—Si no lo hiciera —dijo con un hilo de voz—, no podría seguir adelante.
—Lo entiendo. —No era la primera vez que recordaba que estaba rodeado de gente que había crecido en tiempos de guerra. Al igual que los padres de todos ellos. No podía ni imaginarse el dolor que les provocaba ver que el número de bajas se incrementaba a diario, sin expectativas de que algún día llegase a su límite.
—No siempre lo hizo. —Desjani le sonrió con tristeza—. Hace tiempo ni siquiera sabía cómo comportarse ante las pequeñas derrotas. Ahora las sobrelleva y continúa hacia adelante. Entonces, yo me entristecía al ver su reacción cuando perdía una sola nave, y deseaba no haber nacido en un tiempo que no dejaba lugar para la inocencia.
—Ya no recuerdo la última vez que me llamaron inocente. Supongo que en mis tiempos de alférez. —Geary respiró hondo—. Terminemos con este combate y asegurémonos de perder el menor número posible de hombres.
Los consultores y los sistemas automáticos de combate lo avisarían de cualquier cosa que necesitase saber, pero, aun así, Geary revisó por última vez la vista general del escenario de combate antes de volver a centrarse en lo que ocurría en el campo de prisioneros.
En la imagen superior del recinto se apreciaba una aglomeración de figuras humanas apiñadas en las cercanías del amplio centro abierto. En el centro se hallaba la zona de aterrizaje, despejada, donde los transbordadores de la Alianza se posaban y desde donde se elevaban en lo que parecía un tranquilo baile coreografiado. Geary desplegó una pantalla para obtener la vista de uno de los marines encargados de la evacuación, y se encontró con un escenario aparentemente caótico donde el cielo estaba nublado por los efectos secundarios de los bombardeos y las lanzas infernales de la Alianza, la gente corría de un lado para otro y los transbordadores descendían aprisa, recogían a los prisioneros liberados hasta que se llenaban y, acto seguido, volvían a ascender. Tardó un momento en apreciar el orden que regía aquella actividad tan frenética.
Los oficiales que se encontraban entre los prisioneros parecían mantener divididos al resto de presos en grupos, hasta que los llamaban para enviarlos a algún transbordador. Por su parte, los marines distribuían y guiaban a los prisioneros, desorientados, mientras ordenaban a gritos que se mantuviese la disciplina. Geary vio a un lado la armadura de combate con el identificador de la coronel Carabali, junto a un transbordador de los marines, y a dos marines que montaban guardia cerca de ella en tanto la coronel se concentraba en el movimiento de sus unidades.
—Me pregunto —comentó Desjani— si esos exprisioneros saben que los están rescatando o piensan que se ha desatado el Apocalipsis.
—Tal vez las dos cosas. Coronel Carabali, cuando sea posible, me gustaría que me informase sobre la operación.
La imagen de la coronel se abrió al instante.
—Es mejor de lo que esperábamos, señor. Casi todas las unidades han tenido bajas mientras nos retirábamos al centro del campo, pero solo la Tercera Compañía ha sufrido daños graves. Al parecer, terminaron en una zona en la que los guardias síndicos habían montado sus últimas defensas. La evacuación de los prisioneros liberados se está llevando a cabo sin nuevos contratiempos. Estimo que tardaremos unos cuarenta minutos en sacar a los últimos prisioneros y, después, necesitaremos otros veinte más hasta que se eleve el último transbordador de los marines.
—Gracias, coronel. Procuraremos mantener a los síndicos a raya hasta entonces.
Carabali hizo un gesto de sorpresa y, aunque en un principio Geary pensó que era la respuesta de la coronel a lo que él acababa de decirle, enseguida vio que se debía a algo que le habían comunicado en ese mismo instante por otro canal.
—Señor, unos guardias y sus familias proponen su rendición a cambio de que los saquemos de aquí y les proporcionemos un pasaje seguro.
—¿Familias? —Geary notó que el estómago se le daba la vuelta al pensar en las bombas que habían arrojado sobre el campo.
—Así es, señor. Nosotros tampoco habíamos avistado a ninguna. Un momento, señor. —Carabali se giró hacia unos prisioneros que pasaban cerca de ella e intercambió unas palabras apresuradas con ellos antes de reactivar la conexión con Geary—. Los exprisioneros dicen que las familias vivían fuera del campo. Los guardias debieron de introducirlas para ponerlas a salvo cuando empezaron los combates en el planeta.
—¿Y después se lanzaron a la batalla? —bramó Geary sin dar crédito a lo que estaba oyendo.
—Sí, señor. Según los hombres que estuvieron prisioneros aquí, en el subsuelo del sector norte del campo hay amplias zonas de almacenamiento, y creen que los guardias las mantenían a salvo allí.
Geary revisó rápidamente el visualizador del campo y comprobó que las áreas del norte apenas habían sufrido las consecuencias del enfrentamiento.
