblados, estaban atados al yugo a la altura de las muñecas, y sus manos pasaban por dos agujeros de éste. Alguien lo había uncido a las largas varas del carro. Tiraba esforzadamente de él, y el carro avanzaba lentamente.

Chagan se acercó a Khadagan y soltó una carcajada. Khadagan la miró con furia.

—No te rías de él —dijo.

Chagan bajó los ojos. Una de las mujeres que cuidaban el rebaño las llamó con un gesto.

El muchacho llevaba un mes allí, desde que había sido capturado por Targhutai Kiriltugh. Khadagan había visto desde lejos cómo los soldados ponían lanzas entre las piernas del cautivo para hacerlo caer o lo obligaban a cargar sacos muy pesados. Matarlo habría sido más piadoso que uncirlo y pasarlo de tienda en tienda, donde con frecuencia lo golpeaban y lo privaban de comida. Pero algunos murmuraban que Targhutai temía acabar con su vida, y que un chamán le había advertido que no debía derramar la sangre del muchacho.

Varios niños corrieron hacia el prisionero y danzaron a su alrededor mientras le arrojaban proyectiles de barro y estiércol. El espectáculo enfureció a Khadagan, que se dirigió rápidamente hacia los niños.

Un niño tomó a otro del brazo.

—¡Déjalo en paz! —gritó.

El otro se desasió.

—¿Y a ti qué te importa, Chirkoadai?

Otros dos niños se lanzaron sobre Chirkoadai y lo arrojaron al suelo; un tercero lanzó un proyectil de estiércol contra el prisionero.

—¡Basta! —gritó Rhadagan. Golpeó a uno de los niños y sacó a otro de encima de Chirkoadai. Otro niño la empujó; ella lo abofeteó. Recibió un puntapié en el estómago y cayó a los pies del cautivo.

Mientras se incorporaba, el muchacho uncido al yugo irguió la cabeza y la sacudió para echar hacia atrás su cabello largo y sin trenzar. La mirada fría de sus ojos pálidos la hizo estremecer; casi pudo imaginarlo desprendiéndose del yugo para devolver el golpe. La expresión de él se hizo más cálida cuando sonrió a la muchacha.

Un niño se lanzó sobre Khadagan, pero Chirkoadai lo alejó de un empujón. Los otros se reunieron en torno al prisionero.

—¡Dejadlo en paz! —aulló Chirkoadai.

—¿Qué es él para ti? —le preguntó uno de los niños.

Chirkoadai lo miró con furia.

—Un niño como nosotros —respondió.

Uno de los gamberros cogió una piedra, pero Khadagan lo asió por el brazo antes de que pudiera arrojarla.

—Basta —dijo la muchacha—. No trataríais así a un perro. —Alzó los puños, dispuesta a pelear—. Sois unos bravucones.

Un hombre Taychiut se acercó a ellos; los niños se dispersaron.

—Vamos —dijo el hombre al tiempo que subía al carro.

Khadagan regresó rápidamente con las ovejas.

—Valiente Khadagan —murmuró Chagan; otras muchachas soltaron unas risillas.

—Venid —grito la madre de Chagan.

Khadagan siguió al rebaño sin levantar la vista.

Cuando acabaron de ordeñar las ovejas, Khadagan recogió sus cubos y los llevó al "yurt" de su padre. Las ovejas, incluyendo las de su padre, pasarían la noche junto a la tienda de su tío.

El "yurt" en que vivía Khadagan se alzaba cerca de una de las orillas del Onon. Un amplio espacio lo separaba de un círculo de tiendas emplazadas en el sur, cerca del límite del campamento Taychiut. Detrás de la vivienda había caballos atados a una larga cuerda, y varios hombres batían leche de yegua para preparar "kumiss". El rítmico ruido de los batidores se hizo más fuerte a medida que se acercaba a ellos; los hombres canturreaban mientras batían.

El último otoño su padre, Sorkhan-shira, había conducido a su pequeño grupo para unirse a los Taychiut. Targhutai Kiriltugh había reclamado tributo al clan de su padre, los Suldu, y algunos decían que se volvería tan poderoso como su abuelo Ambaghai Kan. Khadagan suponía que el cambio había beneficiado a todos, pero no se le escapaba que Sorkhan-shira solía fruncir el entrecejo cuando hablaba de Targhutai, como si dudara del hombre al que se había unido.

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