—No perderíamos nada —admitió Geary.
—Podría negociar con ellos —sugirió Rione—. Propóngales que a cambio de liberar a nuestros hombres, su crucero pesado no sufrirá más daños.
Geary observó que todos los tripulantes que los rodeaban se habían sorprendido al oír la sugerencia. Sin embargo, solo Desjani habló, aunque más para sí misma que dirigiéndose a Rione.
—El reglamento ordena emprender todas las acciones necesarias para destruir al enemigo, y no permite dejar escapar a las tropas síndicas mientras estas conserven su capacidad de combate.
Como comandante de la flota, las órdenes de Geary prevalecían sobre las del reglamento, aunque en este caso no parecía lo más apropiado. No obstante, ¿qué otra cosa podía ofrecer para llegar a un acuerdo?
Rione miró a su alrededor con un gesto de frustración.
—Haga un trato, capitán Geary. Aunque no esté de acuerdo con que conserven su nave, ¡todavía tiene en sus manos la vida de los tripulantes síndicos!
Geary exhaló un suspiro de exasperación.
—¡Los comandantes síndicos han demostrado que no valoran mucho la vida de sus tripulantes!
—¡Algunos sí! Usted mismo ha comentado en ocasiones que permitían que su tripulación abandonase la nave a tiempo. ¿Por qué iban a hacer algo así si su vida no les importara?
La copresidenta tenía razón. Los tripulantes podrían haber huido llevados por el pánico, pero también porque sus capitanes hubieran preferido que sobrevivieran.
—Además, aunque a ese capitán síndico no le importe su tripulación, seguro que sí valora su vida. Merece la pena intentarlo. —Geary grabó una solicitud y la envió; después, transmitió las correspondientes órdenes al Octavo Escuadrón de Cruceros Ligeros y al Vigesimotercer Escuadrón de Destructores para que aceleraran un poco más y modificaran el rumbo con el fin de interceptar al crucero pesado síndico; y, por último, volvió a reclinarse mientras esperaba cada vez con mayor inquietud.
—¡Capitana! —dijo el consultor de sistemas de combate—. Hay algo inusual en los daños del crucero pesado síndico, el que recogió algunas de las cápsulas de escape de la Incomparable.
Desjani se giró hacia el consultor.
—Defina «inusual».
—Hemos orientado nuestros sensores hacia esa nave, y los análisis de los daños revelan que no fueron causados por varios ataques, sino por un único impacto descomunal.
—¿Un solo impacto? —Desjani adoptó un gesto meditabundo—. ¿Qué podría haber provocado algo así?
—Causa desconocida, capitana. Ningún arma perteneciente al inventario de la Alianza podría provocar ese tipo de desperfectos.
El semblante de Desjani se ensombreció aún más.
—¿Y una colisión?
El consultor realizó algunos cálculos.
—En teoría es posible, capitana, aunque las probabilidades de que se produjera una colisión frontal que solo ocasionara esos daños son casi despreciables. El crucero fue alcanzado en plena proa, y es muy difícil resistir un impacto frontal. Además, los daños abarcan toda la proa, por lo que debió de chocar con algo de grandes dimensiones.
—Vaya, sí que es extraño. De todas formas, como no tenemos pruebas de otras posibles causas, por el momento tendremos que suponer que los daños son el resultado de una colisión. Avíseme si encuentran más detalles que puedan explicar qué provocó los desperfectos. —Desjani se volvió hacia Geary como si supiera lo que estaba pensando—. ¿Señor?
—¿Por qué saltaron hacia Varandal? —preguntó.
—¿La flota síndica de reserva? Para liquidar a las unidades de la Alianza que sobrevivieron al combate que se libró aquí.
—Sin embargo, sus órdenes debían de ser eliminarnos a nosotros antes de que llegásemos a Varandal. Los síndicos no acostumbran a improvisar sus maniobras. —Geary se concentró en el visualizador como si la respuesta se escondiera allí—. ¿Por qué no se quedaron aquí para atacarnos cuando llegamos?
Desjani arrugó la frente.
—Debieron de ordenarles que avanzasen hacia Varandal. Los buques de guerra de la Alianza que vinieron aquí se cruzaron con la flotilla de reserva de camino al punto de salto hacia Varandal. —Introdujo algunos comandos y estudió los resultados—. Esto coincide con el reguero de los restos. La flotilla de reserva no iba a esperarnos aquí. Debían de tener planeado saltar antes de que llegásemos, eliminar las defensas de Varandal y, después, atacarnos una vez que llegásemos a casa, desprevenidos y con el combustible y las municiones bajo mínimos.
Tenía sentido, aunque Geary seguía pensando que algo no terminaba de encajar.
—Habría sido más sencillo hacer todo eso aquí, en Atalia. —Nadie más propuso ninguna otra teoría, de modo que Geary se apoyó en el respaldo de su asiento e intentó meditar, aunque esta vez no logró sacar nada en claro.
