—Se diría que manejan cantidades desmesuradas de X y de Y —comentó Geary mientras leía la solicitud interceptada.
—Así es, señor. —Íger exhaló un largo suspiro—. Suponiendo que se trate de un suministro estándar para sesenta días, algo muy habitual entre los síndicos, y de una agrupación normal de unidades, esta solicitud serviría para abastecer a una fuerza de entre quince y veinte acorazados, unos quince o veinte cruceros de batalla y entre cien y doscientos cruceros pesados, cruceros ligeros y naves de caza asesinas.
Geary se vio asaltado por varias emociones al mismo tiempo, algunas bastante negativas. ¿Cómo podía existir todavía una fuerza síndica tan numerosa? Su flota había combatido heroicamente y había sufrido múltiples bajas, y parecía que el camino a casa estaba despejado… hasta ese momento. Intentó centrarse en las preguntas más constructivas.
—¿Seguro que todo esto no guarda ninguna relación con las tropas que acabamos de eliminar?
—Seguro, señor. Es imposible. Se estaba enviando al exterior del sistema estelar.
—¿Está sugiriendo que existe una fuerza síndica tan numerosa y que se encuentra en un sistema estelar no muy alejado de este?
—Sí, señor. —Geary no podía ignorar las palabras de Íger; el teniente nunca se andaba con rodeos a la hora de dar malas noticias.
—¿Cómo? ¿Cómo es posible que los síndicos cuenten con una fuerza tan descomunal sin que nuestros servicios de Inteligencia se hayan dado cuenta?
Íger matizó de nuevo.
—Tan solo es una suposición, señor, pero me temo que muy acertada. En una parte del tráfico de mensajes que creemos que guarda relación con la flotilla de reserva se mencionan dos sistemas estelares síndicos: Surt y Embla.
—¿Surt? ¿Embla? —Aquellos nombres le resultaban ligeramente familiares, aunque no recordaba muy bien por qué—. No consigo recordar dónde se ubican.
—Se encuentran muy lejos del espacio de la Alianza —explicó Íger mientras se acercaba al visualizador estelar que tenía junto a él—. Aquí, en la frontera síndica más alejada de la Alianza.
De pronto, todo tenía sentido.
—Una flotilla de reserva, mantenida como medida de seguridad en la frontera síndica para enfrentarse a los alienígenas si estos decidían atacarlos.
—Exacto, señor —convino Íger—. Esa es la interpretación más lógica. Una fuerza emplazada lo bastante lejos de la Alianza para que no pudiéramos detectarla y, así, no llegar nunca a saber de su existencia. Pero ahora al enemigo le preocupa tanto que volvamos a casa con una llave síndica de hipernet que se ha visto obligado a trasladar la flotilla para tratar de detenernos.
—Maldita sea. Esto nos viene muy mal.
—Mucho, señor.
—¿Alguna idea de dónde podrían estar ahora? —preguntó Geary sin apartar la vista del visualizador estelar.
—No muy lejos de aquí —sugirió Íger—. En teoría, en algún sistema estelar que se encuentre a uno o dos saltos de distancia. O, al menos, habrán estado a esa distancia hace muy poco.
—¿Kalixa, tal vez? Era uno de los destinos que barajábamos cuando estábamos en Dilawa. Allí podrían haber defendido la puerta hipernética; de ese modo, la puerta les permitiría cambiar de posición rápidamente en el caso de que al final no nos dirigiéramos a Kalixa.
Íger asintió.
—Es una teoría muy coherente, señor, pero las naves de guardia que salgan de aquí no tardarán en llegar a Kalixa, donde darán el aviso de que partimos hacia Heradao, de modo que podrían trasladarse a un sistema estelar desde el que cortarnos el paso.
Así que todavía quedaba una gran batalla que librar, tal vez con una fuerza veterana bien abastecida de células de combustible y armamento. La ira que este cambio de suerte despertó en Geary se aplacó cuando pensó en lo que podría haber ocurrido si la flota de la Alianza se hubiera encontrado con la flotilla síndica de reserva sin saber siquiera de su existencia.
—Teniente Íger, usted y sus hombres han realizado un trabajo excelente. Esta es una información de carácter decisivo. Bien hecho.
Íger se llenó de orgullo.
—Gracias, señor. Me aseguraré de trasladarle su felicitación a todo el equipo de los servicios de Inteligencia. —En ese momento, el oficial de Inteligencia pareció inquietarse—. Señor, sé que nuestra prioridad es preocuparnos por las consecuencias que esto podría suponer para nosotros, pero, si el enemigo lleva quién sabe cuánto tiempo manteniendo una gran fuerza a lo largo de su frontera, junto con lo que quiera que sean esos alienígenas, debe de tener una buena razón para desconfiar de lo que estos puedan hacer. ¿Y si los alienígenas descubren que la flotilla de reserva ha abandonado la frontera?
