Gengis Kan, el soberano del cielo (80 page)

Read Gengis Kan, el soberano del cielo Online

Authors: Pamela Sargent

Tags: #Histórico

—De todos modos —continuó Kulgan—, Chagadai dijo que preferiría morir antes de desobedecer al Kan. Padre le preguntó si había cumplido esa promesa, y Chagadai le juró que podía matarlo si alguna vez la rompía. El Kan le dijo entonces que su hijo había caído, y le prohibió manifestar dolor. Según Suke, Chagadai cumplió su promesa; no lloró hasta no estar lejos de padre.

Era típico del Kan poner a prueba a un hombre, aunque fuera su propio hijo, en un momento así. La mujer se preguntó cuándo exigiría una prueba de lealtad a Jochi, que seguía enfurruñado en el norte, asegurándose un reino en vez del trono que su padre se había negado a darle.

Khulan rozó las coletas de su hijo; él retiró la cabeza.

—Tengo que curarme —dijo el joven—. Debo seguir luchando.

Aquel otoño Khulan regresó al campamento base; el Kan lo hizo a principios del invierno. Ya habían llegado noticias de sus victorias en el sur, donde el hijo del Shah, Jalal-ed-din, había opuesto una feroz resistencia. El Kan en persona había ido en auxilio de Shigi Khutukhu después de la derrota de su hermano adoptivo, y había logrado que Jalal retrocediera.

Tres noches después de su regreso, el Kan fue a la tienda de Khulan. Ninguno de los guardias había prevenido a la mujer, que despertó para verlo de pie junto a la cama, mientras sus esclavas se acurrucaban en las sombras.

Temujin se quitó el abrigo y dijo:

—No me has dado las gracias.

—¿Por qué? —preguntó Khulan.

Él la cogió por una trenza y la obligó a levantar la cabeza.

—Por permitirte permanecer con nuestro hijo y traerlo de vuelta aquí. Por permitirte asistir a mi venganza. —La soltó—. Será una buena canción; la bella Khulan cabalgando hacia su pichón, encontrándolo a salvo, regocijándose porque aquellos que lo hirieron han muerto. La canción también contará cómo reíste al encontrar a Kulgan con vida y a los enemigos de tu amado esposo muertos.

—Lloré por ellos —dijo la mujer.

—Sí, sin duda lloraste por ellos y te enfureciste conmigo. —La miró fijamente—. Si nuestro hijo hubiera muerto, ¿qué tenías planeado para mí? ¿Una copa de veneno o un cuchillo en mi costado mientras dormía?

—Yo nunca…

—Nunca hubieras tenido oportunidad de atacarme, y habría lamentado tener que ejecutarte por intentarlo. Pero me alegra saber que hasta mi amable Khulan puede odiar.

Quitó la manta que cubría a la mujer y se arrojó sobre ésta.

Los juncos que bordeaban los ríos que fluían al sur de Balkh eran lo bastante duros y gruesos para usarlos como varas que sirviesen para desenterrar los carros empantanados. Khulan y sus criadas habían pasado la mayor parte de la tarde cortando juncos con cuchillos. Se hallaban en las praderas situadas al sur de Balkh, adonde se habían trasladado para apacentar el ganado; los ríos eran claros y los árboles que moteaban el terreno empezaban a verdear.

La vida se había renovado allí, e incluso en la ciudad en ruinas que se alzaba hacia el norte. Llegaban carros de Balkh trayendo melones, frutos secos, cereales y una extraña fruta repleta de semillas llamada granada. Los esclavos estaban en la orilla, pescando con cañas o redes.

Khulan cabalgaba hacia su tienda cuando vio al Kan y a Kulgan sentados junto a un carro, haciendo lanzas con las duras cañas de bambú que crecían en las orillas del río. Los dos solían pasar muchos momentos juntos. El joven cazaba con su padre, se sentaba junto a Ogedei y Tolui durante los consejos en la gran tienda del Kan, y formaba parte de la guardia personal de éste.

