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Authors: Jack Campbell

Tags: #Ciencia-Ficción

Incansable (22 page)

El consultor que respondió habló con cautela.

—¿Debemos ordenarle a la copresidenta Rione que acuda a la sala de reuniones, capitana?

Desjani le lanzó una agria mirada a Geary antes de contestar.

—No. Infórmela de que el capitán Geary solicita que se persone allí con carácter de urgencia junto con el comandante Fensin. Así, guardaremos las formas diplomáticas.

Fensin sonreía mientras tomaba asiento en la sala de reuniones al tiempo que Desjani sellaba la escotilla. Rione se sentó al lado del comandante, impasible pero sin apartar la mirada de la capitana.

Geary no se anduvo por las ramas.

—Comandante Fensin, ¿qué ocurre con los tres oficiales veteranos de la Alianza que se contaban entre los prisioneros?

La sonrisa se desvaneció del rostro del comandante y fue sustituida por una expresión que reflejaba una mezcla de emociones.

—¿Qué podría ocurrir?

—Sabemos que hay un problema. ¿Por qué si no iban a temer la reacción de los demás exprisioneros?

—Me temo que no le entiendo.

Desjani tomó la palabra.

—Es posible que este término le aclare las cosas: «traición».

Fensin se quedó inmóvil. Instantes después, deslizó los ojos hasta Desjani.

—¿Cómo lo ha sabido?

—Soy la oficial al mando de un crucero de batalla —le recordó—. ¿Qué hicieron exactamente?

—Hice un juramento…

—Comandante, el único juramento que importa aquí es el de fidelidad a la Alianza —dijo Desjani—. Como su superior, le exijo que nos proporcione un informe detallado.

Geary observó que la capitana había tomado el control del interrogatorio, pero, puesto que estaba empezando a conseguir las respuestas necesarias, prefirió no intervenir.

En cambio, Rione sí.

—Me gustaría que me explicaran a qué se debe todo esto. El comandante Fensin ni siquiera ha tenido ocasión aún de completar su revisión médica.

Fue Geary quien le contestó.

—Creo que tendrá la explicación que espera una vez que el comandante Fensin responda a las preguntas de la capitana Desjani.

Fensin, que no apartaba la mirada de Desjani, se reclinó en su asiento y se frotó la cara con las dos manos.

—No me gusta nada todo esto. Si alguna vez conseguíamos salir con vida, todos debíamos ser discretos hasta que los cogiéramos; como si fuéramos una panda de asesinos en lugar de miembros del Ejército de la Alianza. Pero a medida que los años iban pasando, uno tras otro, parecía cobrar sentido. Nunca nos rescatarían, jamás volveríamos a ser libres. Teníamos que pasar a la acción si queríamos que se hiciera justicia. Y las reglas no cambiaron cuando nos rescataron. Habíamos acordado hacerlo cuando se presentara la oportunidad.

Rione estiró el brazo y cogió la mano de Fensin.

—¿Qué sucedió?

—Más bien, ¿qué no sucedió? —Fensin llevó los ojos hasta el mamparo del fondo de la sala, con la mirada perdida en el pasado—. Nos traicionaron, Vic. Ellos tres.

—¿Cómo? —exigió saber Geary.

—Teníamos un plan: secuestrar uno de los transbordadores de suministros síndicos. Sin embargo, nadie podía decir nada. Había que llegar al puerto espacial y hacerse con una nave. Solo podrían salir veinte prisioneros, pero harían llegar una valiosa información al espacio de la Alianza: quién había en el campo, lo que sabíamos acerca de la situación tras la frontera del espacio síndico… Ese tipo de cosas. —Fensin movió la cabeza—. Supongo que parece una locura. Solo había una probabilidad entre un millón de que funcionase, pero, dado que la única alternativa que teníamos era pasar la vida como prisioneros de guerra, algunos pensamos que merecía la pena correr el riesgo. Los tres oficiales veteranos nos recomendaron que no lo intentáramos, y les recordamos que era factible llevar a cabo las órdenes relativas a la resistencia al enemigo recogidas en el reglamento de la Alianza. Así que decidieron alertar a los síndicos; era el único modo de desbaratar el plan, y los avisaron. Se lo contaron todo porque las represalias contra los prisioneros que permanecieran en el campo serían demasiado crueles, o porque habían acordado mantenernos controlados y que no molestáramos a los síndicos a cambio de ciertos privilegios para nosotros. ¡Privilegios! Alimento suficiente, la debida atención médica… Esas cosas a las que los síndicos estaban obligados a proporcionarnos de todos modos por simple humanidad.

Fensin cerró los ojos.

—Cuando los síndicos tuvieron conocimiento del plan, nos sometieron a una serie de interrogatorios hasta que identificaron a diez de los prisioneros que iban a secuestrar el transbordador. Entonces, los fusilaron.

—¿Fue un incidente aislado? —preguntó Geary—. ¿O se trataba de algo habitual?

