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Authors: Colin Harrison

Tags: #Intriga

Havana Room (23 page)

—¿Cuándo?

—Antes de efectuar el intercambio del terreno.

—¿Era el intercambio uno de los requisitos para comprar Voodoo?

—Sí.

—¿Por qué no esperaron a que se concretara el intercambio?

—No era necesario. Sabíamos que tendría lugar el intercambio.

Asentí.

—De modo que ha comprado la empresa fantasma que posteriormente ha cambiado su edificio de oficinas por un terreno.

—Sí.

Yo seguía sin entenderlo.

—¿Qué sabe de Bongo Partners, que da la casualidad que consta como propietario de la finca de la calle Reade?

Marceno se recostó.

—No es tan complicado. Bongo era el propietario del edificio de oficinas que transfirió a una nueva entidad corporativa llamada Voodoo. Eso ocurrió hace tres días.

—Y ésa es la razón por la que no aparece aún en el registro municipal.

—Exacto. Veo que lo ha comprobado.

Vi que se mostraba paciente conmigo, que tenía otros asuntos que discutir.

—Permita que me asegure de que lo he entendido. Bongo Partners, que está formado por un grupo de inversores británicos, son los primeros dueños de la calle Reade. Se trata de una inversión corriente en propiedad comercial. Y la han traspasado a una nueva empresa llamada Voodoo que, a continuación, han vendido a su compañía. Entonces Voodoo, que ahora es de su propiedad, ha cambiado el edificio por una granja de treinta y cinco hectáreas situada en el North Fork de Long Island.

—Sí.

—Bastante absurdo, ¿no le parece?

—¿Por qué?

—¿Por qué no ha comprado directamente el terreno a Jay?

Marceno sonrió con extraña mordacidad, y de algún modo supe que me tomaba por tonto.

—Sencillamente porque su cliente no quería vender, señor Wyeth.

—No lo comprendo.

—No quería vender su propiedad, sólo quería intercambiarla por ese edificio.

Quería mirar la boca de la mujer, pero sabía que me distraería.

—¿No quería aceptar dólares por la tierra?

—No, quería el edificio.

—¿Ese edificio en concreto?

—Sí. Con franqueza, no entiendo por qué hizo el trato. El edificio sólo es, bueno, una pequeña caja de ladrillos. En cambio la tierra perdura. Los viñedos perduran, señor Wyeth. Claro que yo no soy imparcial. —Miró a la señorita Allana—. Soy romántico, ése es mi defecto.

Ella sonrió y desvió la mirada.

—Probablemente habría ventajas fiscales —dije pensando en voz alta—. Si hubiera vendido el terreno primero, se le habría aplicado un impuesto sobre la plusvalía…

—Lo estudiamos —interrumpió Marceno—. Nos figuramos que se trataba de eso. Estuvimos incluso dispuestos a concederles alguna clase de compensación por ello.

—¿En qué orden sucedieron las cosas?

—¿Perdón?

—¿Quién encontró a quién?

—Nosotros queríamos comprar tierras —respondió Marceno— y encontramos el terreno del señor Rainey. Nuestro agente de ventas nos dijo que no estaba exactamente en venta. Que el señor Rainey sólo lo cambiaría por un edificio determinado. Era muy extraño. Nos dijeron que nos pusiéramos en contacto con el propietario del edificio, que, como ha señalado usted, era Bongo Partners. Por supuesto, ellos nunca habían oído hablar ni de nosotros ni del señor Rainey. Les divirtió la situación. Es posible que se estuvieran planteando vender el edificio. Así que accedieron a venderlo. Nuestros abogados aconsejaron que lo transfirieran a una nueva compañía que nosotros acto seguido compraríamos. Eso nos reportaba ciertas ventajas fiscales, así como protección contra responsabilidad civil, de modo que eso fue lo que hicimos. Compramos Voodoo contando con que podríamos cambiar el edificio por el terreno. Y ha salido bien.

—Me dijeron que había una fecha tope para cerrar el trato.

