Read Incansable Online

Authors: Jack Campbell

Tags: #Ciencia-Ficción

Incansable (27 page)

Desjani miraba a Rione con hostilidad, pero Geary podía ver que estaba pensando en algo. Entonces, la capitana asintió con sequedad.

—Me parece un buen consejo. Yo lo aceptaría, señor.

Con gesto hosco, Rione se dirigió a Desjani.

—Muchas gracias por su voto de confianza.

—Les recomiendo que no se olviden de quién es el verdadero enemigo —intervino Geary tratando de controlar sus emociones. No le cabía ninguna duda de que los consultores del puente ya habrían percibido que ocurría algo extraño entre su capitana, Rione y él. Debía evitar que empezasen a circular rumores relacionados con el mensaje por el que había preguntado antes—. De acuerdo, señora copresidenta. Prepárele esa trampa y avíseme si necesita cualquier cosa. Pero, antes, vuelva a lanzarle una mirada fulminante a la capitana Desjani y abandone el puente con paso airado, como si hubieran vuelto a discutir.

—De hecho, hemos vuelto a discutir. Incluso usted debería haberse dado cuenta. —Rione miró a Geary con una sonrisa inerte en los labios; después, deslizó los ojos hasta Desjani y se apartó ligeramente de ellos—. Les pido disculpas por pretender inmiscuirme en sus decisiones —dijo esta vez en voz baja, aunque seguramente los consultores aún podían oírla—. Pensé que debía estar al tanto de lo que provocó la pérdida del suministro energético de esta nave.

Desjani forzó una sonrisa formal para Rione.

—Cuando tenga más datos, me aseguraré de ponerlos en su conocimiento. Gracias, señora copresidenta.

Rione salió del puente con paso firme y Geary se puso de pie sin necesidad de fingir que volvía a sentirse frustrado. Quería encerrar a Kila en una celda sin tener que aguardar un solo segundo más; el instinto le exigía fusilarla en aquel mismo instante, pero no debía apresurarse. Rione tenía razón en cuanto a la necesidad de planear una emboscada. Debían asegurarse de que Kila no tuviera más oportunidades de destruir posibles pruebas ni de matar a los testigos que pudiera haber. Geary habló con claridad para los consultores que pudieran estar escuchándolo.

—Capitana Desjani, avíseme en cuanto alguien averigüe cualquier cosa sobre lo que pudo provocar la pérdida de la Loriga y el problema del
Intrépido
.

—Mi oficial de seguridad de sistemas está trabajando en ello, señor —contestó Desjani con la voz temblando por la rabia contenida. Sin embargo, así era precisamente como su tripulación esperaba que se sintiera después de un intento de destruir su nave. Y si se preguntaban por qué otra razón podría estar furiosa, la conocida enemistad entre Victoria Rione y ella serviría, por el momento, para justificar su mal humor.

Geary envió un mensaje que convocaba a todos los oficiales al mando de la flota en una hora. Después, según salía del puente, se dio cuenta de que los consultores estaban haciendo todo lo posible para no llamar la atención de la capitana Desjani, que estaba sentada ante su visualizador con expresión grave. Geary se detuvo por un instante y recordó sus días de oficial subalterno, cuando adivinar el estado de ánimo del capitán y alejarse de este los días en que se levantaba de mal humor formaba parte del trabajo diario, sin importar cuál fuese la nave ni quién la gobernase.

Cuando Geary era oficial subalterno, mostrarse disconforme con las decisiones del comandante de la flota se consideraba un acto de insubordinación. Pero que un capitán de la flota conspirase contra un comandante hasta el punto de destruir los buques de guerra de la Alianza era algo impensable. A lo largo del último siglo habían cambiado muchas cosas a causa de la presión de una guerra que parecía no tener fin. Con todo, evitar a un capitán que estaba de mal humor seguía siendo una práctica habitual después de los cien años que había pasado en sueño de supervivencia. Quizá lo seguiría siendo después de mil años o más. Por mucho que cambiasen los tiempos, algunas tradiciones y costumbres sobrevivían a la presión de los conflictos y los acontecimientos.

