Una vez que todas las presencias virtuales se hubieron desvanecido y el teniente Íger se hubo marchado de la sala, apresuradamente y con un alivio mal disimulado, Geary se giró hacia Desjani y se encogió de hombros.
—Lo siento, he perdido los nervios con Kila.
—Es lo que ella pretendía —señaló Desjani—. Señor, no olvide que es una enemiga, por lo que, al tratar con ella, debe seguir las mismas reglas que con los síndicos. No deje que le tienda una emboscada.
—De acuerdo. Lo entiendo. La próxima vez que vaya a decir una estupidez, no dude en darme una buena patada.
Desjani enarcó las cejas.
—Sin duda, así conseguiría atraer unas cuantas miradas más. De hecho, parece que últimamente me gano muchas cada vez que abro la boca.
—Sí, tiene razón. Será mejor que se limite a lanzarme con discreción esa mirada suya que dice «no siga por ese camino».
—¿Tengo una mirada que dice «no siga por ese camino»?
—Oh, ya lo creo que sí. No finja que no sabe de lo que le hablo.
—No tengo ni idea. —La capitana se encaminó hacia la escotilla—. En cualquier caso, tenga cuidado con lo que dice de Kila. Está esperando el menor motivo para atacarlo.
—Solo una cosa más. —Desjani se detuvo—. La copresidenta Rione me pidió que le diera las gracias por la forma en que se dirigió al comandante Fensin. Le vino muy bien.
Desjani se encogió de hombros.
—Solo hice mi trabajo, señor. De cualquier manera, me alegro de haber sido de ayuda para el comandante Fensin.
—¿Quiere que le traslade su respuesta a la copresidenta? —dijo Geary con la esperanza de que las dos mujeres limaran sus asperezas.
—No, señor. No quisiera que se viera obligado a hablar con ella en mi nombre.
Geary se quedó observándola mientras se alejaba, consciente de que la enemistad entre ambas mujeres surgió, en parte, por su culpa, y que a aquel enfrentamiento sí que no sabía cómo ponerle fin.
Aún quedaba una cosa que hacer antes de que la flota abandonase Heradao. Ya había tenido lugar en todos los sistemas estelares en los que la flota había combatido, aunque eso no lo hacía más fácil. Geary vestía un uniforme de gala y estaba firme en la dársena del transbordador, ante una guardia ceremonial de marines y tripulantes ataviados también con sus trajes más formales. Todos los presentes lucían en el brazo izquierdo una cinta negra con amplios ribetes dorados.
Geary carraspeó y procuró hablar con un tono sereno.
—Toda victoria tiene su precio. En este sistema estelar hemos perdido a muchos compañeros que lucharon por su hogar y su familia, por aquello en lo que creían, por los amigos que combatían junto a ellos. Ahora es el momento de despedir a quienes cayeron con honor en el campo de batalla. Honremos su recuerdo y brindemos todo nuestro apoyo a los que dejan detrás. Sus espíritus han partido ya al encuentro de sus ancestros y, ahora, sus cuerpos serán confiados a una de las balizas que las estrellas del firmamento han puesto a nuestra disposición. Desde aquí les elevamos nuestro agradecimiento y nuestras oraciones.
La capitana Desjani dio un paso hacia delante, con rostro inmutable, y giró sobre sus talones para colocarse de cara a los marines.
—¡En ristre! —Los marines alzaron sus armas—. ¡Fuego! —Los fusiles, configurados con el nivel de descarga más bajo, liberaron hacia lo alto un abanico de luces intermitentes—. ¡Fuego! —Más destellos—. ¡Fuego!
Desjani retrocedió.
Geary se volvió para mirarla.
—Que los restos de los honorables caídos inicien su último viaje.
Desjani lo saludó y giró de nuevo sobre sus talones para transmitir la orden a todas las naves de la flota que habían sufrido bajas.
La flota de la Alianza liberó a los fallecidos. Centenares de cápsulas contenedoras de cadáveres; toda una flotilla de difuntos que partía hacia la estrella Heradao.
Geary podía escuchar a Desjani rezando en voz baja, así como el murmullo de las plegarias de los que lo rodeaban. Guardó unos instantes de silencio, susurrando algunas palabras que dirigió a sus ancestros por los que ya no estaban, y, finalmente, dio la orden que concluía la ceremonia.
—¡Rompan filas!
Los marines y los tripulantes, junto con otros que también habían asistido a la ceremonia, se fueron disgregando poco a poco. Geary permaneció en silencio, con los ojos fijos en una gran pantalla que mostraba la multitud de cápsulas fúnebres que se iban alejando de la flota.
Desjani se acercó a él.
—Siempre es la parte más dura —comentó—. Decir adiós.
—Sí, me gustaría haberlos podido llevar a casa para darles sepultura en su mundo natal.
La capitana hizo un gesto negativo.
