Read Incansable Online

Authors: Jack Campbell

Tags: #Ciencia-Ficción

Incansable (33 page)

—No lo sé. —Ahora fue Geary quien señaló las estrellas—. Lo que yo proponga depende, en parte, de lo que suceda hasta que lleguemos al espacio de la Alianza, pero ahora mismo… Coronel, debo pedirle que no hable sobre esto fuera de este camarote.

—Por supuesto, señor.

—Parece ser que en estos momentos podría tener que proponer muy en serio volver a arriesgar la seguridad la flota, justo después de ponerla a salvo. No sé qué tal le sentará eso a la cúpula de la Alianza ni, de hecho, a los miembros de esta flota.

Carabali arrugó levemente el entrecejo.

—Si esa propuesta la hiciera otro oficial, no sentaría bien. Sin embargo, usted ha sabido ganarse un buen tropel de partidarios, señor.

—¿Aunque hayamos perdido muchas naves?

—Su concepto de «muchas» sigue difiriendo del de los que hemos crecido en tiempos de guerra, señor. —Carabali levantó un dedo para tocar las insignias de su rango—. Eran de mi abuela, y, después, pertenecieron a mi padre. Ambos cayeron en combate antes de que tuvieran ocasión de entregárselas en persona a alguno de sus hijos. Confiaba en romper la maldición familiar, pero, capitán Geary —dijo la coronel con los ojos clavados en los de él—, si mi muerte en combate sirviese para que mis hijos no tuvieran que llevarlas porque la guerra hubiese terminado de un modo aceptable para el pueblo de la Alianza, entonces me sacrificaría gustosamente. Ese es el quid de la cuestión, señor. Hace mucho tiempo que deseamos morir, pero esa voluntad se ve minada por la desesperación que nos provoca el temor de que nuestro sacrificio no sirva para nada. Confiamos en que usted consiga que nuestra muerte, si nos llegara, no sea en vano.

Geary aceptó su ruego inclinando la cabeza y sintió que el cuerpo le pesaba como si fuese de plomo.

—Le prometo que haré todo lo posible.

—Siempre lo ha hecho, señor. Y, si mantiene su palabra y no rompe el juramento a la Alianza, los marines de esta flota también lo darán todo por usted.

Esta vez Geary miró extrañado a la coronel mientras pensaba en lo que esta acababa de decir.

—Este tipo de sugerencias ambiguas no son propias de usted, coronel.

—En ese caso le diré sin rodeos que, si ordena actuar contra el gobierno de la Alianza, mis oficiales y yo haremos cuanto esté en nuestra mano para asegurarnos de que los marines no acatan la orden.

—Eso es algo que no debe preocuparle, pues no entra en mis planes.

—Entonces nos entendemos. —Carabali apartó la mirada por un momento mientras reflexionaba—. Pero si recibimos la orden de arrestarlo… las cosas se complicarán mucho. Debería ser muy sencillo: obedecer órdenes legítimas. Pero no lo será siempre y cuando no rompa el juramento. Hace mucho tiempo un sabio dijo que en tiempos de guerra todo es muy sencillo, pero que todas las cosas sencillas son muy complicadas. Como esta situación. ¿Es lícito arrestar a un oficial con un historial ejemplar por lo que pudiera hacer? Los abogados militares y civiles podrían debatir esta cuestión hasta la saciedad. Como usted ha dicho, la Alianza se sustenta en los principios que tanto respetamos, uno de los cuales siempre ha sido defender los derechos de nuestro pueblo.

—Es cierto, coronel. —Geary se levantó—. Juro hacer todo lo que pueda para evitar un conflicto de ese tipo entre las órdenes y los principios. Estamos en el mismo bando y, francamente, me gustaría que siguiera siendo así.

—A mí también, señor. —Carabali también se puso de pie—. Lo está haciendo muy bien para ser un fósil espacial.

—Gracias, coronel. Usted tampoco lo está haciendo nada mal. —Carabali dejó escapar otra sonrisa mínima antes de cuadrarse y saludar. Cuando se dispuso a cortar la conexión, Geary volvió a hablar.

—Coronel, la teniente no tenía otra alternativa.

Carabali asintió con la cabeza.

—La teniente siempre lo ha sabido, señor, pero siempre ha odiado la decisión que se vio obligada a tomar. Con su permiso, señor. —La coronel de marines volvió a saludar y su imagen desapareció.

Geary se sentó de nuevo, lentamente. Se sentía como si estuviera haciendo malabares con un centenar de bolas y no pudiese dejar caer ni una si no quería que la Alianza se viniera abajo.

Regresó al puente cuando faltaba una hora para saltar hacia Atalia. La flota de la Alianza se había dispuesto en una formación de combate compuesta por un núcleo y una formación de apoyo en cada flanco, por si la flotilla síndica de reserva los estuviera esperando para atacar en el momento en que alcanzasen la salida del salto. Geary revisó el estado de la flota y su situación logística y se estremeció al comprobar lo bajos que se encontraban los niveles de las células de combustible y de armamento fungible, por lo que decidió llamar a los capitanes de las naves.

