El eco de un disparo reverberó por toda la estancia de forma ensordecedora. Emily se contrajo y por unos instantes pareció quedarse rígida, pero no sintió ninguno de los dolores que cabía esperar al recibir un balazo. Solo escuchó el ruido atronador y vio la sorpresa en el rostro airado del Secretario. Se preguntó cómo sería ver desaparecer el mundo.
Pero eso no fue lo que contempló. El cuerpo de Ewan se desplomó hacia delante y cayó sobre el escritorio, contra el que chocó con un ruido sordo. Entonces se percató de que tenía un agujero de bala en la parte posterior de la cabeza. Detrás del Secretario, en el umbral, estaba Peter Wexler, flanqueado por dos policías con las pistolas desenfundadas, todavía encañonando a Ewan, mientras un tercer compañero acorralaba a Jason. El joven no apartó la vista del cuerpo de su padre ni siquiera cuando el agente le inmovilizó contra la pared y le puso las esposas.
Emily era incapaz de articular palabra. Wexler aguardó a que remitieran los síntomas del shock. Entonces salió de entre los agentes y pasó al otro lado del escritorio. Emily notó la preocupación por ella aún inscrita en su rostro.
—Tu llamada de teléfono —explicó el oxoniense—. Quizá sea un viejo cascarrabias, pero incluso yo sé cuando algo apesta. Tú temías que hubiera alguien más escuchando nuestra conversación y mi miedo era que tuvieras razón y que los miembros del Consejo intentaran detenerte, así que fui en busca de refuerzos. Cuantas más vueltas daba a tus preocupaciones y a las dimensiones del grupo implicado, más claro tenía que no íbamos a dejarte aquí sola. —Contempló el cadáver despatarrado sobre su escritorio—. Y al parecer los temores de ambos estaban justificados.
Emily contempló el rostro de su mentor y de algún lugar, no sabía muy bien de dónde, sacó una sonrisa de agradecimiento. Luego, abrazó al anciano que acababa de salvarle la vida.
Wexler contempló el escenario de la aventura después de que el momento de emotividad hubo concluido y preguntó:
—Bueno, entonces, ¿ha terminado todo?
Emily contempló el ordenador. En la pantalla aún relucía la información: «Descarga completada».
—No —repuso—. Es solo el principio.
Washington DC, dos días después,
11.45 a.m. EST
El cielo era de color azul claro cuando Emily salió de un edificio anónimo en el centro de la capital. El FBI la había interrogado durante casi día y medio. La habían investigado en busca de cualquier detalle que pudiera saber sobre lo que se había presentado al mundo entero como un complot del vicepresidente para apoderarse del despacho oval y de la Administración. La nación no se había enfrentado jamás a una conspiración fraguada durante tanto tiempo ni que hubiera llegado tan lejos y que hubiera contado con tantas primeras figuras entre sus filas.
Fue el vicepresidente, y no el presidente, quien acabó entre rejas dos días después del frustrado golpe de Estado. Samuel Tratham volvió a sentarse en el despacho oval, con su fama y su reputación intactas después de que se hubiera confirmado que no había tomado parte en ningún negocio ilegal en el extranjero. Una parte de los documentos hechos públicos demostraban que los primeros materiales eran falsificaciones e invenciones, incluso el vídeo de los afganos amenazando con tomar represalias. El complot era vasto, internacional y de gran envergadura.
El FBI había arrestado no solo al vicepresidente, sino también al secretario de Defensa, Ashton Davis, y al general en jefe del ejército, Mark Huskins. Del núcleo duro de los conspiradores que había reunido Davis, solo el director del Servicio Secreto, Brad Whitley, había resultado ser inocente, pero cuando descubrió que Davis y Huskins le habían engañado y manejado a su antojo, presentó su dimisión en menos de una hora. Tratham sabía que era un hombre bueno y reconocía a una persona a su servicio en cuanto la veía, de modo que se negó a aceptarla.
Emily había compartido con los agentes todo cuanto sabía acerca de la conspiración. La publicación de los materiales que habían sacado a la luz el complot y habían exonerado de toda acusación al presidente se había hecho de forma anónima, pero el FBI había rastreado enseguida el origen, y eso les había llevado hasta el despacho de Wexler, lo cual les había conducido a Wess. Todo aquello la convirtió en la heroína del momento, incluso ante sus interrogadores, pero ella había sido de lo más explícita con ellos: no deseaba que su nombre se hiciera público. Y los agentes respetaron esa petición. Los medios de comunicación del mundo entero cubrieron la noticia, y todos ellos recogieron la información de que todo había sido posible gracias «una filtración anónima, que venía acompañada de mucha más información no revelada».