—No es nada práctico. Habríamos tenido que adornar con guirnaldas fúnebres el exterior del casco de las naves, lo cual no serviría para honrarlos. En cambio, enviándolos al abrazo de una estrella, podemos despedirnos de ellos de la manera más digna.
—En mis tiempos, no era muy frecuente celebrar funerales en el espacio —dijo Geary—. Aunque es cierto que tampoco teníamos que despedirnos de tantos caídos.
—Es el lugar más apacible que se puede imaginar —insistió Desjani mientras se ponía una mano sobre el corazón—. Todo lo que somos procede de las estrellas. Ahora, los caídos regresan a su origen, y, algún día, ese astro despedirá los elementos que lo componen, tal como las estrellas vienen haciendo desde el principio. Y, con el tiempo, esos elementos se combinarán para dar origen a nuevas estrellas, nuevos mundos y nuevas vidas. «De las estrellas venimos —citó—, y a las estrellas regresaremos.» Este es un buen final, el mayor honor que podemos rendirles a los que cayeron junto a nosotros.
—Tiene razón. —Ni siquiera quienes menos creyeran en la utilidad del Ejército podrían rebatir la verdad contenida en las palabras de Desjani, y, aunque a Geary le desconcertaba la escala de tiempo que se necesitaba, también lo reconfortaba formar parte de un ciclo eterno simbolizado por las franjas doradas que ribeteaban el brazalete de luto que llevaba. Luz, oscuridad y, de nuevo, luz. La sombra era tan solo un intervalo.
—Y no olvide nunca —añadió Desjani— que de no haber sido por usted, todos los miembros de esta flota habrían muerto ya o estarían prisioneros en un campo de trabajo síndico, sin nada que esperar de la vida, excepto morir lejos de sus seres queridos.
—No lo hice yo solo. No podría haberlo conseguido sin el esfuerzo y el coraje de todos esos hombres y mujeres. Pero se lo agradezco. Me da muchas fuerzas cuando más las necesito.
—No hay de qué. —Por un instante, la capitana posó su mano sobre el brazo de Geary, cerca del brazalete de luto, y, después, se marchó sin decir nada.
Geary permaneció en la dársena un rato más, viendo las cápsulas alejarse en su viaje hacia la estrella.
Horas más tarde, la flota de la Alianza inició el salto hacia Padronis, dejando sumidas en la guerra civil a las ciudades de los distintos planetas de Heradao, que, poco a poco, se iban perdiendo en la lejanía.
Padronis, otro sistema estelar que los humanos habían abandonado, no tenía nada que pudiera interesar a la flota de la Alianza. Geary sacudió la cabeza mientras examinaba las valoraciones de los sensores de la flota sobre lo que los síndicos habían dejado en una pequeña estación de salvamento cuando se marcharon de la estrella. Allí no quedaba nada por lo que mereciese la pena ralentizar la marcha de ninguna de sus naves.
Tampoco esperaban otra cosa. Padronis era una enana blanca que brillaba solitaria en la inmensidad del espacio, sin el séquito de planetas y asteroides que solían encontrarse orbitando alrededor de las estrellas. Al igual que otras enanas blancas, de vez en cuando Padronis acumulaba demasiado helio en sus estratos exteriores y originaba una nova, momento en el que se desprendía de aquellos estratos y multiplicaba la intensidad de su brillo durante un breve período de tiempo. Aquellas novas ocasionales no ejercían un efecto muy positivo sobre los cuerpos que alguna vez estuvieron cerca de Padronis. Por tanto, hacía ya mucho tiempo que los planetas y demás astros habían sido reducidos a simples fragmentos y arrojados al vacío interestelar, así que ahora, en la órbita de Padronis, solo quedaban aquellas instalaciones síndicas, de construcción relativamente reciente y, en la actualidad, abandonadas. Algún día, Padronis volvería a generar una nova, con lo cual aquellas instalaciones también desaparecerían, pero los sensores de la flota, después de analizar la capa más superficial de la estrella, habían concluido que ese día todavía quedaba demasiado lejos como para preocuparse por ello.
—Imagine ser uno de los tripulantes de esa cosa —le dijo Geary a Desjani al tiempo que señalaba las instalaciones síndicas abandonadas que mostraba su visualizador—. Tuvieron que construir una estación de emergencia aquí porque eran muchas las naves que transitaban por medio de los sistemas de salto, aunque los que la ocupaban debían de sentirse como si los hubieran abandonado a su suerte. No creo que haya un sistema estelar más desamparado que este.
La capitana oscureció su expresión y asintió con la cabeza.
—Solo caer en un agujero negro podría ser peor, aunque eso es algo que únicamente podría ocurrirles a los científicos más fanáticos. Apuesto a que todos los tripulantes que destinaron a esas instalaciones eran criminales. Ir a un campo de trabajo durante años o ir a Padronis. Me pregunto cuántos se decantarían por el campo de trabajo.