—No sé nada al respecto. Quería que el señor Gerzon lo cerrara de una vez, lo admito. Pero no sé cómo se entendió con el señor Rainey.

Gerzon había presionado a Jay Rainey; en otras palabras, había amenazado con echarse atrás.

—¿Por qué tantas prisas?

—Porque estamos muy impacientes por empezar a explotar esa propiedad, señor Wyeth. Por ponernos manos a la obra.

—¿Tiene copias de esos contratos?

Cogió el maletín y me tendió un pequeño fajo de documentos.

—Encontrará todo ahí. La propiedad del edificio de la calle Reade traspasada de Bongo a Voodoo, y, un día después, al señor Rainey.

—¿Todos estos trámites disparatados sólo porque Rainey quería conseguir ese edificio en concreto?

—Sí. —Y entonces, tal vez al verme meditabundo. Marceno añadió—: Ahora que le he dado una explicación, tal vez pueda usted hacer lo mismo por mí. Pero primero permita que le hable de mi familia, señor Wyeth. Llevamos doscientos años en el negocio del vino. Estamos situados en la región del Llano del Maipo, cerca de Santiago. Tenemos un cabernet sauvignon muy bueno, así como pinot noir y merlot. Estamos empezando con syrah, que ustedes llaman shiraz. A eso es a lo que nos dedicamos. Por lo que se refiere a los viñedos, practicamos una gestión controlada. Poda extensiva para frenar el vigor. —Miró a la señorita Allana, que volvió a sonreír y desvió la mirada—. Queremos concentrar la fruta. Tenemos cuidado con cómo tratamos la tierra y a la gente. Somos cuidadosos con los herbicidas y los pesticidas. Hemos tenido mucha suerte. En Chile no tenemos la epidemia de la filoxera. Podemos utilizar cepas francesas con raíces francesas en lugar de cepas francesas injertadas en raíces americanas, como hacen ustedes en California. Mi familia hace décadas que tiene varios apartamentos en Manhattan, es una ciudad que nos encanta. Y ahora nos ha parecido muy intrigante ese North Fork de Long Island. Hemos empezado a oír decir que se están produciendo muy buenos merlots. Las botellas son caras, pero el mercado se está poniendo al día.

—¿Qué quiere decir?

—Sigue siendo caro hacer vino aquí, es cierto. El precio de la tierra es elevado, y las vides necesitan tres o cuatro años antes de producir, y otros diez antes de dar buen vino. En las grandes regiones que han producido históricamente vino, el coste de la tierra y de los viñedos es prácticamente inexistente. Se pagó hace tanto tiempo que ya no es un factor de coste. Lo mismo ocurrió en Napa y Sonoma. Ya se había adquirido la tierra y se habían plantado los viñedos. Como sabe, el gran vino está en las vides, y antes de eso, en el suelo. En las bodegas sólo podemos mejorarlo hasta cierto punto. En fin, ¿por dónde iba?

—Ha llegado a amar la ciudad de Nueva York —le sopló la señorita Allana, con voz gangosa y sensual—. Le encanta estar aquí.

—Sí. Es verdad. Y sólo llegar oí hablar de las viñas del North Fork y, naturalmente, sentí curiosidad. De modo que pedí a mi chófer que me llevara allí y vi la tierra, y regresé con los zapatos llenos de barro y mapas, y… —Se tranquilizó—. Es espectacular. Es un regalo del cielo, y sólo estamos empezando a comprenderlo. Y la granja que acabamos de comprar o intercambiar con el señor Rainey también es excelente. Está muy bien situada porque, estadísticamente, hay cuatro días-grado más, cuatro días más de buen tiempo en otoño que a veinticinco kilómetros más al este. Esto es importante a la hora de preparar las cepas para la cosecha. Cada día-grado de más disminuye los riesgos y aumenta la producción en potencia antes de la primera helada. Y también hay cinco centímetros más de lluvia. Ciento doce centímetros al año en lugar de ciento seis. Para obtener un merlot realmente bueno no hay que irrigar. Te deshaces de la fruta sobrante y utilizas el resto. Eso requiere autodisciplina, pero así es como lo han hecho los franceses durante mil años. ¿Sabía que en Burdeos es ilegal irrigar las cepas?

