Authors: Andrej Djakow
Tras una breve discusión, se dirigieron a la escalera de bajada. Al llegar al borde del agua se detuvieron. Se encontraban frente a un líquido estancado, un líquido oscuro. Una especie de manto vegetal había cubierto la superficie.
—Venga, ¿a qué esperáis? Adelante. —Martillo fue el primero en entrar en las aguas oscuras y se hundió hasta la rodilla.
Momentos después, fue Chamán el que se metió, y los demás lo siguieron. El hermano Ishkari vaciló en entrar en aquel caldo apestoso, pero logró imponerse a su propia repugnancia y siguió a los demás. Las luces de las linternas de los cascos oscilaban nerviosamente sobre la alfombra flotante. Los Stalkers se abrieron paso sobre el lodo y dejaron atrás varias habitaciones carentes de interés. Cada pocos minutos, Chamán consultaba el plano del búnker para cerciorarse de que iban por el camino correcto. El hedor de las aguas turbias se colaba por los filtros de aire, les taponaba la nariz y la boca, les escocía en la garganta.
Al cabo de algún tiempo llegaron a la entrada de un largo pasillo. Al fondo del mismo alcanzaron a ver una reja que impedía llegar al pozo del ascensor. Los Stalkers avanzaron en fila india hacia allí. Entonces, a sus espaldas, se oyó un estruendo ensordecedor. Ishkari se estremeció. Los viajeros se volvieron y apuntaron con sus armas en la dirección por donde se había oído el ruido.
No era más que el pesado batiente de la puerta, que se había cerrado por su propio peso. Los Stalkers siguieron adelante. Chamán consultó una vez más el plano del búnker.
—Más adelante se encuentra el ascensor, y, a la izquierda, la puerta de la escalera. Si lo he entendido bien, podríamos encaminarnos hacia arriba desde allí.
Los viajeros se acercaron al pozo del ascensor. Tiraron todos a la vez de las puertas plegables, ya muy oxidadas, y éstas cedieron entre crujidos. Martillo miró al interior. La parte de abajo del pozo estaba llena de la misma agua poblada de vida vegetal. En una de las paredes había una escalerilla de peldaños adosados. Arriba, tal vez a unos quince metros, se hallaba la cabina.
—Vamos a trepar por aquí. —Parecía que Martillo hubiese percibido con su sexto sentido que aquel camino era el menos peligroso.
—¿Por qué tenemos que cansarnos si hay una escalera? —Chamán le señaló el plano con el dedo—. Detrás de esa puerta…
—¡Al diablo! —Con gran sorpresa por parte de todos los demás, Ishkari entró en el pozo del ascensor y empezó a subir por los peldaños.
—¿Adónde te crees que vas? ¡Espera, idiota! ¡Eres capaz de caerte! —¡Nos hemos adentrado en el reino de los muertos! ¡La corrupción y la podredumbre reinan por doquier! Quiero subir a la luz, para que me redima…, a la luz…
El murmullo del sectario se alejó y se volvió cada vez más débil.
El enfurecido Chamán tiraba del cerrojo de la puerta.
—Ven a ayudarme, Farid. Esto está muy oxidado.
El tayiko se acercó de un salto desde el otro lado y empleó todas sus fuerzas contra el cerrojo de hierro. Mientras contemplaba a los dos Stalkers, Martillo comprendió de repente cuál era el motivo de su inquietud. Había manchas de herrumbre por toda la superficie de la puerta, como si…
—¡Quietos! —gritó, y en aquel mismo instante se dio cuenta de que sería inútil.
Se oyó un crujido ensordecedor y el cerrojo cedió. La puerta se abrió ante la fuerza del agua que había inundado la escalera. Un torrente helado cayó sobre los viajeros, los empujó de un lado a otro y los arrastró por el corredor. El nivel del agua subía con mucha rapidez.
