—El cuerpo de guardias del campo ha dejado de responder a nuestras transmisiones —añadió Rione—. O no pueden o no quieren seguir negociando.
Geary miró el visualizador del campo, que mostraba diversas imágenes marcadas con distintos símbolos. Se habían detectado grupos de guardias síndicos en varias zonas, pero, en general, los guardias parecían haberse esfumado.
—¿Se han visto guardias abandonando el campo? —le preguntó Geary a Íger.
—No, señor. Siguen dentro, en alguna parte.
—¿Qué se sabe de los prisioneros?
—Parece que todos continúan en los barracones, posiblemente encerrados.
Rione miró el visualizador con desconfianza.
—Si van a luchar, ¿por qué los guardias no han tomado a los prisioneros como rehenes?
—Buena pregunta. —Aunque no le gustaba molestar a los subordinados cuando se estaban preparando para entrar en acción, Geary supuso que a Carabali le gustaría pronunciarse al respecto.
La coronel de marines asintió con la cabeza como si estuviera esperando la pregunta.
—Los guardias se están preparando para luchar. Señor, si compara el número estimado de prisioneros con el tamaño aproximado del cuerpo de guardias, verá que los primeros superan en número a los segundos. De la misma manera que nosotros no tenemos hombres suficientes para tomar todo el campo por la fuerza, ellos tampoco son suficientes para controlar a todos los prisioneros y enfrentarse a nosotros. Prefieren tener encerrados a los prisioneros. De esta manera, siempre los tendrán a mano para utilizarlos como rehenes, además de que es una forma de evitar que se muevan por el campo amenazándolos. Aun así, nuestro plan de asalto debería ser capaz de neutralizar cualquier intento que hagan, por desesperado que sea, de utilizar a los prisioneros.
—No lo entiendo, coronel. Visto así, parece como si los guardias síndicos supieran que no pueden ganar. Y, si no pueden enfrentarse a nosotros y controlar a todos los prisioneros al mismo tiempo, ¿por qué demonios no se rinden? —preguntó Geary.
—Puede que les hayan ordenado retener a los prisioneros y oponerse a cualquier intento de liberación, señor.
Lo que sospechaba Rione: resistirse con todas sus fuerzas, y tal vez morir intentando defender el campo de prisioneros, o entregarle sus hombres a la Alianza y morir sin posibilidad de salvación a manos de las autoridades síndicas.
—Parece que tendremos que tomar el camino difícil, coronel.
—Sí, señor. Solicito que la flota proceda al bombardeo del preasalto como se detalla en el plan de combate.
—Considérelo hecho. Buena suerte, coronel.
—No han pedido llevar a cabo un bombardeo exhaustivo —observó Desjani cuando hubo desaparecido la imagen de Carabali.
—Todavía no se han identificado muchos objetivos. —Geary señaló las imágenes que se proyectaban en tiempo real del campo, que quedaba muy por debajo del
Intrépido
, mientras el crucero de batalla y el resto de la flota de la Alianza orbitaban alrededor del tercer planeta de Heradao—. No podemos arrasar el campo directamente porque está lleno de prisioneros, y tampoco hemos identificado todos los edificios en los que están recluidos. La finalidad del bombardeo de preasalto es, sobre todo, eliminar los puestos defensivos fijos, intentar intimidar a los defensores y anular su respuesta al asalto. —Miró las líneas de tiempo que fluían a un lado del visualizador; había llegado el momento de lanzar los transbordadores de los marines y los de evacuación, así como de iniciar el bombardeo.
Los mazacotes metálicos aerodinámicos, conocidos oficialmente como proyectiles de bombardeo cinético, recordaban a las primeras armas utilizadas por el hombre. Pese a su contorno aerodinámico, su utilidad era la misma que la de una roca y, de hecho, en el argot de la flota los llamaban así. No obstante, al contrario que las piedras que se arrojaban con el brazo, los proyectiles de bombardeo cinético se lanzaban desde una órbita alejada del planeta, de tal manera que iban ganando más y más energía con cada metro que descendían, y los resultados del impacto eran tan devastadores como los que podía ocasionar una bomba de gran potencia. Las rocas, sencillas, baratas y letales, eran casi imposibles de detener una vez que se habían liberado.
—Lanzando transbordadores de marines —informó la consultora de operaciones.
Geary abrió en su visualizador una imagen de los lanzamientos y realzó la forma de los transbordadores para optimizar su visibilidad.
—Nunca había visto iniciar tantos lanzamientos al mismo tiempo —le dijo a Desjani.
—Señor, debería haber estado en Urda. Miles de transbordadores descendiendo a la vez. Un espectáculo impresionante. —La mirada de la capitana se ensombreció al recordarlo—. Entonces los síndicos abrieron fuego.
—¿Hubo muchas bajas?