Emily solo deseaba una cosa: anonimato. Cuando vio a su alrededor el paisaje de Washington sorprendentemente tranquilo, comprendió que habían acabado las largas sesiones de interrogatorio. Ella se lo había contado todo a las autoridades, dentro de un orden, cambiando algunos detalles. Les había hablado en profundidad del complot, les había informado de que un hombre de nacionalidad egipcia había contactado con ella y le había dado acceso a una vasta red de información que ella había volcado a Internet. Les había suministrado todo cuanto necesitaban saber. Pero optó por no revelar nada de lo tocante al origen de todo aquello, a la naturaleza de la Biblioteca de Alejandría, y no les había puesto al corriente de que la Sociedad llevaba siglos operando. Todo cuanto sabían los ciudadanos y el Gobierno era que una vasta colección de conocimientos antes era privada y ahora había pasado a ser pública. El mundo iba a seguir ignorando el modo en que se había reunido tantísimo material y el hecho de que una vasta red de Bibliotecarios, diseminada por todo el globo, seguía recopilando información.
Aún era necesario mantener ocultas algunas cosas. El trabajo de la biblioteca había evitado una crisis y Emily sabía que podría ayudar en otras futuras a condición de mantener en secreto su existencia, solo así conservaría su capacidad para observar, recabar información, contrastarla en unos casos y ponerla en evidencia otras veces.
No tenía intención de proseguir la política de sus antecesores en el cargo, la de elegir las verdades que se compartían con la gente, pero después de haber visto durante la última semana el lado más oscuro del ser humano y su tendencia a la manipulación, tampoco estaba dispuesta a dar un paso atrás y tolerar que esas fuerzas existieran sin una oposición.
La nueva Custodio aún tenía trabajo pendiente y un papel por jugar en la Sociedad a pesar de que las reglas hubieran cambiado.
Una hora después, Emily aguardaba de pie delante de la puerta de llegada de vuelos nacionales en el Dulles International Airport de Washington. En las últimas cuarenta y ocho horas se había encontrado en el corazón de antiguas catacumbas de poder y conocimiento, había visto de frente una pistola que la apuntaba, había presenciado el derrumbe de un imperio maléfico, había sido interrogada en un complejo gubernamental de la capital y había estrechado la mano de un presidente muy agradecido, pero en medio de todo eso había llegado a la conclusión de que solo quería ver una cosa, un rostro. Tal vez fuera suyo el conocimiento de varios milenios de saber, pero eso no significaba nada sin esa persona.
Al levantar la vista vio irrumpir por la puerta el semblante que tanto anhelaba ver.
—¡Caramba, caramba, la Custodio! —exclamó Michael, aproximándose con una cálida sonrisa en el rostro. La miró a los ojos momentos antes de estrecharla entre sus brazos. Compartieron un largo y profundo abrazo.
—Te he echado de menos —dijo Emily.
Él no dijo nada, solo la abrazó con mayor fuerza aún.
—Estás en deuda por salir corriendo sin mí —le musitó al oído en tono de broma.
—¿Y qué me dices de otro viaje para compensarte? —le ofreció Emily.
Michael enarcó una ceja con ironía ante la sugerencia de otro viaje con la mujer que acababa de cruzar medio mundo sin él.
—Juntos —agregó ella, bromeando—. Sentarnos en alguna playa. Leer un buen libro.
—¿Tienes alguno en mente? —quiso saber su prometido.
—Todos los que quieras —repuso Emily—. He obtenido acceso a una biblioteca realmente buena.
El argumento de
La biblioteca perdida
se cimenta en la roca sólida de la historia genuina y juega con misterios históricos auténticos lo bastante interesantes como para fascinar a cualquiera por derecho propio.
La antigua Real Biblioteca de Alejandría
Los detalles proporcionados en la novela sobre este milagro del mundo antiguo son exactos, como lo es también ese aire general de misterio que envuelve el destino final del extraordinario legado literario egipcio. Se fundó a instancias de Ptolomeo II Filadelfo en algún momento a principios del siglo III a. C. La inversión y la rápida expansión de la misma parecen formar parte del intento del nuevo régimen por crear una gloria y un legado egipcios superiores a los de los primeros faraones. La biblioteca establece vínculos entre las antiguas religiones, filosofía, ciencia y las artes, y así se convierte en el archivo del conocimiento de la Antigüedad. La orden según la cual los bibliotecarios podían confiscar cualquier texto escrito en poder de los visitantes de Alejandría para copiarlo y añadirlo a la biblioteca data probablemente del reinado de Ptolomeo III Evergetes. Forma parte de la señera historia de la institución.