—¡Subid por el pozo del ascensor! —Martillo sacó a Gleb del agua y lo ayudó a llegar a los peldaños de la pared. Los demás Stalkers caminaron con el agua hasta la cintura en la misma dirección—. ¡No os durmáis, chicos, no os durmáis!
Treparon entre maldiciones por los peldaños herrumbrosos. Más abajo, las aguas turbulentas ascendían sin cesar. El pasillo ya estaba inundado hasta el techo. Los Stalkers, uno tras otro, siguieron subiendo por el pozo, siempre con el riesgo de que uno de los peldaños, frágiles de puro oxidados, se quebrara bajo su peso. Al fin toparon con la reja que cerraba la cabina por debajo. Tenía una trampilla y estaba abierta… gracias a Dios, el sectario había tenido tiempo para encontrarla. El guía pasó por la trampilla, salió de la cabina a la plataforma y miró a su alrededor. Tenía enfrente la puerta hermética de la salida, y a la derecha un pasillo estrecho que probablemente llevaba a la sala de máquinas del ascensor. Ishkari no se encontraba en la plataforma. Martillo se volvió y ayudó a Chamán a subirse a la inestable jaula.
Gleb fue el siguiente en pasar por la trampilla. La cabina del pequeño ascensor se balanceó peligrosamente sobre aquel abismo con paredes de hormigón. El muchacho respiró con alivio cuando volvió a tener suelo firme bajo los pies.
Farid tuvo menos suerte. A duras penas había pasado por la trampilla cuando la cabina se puso a vibrar y, con un terrible crujido, empezó a deslizarse hacia abajo. Martillo se asomó corriendo al pozo a tiempo para trabar el cañón del Kalashnikov en el resquicio cada vez más angosto entre el techo de la plataforma y la puerta del ascensor. La cabina se detuvo, pero la salida quedó bloqueada.
—¡Vuelve a salir por la trampilla! ¡Sube por los peldaños de la pared! —gritaron los luchadores, y miraron al tayiko a través de la reja que cerraba la cabina por arriba.
Pero se había acabado el tiempo. El cañón del arma se dobló y a continuación sonó un tremendo estrépito. La cabina sufrió una sacudida y se precipitó hacia el fondo. El Kalashnikov fue tras ella. El impacto hizo saltar una columna de agua. Igual que una piedra, la cabina descendió hacia las profundidades y se llevó consigo al luchador hasta el fondo del pozo.
—¡Farid! —Cóndor se asomó al pozo del ascensor y miró hacia abajo.
De pronto se dio cuenta de que Martillo estaba a su lado. El Stalker saltó de cabeza y se hundió en las aguas. Los viajeros se quedaron inmóviles en el borde del pozo y contemplaron las aguas turbias y revueltas que se hallaban a sus pies. Pasó un minuto… otro… Gleb se mordía los labios de pura tensión, y los puños se le cerraron con fuerza sin que se diera cuenta.
Al fin, la ya familiar coronilla del maestro emergió de las aguas. Martillo se agarró al peldaño más cercano y negó con la cabeza. Alguien soltó una maldición al lado de Gleb, pero éste respiró con alivio. Su maestro, al menos, seguía con vida.
—No he podido… Martillo subió torpemente por los peldaños—. No he tenido manera de acercarme al ascensor. Todos los hierros se han doblado…
El muchacho ayudó a su maestro a subir a la plataforma y se apresuró a ofrecerle la máscara de respiración. El agua goteaba de la tela empapada de su traje y formaba charcos irregulares en el suelo. Se oyó un sordo estrépito en lo más hondo. Los viajeros callaron. Gleb creía ver todavía los ojos oscuros de Farid. Sorprendentemente, en ningún momento habían expresado temor.
Encontraron a Ishkari muy cerca de allí. El sectario estaba agazapado en el interior de un nicho, se sorbía los mocos y murmuraba sin cesar palabras casi incomprensibles, sin sentido.
—Nuestro predicador está totalmente chiflado. —Chamán le dio una patada al pobre diablo para obligarlo a levantarse—. En pie, hipocondríaco. Seguimos adelante.