Esperó una respuesta.

—Mmm… no —respondí.

—También revisamos todos los datos meteorológicos. Sólo hay cinco días al año por encima de los treinta y dos grados, y menos de un día al año por debajo de cero, según las estadísticas. No hay períodos de calor prolongados ni profundas heladas que maten las raíces. ¡Eso es excelente! —asintió emocionado—. Y los datos sobre el suelo también son buenos. Es un suelo de marga: poroso, arenoso y friable. Uno de los mejores del mundo para cultivar vides, ¿lo sabía? En Chile tenemos un laboratorio de suelos con ocho mil muestras. Nuestro suelo es muy distinto, volcánico. Pero estudiamos toda clase de suelos. Tenemos a un agrónomo que se ocupa de ello, e hicimos nuestros propios cálculos de la pendiente. Si la inclinación del suelo es superior a once grados, el vapor del agua permanece en las zonas bajas y las hojas no se secan como es debido. Podemos encontrar hongos y una terrible podredumbre negra. De modo que la inclinación del terreno es muy importante. Estudiamos toda la zona, señor Wyeth. Examinamos nueve propiedades distintas. Si le soy sincero, había otra que nos gustó más, pero una compañía francesa se nos adelantó. Sin embargo, la propiedad del señor Rainey era más extensa y ligeramente más barata por hectárea, de modo que decidimos comprar la suya. Nos habló de ella nuestra agencia inmobiliaria.

—¿Hallock Properties? —pregunté, recordando el letrero que había visto en el campo.

—Sí. —Marceno miró a la señorita Allana, y luego me sonrió.

Comprendí que acababa de cometer un error. Pero él continuó.

—Cuando compramos tierras, nos gusta introducirnos con buen pie en la comunidad. Tiene sentido, ¿no le parece? Queremos que la gente local se alegre de que hayamos ido. Tratamos de construir relaciones, de que la gente vea con buenos ojos la llegada de la familia Marceno. Después de todo, contratamos mano de obra de la zona y confiamos en comerciantes de la zona. Necesitamos colaboración.

—Parece razonable.

Él se inclinó hacia delante.

—Lo es. Como también es razonable suponer, señor Wyeth, que, cuando compras un terreno, lo que ves es lo que adquieres.

No dije nada, pensando, por supuesto, en Herschel encima del bulldozer.

—¿Me comprende?

—¿Y qué vio?

—Vi una encantadora granja con buen drenaje orientada al estrecho de Long Island, la clase de lugar donde uno podría construir una bodega maravillosa y abrir un centro de cata de vinos con vistas al mar.

—¿Y no es lo que ha obtenido?

—No sabemos lo que hemos obtenido, señor Wyeth. Hicimos pruebas del suelo, pero son aleatorias. Ayer, después de firmar las copias del contrato para comprar Voodoo LLC, pero antes de que el señor Gerzon cerrara el trato por la noche, fuimos en coche hasta allí para echar un vistazo al terreno. Alguien había estado allí con un bulldozer.

—¿Un bulldozer?

—Sí, removiendo la capa superior del suelo. Me pareció que trataba de rellenar una zona hundida, pero empezó a nevar y no sabría decirlo. Pero vi las huellas del bulldozer.

—¿Eso fue ayer?

—Ya se lo he dicho, ayer miércoles al mediodía.

Sí, a la luz del día, lo que coincidía con lo que había dicho la señora Jones.

—¿A qué hora?

Marceno torció la cabeza.

—A media tarde, poco después de las cuatro. No eran sólo unas cuantas huellas, señor Wyeth. Yo en persona he trabajado con un bulldozer en los viñedos de la familia cuando era joven. Alguien se había pasado horas removiendo la tierra.