—Buena pregunta, teniente, pero estoy seguro de que ya se han dado cuenta. —Geary señaló los símbolos de las puertas hipernéticas—. Si los alienígenas pueden redirigir las naves situadas dentro de una hipernet, podemos deducir que saben cuándo las naves están utilizando esa hipernet, y la única forma de que la flotilla de reserva pudiera llegar tan lejos en un período de tiempo razonable es utilizando la hipernet síndica.
—Entonces saben que tienen una oportunidad única. —Íger se mordió el labio—. Y si destruimos la flotilla de reserva, algo que tendremos que hacer si nos cruzamos con ella, les estaremos allanando el camino.
Geary estudió el territorio de los Mundos Síndicos representado en el visualizador estelar e imaginó lo que podría ocurrir si los líderes síndicos perdían el control de los sistemas estelares disidentes, si su flota se volvía durante un tiempo demasiado débil para defender el espacio síndico y si los alienígenas decidían atacar en ese momento. Por lo que Geary sabía de historia, los imperios solían ser tan grandes como su capacidad de mantener bajo control a la población. Cuando la perdían, no tardaban en venirse abajo, y los Mundos Síndicos, excepto por su nombre, conformaban un auténtico imperio.
Debía destruir la flotilla síndica de reserva para poder llevar a casa a su flota, pero sabía que, al hacerlo, podría provocar que muchos sistemas estelares controlados por los síndicos terminasen igual que Heradao.
—¿Señor —preguntó Íger interrumpiendo la meditación de Geary—, tenemos alguna idea de cuáles pueden ser las intenciones de los alienígenas?
—No, teniente. Solo podemos hacer conjeturas basándonos en los pocos indicios que tenemos. Tampoco sabemos cuáles son sus capacidades, que son tan importantes como sus intenciones. Seguimos sin conocer prácticamente nada acerca de esos alienígenas. Teniente Íger, si nos topamos con esa flotilla de reserva, necesitaremos capturar a tantos oficiales síndicos veteranos como podamos, para averiguar lo que saben. Estoy seguro de que estarán al corriente de todo aquello que los síndicos hayan conseguido averiguar sobre los alienígenas.
—Es lo más probable, señor —convino Íger—. Aunque le sorprendería saber que hay quien se esfuerza por mantener los secretos y procura que ese tipo de información importante no llegue a quienes más la necesitan por miedo a que termine filtrándose.
—¿Se trata de una práctica habitual? Qué digo, claro que sí. Quizá fue eso lo que ocurrió cuando los onagros persas originales se pusieron a hacer ruido.
Había llegado el momento de celebrar una nueva reunión de la flota. Geary ya no detestaba aquellas juntas como antes, pero no le cabía la menor duda de que algunos de los oficiales cuyas imágenes se mostraban alrededor de la mesa virtual estaban conspirando contra él y contra varias naves de la flota. No obstante, la mayoría de los oficiales al mando se mostraban animados, tanto por la última victoria como porque pensaban que dentro de poco estarían en casa.
Por desgracia, aquel también era el momento de darles la mala noticia.
—Le he pedido al teniente Íger, de los servicios de Inteligencia, que nos acompañe y sea él quien los informe acerca de algo de lo que hemos estado hablando. —Mientras se sentaba, le hizo un gesto con la mano a Íger para cederle la palabra. Y, como ya sabía lo que el teniente iba a decir, se centró en observar la reacción de los convocados.
La alegría previa dio paso a la incredulidad y esta, a un sentimiento generalizado de rabia.
El capitán Armus se encargó de formular la pregunta que todos se estaban haciendo.
—¿Cómo han podido equivocarse tanto los servicios de Inteligencia?
Fue Geary quien respondió.
—Tal como me explicó el teniente Íger, la flotilla de reserva se había mantenido tan alejada del espacio de la Alianza que no se pudo detectar ningún rastro de su existencia.
—¿Por qué? —preguntó el oficial al mando del
Arrojado
—. Estamos hablando de un gran número de naves que los síndicos podrían haber utilizado en distintas ocasiones. ¿Por qué dejarlas apartadas en la frontera del espacio síndico más alejada de la Alianza?
—Solo podemos hacer conjeturas —contestó Geary. En realidad le estaba diciendo la verdad; todo lo que se sabía de los alienígenas de aquella región del espacio síndico eran meras especulaciones—. El caso es que eso es lo que hicieron, y ahora parece que han traído esa flotilla hasta aquí.
—¿Dónde están? —le preguntó a Íger el oficial al mando de la
Dragón
.
—Creemos que deben de encontrarse a un salto o dos de Heradao.
Geary activó el visualizador estelar y lo centró en esa región.
—Cuando llegamos a Heradao, la capitana Desjani y yo nos preguntamos por qué la flotilla síndica emplazada aquí habría dejado despejado el camino hacia Kalixa. Tal vez fuera porque la flotilla de reserva nos esperaba allí. Si hubiéramos seguido ese camino, la flotilla síndica nos habría seguido y nos habríamos visto atrapados entre dos potentes fuerzas enemigas.
—La clásica estrategia síndica —gruñó el capitán Badaya—. ¿Cuánto tiempo esperarán en Kalixa para ver si aparecemos?