—Era algo habitual, señor. Podría pasarme un día entero contándole historias parecidas. Hacían lo que los síndicos querían y nos decían que era por nuestro bien. Insistían en que, si nos callábamos y nos portábamos bien, todos saldríamos beneficiados. En cambio, si nos resistíamos, los síndicos nos aplastarían.

Desjani parecía morirse de ganas de intervenir.

—Esos tres oficiales se centraron en un punto de su misión: el cuidado del resto de prisioneros. Se olvidaron de sus otras responsabilidades.

Fensin asintió con la cabeza.

—Así es, capitana. A veces, incluso los entendía. Entre los tres llevaban más de un siglo siendo prisioneros de guerra.

—Un siglo no es tiempo suficiente para olvidarse de lo importante —replicó Desjani mirando a Geary.

Geary golpeteó la superficie de la mesa para captar la atención de Fensin, incomodado por el comentario de la capitana a pesar de la verdad contenida en el mismo o, tal vez, precisamente por su franqueza.

—¿A qué viene esta conspiración silenciosa? ¿Por qué no nos dijeron desde el principio lo que habían hecho los tres oficiales?

—Queríamos matarlos nosotros mismos —reveló Fensin sin reserva—. Celebramos una serie de consejos de guerra con carácter excepcional y en secreto por necesidad, tras los cuales se obtuvo un veredicto de traición en los tres casos. La pena por traición en tiempos de guerra es la muerte; queríamos asegurarnos de que las sentencias se ejecutaran antes de que esos tres oficiales encontrasen un abogado que consiguiera que los juzgaran por cargos menores. Y, la verdad, deseábamos vengar a los que murieron. —Miró a los demás—. No se imaginan cómo puede llegar a sentirse uno en esa situación. Me gustaría… ¿Tenemos acceso a imágenes del campo? ¿Antes de que nos liberaran?

—Desde luego. —Desjani introdujo algunos comandos. Sobre la mesa apareció una vista cenital del campo de prisioneros de Heradao en la que se apreciaba el lugar antes de que quedase arrasado en la contienda por liberar a los presos.

El comandante Fensin, con la torpeza de alguien a quien no se le ha permitido tocar un mando durante años, amplió la imagen de un sector del campo. A medida que la vista se acercaba, Geary distinguió un gran descampado que estaba parcialmente cubierto de ordenadas hileras de marcadores.

—Un cementerio.

—Sí —asintió Fensin—. El campo de prisioneros llevaba unos ochenta años funcionando. En él nació y murió una generación de hombres. Nunca llegó a haber muchos ancianos debido a las duras condiciones de vida y la exigua atención médica. —Detuvo la vista en los marcadores de las tumbas—. Estábamos convencidos de que, tarde o temprano, todos terminaríamos en ese descampado. A los prisioneros no se nos informaba de nada, así que ¿por qué íbamos a esperar que la guerra terminara alguna vez? Después de cinco, diez o veinte años, incluso las creencias más firmes terminan doblegándose a la resignación. Nunca volveríamos a ver a nuestra familia, jamás regresaríamos a casa. Lo único que teníamos era la compañía de los demás prisioneros y la poca dignidad que pudiéramos conservar como miembros del Ejército de la Alianza.

Miró a Rione como si ella fuera la única persona a la que quisiera convencer.

—Nos dieron la espalda. Nos traicionaron. Aquello era lo único que nos quedaba y no lo respetaron. Claro que queríamos matarlos.

Todos permanecieron en silencio durante unos instantes, hasta que Desjani señaló la imagen que seguía mostrándose ante ellos.

—¿Los marines recogieron los registros de las tumbas mientras estuvieron en tierra? ¿Los nombres de los que descansan allí?

—Lo dudo. —Fensin se dio unos golpecitos en la cabeza con un dedo—. No era necesario. Todos tuvimos que memorizar nombres. Yo era de los que debían recordar a los muertos cuyos apellidos comenzaran por F. La lista de los fallecidos que honrar la llevamos en nuestros recuerdos. No podíamos llevárnoslos a casa porque ya se habían reunido con nuestros ancestros, pero les llevaremos sus nombres a sus familiares.

Por un momento, Geary imaginó a los prisioneros repasando concienzudamente los nombres de los que ya no estaban, cotejando sus respectivas listas, recogiendo las múltiples identidades por medio de la única forma de registro con la que contaban. Año tras año, a medida que las listas se iban extendiendo, sin saber nunca si aquellos nombres llegarían a oídos de la Alianza, seguían esforzándose de todos modos por recordar. No le costó imaginarse cómo debían de sentirse los prisioneros en aquel campo, y no le extrañaba que creyeran que sería su cárcel hasta el día en que murieran. Era lógico que tuvieran la necesidad de celebrar aquellos rituales y que se sintieran traicionados.

—De acuerdo. —Geary interrogó con los ojos a Rione.

La copresidenta bajó la vista y asintió.

—Lo creo.

—Yo también —añadió Desjani sin vacilar.

Geary pulsó los mandos del sistema de comunicación.