El grupo había sufrido muchas bajas. Subieron por el pasillo. La puerta de seguridad estaba muy oxidada y crujió al abrirse, y por el resquicio se coló la luz del día. Los Stalkers parpadearon y emegieron al aire libre. La caseta de hormigón por la que salieron parecía la garita de un guardia. No era extraño que les hubiera pasado inadvertida.
—¿Qué vas a hacer ahora sin artillería? —le preguntó Chamán a Martillo.
—No importa. Tengo algo en reserva. —Martillo sacó de la mochila un fusil de precisión y ensambló hábilmente sus piezas. La última encajó en su lugar con un ligero clic. El guía cargó a la espalda la peligrosa arma.
—¿Adónde iremos ahora?
En vez de responderle, Martillo se agachó y buscó un rastro de gasóleo sobre el asfalto.
—Me he dado cuenta mientras estábamos abajo. Alguien se llevó combustible del búnker hace poco tiempo. Probablemente en cubos.
Los Stalkers siguieron el extraño rastro. Poco más tarde, llegaron a una gran dársena de reparaciones. El agua chapaleaba contra la pared alta y gris de los muelles. Una barcaza que visiblemente había tenido una historia agitada se balanceaba sobre las aguas.
Cinco siluetas avanzaron encorvadas y en breves etapas por la rampa. Una y otra vez se escudaban tras los pilares de acero. El casco de la pequeña embarcación se hallaba cada vez más cerca. Gleb lanzó una rápida mirada a la barcaza. No había nadie en cubierta. Tampoco se distinguía ningún movimiento por los ojos de buey. Los Stalkers subieron por la pasarela y llegaron a bordo. El muchacho empuñó en alto la Pernatch y siguió a su maestro hasta la cabina del piloto. Chamán e Ishkari bajaron a las bodegas para registrarlas.
Las ventanas de la cabina del piloto estaban sucias y no dejaban que entrara la luz. El aire estaba viciado. En el cuadro de mandos del timón tan sólo había una botella grande abandonada. Estaba repleta de un líquido turbio que apestaba a aguardiente del malo. En un rincón había trapos empapados en combustible. No se veía a nadie. Regresaron a cubierta. Poco más tarde aparecieron también el mecánico y el sectario.
—Ni un alma. —Chamán, decepcionado, negaba con la cabeza—. Pero hemos comprobado el combustible. Parece que alguien utiliza esta embarcación. Los depósitos están llenos.
—¡Maldita sea! ¡Aquí hay alguien que juega al escondite con nosotros! —exclamó Cóndor—. ¡Primero nos hemos puesto en ridículo con el Arca y luego con el búnker!
El luchador le arreó una patada a una lata vacía. Ésta rebotó sobre la borda y se precipitó en el agua. Cóndor subió con largas zancadas por una pasarela, se encaramó al pie de la grúa giratoria, se quitó la máscara de respiración y gritó:
—¡Ehhh! ¿Hay alguien en casa? ¡Salid de vuestros agujeros!
Las palabras de Cóndor atravesaron toda la dársena y resonaron en las paredes de hormigón. Pero no hubo respuesta desde los astilleros. Sólo el viento omnipresente aullaba con los tonos más variados.
—¿No es posible que… que los hayamos ahogado en el búnker? —se oyó que decía la voz de Chamán.
—No lo creo. Habíamos buscado por todas partes. —El guía desplegó el plano—. Aún podríamos intentarlo por los embarcaderos.
—De todas maneras, no tendría mucho sentido buscar por otros lugares. Guíanos, Susanin.
[20]
Salieron de la dársena y se dirigieron al puerto de la Madera. Pero no había mucha diferencia: desembarcaderos desiertos, garruchos tirados por el suelo, anclas herrumbrosas y un rollo de cordaje enmohecido. Los restos calcinados de un barco que seguían anclados en el muelle y, de nuevo, ni un alma. Desierto, podredumbre y silencio.