—Gracias a las estrellas del firmamento que tuvieron la lucidez suficiente para tomar esa decisión en lugar de ponerse a luchar contra nuestros marines en ese sector. ¿A qué se refieren con «un pasaje seguro»? ¿Adónde quieren ir?
—Un momento, señor. —Carabali le trasladó la pregunta a otra persona y esperó a que alguien se la formulara a los síndicos y a que le llegase la respuesta—. Desean salir del planeta, señor.
—Imposible.
—Dicen que quedarse aquí sería firmar su sentencia de muerte. Los rebeldes de la ciudad les exigieron que les entregaran a los prisioneros de la Alianza, pero los guardias se negaron a obedecerlos si no era por orden oficial. Los guardias afirman que mantuvieron a raya a los rebeldes hasta que llegamos nosotros, pero ahora que el campo está arrasado y se han producido tantas bajas a consecuencia de la batalla, no tendrán ninguna posibilidad una vez que nos marchemos.
—Maldita sea. —Geary se giró para poner al tanto a Rione y Desjani—. ¿Alguna sugerencia?
—Si no se hubieran enfrentado a nosotros —apuntó Desjani un tanto enfurecida—, podrían defenderse cuando nos marcháramos. Además, no podemos sacarlos del planeta; ninguna de nuestras naves tiene capacidad para alojar tantos prisioneros. Y, en cualquier caso, no les debemos ningún favor por haber intentado triturar a nuestros marines. Esta tumba se la han cavado ellos solos.
La copresidenta no se alegraba de la situación, pero coincidió con la capitana.
—Capitán Geary, dadas las circunstancias, no creo que haya manera alguna de ayudarlos.
—Sí, pero mientras la lucha continúe, seguiremos perdiendo hombres. —Geary se sentó y observó el visualizador durante unos instantes, sopesando las posibles opciones. Una le pareció especialmente sensata y decidió centrarse en ella, así que volvió a llamar a Carabali—. Coronel, esto es lo que les ofrecerá: ellos dejarán de resistirse y nosotros no seguiremos matándolos. Una vez que hayamos sacado a nuestros hombres, bombardearemos todos los accesos desde la ciudad cuando los guardias supervivientes y sus familias se hayan retirado en la dirección opuesta. Si alguien intentara atacarlos mientras aún los tenemos al alcance, les daremos la protección necesaria. Es el mejor trato que pueden hacer.
—Sí, señor. Se lo comunicaré y veré cuál es su respuesta.
Cinco minutos más tarde, cuando otra escuadrilla de aviones síndicos fue derribada en pleno vuelo y dos bombardeos de la Alianza hacían saltar por los aires otra batería terrestre de haces de partículas y otro puesto de lanzamiento de misiles listo para disparar, Carabali reabrió el canal.
—Están de acuerdo, señor. Dicen que están avisando a todos los guardias para que dejen de resistirse y se marchen con sus familias hacia el sector este del campo. Piden que no los ataquemos.
—De acuerdo, coronel, a menos que empiecen a dispararnos de nuevo.
—Les diré que cesen el fuego, pero enviaremos una tropa para vigilarlos, señor.
Durante los minutos que siguieron, los movimientos de los marines que se aproximaban al centro del campo empezaron a cambiar; unos aligeraron la marcha para llegar antes al centro, mientras que otros se desviaron para formar una línea defensiva entre el centro y los símbolos de los enemigos, que empezaron a aparecer cuando los guardias salieron al descubierto para retirarse al este. Geary aumentó la vista y, entre el polvo que saturaba el aire, divisó unas huellas infrarrojas que indicaban que estaban apareciendo más personas para unirse a la retirada. Al cambiar de vista nuevamente, se desplegaron varias ventanas que mostraban lo que estaban viendo los marines encargados de vigilar la salida de los síndicos. Los blancos sugeridos danzaban en las interfaces de los marines mientras estos observaban cómo los guardias síndicos, que llevaban armaduras de combate ligeras, guiaban a los civiles, que no contaban con ningún tipo de protección, a través de las calles del campo. Los marines tenían las armas en ristre, pero los síndicos respetaron su palabra y actuaron con premura, de modo que no tuvieron que abrir fuego.
Geary detuvo su recorrido por las vistas de los marines al oír la voz crepitante de un sargento.
—Ni se le ocurra, Cintora.
—Solo practicaba mi puntería —protestó Cintora.
—Si aprieta el gatillo, aténgase a las consecuencias.
—Mi sargento, lo destrozaron todo en Tulira y Patal…
—Baje el arma, ¡ahora!
Geary esperó un poco más, pero Cintora parecía haber comprendido que su acción no iba a quedar impune, así que decidió guardar silencio. Si el sargento no hubiese estado atento, o si odiara a los síndicos tanto como su subordinada, no era difícil imaginar qué habría ocurrido.
Un nuevo mensaje urgente llevó a Geary a centrarse de nuevo en la vista general.
—Las unidades de reconocimiento han detectado un tercer convoy de tierra con rumbo al campo desde el noroeste, así como lo que parece un grupo de intrusos que avanzan a pie desde el suroeste —informó la coronel Carabali—. Solicito que la flota abra fuego sobre estos dos objetivos.