—Capitán Tulev, lleve a los tres oficiales veteranos a un transbordador junto con una unidad de guardias marines. Condúzcalos a… —Sopesó las distintas opciones que tenía. Necesitaba una nave en la que no hubiera más exprisioneros de Heradao, pero estos estaban repartidos entre todos los buques de guerra.

No tenía ninguna nave para ellos.

—A la
Titánica
. Llévelos a la
Titánica
con la orden de mantenerlos vigilados hasta nuevo aviso. Todos están bajo arresto.

Tulev asintió como si no se extrañara.

—¿Con qué cargos? Estamos obligados a informar de los mismos a aquellos que sean arrestados.

—Traición y negligencia en favor del enemigo. Me dijeron que estaban preparando un informe sobre sus acciones, así que asegúrese de que disponen de los medios necesarios para elaborarlo; quiero leerlo. —Eso no era del todo cierto. Lo último que quería hacer era consultar aquel documento si lo que el comandante Fensin acababa de declarar era cierto. Con todo, estaba obligado a ver lo que los tres oficiales argüían en su defensa.

Una vez que Tulev se hubo despedido, Geary volvió a mirar a Fensin.

—Gracias, comandante. Creo que puedo prometerle que, si los demás exprisioneros nos confirman lo que usted nos acaba de contar, en los consejos de guerra oficiales que se celebren en el territorio de la Alianza se llegará a las mismas conclusiones que nos ha expuesto.

—¿Tendremos que esperar? —preguntó Fensin con sorprendente tranquilidad—. Podría ordenar que los fusilaran ahora mismo.

—Comandante, no es así como acostumbro a resolver los problemas. Si se demuestra lo que nos ha dicho, esos tres oficiales se condenarán a sí mismos con su informe y, entonces, nadie dudará de la necesidad de que se haga justicia.

—Pero la capitana Gazin es muy mayor —replicó Fensin—. Podría morir antes de que lleguemos al espacio de la Alianza, y eso sería como si escapara del castigo que se merece.

Desjani le respondió con su habitual voz de mando.

—Comandante, si la capitana muere, las mismísimas estrellas se encargarán de juzgarla y hacer justicia. Nadie puede escapar de ellas. Usted es un oficial de la flota de la Alianza, comandante Fensin. Se comportó como tal durante el tiempo que estuvo prisionero. No lo olvide ahora que ha regresado.

Rione endureció su expresión, pero Fensin se limitó a mirar a Desjani durante unos instantes hasta que, finalmente, hizo un gesto de asentimiento.

—Sí, capitana. Le pido disculpas.

—No tiene por qué disculparse —le aseguró Desjani—. Ha vivido un infierno y ha cumplido con su deber al contarnos la verdad. Siga haciendo su trabajo, comandante. Nunca dejó de formar parte de la flota, pero ahora está con nosotros de nuevo.

—Sí, capitana —repitió Fensin al tiempo que se incorporaba.

Rione miró a Geary.

—Si hemos terminado, me gustaría hablar en privado con el comandante Fensin y, después, acompañarlo para que complete su revisión médica.

—Por supuesto. —Geary y Desjani se levantaron al mismo tiempo y los dejaron solos. El comandante de la flota se giró hacia atrás mientras la escotilla se cerraba y vio a Rione, que seguía agarrando la mano de Fensin, en silencio—. Maldita sea —murmuró para Desjani.

—Sí, maldita sea —convino la capitana—. ¿Está seguro de que no deberíamos fusilarlos en este mismo instante?

De modo que Desjani también se sentía tentada; no obstante, había optado por no discutir con él delante de los demás para que no pensaran que cuestionaba su autoridad.

—¿Seguro? No. Pero tenemos que hacerlo bien. No podemos dejar que parezca que nos regimos por el clamor de la muchedumbre. Ha hecho un buen trabajo en el interrogatorio de Fensin. ¿Cómo sabía que hablaría si lo azuzaba con el tema de la traición?

Desjani torció el gesto.

—Mantuve algunas conversaciones con el teniente Riva. En diversas ocasiones mencionó ese tipo de cosas. En realidad, antes no lo entendía, pero recordé cómo se encolerizaba cada vez que hablaba de personas que él creía que eran demasiado complacientes con los síndicos. Esto me hizo acordarme de lo que me dijo. —Desjani miró al otro extremo del pasillo y añadió con voz monótona—: No es que suela pensar mucho en Riva, de todas formas.

—Entiendo. —Inesperadamente, Geary se dio cuenta de que acababa de sentir el mordisco de los celos. Debía cambiar de tema de inmediato—. Me pregunto si yo habría terminado eligiendo el mismo camino que esos tres oficiales si me hubieran capturado.

Desjani le clavó una mirada reprobatoria.

—No, eso no habría sucedido. Usted se preocupa por los hombres que tiene a su mando, pero también conoce los riesgos que deben asumir. Siempre ha sabido equilibrar ambos factores.

—Me preocupo tanto por ellos que los envío al matadero —dijo Geary, que notaba como sus palabras brotaban empañadas de amargura.

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