Aquellas tradiciones y costumbres no siempre eran buenas o acertadas, aunque la idea le resultaba igualmente reconfortante.

Una hora más tarde se encontraba de nuevo en la sala de reuniones, donde se respiraba un ambiente más tenso que nunca. Geary se situó presidiendo la mesa y, mientras iban apareciendo las imágenes de los comandantes de las distintas naves de la flota, a la vez que la mesa y la sala parecían expandirse para acogerlos, procuró no mirar hacia el lugar donde se mostraría el rostro de la capitana Kila.

Desjani, la única persona convocada que había acudido físicamente, aparte de Geary, entró en la sala y se sentó junto a él. Lo miró a los ojos y asintió con la cabeza antes de fijar la vista en la superficie de la mesa. Geary podía sentir la tensión de la capitana, como si fuera una leona ansiosa por saltar sobre su presa pero obligada a reprimir su instinto cazador. Daba la misma impresión que transmitía cuando se preparaba para una pasada ofensiva sobre un buque de guerra síndico, aunque esta vez su objetivo era uno de los oficiales de la propia flota de la Alianza.

Para sorpresa y alivio de Geary, la imagen del capitán Duellos apareció junto a la de la capitana Crésida. Duellos había hecho limpiar y arreglar su uniforme. Aparte de la leve rigidez que afectaba a sus movimientos, nada evidenciaba todo lo que le había pasado últimamente.

La imagen de la copresidenta Rione se desplegó entre los capitanes de las naves de la flota pertenecientes a la República Callas y a la Federación Rift. También miró a los ojos a Geary e inclinó la cabeza, si bien en su caso el gesto indicaba, además, que la trampa estaba tendida y lista para accionarse. La mirada de Rione sirvió también para avisarlo. «Como actor deja mucho que desear, y mentir se le da muy mal, capitán Geary», le había dicho la copresidenta hacía menos de media hora. «Se sentirá furioso, pero intente aparentar que dirige su rabia contra alguien cuya identidad desconoce. No diga nada acerca del primer gusano ni teorice sobre la procedencia del
software
malicioso hasta que reciba las señales que le indicarán que la trampa está lista. Si no menciona lo que sabemos, no tendrá que mentir, y tampoco dará la impresión de que no está diciendo la verdad.»

Existen defectos peores que la incapacidad de mentir de manera convincente, pensó Geary mientras esperaba a que se abrieran todas las imágenes de los convocados. Al menos, tenía a Rione a su lado para ayudarlo en aquellos momentos en los que, de no ser por ella, se vería obligado a ocultar la realidad. Geary supuso que los oficiales de la flota harían un gesto cómplice si alguna vez descubrían que necesitaba que una política le instruyese en el arte de eludir la verdad.

La coronel Carabali apareció con el mismo aspecto imperturbable de siempre, aunque también se tomó un momento para inclinar la cabeza hacia Geary, en un aparente gesto de saludo con el que, en realidad, quería decir que sus marines estaban preparados.

A continuación llegaron los últimos asistentes, en su mayoría oficiales al mando con relativamente poca experiencia asignados a los buques de guerra más pequeños y, por tanto, más lejanos, que no habían calculado con precisión el retraso con el que llegarían las transmisiones que viajaban a la velocidad de la luz entre sus naves y el
Intrépido
. Una vez que todos los convocados estaban presentes y en silencio alrededor de la mesa, Geary se levantó y comenzó a hablar con toda la serenidad de la que pudo hacer acopio.

—Uno de nuestros cruceros pesados, la Loriga, ha sido destruido y toda su tripulación ha sido asesinada por unos individuos para los cuales sus objetivos políticos son más importantes que la vida de los miembros de nuestra flota. —Rione fue quien le había sugerido aquellas palabras, con las que vinculaba a los responsables de la pérdida de la Loriga con el tipo de política que la flota detestaba—. El
Intrépido
también ha estado a punto de ser destruido.