Desjani señaló el visualizador.
—Una nave de caza asesina síndica que había detenida en el punto de salto hacia Kalixa saltó hacia allí después de que derrotásemos a la flotilla aquí emplazada. Hay otra cerca de ese punto de salto que está esperando a ver qué camino tomamos y, por supuesto, también hay dos naves de caza asesinas en las proximidades del punto de salto hacia Padronis.
Badaya estudió las imágenes del visualizador y asintió.
—Atalia. Lo sabrán cuando saltemos hacia Padronis; se darán cuenta de que no podemos llegar a Kalixa desde Padronis, así que se dirigirán hacia Atalia, porque saben que tenemos que ir por ese camino, e intentarán detenernos allí.
—Es una teoría muy razonable —observó Geary—. El teniente Íger y yo llegamos a la misma conclusión.
—Se diría que estamos quitando importancia a errores que son muy graves —dijo la capitana Kila en un tono moderado que contrastaba con su acusación—. ¿Cómo es posible no haber detectado una flotilla síndica compuesta, en parte, por veinte acorazados y veinte cruceros de batalla? —El teniente Íger, visiblemente incomodado por el comentario, quiso responderle—. No, teniente. No me interesan sus excusas. Si fuera un oficial de línea, lo habrían relevado ya por causa grave y…
—¡Capitana Kila! —intervino Geary con tal firmeza que la capitana se calló de inmediato—. El teniente Íger trabaja para mí, no para usted. De no haber sido por su esfuerzo y el de sus subordinados, ni siquiera sabríamos de la existencia de esa flotilla.
Kila le lanzó una mirada gélida.
—¿Quiere decir entonces, capitán Geary, que no le parece correcto responsabilizar de sus errores a quien se equivoca?
Geary notó como si se rompiera algún mecanismo dentro de él.
—De ser así, capitana Kila, debería responsabilizarla a usted por la pérdida del crucero de batalla
Oportuna
.
Un silencio sepulcral se apropió de la sala al completo.
Geary vio de soslayo que Desjani le recomendaba con los ojos que se contuviera. Sabía lo que la capitana le diría en voz alta si pudiera: «No puede enfrentarse a una oficial de esta flota por ser demasiado agresiva. Ninguno de sus oficiales lo aprobaría, ni siquiera en estas circunstancias».
Kila parecía haberse quedado pensando la respuesta adecuada.
El capitán Cáligo tomó la palabra antes de que Kila consiguiera reaccionar.
—Ahora debemos centrarnos en el futuro, no en el pasado. El enemigo son los síndicos, no los oficiales de esta flota.
Aunque sus palabras no revelaban nada nuevo, quizá, precisamente por eso, consiguieron aliviar la tensión que se respiraba en la sala.
—Cáligo tiene razón. No importa de dónde salieran los síndicos —declaró el capitán del
Vengativo
—. Nos encontraremos con ellos en Atalia, y eso es lo único que debería preocuparnos ahora mismo.
Geary respiró hondo.
—De acuerdo. Nos espera una última batalla antes de saltar hacia Atalia desde Padronis. Lo peor que podría pasarnos es que tuviéramos que luchar nada más alcanzar la salida, pero los síndicos no parecen seguir utilizando esa táctica. Cuando dispongamos del tiempo necesario para evaluar sus posiciones y su formación, entraremos y acabaremos con ellos.
—Apenas dispondremos de células de combustible —recordó Tulev—. No pudimos evitar la pérdida de la
Trasgo
, y eso empeoró mucho las cosas.
—Lo sé. Eso significa que ganaremos a pesar de nuestra situación logística. —En aquellas circunstancias, sus palabras resultaban muy inspiradoras, aunque no dejaran de ser banales. En cualquier caso, no se le ocurría nada mejor que decir.
—Somos mejores que ellos —añadió Desjani con un tono templado—. Podemos combatir con más inteligencia y mayor dureza. —Los oficiales que ocupaban la mesa empezaron a animarse al escucharla. Badaya la miró con un gesto de aprobación del que la capitana no pareció darse cuenta. Kila le arrojó su mirada más desdeñosa, pero Desjani también ignoró su expresión—. Venceremos de nuevo porque, además, combatimos guiados por un líder contra el que los síndicos no pueden presentar un rival digno.
Su discurso caló hondo. Incluso Tulev esbozó una sonrisa.
—Esto último no puedo discutirlo. Teniendo en cuenta su historial de batallas contra el enemigo, confío plenamente en el capitán Geary.
—Gracias —dijo el comandante de la flota—. Ahora todos conocen la situación a la que nos enfrentamos. Neutralizaremos a esta flotilla síndica igual que hemos hecho con todas las flotillas enemigas que se han cruzado en nuestro camino anteriormente. Creo que no hay muchas posibilidades de que esa flotilla de reserva se encuentre en Padronis, pero, por si acaso, también estaremos preparados cuando lleguemos allí. Volveré a verlos de nuevo en Padronis.