Geary se tomó un momento para consultar la solución de ataque propuesta por los sistemas de combate. A continuación, pulsó un mando para dar su aprobación y vio como una cortina de proyectiles cinéticos caía sobre la superficie.
—Señor, el Consejo de Gobierno de Heradao Libre solicita un alto el fuego.
—¿Heradao Libre? Pero ¿no se llamaban Consejo de Gobierno de Heradao?
—Esto… sí, señor. Llaman por el mismo circuito que la última vez, y utilizan el mismo identificador de transmisión.
Geary miró a Rione.
—¿Alguna sugerencia de a qué puede deberse este cambio de nombre?
La copresidenta parecía frustrada.
—Es probable que no tenga ninguna relevancia. Podrían haberse unido a otro grupo de rebeldes y haber añadido «Libre» tras una deliberación; o quizá, simplemente, decidieron que «Libre» sonaba mejor; o tal vez hayan cambiado de dirigentes. Aunque podría deberse a otros motivos. En cualquier caso, no creo que el cambio de nombre deba preocuparnos mucho.
—Sin embargo, usted ha hablado con ellos. ¿Merecería la pena reabrir el diálogo?
—No.
Desjani enarcó las cejas, sorprendida.
—Una política que contesta con brevedad y concisión —murmuró no muy bajo para que Rione la oyera—. Las estrellas del firmamento han obrado el milagro.
—Gracias, capitana Desjani —dijo Geary—. Señora copresidenta, por favor, comuníquele al Consejo de Gobierno de Heradao Libre que neutralizaremos cualquier ataque dirigido contra nuestras naves o nuestro personal de tierra, y que eliminaremos a las tropas que avancen hacia el campo de prisioneros. Si cejan en su intento de asaltarnos, no abriremos fuego sobre ellos.
—Señor, tenemos otro problema. —La coronel Carabali parecía contrariada, indicativo de que se trataba de un contratiempo serio—. Las tropas de cortina del sector oeste del campo están detectando señales de que diversas tropas enemigas, altamente adiestradas y preparadas con equipos de sigilo máximo, están intentando cruzar las líneas de mis marines. Las detecciones son inestables y pequeñas, pero lo más probable es que nos estemos enfrentando a un pelotón de comandos de las Fuerzas Especiales Síndicas.
—¿De qué tipo de amenaza se trata? ¿Son solo exploradores? —preguntó Geary.
—El perfil de su misión, así como diversas señales recogidas por nuestros equipos, indican que es muy posible que vayan armados con munutranho, señor.
—¿Munutranho? —A Geary le pareció el nombre de alguna criatura extraña propia de un cuento de hadas.
—Munición nuclear transportable por el hombre —explicó Carabali.
Normal que la coronel estuviera preocupada. Geary consultó la línea de tiempo.
—Coronel, parece que no falta mucho para que pueda abandonar la zona. Aunque los comandos síndicos consigan colocar esas cosas, todavía tendrán que programar los temporizadores de forma que les dé tiempo a alejarse del área de la explosión. ¿Por qué no podemos salir de ahí antes de que los temporizadores activen las bombas?
Carabali sacudió la cabeza.
—Señor, he recibido formación sobre la munutranho de la Alianza, y todos los miembros de mi grupo, incluidos los instructores, consideraban que los temporizadores eran falsos. Al final, llegamos a la conclusión de que los blancos en los que merece la pena colocar una bomba son demasiado valiosos como para arriesgarse a un ataque frustrado, e incluso a que el enemigo pueda robar la bomba durante el tiempo necesario para que el atacante se aleje después de colocarla.
Geary la miró.
—¿Está diciendo que cree que la bomba explotará nada más colocarla?
—En efecto, o muy poco después, señor. Creo que encajaría con la lógica de los síndicos, señor. Así pues, podemos suponer que la munutranho estallará justo después de ser fijada y activada.
Este factor echaba por tierra la programación de Geary.
—¿Alguna recomendación, coronel?
—He desviado en su viaje de regreso a dos de los transbordadores, durante el tiempo necesario, para recoger dos onagros persas. De este modo…
—¿Onagros persas, coronel?
A Carabali le extrañó que Geary no los conociera.
—Simuladores de grupos de personal Marca Veinticuatro.
—¿Que hacen qué?
—Sirven para… simular grupos numerosos de personal. Un onagro persa utiliza diversos tipos de medidas activas para crear la ilusión de que hay muchas personas presentes: los batidores sísmicos generan vibraciones en el suelo similares a las de un grupo de hombres que caminan de aquí para allá; los parásitos infrarrojos originan huellas caloríficas en la zona; otros parásitos producen sonidos audibles; los transmisores elaboran un cierto nivel de tráfico de mensajes y una actividad sensorial continua que simula la de una tropa militar emplazada en la zona, entre otras señales. Para alguien que utilice sensores remotos no visuales, los onagros logran que parezca que hay mucha gente en una zona determinada.