No fue consciente de lo rápido que había pasado el tiempo hasta que el consultor de comunicaciones lo llamó.
—Capitán Geary, la oficial al mando del crucero pesado síndico propone liberar a los prisioneros a cambio de que usted acceda a no atacar las cápsulas de escape de su nave.
Desjani no tardó en intervenir.
—Es una trampa. O un truco.
—Tal vez —convino Geary al tiempo que aceptaba el mensaje.
La imagen de la capitana del crucero pesado síndico se desplegó ante él. A pesar de su gesto desafiante, sus ojos presentaban un aspecto vidrioso, como si también ella estuviera conmocionada.
—Este crucero pesado no puede defenderse de sus ataques. Estoy dispuesta a entregar a los prisioneros si usted permite el libre tránsito de mi tripulación. Yo permaneceré a bordo como rehén junto con los prisioneros, después de que mi tripulación la haya desocupado, y no opondré resistencia alguna al pelotón de abordaje que envíe para llevarse a sus hombres, pero, en caso de que inicien cualquier operación de captura de la nave o intenten adentrarse más allá de la zona de retención de los prisioneros, destruiré el crucero. Estas son mis condiciones. Si no las acepta, lucharé hasta que la nave sea destruida y muramos todos los que viajamos en ella.
—Es el mejor acuerdo posible —observó Rione.
—Y el más peligroso —señaló Desjani—. La capitana del crucero pesado podría esperar a que nuestras naves se acerquen para recoger a los prisioneros y, entonces, sobrecargar el núcleo energético.
No era una decisión fácil de tomar. No sería la primera vez que los síndicos rompían su palabra después de hacer un trato.
—Esta mujer tiene algo distinto —comentó Geary—. Fíjense en su mirada. Hay algo que le provoca un gran desconcierto.
Desjani entornó los ojos para escrutar a la comandante síndica.
—Consiguieron la victoria aquí. Es extraño que parezca estar tan confusa. Quizá resultase herida durante el enfrentamiento.
—Puede ser. —Todo el mundo se mantenía expectante. Solo él tenía la última palabra. De nuevo. Recordó lo que la coronel Carabali le había contado acerca de la responsabilidad de decidir quién vive y quién muere. No quería tener que hacerlo otra vez, pero no le quedaba otra alternativa—. De acuerdo. Aceptaré sus condiciones. Es la única forma de salvar a los prisioneros, a menos que los abandonemos y dejemos que el crucero pesado escape.
Desjani no alteró su expresión mientras deslizaba los dedos por su visualizador.
—Le recomiendo que utilice la Fusil y la Culebrina, de la sección de destructores, para interceptar el crucero pesado. Tendrán que colocarse muy cerca, sincronizar sus vectores, tender los puentes necesarios y sacar a los prisioneros. Envíe el resto del escuadrón para controlar la amenaza que puedan suponer las cápsulas de escape síndicas.
Geary hizo un gesto de aprobación con la cabeza.
—¿Y los cruceros ligeros?
—Ordéneles que se mantengan alrededor del crucero pesado —le aconsejó Desjani—. Que los síndicos tengan la impresión de que podrían acercarse mucho más. Así, en el caso de que pretendan hacer explotar su nave, aguardarán con la esperanza de derribar algunas de las nuestras.
—De acuerdo.
Dos horas más tarde, la Fusil y la Culebrina comenzaron a acercarse al crucero pesado síndico, adaptando poco a poco su velocidad y dirección a las del buque de guerra enemigo. Cuando completaron la aproximación, las tres naves continuaban atravesando el espacio a una velocidad vertiginosa, aunque inmóviles las unas respecto de las otras, como si se hubieran quedado paralizadas en la inmensidad del espacio. A escasa distancia del trío de naves empezó a brotar un pequeño enjambre de cápsulas de escape síndicas, señal de que los tripulantes del crucero habían empezado a desocupar la nave.
Ahora, los destructores y el crucero pesado síndico se encontraban a casi cuarenta minutos luz del grueso de la flota de la Alianza. El destacamento especial
Ilustre
se había situado a una distancia todavía mayor, a más de una hora luz, e iba reduciendo su velocidad para recoger las cápsulas de escape de sus compañeros. El grueso de la flota ya había alcanzado y destruido otros dos cruceros síndicos, uno pesado y otro ligero, que habían resultado dañados en la batalla anterior, y ahora se encontraba a menos de cinco minutos luz de un crucero de batalla enemigo, el cual parecía aguardar su destino con firme determinación.
Geary, que todavía no podía intervenir, observaba cómo los puentes se iban desplegando desde los destructores hasta el crucero pesado síndico. Divisó las lejanas figuras de los tripulantes que, equipados con trajes de supervivencia, cruzaban los puentes; y más tarde, después de una angustiosa espera, vio más figuras protegidas con trajes de supervivencia saliendo del crucero síndico en dirección a los destructores. Por último, rescatadores y rescatados se detuvieron, los puentes se replegaron y los destructores partieron a gran velocidad.