—Estén preparados para cualquier situación cuando completemos el salto. Si los síndicos nos esperan en la salida y se encuentran al alcance, todas las naves deberán disparar contra los objetivos que puedan con todas las armas de las que dispongan. Lo más probable es que, como mínimo, guarden una pequeña distancia respecto del punto de salto, con lo cual nosotros podremos maniobrar para colocarnos en una posición favorable antes de atacar. Nos veremos en Atalia y, después, en Varandal.

—Quince minutos para el salto —informó la consultora de operaciones.

Rione abandonó el puesto de observador y se apoyó sobre el respaldo del asiento de Geary.

—¿Le importa que le pregunte por qué una flota en estas condiciones pretende librar una batalla en Atalia en lugar de intentar llegar lo antes posible a la salida de salto hacia Varandal?

—Porque lo más probable es que los síndicos esperen que intentemos dejarlos atrás —explicó Geary—. No se equivoque; si nos es posible, intentaré alcanzar el punto de salto. Pero no creo que los síndicos no intenten impedírnoslo.

—No nos detendrán —aseguró Desjani con tranquilidad.

Rione la miró antes de contestar.

—La creo. —Después regresó a su asiento mientras Desjani ensombrecía su expresión, obviamente intentando descubrir algún significado oculto en el comentario de la copresidenta, aunque sin conseguirlo.

Geary aguardó observando la cuenta atrás mientras la flota se aproximaba al punto de salto. Cuando llegó a su término, dio la orden oportuna.

—A todas las naves, salten hacia Atalia.

Al cabo de tres días y dieciocho horas sabrían qué les depararía el último sistema estelar síndico que debían atravesar para volver a casa.

Atravesar el espacio de salto no era una experiencia agradable. Siempre producía cierta desazón que se intensificaba cada día que pasaba, una sensación que muchos describían como si la piel ya no se ajustase bien al cuerpo. Era frecuente percibir la presencia de seres que acechaban en las inmediaciones. Y siempre, por breve que fuese el viaje, surgía aquella nada cenicienta e infinita, aquel universo desprovisto de estrellas.

Estaban también las enigmáticas luces del espacio de salto, que llameaban sin seguir un patrón determinado y sin motivo aparente. Como aún no se había ideado un modo de explorar la región, aquellos resplandores seguían siendo un misterio. Mientras las observaba, Geary rememoró la leyenda según la cual su espíritu formó parte de aquellas luces durante los largos años en que su cuerpo permaneció congelado, sumido en el sueño de supervivencia.

No obstante, el espacio de salto presentaba la curiosa ventaja de ser anodino y aburrido. Aisladas en sus extraños confines, las naves apenas podían intercambiar mensajes sencillos ni podían atisbar el universo regular. Si la comparaba con el incesante ajetreo que solía tener lugar en el espacio habitual, a veces Geary agradecía la relativa paz que traía el aislamiento.

Aun así, nadie podía permanecer eternamente en el espacio de salto. Tarde o temprano, siempre había que volver a enfrentarse al universo normal.

—Llegaremos a Atalia dentro de dos horas. —Desjani se encontraba de pie ante él en su camarote, con el visualizador estelar entre ellos—. Será un combate complicado.

—Solo espero que esa flotilla de reserva sea más pequeña de lo que estimó el teniente Íger y que no se haya alineado frente a la salida del salto para iniciar un ataque simultáneo con todo su armamento. —Se levantó y activó el visualizador para ver el aspecto que tendrían sus naves si alguien pudiera observarlas en el espacio de salto. Las hileras de buques capitales, los enjambres de cruceros y destructores, y las moles de las auxiliares supervivientes recogidas en el centro.

Su flota. No debería pensar así, pero no podía evitarlo. La había traído hasta aquí y, si las mismísimas estrellas así lo deseaban, la llevaría a casa. Pero ¿qué ocurriría entonces?

—¿En qué piensa? —preguntó Desjani.

—Desearía no tener que cumplir con mi deber.

—¿Ceder el mando de la flota en Varandal? No creo que eso vaya a ocurrir, señor.

—No soy más que un simple capitán. Con muchísimos años de antigüedad, sí, pero un simple capitán, al fin y al cabo.

—Es el capitán Geary. El legendario capitán Geary. No es lo mismo.

Exhaló con pesadez.

—Pero si me mantengo al frente de la flota…

Desjani arqueó una ceja y lo miró inquisitivamente.

—¿Ya ha decidido qué hará después?

—Lo he estado pensando. Solo hay una cosa que podemos hacer si conseguimos llegar a casa. Si les damos suficiente tiempo a los síndicos, se recuperarán del daño que les hemos causado. Destruimos los astilleros síndicos de Sancere, aunque estaban lejos de los únicos astilleros que los síndicos utilizan para producir buques de guerra. Cada día que pasa están más cerca de sustituir todas las naves perdidas. Por lo tanto, tendremos que atacarlos lo antes posible, cuando estén desprevenidos; les asestaremos el golpe más contundente que podamos. —Hizo un mueca—. A sus líderes, quiero decir. Con suerte, la base de su poder, la flota que les permitió atacarnos y coaccionar a su propio pueblo, desaparecerá durante un tiempo después de Atalia. No podemos vencer a los síndicos en todos los sistemas estelares porque hay demasiados, pero no encontraremos mejor oportunidad para demoler la cúpula de los Mundos Síndicos.