—Fue una carnicería. —Forzó una sonrisa—. Hoy no ocurrirá lo mismo.
Geary se obligó a devolverle el gesto, aunque deseaba que la capitana no hubiera mencionado el episodio de Urda.
—Lanzando primer grupo de transbordadores de evacuación.
—Tenemos movimiento del enemigo en la superficie. Columna blindada avanzando hacia el campo de prisioneros.
El visualizador de Geary iluminó la fila de vehículos blindados que atravesaba la superficie en dirección al campo. Estiró el brazo y, tras meditarlo durante unos segundos, etiquetó la columna como objetivo; a continuación, solicitó al sistema de combate un plan de enfrentamiento y, un instante después de recibirlo, dio su aprobación tocando un pulsador. Acto seguido, una lluvia de rocas salió disparada de tres de los buques de guerra de la Alianza directa hacia la atmósfera del planeta. En total, el proceso llevó menos de diez segundos.
—Lanzando bombardeo de preasalto.
De los buques de guerra de la Alianza emergió un abanico de rocas, y cada uno de los proyectiles se dirigió a un punto específico del campo de prisioneros. Como los transbordadores descendían más despacio que las rocas, el bombardeo despejaría el espacio aéreo del campo antes de que aquellos lo alcanzasen.
—¡Bum! —murmuró Desjani cuando la columna de blindados desapareció bajo la nube de fragmentos y polvo que se levantó por el impacto de las bombas dirigidas.
—Tal vez así comprendan que oponerse a nosotros no es una buena idea —observó Geary.
—Yo no contaría con ello, señor.
—¡Tenemos baterías de haces de partículas abriendo fuego en cinco puntos de la superficie! —informó la consultora de operaciones—. Casi hacen blanco en la
Espléndida
y la Garita.
Geary miró su visualizador, etiquetó las baterías, recibió un plan de ataque e inició otro bombardeo.
—Menos mal que ya había ordenado que la flota realizara maniobras de evasión.
Las bombas de preasalto impactaron contra la superficie. Algunas no tenían otra finalidad que intentar suprimir las defensas ocultas, pero la mayoría alcanzó posiciones enemigas identificadas, de modo que no quedó ningún puesto de guardia ni ninguna torre de vigilancia; cráteres de escombros habían sustituido a las instalaciones de los guardias, y la muralla estaba abierta por distintas zonas.
—¿Cree que habría algún hombre dentro de los puestos de guardia? —preguntó Desjani.
—Lo dudo. La coronel Carabali supuso que planearían activar las armas de los puestos de guardia por control remoto si los dejábamos en pie, así que decidimos derribarlos.
La consultora de operaciones volvió a informar de la situación.
—Los transbordadores de los marines se encuentran a dos minutos de la superficie.
Los emplazamientos de las cinco baterías de haces de partículas salieron volando entre nubes de escombros.
—Transbordadores en destino. Marines en la superficie. —Vista desde aquella altura, la operación parecía una hermosa coreografía, con los transbordadores cayendo en picado hacia los objetivos distribuidos por el perímetro y el centro del campo, los marines saltando desde los transbordadores, que permanecían en suspensión, y el fuego de las tropas enemigas dejando estelas brillantes con cada disparo que dirigían contra los marines o los vehículos en los que estos iban llegando. Al contrario que los transbordadores regulares de la flota, los de los marines contaban con sistemas de combate defensivos que lanzaban granadas y disparaban automáticamente hacia los puntos desde los que atacaban los síndicos. Cuando los marines saltaron a tierra y se desplegaron, abrieron su propia cortina de fuego y destruyeron cualquier puesto que pudiera albergar resistencia enemiga. Se formaron pequeños focos violentos alrededor de todo el perímetro del campo y en algunos lugares cercanos a la zona de aterrizaje del centro.
—No sabemos cuál es la ubicación de todos los prisioneros de guerra —protestó Rione—, pero ¡los marines están arrasando todo el campo!
Geary agitó la cabeza.
—Su armadura de combate refleja todas las ubicaciones conocidas de los prisioneros. Por lo demás, solo podemos confiar en que identifiquen a sus objetivos antes de dispararlos. —Activó el canal de los marines.
—El enemigo está atrincherado —avisaba un oficial de los marines—. Fuerte resistencia alrededor de la zona de aterrizaje.
—Esto no va a ser fácil —murmuró Desjani.
—Artillería convencional de tierra disparando sobre el campo desde treinta kilómetros al este y veinte kilómetros al sur.