El orden cronológico de los hechos no era del todo claro, pero parecía que Herschel ya se había caído por el barranco cuando Marceno inspeccionó el terreno. Marceno no había llegado a ver el bulldozer.

—Señor Wyeth, sé lo que ocurre en una empresa agrícola. Se mueve la tierra de acá para allá, se excavan hoyos y esa clase de cosas. Pero esas tierras llevaban tiempo sin removerse. Yo mismo había recorrido a pie esa propiedad seis veces. Y de pronto, justo el día que cerramos el trato, veo huellas de bulldozer por todas partes. Y yo me pregunto: ¿Qué significa? ¿Por qué remueven la tierra? ¿Qué nos están escondiendo?

No tenía ninguna respuesta, por supuesto, pero de pronto se me ocurrió que quienquiera que hubiera removido la tierra podría haber hecho coincidir sus actividades no sólo con el atardecer, sino también con la nevada que se aproximaba. Si él —Herschel, al parecer— había empezado hacia la una, y a las tres se había puesto a nevar y noventa minutos después había empezado a anochecer, las probabilidades de descubrir el trabajo realizado por el bulldozer antes de que se cerrara el trato esa noche se habían ido reduciendo hasta ser nulas.

—¿Qué ocurrió entonces? —pregunté vagamente.

—Se hacía de noche, y nuestro conductor dijo que se avecinaba una fuerte tormenta de nieve y que deberíamos regresar pronto a la ciudad. —Miró a la mujer y dijo algo rápidamente en español. Ella se ruborizó y desvió la mirada, con los labios apretados en una expresión divertida. Sólo entendí parte. Algo así como: «Cuando acabe con este estúpido gringo, tú y yo…»—. Así que no tuve mucho tiempo para volverme.

Bien. No le había dado tiempo a ver a Herschel muerto y congelado doce metros más abajo en el acantilado.

—¿Por qué no detuvo el trato si tenía dudas sobre el terreno?

—Traté de llamar a su cliente, pero no respondió. Llamé a la agencia inmobiliaria, y me dijeron que si deteníamos el trato, había otro comprador esperando. No quise arriesgarme. De modo que dejé que siguiera adelante. —Me miró sin parpadear, con una mueca de cólera—. Esta mañana mi capataz me ha dicho que ha encontrado huellas nuevas y también patatas en la nieve. Y mi pregunta es: ¿Cómo es posible que yo no viera patatas en la nieve ayer por la tarde y las haya a la mañana siguiente?

Estaba a punto de orinarme en los pantalones, pero en lugar de ello me mordí la punta de la lengua, con toda la fuerza que era capaz de soportar.

—¡Me gustaría saber qué tratan de encubrir, señor Wyeth! ¡Me gustaría que Jay Rainey nos lo dijera! Conoce el terreno. Creció en él. Son treinta y cinco hectáreas, señor Wyeth. No es tan grande. Pero nos supondría mucho tiempo y dinero intentar averiguarlo. La nieve habrá desaparecido pronto, tal vez mañana. Queremos saber con qué nos estamos enfrentando. ¿Depósitos de gasolina subterráneos? ¿Herbicidas enterrados? Sé que los cultivadores de patatas utilizaron arsénico durante muchos años y que en muchos de los viejos cobertizos sigue habiendo bolsas y más bolsas. Podrían ser muchas cosas. Se mueve agua por debajo de la tierra. Hacia los lados, y arriba y abajo. Me preocupa plantar las cepas y que dentro de tres años las raíces se topen con alguna clase de veneno. Y que se mueran las cepas. O, peor aún, que encontremos en ellas herbicida o residuos. Nosotros utilizamos Roundup, que es muy bueno y se descompone en contacto con el agua. Lo preferimos. Pero otros granjeros en el pasado han utilizado sustancias muy nocivas. Se pueden hacer cosas terribles al vino. Y entonces, ¡hay que arrancar las cepas, señor Wyeth! Algo espantoso. Caro y muy doloroso. De modo que somos concienzudos. Somos meticulosos.

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