Entre los hombres que se encontraban con ellos vio a Nayaga. Khulan pensó en el joven que le había dicho que no encontraba ninguna alegría en la guerra. Ahora había tenido sus victorias, sus montículos de cabezas cortadas. Tal vez ya había aprendido a amar la guerra.

Khulan desmontó y las esclavas pusieron las cañas bajo los carros. Otras preparaban carne a la manera de Khwarezm, asándola sobre el fuego. Habría que dar de comer a los guardias, y generalmente su esposo invitaba a varios hombres a cenar.

Pero Temujin y su hijo llegaron solos. Esta noche el Kan halagaría a Kulgan con toda su atención.

Kulgan cojeó detrás de su padre. Arrastraría para siempre la pierna herida, pero ya no usaba bastón. Permaneció junto al fuego con Temujin, se calentó las manos y después paseó la mirada por la tienda. Zulaika palideció cuando la mirada de Kulgan se cruzó con la de ella. La muchacha a la que antes llamaban la Muda ahora hablaba, pero no con frecuencia, y cuando Kulgan la miraba, se sumía en el más absoluto de los silencios.

Los dos entraron en la tienda y se sentaron sobre cojines delante de una mesa baja. Khulan les sirvió "kumiss" y después tomó asiento a la izquierda de su esposo.

—Pensé que tendría más hombres que alimentar —dijo Khulan.

—La mayoría ha ido a ocuparse de los caballos —respondió Temujin—. Hay más yeguas dando leche. Nayaga estaba impaciente por volver a su tienda, ya que sigue prendado de una muchacha que encontró en las afueras de Kabul. —Apoyó las manos en las rodillas mientras las esclavas les servían melones.

Khulan cortó un melón con su cuchillo. Ese invierno, el Kan se había enterado de que el Shah Muhammad había muerto en una isla del mar Caspio, abandonado por todos sus partidarios y perseguido hasta allí por Jebe y Subotai. Algunos decían que se había quitado la vida, otros que había muerto de desesperación y de cansancio. El Kan casi había conquistado Khwarezm, y Tolui estaba barriendo los últimos bastiones de resistencia en el sur con la meticulosidad que había demostrado al tomar Khorassan. El más grande de los generales, lo llamaban los hombres en sus canciones, quizá tan valiente como su padre. Nunca tantas personas habían muerto a manos de un solo hombre.

—Creo que ordené que oren por mí en las mezquitas —dijo Temujin—. Ahora que este pueblo ya no tiene Shah, debe considerarme como su gobernante y protector legal.

Kulgan se rio.

—En estas tierras ya no quedan muchos para orar por nosotros.

—En un año, habrá más. Como ocurre con los ciervos, de vez en cuando hay que acabar con un buen número de personas a fin de que no proliferen como los insectos. Es otra cosa que debes recordar, hijo: toma todo lo que las ciudades puedan ofrecerte, pero no te dejes tentar por sus costumbres. Debemos vivir como siempre lo hemos hecho, y poner como gobernantes de las ciudades a aquéllos que sepan comprenderlas.

Khulan bebió "kumiss". Aparentemente la conversación de esa noche se centraría en consejos para el gobierno. Se preguntó hasta qué punto Temujin comprendía a los hombres a los que consultaba, a esos Khitan y musulmanes con su sabiduría y sus libros. Hablaba como si hubiera aprendido mucho de ellos, pero sus pensamientos rápidamente volvían a lo que mejor conocía. Podía maravillarse ante lo que le decía Ye-le Ch'utsai acerca de los movimientos de las estrellas, pero no dejaba de pensar en las tierras que todavía podía conquistar, como Khitai, y, tal vez, hasta la tierra de Mzi regida por los Sung. Subotai y Jebe, siguiendo sus órdenes, se dirigían hacia el noreste para ver cómo podían apoderarse de esas regiones.

Las esclavas sirvieron la carne, que Temujin y Kulgan engulleron ávidamente.