Geary etiquetó más objetivos y lanzó nuevas rocas contra ellos. Su visualizador principal flotaba a un lado, mostrando la situación de un amplio sector de la superficie planetaria y las posiciones orbitales que podrían suponer un peligro para la flota. Al otro lado tenía una vista superior del campo de prisioneros, sobre el que diversos símbolos se desplazaban de un lado a otro para reflejar el movimiento de las tropas aliadas y enemigas desplegadas en la superficie. Frente a él tenía una hilera de ventanas a través de las cuales podía abrir las vistas de las armaduras de combate de los marines. No debía consultarlas demasiado; tenía que evitar correr el riesgo de sumergirse en la acción de un punto concreto del campo de combate cuando se suponía que debía supervisar a toda la flota, pero, en ocasiones, aquellas imágenes en primera persona de los marines le servían para hacerse una idea precisa de cómo les estaban yendo las cosas.
En cualquier caso, en ese momento le costaba imaginarse cómo iba evolucionando la operación, la viera como la viese. En la vista general, algunos de los pelotones y compañías de marines avanzaban a un ritmo constante hacia el centro del campo, de tal forma que los símbolos de prisioneros liberados se multiplicaban rápidamente a su alrededor a medida que iban reventando las puertas de los barracones para rescatar a sus ocupantes. En otras zonas los marines se movían despacio, pues debían hacer frente al fuego de los guardias síndicos que permanecían atrincherados en los edificios de todos los flancos. Los transbordadores de evacuación se iban posando en el centro del campo a pesar de los disparos esporádicos que el enemigo dirigía contra ellos durante su descenso. En la zona de aterrizaje, los cada vez más numerosos prisioneros, confundidos, eran urgidos a embarcar en los primeros transbordadores. El canal de mando y control de los marines estaba saturado de informes y avisos.
—Transbordadores Víctor Uno y Víctor Siete dañados gravemente por fuego de tierra. Regresando a naves de la base.
—¡Edificio objetivo ubicado en cinco uno uno! ¡Ataquen!
—También están a la izquierda. Edificios menores girando hacia cero dos uno y cero dos tres.
—Minas. Estamos en medio de un campo. Dos marines caídos. A todas las unidades: ¡cuidado con las minas!
—¿No puede alguien hacer algo con la maldita artillería?
—La flota se encarga. Bombardeo en curso.
—Alumbrando un búnker. ¡Mandadle una ráfaga!
Desjani, que también estaba escuchando y observándolo todo, sacudió la cabeza.
—¿Vamos ganando?
—Eso creo. —Geary se giró cuando el consultor de sistemas de combate dio un aviso.
—Señor, estamos recibiendo múltiples solicitudes de bombardeo de los marines.
—Se supone que toda solicitud de bombardeo fuera de la zona de seguridad de los cien metros que ocupan nuestros marines se aprueba automáticamente —respondió Geary un tanto irritado.
—Sí, señor, pero podríamos responderles un poco más rápido si los sistemas automáticos administraran la totalidad de las peticiones, igual que cuando nos enfrentamos a otras naves.
Geary negó con la cabeza.
—Teniente, tal vez así rebajaríamos el tiempo de respuesta en algunos segundos, pero los marines solicitaron que todos los bombardeos fueran verificados por una persona antes de la aprobación final, para garantizar que se lancen sobre el lugar adecuado. No voy a desestimar la preferencia de los marines a este respecto. —El teniente no parecía estar del todo satisfecho, por lo que Geary decidió explicarse—. Cuando combatimos contra las naves síndicas, no nos queda otra opción que gestionar todo el proceso de selección de objetivos a través de los sistemas de control de disparo. Una persona nunca podría reaccionar con la suficiente antelación, dada la gran velocidad a la que se desplazan los objetivos. Pero ni los síndicos que están en la superficie ni nuestros marines se mueven siquiera a una fracción apreciable de la velocidad de la luz. Podemos permitirnos encargarle esta tarea a una persona. Si recibe algún informe sobre retrasos excesivos en la aprobación de las solicitudes de bombardeo, quiero saberlo. Le aseguro que los marines serán los primeros en avisarnos si no están conformes.
—Sí, señor. —Un tanto avergonzado, el teniente prosiguió con sus tareas.
—Es muy tolerante con los tenientes —observó Desjani sin apartar la vista de su visualizador.
—En su día, yo ocupé ese cargo. Y también usted. —Al igual que la capitana, Geary estaba muy concentrado en el desarrollo de la situación, pero agradecía los comentarios que aliviaban la tensión del momento. Sospechaba que Desjani captaba lo preocupado que estaba y, por ello, intentaba tranquilizarlo un poco.
—Yo no —negó Desjani—. Yo nací oficial al mando de un crucero de batalla.
—Eso debió de ser muy doloroso para su madre.
La capitana sonrió.
—Mi madre es fuerte, pero ni siquiera a ella le hubiera gustado tener un pasillo protocolario de soldados en la sala de partos. —En ese instante, su sonrisa se desvaneció, justo cuando una transmisión de alta prioridad llegaba desde la red de los marines.