El capitán Badaya golpeó con la mano la mesa que tenía ante sí, gesto que el
software
de conferencias tuvo la cortesía de incluir en el correspondiente sonido, como si Badaya hubiese aporreado de verdad la mesa del
Intrépido
.

—¡Traidores hijos de perra! ¿Cómo es posible que los miembros de esta flota que sepan quién es el responsable de esto sigan sin decir nada?

—No lo sé —contestó Geary mientras escudriñaba el rostro de todos los oficiales. Se fijó en que Kila también miraba de un lado a otro, con una expresión de ira e indignación minuciosamente ensayada que le permitía esquivar, de paso, la mirada de Geary, y que este pudo apreciar—. Es la última oportunidad para todos los presentes que sepan algo. Dígannos lo que saben o, de lo contrario, recibirán el mismo castigo que los responsables.

Nadie respondió.

—Me consta que hay quien no aprueba mis decisiones como comandante de esta flota —añadió Geary—. Una cosa es disentir y otra asesinar a miembros de la Alianza y destruir sus buques de guerra. Creo que todos tienen motivos más que suficientes para estar seguros de que cumpliré mi palabra. Es muy posible que quienes han destruido la Loriga sean también los que atacaron el transbordador en el que viajaban el capitán Casia y la comandante Yin, en el sistema estelar Lakota. Estos oficiales también fueron asesinados para impedir que hablasen. Quien sepa algo acerca de todo esto debería ser consciente de que su vida está en manos de alguien que prefiere matar a arriesgarse a que lo descubran. Todo el que decida hablar ahora recibirá la protección adecuada.

Otro silencio, esta vez más prolongado.

El semblante de Duellos hacía pensar que estaba intentando deglutir algún alimento en mal estado.

—Cada vez estoy más convencido de que quienes están detrás de todo esto actúan bajo la máscara del anonimato. Me cuesta creer que si aquellos que antes los apoyaban conociesen su identidad, no la revelasen justo ahora.

—Si alguien encontrase alguna pista —objetó el capitán Tulev—, podría seguir su rastro con el tiempo y la determinación necesarios, por muchas precauciones que hubieran tomado.

—Tal vez esa sea la razón por la que la comandante Gaes murió víctima de la destrucción de la Loriga —intervino la capitana Crésida—. Se unió a Falco, de manera que, en su día, ella apoyó a los que se oponían a que el capitán Geary asumiera el mando de esta flota. No obstante, desde entonces venía demostrando su lealtad. Quizá se sirviera de sus contactos para dar con los que están detrás de todo esto. —Nadie le había sugerido aquella idea a Crésida, pero era lo bastante perspicaz para encajar las piezas una vez destruida la Loriga.

El oficial al mando del
Arrojado
hizo un gesto negativo con la cabeza.

—Todo esto no son más que especulaciones. Hacen falta datos objetivos. ¡Necesitamos pruebas!

—¿Pruebas? —preguntó Crésida—. La verdad saldría a la luz en una sala de interrogatorios. Me ofrezco voluntaria para que me hagan las preguntas pertinentes acerca de lo que sé sobre los gusanos que se han empleado contra esta flota, e insto al resto de oficiales al mando a que hagan lo propio.

El capitán Armus, de la
Coloso
, agravó el gesto.

—No es tan fácil dar un paso así de grande. Está poniendo en duda el honor de todos los oficiales de la flota, aunque sea de manera implícita. Si accediéramos a que nos interrogasen, cruzaríamos la línea de lo que es permisible hacer contra nuestros compañeros oficiales, incluidos los que ni remotamente son sospechosos de ningún crimen. Sería ir demasiado lejos.