—Los musulmanes comparten algunas creencias con nosotros —dijo Temujin con la boca llena—. También ellos honran a los guerreros. Adoran a Tengri, aunque le dan otro nombre. —Se limpió las manos en la túnica de seda y cogió su copa—. Pero un hombre no debe pensar demasiado en el otro mundo. —Hizo una pausa—. Tú combates bien, Kulgan. Tus hombres te obedecen sin vacilaciones. Me propongo otorgarte el mando de un millar.

—¡Padre! —exclamó Kulgan—. Me honras.

Khulan pensó en lo parecidos que eran su esposo y su hijo; el cuerpo más pequeño de Kulgan tenía el mismo porte que el de su padre. Qué tonta había sido al esperar que Kulgan fuera un hombre como Ye-lu Ch'u-tsai, o que sus heridas lo alejaran de la guerra. Temujin había comprendido mejor que ella cómo era verdaderamente su hijo.

111.

—Si existe tal elixir —dijo Ye-lu Ch'u-tsai dirigiéndose al Kan—, es posible que ese hombre conozca el secreto. Pero aunque no lo conozca, igualmente podrá decirnos muchas cosas.

Khulan, que estaba sentada entre las mujeres, levantó la vista. El Khitan era el único de los consejeros de su esposo que había manifestado dudas acerca de los famosos poderes del sabio. Temujin se había reído de sus objeciones. Se apoderaría del secreto; era la voluntad del cielo.

El Kan había convocado a sus camaradas más próximos y a sus mujeres favoritas para dar la bienvenida al gran sabio. Ch'ang-ch'un había llegado finalmente a su campamento, conducido a través del paso de la Puerta de Hierro por Borchu y sus hombres. El monje había estado viajando durante más de un año, y había pasado el invierno en Samarkhanda. El Kan, que había esperado todo ese tiempo para verlo, había exigido que se presentara ante él de inmediato.

Entró Liu Wen, seguido de Borchu y el general Chinkai. Liu Wen comenzó a hablar del sabio Ch'ang-ch'un, que había hecho tan largo viaje para ofrendar su saber. Cuando hubo terminado su discurso entró en la tienda un anciano seguido de varios hombres más jóvenes. Sus sencillas túnicas de lana podrían haber pertenecido a simples pastores. Los hombres más jóvenes hicieron una profunda reverencia; el anciano apretó ambas manos, después miró directamente al Kan mientras hablaba.

—El Honorable Maestro dice que se siente honrado de estar en tu presencia —tradujo Liu Wen.

—Él me honra al venir aquí. —Temujin se inclinó hacia adelante, escrutando al anciano—. Otros gobernantes lo han llamado, pero él no ha acudido. Sin embargo, ha viajado una gran distancia respondiendo a mi solicitud. Me siento halagado.

Ch'ang-ch'un murmuró algo a Liu Wen. Su voz era más suave que la del Kan, pero Khulan percibió en ella la misma fuerza.

—El hecho de que acudiera a la llamada de Su Majestad —dijo Liu Wen en mongol—, fue simplemente la voluntad del cielo.

—Te ruego que tomes asiento —replicó el Kan, y dio una palmada.

De inmediato aparecieron varias muchachas trayendo bandejas con carne y jarros con bebida. Todos empezaron a comer y a beber el vino, excepto los monjes. Liu Wen explicó que Ch'ang-oh'un y sus discípulos no comían carne ni bebían alcohol; el Kan ordenó rápidamente que les sirvieran arroz.

—El Maestro lleva una vida ascética —continuó Liu Wen—. Come poco, y tampoco da la bienvenida al oscuro demonio del sueño.

Temujin soltó una carcajada.

—Todos nos quedaremos dormidos muy pronto… al menos algunos de nosotros. —No había apartado la mirada del monje sentado frente a él—. Se dice que tienes un elixir que puede prolongar la vida. ¿Me lo has traído?

Liu Wen se inclinó hacia Ch'ang-ch'un. Todos los demás observaron al sabio; Khulan miró al Kan.

—El Maestro —dijo Liu Wen—responde lo siguiente: "Puedo proteger la vida, pero no tengo ningún elixir capaz de prolongarla, y tampoco creo que ese elixir exista. Sin embargo, sé que una larga vida sólo puede lograrse trabajando a favor de la naturaleza, y no oponiéndose a ella. Tal vez algún día descubramos el secreto".