—Creo que yo lo habría elegido. —Geary estaba a punto de decir algo más cuando su visualizador parpadeó antes de apagarse por completo al tiempo que las luces del puente del
Intrépido
se debilitaban.
—¿Qué ocurre? —preguntó Desjani a los operadores del puente mientras forcejeaba con sus mandos para obtener, sin éxito, diversos informes de estado.
—Suspensión de emergencia del sistema —informó uno de los consultores con asombro—. Por lo que sé, todas las funciones de la nave se han desactivado, excepto los sistemas de seguridad auxiliares.
—¿Por qué?
—Causa desconocida, capitana. He… Un momento. Los ingenieros están utilizando el sistema de comunicaciones activado por sonido para informarnos. Dicen que el núcleo energético sufrió un bloqueo de emergencia. Lo están evaluando todo antes de restaurar los sistemas.
Desjani apretó los puños.
—¿Qué puede haber causado un bloqueo de emergencia?
El consultor de ingeniería, débilmente iluminado por las luces de emergencia, parecía haberse quedado pálido.
—Todavía no se sabe. Gracias a las mismísimas estrellas, el núcleo consiguió desactivarse solo, capitana. Pero algo capaz de provocar un bloqueo de emergencia puede suponer un grave problema.
Geary rompió el silencio que se había producido tras el anuncio del consultor.
—¿Hemos evitado por los pelos un fallo del núcleo energético?
—Eso parece. La caída habría tenido consecuencias catastróficas. —Desjani miró con gesto sombrío a sus consultores—. Quiero los informes de estado completos de todos los departamentos lo antes posible, así como una estimación de los ingenieros del tiempo que llevará restaurar el núcleo.
—¿Podemos comunicarnos de algún modo con el resto de la flota? —preguntó Geary.
—Los sistemas de emergencia están activos, señor. Podemos comunicarnos por voz, pero no hay red de datos.
—Informen al resto de la flota de lo que nos acaba de ocurrir.
—Sí, señor. —El consultor de comunicaciones hizo una pausa antes de tomar aire de nuevo, estupefacto—. Señor, tenemos un mensaje del
Arrojado
en el que se informa de que la Loriga sufrió un fallo del núcleo energético al mismo tiempo que nuestro sistema entraba en suspensión. La Loriga ha quedado totalmente destruida. No hay rastro de supervivientes.
Que se produjera un fallo así en circunstancias normales era algo improbable pero no imposible. El hecho de que hubiera ocurrido dos veces al mismo tiempo solo podía significar que se trataba de un acto de sabotaje. Quienquiera que hubiera estado introduciendo gusanos en los sistemas de la flota había atacado de nuevo.
—¡Hijos de puta! —dijo Desjani entre dientes con las mandíbulas apretadas. Luego, elevando el tono, habló con lo que a Geary le pareció un control impresionante—. Informen a los ingenieros de que la causa probable del bloqueo de emergencia del núcleo energético es un gusano introducido en los sistemas operativos.
Todos los consultores se quedaron mirándola atónitos, hasta que el consultor de ingeniería asintió.
—Sí, capitana.
—Capitán Geary —dijo la consultora de operaciones—. El
Arrojado
solicita las instrucciones a transmitir al resto de la flota. ¿Han de mantener su posición respecto del
Intrépido
aunque su rumbo y velocidad varíen?
Por suerte, aquella era una decisión relativamente fácil. Maniobrar para restablecer la posición de una nave resultaría mucho menos costoso, en términos de consumo de combustible, que hacer que toda la flota se comportara igual que el
Intrépido
mientras sus sistemas de propulsión y maniobras permanecían inactivos.
—Dígale al
Arrojado
que se encargue de guiar a la flota hasta que el
Intrépido
restablezca el suministro energético.
Faltaban menos de veinte minutos para que el oficial de seguridad de los sistemas del
Intrépido
llamase al puente, pero a Geary le parecieron los veinte minutos más largos de su vida. Era fácil no darse cuenta de lo acostumbrado que estaba a mirar un visualizador, y obtener una vista de todo lo que necesitaba controlar, hasta que los visualizadores dejaron de funcionar y no aparecía nada frente a su asiento de comandante de la flota, aparte de la sección del puente del
Intrépido
que se veía desde ese ángulo. Por supuesto, en un nivel tan profundo del casco del
Intrépido
no había ventanas físicas, y tampoco en los sectores exteriores. Aquel tipo de construcción servía para mantener la resistencia y la integridad de la estructura, pero, en situaciones como aquella, una sencilla ventana habría servido para mantenerse en contacto con el resto de la flota.
—Capitana Desjani, lo hemos encontrado —informó el oficial de sistemas, cuya voz sonaba extrañamente lejana al ser transmitida por el circuito de emergencia activado por voz—. El gusano intentó provocar un fallo por sobrecarga del núcleo, pero los sistemas de seguridad auxiliares consiguieron bloquear el núcleo primero.