El esfuerzo traductor de los bibliotecarios gozó de gran renombre en aquel tiempo e incluso ha conservado su prestigio hasta el día de hoy. Ptolomeo II les encargó a ellos la traducción al griego koiné de las escrituras hebreas y, según la tradición, la misma fue realizada por una comisión de setenta traductores escribas. Estos textos en griego pasaron a ser conocidos como Biblia Septuaginta, que en latín significa «de los setenta», y durante dos generaciones fue la versión conocida en todo el mundo. Es la versión citada por Jesucristo y sus discípulos, y conserva todavía su vigencia: para muchos cristianos del mundo sigue siendo la base del Antiguo Testamento.
La biblioteca real se convirtió en un gran centro docente y los nombres de sus bibliotecarios aún inspiran a historiadores y eruditos, como ocurre con Eratóstenes, Apolonio de Rodas, Aristófanes de Bizancio, etcétera. En la novela se asevera que no se conoce qué dimensiones llegó a alcanzar la institución y eso es rigurosamente cierto, como también lo es la información según la cual el objetivo inicial fue conseguir cuanto antes medio millón de rollos. Esa cifra se habría visto rápidamente ampliada merced al saqueo de la biblioteca de Pérgamo en el siglo I d. C. por parte de Marco Antonio, que donó los 200.000 pergaminos obtenidos a la Real Biblioteca de Alejandría.
Kyle, Emily y Wexler manejan diferentes teorías sobre la destrucción y desaparición de la institución. Todas ellas son hipótesis barajadas a día de hoy por los eruditos. La otrora popular creencia de que fue quemada por César en el transcurso de su estancia en Egipto resulta sencillamente imposible, tal y como señala Emily, dado que muchos documentos atestiguan que la misma continuó durante muchos años después. La novela explora dos posibilidades, a saber: el saqueo de la biblioteca por el comandante en jefe árabe ‘Amr ibn al-’As alrededor del 652 d. C. y la destrucción de los centros paganos de enseñanza en Alejandría por parte del patriarca Teófilo durante el siglo IV d. C. Dichas hipótesis son también las más populares entre los expertos en el momento actual, pero lo cierto es que la desaparición de la antaño gran biblioteca sigue siendo uno de los misterios de la Antigüedad. Todo cuanto se sabe es que a partir del siglo VI deja de haber menciones a la misma.
La nueva Bibliotheca Alexandrina
[9]
en el actual Egipto
La novela menciona una serie de detalles rigurosamente ciertos sobre la historia y dimensiones de dicho edificio. Esta estructura tuvo un coste de casi 220 millones de dólares. Fue inaugurada el 16 de octubre de 2002, y es casi tan impresionante como su homónima de antaño. Tiene capacidad para albergar ocho millones de volúmenes.
El diseño ha corrido por cuenta de la empresa noruega de arquitectura Snøhetta, a la que la Unesco confió un nuevo monumento en honor a la cultura y la historia egipcias. El diseño de su cubierta es cilíndrico, en homenaje a Ra, dios egipcio del Sol. Ese disco de 160 metros de diámetro simboliza el sol naciente, ya que los jeroglíficos egipcios representan al astro rey como un sencillo disco. En la fachada hay textos escritos en ciento veinte idiomas de todo el mundo. Tiene un diseño anguloso que desciende hasta un estanque de agua, cuya pretensión es simbolizar el mar. Solo el suelo de su principal sala de lectura tiene 70.000 metros cuadrados. Tal y como observa la guía en la visita guiada de Emily, la Bibliotheca Alexandrina alberga por separado una colección cartográfica de mapas antiguos y modernos, tiene un ala consagrada a materiales multimedia y libros científicos avanzados, un departamento especializado en la restauración de manuscritos e incluso una extensa colección de textos en braille. El complejo cuenta con un planetario y ocho museos separados que albergan más de treinta colecciones especiales.
La afirmación de la guía puede sorprender a algunos lectores, pero lo cierto es que allí está depositada la única copia completa y la reserva externa del Archivo de Internet, aunque desde 2002 dicho archivo cuenta con otros centros. La nueva biblioteca recibió una donación de unos doscientos ordenadores con una capacidad de almacenamiento superior a los cien terabytes, valorados en unos cinco millones de dólares. Contiene instantáneas de todas las páginas de Internet entre 1996 y 2001, realizadas cada dos meses. El proyecto Archivo de Internet ha seguido en activo desde entonces y pretende convertirse en un archivo dinámico de todo Internet y conseguir que esté públicamente disponible para toda la eternidad. La nueva biblioteca es uno de sus principales centros de datos.
La inspiración para una de las tramas principales de este libro fue, precisamente, esta confluencia entre la antigua Real Biblioteca y el trabajo volcado hacia el futuro de la nueva.
Los palacios reales de Topkapi y Dolmabahçe en Estambul
Estos dos soberbios testimonios del reinado de los sultanes en Turquía se hallan fielmente descritos en
La biblioteca perdida
, son tan inconfundibles y difieren uno de otro exactamente como lo perciben los sentidos de Emily.