—Eres honesto, —dijo Temujin suavemente—. Debo respetarte por eso.

—Puedo ofrecer un consejo a Su Majestad —prosiguió Liu Wen—. Abstente de las bebidas fuertes y come únicamente lo suficiente para nutrirte. Duerme solo durante un mes y tu espíritu se sentirá reanimado. Una noche de buen sueño puede ser más útil para un hombre que muchas medicinas. Pero este consejo, aunque sabio, es de lo más corriente. He viajado hasta aquí para hablarte del Camino.

El Kan se retrepó en su trono. Los hombres se miraron entre sí con inquietud.

—Escucharé lo que me digas acerca del Camino —dijo Temujin.

—El cielo y la tierra, la luna y el sol, las estrellas, todos los demonios y espíritus, todos los hombres y animales, y hasta las briznas de hierba, nacen del Tao. —La voz de Liu Wen adquirió algo del calmo poder de la voz del monje a medida que traducía—. El Tao es el Camino. No quiero decir el camino de la gente, sino el Camino del mundo, el orden de la naturaleza y del universo. Sólo entregándose a él en vez de imponerle sus ilusiones un hombre puede adquirir comprensión. Un hombre debe abrazar el universo, intentar conocer su funcionamiento, y ver la unidad que es el Tao. No investigar el principio de las cosas ni seguir todos los cambios hasta el fin. No exigir ningún propósito de las cosas tal como son. El universo es eterno, y fue hecho para nosotros tanto como para las langostas que se apiñan sobre la tierra.

—He visto al mundo tal cual es —dijo Temujin—. Sin embargo, esperaba que hubiera algo más…

Su voz se interrumpió.

El monje volvió a hablar con su voz suave. Lo que decía proporcionaba el Kan poco consuelo. Los hombres vivían y morían y el mundo persistía; eso no era lo que Temujin deseaba escuchar.

—Cuando el Tao produjo el cielo y la tierra —tradujo Liu Wen—, el hombre nació de ambos. El hombre resplandecía con su luz, pero con el tiempo su cuerpo se hizo más terrenal y su luz sagrada se atenuó. Llegó al deseo, y sus apetitos desgastaron su espíritu. Debes nutrir el espíritu que hay en ti, el que puede elevarte al cielo. Te has convertido en el mayor conquistador que el mundo haya visto hasta ahora. Conviértete en el más grande de los gobernantes, y tu memoria vivirá sobre la tierra tanto tiempo como tu espíritu en el cielo.

Temujin permaneció en silencio durante largo rato. Echaría al hombre de su tienda, pensó Khulan, tal vez hasta del campamento.

—Celebraremos un banquete —dijo Temujin finalmente—, y se alzarán dos tiendas para ti. Cuando hayas descansado, me contarás más cosas acerca de tu Camino.

"Sólo lo hace por orgullo", pensó Khulan. Después de haber traído al sabio desde tan lejos, Temujin no podía admitir que ese viaje había sido inútil.

El Kan despachó a sus invitados después de la celebración, pero pidió a Khulan y a Ye-lu Ch'u-tsai que se quedasen con él.

—Estás desilusionado, mi Kan —dijo el Khitan.

—Tú tenías dudas.

—También tenía esperanzas, pero nunca dudé de la sabiduría del Maestro. Me complace que todavía estés dispuesto a aprender de él. Lo que te dice puede ayudarte a ser un gobernante sabio. Tus batallas casi han terminado aquí; ahora es tiempo de construir.

—A menudo me has dicho que un imperio conquistado a lomo de caballo no puede ser gobernado a lomo de caballo. —Temujin suspiró—. Me pregunto si viviré lo suficiente para gobernarlo.

Other books

Student by David Belbin
Fallout by Ariel Tachna
CONCEPTION (The Others) by McCarty, Sarah
The Tiger's Heart by Marissa Dobson
Midnight Magic by Ann Gimpel
The Snow Globe by Marita Conlon McKenna
Untitled by Unknown Author