Los Stalkers se detuvieron y contemplaron defraudados aquel paisaje desolador. Las palabras hubieran sido superfluas. Estaban todos agotados. El propio Martillo parecía haber agotado todos sus recursos: estaba ensimismado, con los brazos pegados a los costados. El que peor se veía era Ishkari; no parecía el mismo. Tenía la mirada gacha y los hombros caídos.
—Puede que aún la encontremos… —le dijo al sectario Gleb.
—¿El qué?
—El Arca.
—¿Y dónde vamos a ir a buscarla? —La voz del sectario temblaba—. ¿Dónde?
Ishkari enmudeció y se dio la vuelta. Su cuerpo sufría sacudidas como las de un epiléptico. La máscara de respiración impedía distinguir cuáles eran los sentimientos que lo asaltaban. Entonces se oyó una débil risilla que se transformó en un relincho semihistérico. Los Stalkers miraron con asombro al sectario. Éste, en cuanto se hubo tranquilizado, se acercó lentamente al borde del embarcadero, sacó la baraja de ilustraciones de barcos y la arrojó lejos de sí. Las fotos brillaron al sol, se esparcieron sobre el agua y empezaron a mecerse sobre las olas.
—Chorradas… nada más que chorradas. ¿Me oís? —Ishkari levantó la voz—. ¡El Arca no ha existido jamás! Cómo he podido creerme… la luz de la Redención… la salvación de los justos…
Gleb miró con ojos desorbitados al sectario. No daba crédito a sus oídos.
—¿Éxodo? —preguntó a su vez Ishkari, y se echó de nuevo a reír—. Éxodo… ¡Una cuadrilla de locos seniles que se han inventado un cuento romántico de salvación! ¡Ciegos que no ven más allá de su propia nariz! ¿Quién va a necesitarnos? ¿Quién nos va a salvar? Todo ha terminado, ¡¿me oís?! Qué ingenuo idiota he sido…
El sectario arrojó al suelo la máscara de respiración y se secó el sudor de la frente. Luego, de repente, se volvió hacia Martillo y le dijo: —Tú tenías razón, Stalker: estamos todos muertos. Lo único que nos espera es pudrirnos bajo tierra.
Parecía que los ojos del sectario fueran a salirse en cualquier momento de sus órbitas. Su rostro se había transformado en una horrible mueca en la que se pintaban tanto la locura como la desesperación.
Chamán no pudo reprimir una sonrisa.
—¿Y eso quiere decir que abjuras de tu fe?
El sectario calló durante unos instantes, como si no se decidiera a pronunciar lo que para él había sido una blasfemia. Entonces bajó la cabeza.
—Sí, abjuro de mi fe…
Se hizo una larga pausa, después de la cual el primero en reaccionar fue Chamán.
—Bienvenido al mundo real, muchacho.
El sectario no le hizo ningún caso. Volvió a ponerse la máscara de respiración y contempló las aguas encrespadas.
—Ya he tenido bastante. Regreso al metro. ¿Quién viene conmigo?
—¿De qué estás hablando?
—De la barcaza. Tú mismo has dicho que podía navegar.
—No vayas tan de prisa, hermano. Todavía no hemos…
—¿… encontrado nada? —lo interrumpió Ishkari—. ¿El origen de esa luz? —El sectario se volvió hacia el guía—. ¿Tú qué has visto en el crucero, Martillo? ¿Estás seguro de que vale la pena encontrar ese misterioso reflector? —Ishkari miró entonces a Cóndor—. ¿Estáis seguros de que alguien ha visto algo?
—Los Stalkers de la Primorskaya…
—¡Pero si eso lo soñaron cuando estaban borrachos! —lo interrumpió el sectario, histérico—. Si lo vieron, ¿por qué no fueron ellos los que vinieron hasta aquí? ¡Porque había que ser idiota para creérselo! ¡Pero al final encontraron a unos idiotas!