Muchos de los convocados hicieron gestos de asentimiento. Incluso Geary dudaba que la propuesta de Crésida fuese la más apropiada. Si sentaban el precedente de poder interrogar a cualquier oficial, ya fueran sospechosos de haber cometido un crimen o no, el remedio podía ser peor que la enfermedad encarnada por la capitana Kila.

Aun así, si no hubiera recibido aquel mensaje de la Loriga, ¿pensaría lo mismo o, movido por la ira y la frustración, habría aceptado a regañadientes la propuesta de Crésida y, tal vez, socavado de un modo irremediable un componente crítico de la flota? Le horrorizaban las soluciones que, a lo largo de aquellos cien años de conflicto, habían llegado a adoptarse apoyándose en los principios de la Alianza, pero momentos como aquel le servían a Geary para comprobar lo fácil que resultaba llegar a ellas olvidándose de los principios más importantes, «solo esta vez, porque es vital».

—La copresidenta Rione se ofreció a ser interrogada cuando se encontraba bajo sospecha —les recordó a todos uno de los capitanes de la República Callas.

—No tiene sentido esperar que un político tenga el mismo concepto del honor que un oficial de la flota —espetó Armus, que se ruborizó al caer en la cuenta de que Rione estaba presente.

—Dado su cargo de senadora de la Alianza —señaló Duellos—, no hay mucha diferencia.

—Y —añadió la capitana Desjani con un tono engañosamente imparcial—, puesto que muchos de los presentes consideran que los políticos son los que más se resisten a someterse a esos interrogatorios por si se destapan sus tretas, se podría decir que el ofrecimiento de la copresidenta Rione tendría más peso que el sugerido por un oficial de la flota.

—Gracias, capitana Desjani —contestó Rione con una pronunciación certera que podría haber perforado el blindaje de la nave.

Geary había preferido mantenerse al margen mientras Kila permanecía absorta en la discusión, dejando que el debate se alargara para ganar tiempo. En ese momento, la coronel Carabali giró la cabeza para mirar algo que solo ella podía ver y, acto seguido, le hizo otro gesto de asentimiento a Geary. La trampa estaba lista.

El comandante de la flota golpeteó con los nudillos sobre la mesa para solicitar la atención de los convocados.

—No creo que sea necesario poner en duda el honor de todos los oficiales de la flota, ni hace falta someterlos a interrogatorios exhaustivos que podrían perjudicar a la organización y la disciplina de la misma. —Se había convertido en el centro de atención de la mesa; todos los oficiales lo miraban y, sin lugar a dudas, se preguntaban qué diría a continuación. Incluso Desjani puso una cara de asombro más que creíble—. En lugar de eso, dejaremos que sean los muertos quienes hablen.

Cuando Geary dio un golpecito sobre la mesa con la punta del dedo, los asistentes respondieron con todo tipo de gestos, los cuales iban del estupor a la sorpresa.

—Justo antes de la destrucción de su nave, la oficial al mando de la Loriga consiguió transmitirnos un mensaje muy importante en el que hablaba de algo que había averiguado. Su nave podía ser el objetivo de un ataque porque los conspiradores sospechaban que la comandante Gaes sabía demasiado, tal como sugirió la capitana Crésida. —Geary no podía confirmarlo, ignoraba si Gaes sabía desde qué nave había salido el primer gusano. La oficial al mando estaba al tanto de la existencia de este, pues había avisado a Geary, pero si sabía quién estaba detrás del mismo, no se lo dijo. En cualquier caso, murió cumpliendo con su deber y le facilitó una información crucial, de manera que, en opinión de Geary, se merecía que le otorgaran el beneficio de la duda.

Other books

No Less Than the Journey by E.V. Thompson
A Wanton Tale by Paula Marie Kenny
Fortitude (Heart of Stone) by D H Sidebottom
Frost by Wendy Delsol
Road to Reason by Natalie Ann
In an Uncertain World by Robert Rubin, Jacob Weisberg
Things I Want to Say by Cyndi Myers
Night Shield by Nora Roberts