Desjani forzó una sonrisa.

—¿Tenemos que regresar? —Alargó el brazo, pulsó algunos mandos, y las imágenes de las naves de la flota fueron reemplazadas por una representación de las estrellas que ocupaban una amplia región del espacio. Uno de aquellos astros, situado a gran distancia de Varandal, resplandecía con más intensidad que el resto y aparecía destacado en el visualizador—. Volveremos al sistema estelar nativo síndico. Pero esta vez será diferente.

—Sí. Cuando la flota se haya reabastecido y hayamos reforzado nuestras filas. —Se encogió de hombros—. Es lo que voy a recomendar, aunque sea lo último que me apetezca hacer.

La mirada que la capitana le dirigió le indicó por un instante que sabía muy bien lo que él quería, pero que ninguno de los dos podía tomar aún aquel camino. Luego, el momento pasó y Desjani afirmó con la cabeza.

—Después podremos enfrentarnos a los alienígenas.

—Después podremos intentar determinar cómo vérnoslas con ellos. Si es que no nos atacan directamente antes. Si es que llegamos a casa. Si es que yo me mantengo al frente de la flota. Depende de muchos factores. Es de locos, ¿verdad? Nos hemos salvado por los pelos una y otra vez, sorteando las trampas que los síndicos nos han tendido, pero voy a sugerir que regresemos.

Desjani sonrió de nuevo.

—Si su locura se debe a algún agente infeccioso, espero que muerda a todos los almirantes que nos encontremos.

Geary no pudo reprimir una carcajada.

—Nos estamos adelantando a los acontecimientos. Todavía tenemos que completar un salto y enfrentarnos a una flotilla síndica de reserva para llegar al espacio de la Alianza.

—En ese caso, capitán Geary, tendremos que darles una buena paliza a los síndicos para que nos dejen realizar ese salto.

—Me parece muy buena idea, capitana Desjani. Subamos al puente.

Dos horas más tarde se encontraba esperando a que finalizase la cuenta atrás que indicaba el tiempo que faltaba para que la flota de la Alianza abandonase el espacio de salto. Asimismo, esperaba descubrir si sus temores se harían realidad; si una cortina de misiles y metralla los recibiría a su llegada a Atalia. Si eso ocurría, una versión a pequeña escala de la emboscada del sistema nativo síndico que lo hizo merecedor del mando de lo que quedaba de la flota de la Alianza, tendría suerte si la mitad de las naves sobrevivían a los primeros segundos del ataque.

—Listos para salir del espacio de salto —indicó la consultora de operaciones.

—Armas preparadas —ordenó Desjani—. Configúrenlas para abrir fuego automáticamente en el momento en que identifiquen los objetivos situados dentro de su área de disparo.

La misma orden se estaba dando en aquel momento en el resto de las naves. Geary permaneció sentado, tenso, preguntándose si al cabo de unos segundos la flota entablaría la batalla más cruenta desde que abandonaran el sistema estelar nativo síndico.

—Abandonando el espacio de salto dentro de cinco, cuatro, tres, dos, uno. Saliendo. —Las estrellas aparecieron de nuevo.

El
Intrépido
cabeceó mientras los buques de guerra iniciaban una maniobra evasiva programada. Geary tardó un momento en interpretar todo lo que estaba viendo, cuando los sensores de la flota actualizaron al instante el visualizador que tenía ante sí.

Lo primero que pudo observar sin problemas fue que no se había activado ningún arma. Acto seguido comprobó que no había buques de guerra síndicos en las inmediaciones de la salida del salto. Dijo una breve oración para dar las gracias y, a continuación, desplegó la escala de su visualizador para ver qué posición del sistema estelar ocupaba el enemigo.

Como se trataba de una región fronteriza, Atalia había sido escenario de numerosos enfrentamientos entre los Mundos Síndicos y la Alianza. Una buena parte de los fragmentos de las naves caídas durante aquellas batallas se habían ido desperdigando poco a poco por el vacío del espacio. Los restos de los buques de guerra de los síndicos y la Alianza llevaban casi cien años acumulándose en aquel sistema estelar.

Sin embargo, esparcidos a lo largo de un arco desigual que se extendía entre el séptimo planeta del sistema estelar Atalia y el punto de salto hacia Varandal, había múltiples campos de ruinas que, aunque se iban expandiendo, se hallaban todavía en un estado muy compacto, además de no pocos enjambres de cápsulas de escape y algunos buques de guerra síndicos dañados.

Other books

Shot of Sultry by Beckett, Macy
Dangerous Visions by edited by Harlan Ellison
The Book of Emmett by Deborah Forster
A Legacy by Sybille Bedford
The Lion's Slave by Terry Deary
The Apple Tree by Daphne Du Maurier