—¿Cuántos?
—Según los sensores de la flota, han salido treinta y seis hombres más de los que entraron, señor.
—Treinta y seis. —Miró a Desjani encogiéndose de hombros—. Tenemos a un síndico que ha mantenido su palabra.
—Recibiremos los informes de los oficiales al mando de la Fusil y la Culebrina cuando nos lleguen sus respectivas transmisiones, dentro de cuarenta minutos —resopló Desjani.
Cinco minutos más tarde, a medida que los cruceros ligeros y los destructores de la Alianza avanzaban veloces para reunirse con el grueso de la flota, y mientras las cápsulas de escape de los síndicos seguían alejándose para ponerse a salvo, el crucero pesado enemigo se desvaneció provocando un colosal fogonazo.
—Una sobrecarga del núcleo energético. ¿Por qué después? —preguntó Desjani—. ¿Nos habrían tendido una trampa explosiva que sincronizaron mal?
—Tal vez. De ser así, tuvimos suerte de que se activara cuando todo el mundo estaba a salvo. —Se preguntó qué habría sido de la oficial al mando síndica, que prometió permanecer a bordo de su nave.
Menos de veinte minutos después, la flota de la Alianza se interpuso rápidamente en el camino del primer crucero de batalla síndico que resultó dañado. Como no podían permitirse desperdiciar más tiempo ni más combustible, Geary ordenó que media docena de acorazados modificaran su rumbo para rodear el deteriorado buque de guerra síndico. A pesar de que el enemigo aún podía utilizar algunas armas, los acorazados de la Alianza derribaron sin la menor dificultad los escudos de los síndicos disparando a bocajarro una serie de lanzas infernales que, metódicamente, fueron haciendo trizas el crucero de batalla.
—Todos los sistemas del crucero de batalla enemigo han quedado desactivados. La tripulación está abandonando la nave.
Desjani tarareaba una sencilla melodía mientras contemplaba cómo se tambaleaban los restos de la nave enemiga al paso de la flota de la Alianza.
Poco después llegó un informe de la Fusil. El capitán del destructor parecía algo aturdido.
—Capitán Geary, tenemos a bordo quince prisioneros liberados. Algunos de ellos están heridos de gravedad, pero el único tratamiento que han recibido es la clasificación por prioridad de asistencia. También tenemos a la oficial al mando del crucero síndico. Solicitó que la hiciéramos prisionera. Quedo a la espera de que me comuniquen dónde entregarla a ella y a los heridos de la Alianza.
Desjani se quedó mirando la ventana del mensaje boquiabierta.
—Primero, unos exprisioneros de la Alianza nos piden que los arrestemos y, ahora, una oficial síndica se entrega. ¿Es que el universo se ha vuelto loco?
—Debe de tener un buen motivo —supuso Rione—. Capitán Geary, tenemos que traer a esa síndica a la nave para poder interrogarla. Tengo la sospecha de que nos conviene saber cuanto pueda decirnos acerca de lo que ha ocurrido aquí.
Geary le trasladó la pregunta con los ojos a Desjani, que no se hizo de rogar.
—El
Intrépido
puede hacerse cargo de los heridos y tenemos una celda disponible para la síndica.
Geary envió la respuesta y le ordenó a la Fusil que se acercase al
Intrépido
para que un transbordador pudiera trasladar a los rescatados. Después, envió a la Culebrina con la
Amazona
, pues este acorazado transportaba relativamente pocos heridos.
—Esta operación nos ha salido muy cara —comentó Desjani—. Las reservas de las células de combustible de los cruceros ligeros y los destructores que enviamos a esa excursión estarán muy por debajo del veinte por ciento cuando saltemos para salir de aquí. Los niveles de la Fusil podrían haber descendido al quince por ciento. —Agitó una mano como para quitarle importancia al dato—. Bueno, en fin, cuando lleguemos a cero ya no podremos bajar más.
—Espero que eso fuese una broma —dijo Geary.
—Sí, señor. Solo intento no sumirme en un agujero negro.
—¿Cuáles eran sus órdenes?
La comandante síndica que capitaneaba el crucero pesado miraba sin inmutarse al teniente Íger desde el asiento que ocupaba en la sala de interrogatorios del
Intrépido
.
—Soy ciudadana de los Mundos Síndicos.
—¿Su nave formaba parte de la flotilla de reserva?
Esta vez la prisionera tardó un poco más en responder.
—Soy ciudadana de los Mundos Síndicos.
El director del equipo de interrogadores soltó una risita sofocada.
—¡Te tengo! Teniente —dijo por el comunicador—, los patrones cerebrales y las reacciones fisiológicas muestran sorpresa y preocupación. Se pregunta cómo es que sabemos lo de la flotilla de reserva.