Salieron juntos al aparcamiento y, una vez que los dos hombres se hubieron marchado en el Porsche de Hocken, David Jatney indicó a Rosemary el camino hasta donde estaba aparcado su viejo Toyota.
—¡Maldición! —exclamó Rosemary al ver el coche—. No puedo bajarme de un coche como ése delante del hotel Beverly Hills. —Miró a su alrededor y añadió-: Ahora voy a tener que encontrar mi coche. Mira, David, ¿te importaría conducirme en mi Mercedes? Está aparcado por aquí, en alguna parte, y pediré una limusina del hotel para que te traiga de regreso. De ese modo no tendré necesidad de enviar a nadie por la mañana a recoger mi propio coche. ¿Podríamos hacer eso? —preguntó sonriéndole con dulzura. Después introdujo la mano en el bolso y sacó unas gafas, que se puso. Señaló uno de los pocos coches que quedaban en el aparcamiento y dijo—: Es ése.
Jatney, que había visto el coche de ella casi desde el primer momento en que salieron, se quedó sorprendido al darse cuenta de que ella debía de ser muy corta de vista. Quizá fuera eso lo que le había inducido a ignorarlo durante la cena.
Le entregó las llaves de su Mercedes; él le abrió la puerta del lado contiguo al del conductor y la ayudó a subir. Percibió la mezcla del olor de vino y perfume de su cuerpo y sintió el calor de los huesos de ella como si fueran carbones ardiendo. Luego rodeó el coche hacia el otro lado para sentarse ante el volante, pero antes de poder utilizar la llave para abrir la puerta, ésta se abrió. Rosemary lo había hecho desde el interior del vehículo. Eso fue algo que a él le sorprendió, pues no lo había creído propio de su personalidad.
Tardó unos pocos minutos en averiguar cómo funcionaba el Mercedes. Pero le encantó la sensación que le produjeron los asientos, y el olor del cuero rojo. ¿Era un olor natural o acaso rociaba ella el coche con algún espray con perfume especial a cuero? El coche se manejaba muy bien y, por primera vez en su vida, comprendió el enorme placer que debían de sentir algunas personas al conducir.
El Mercedes pareció flotar sobre las calles oscuras. Disfrutó tanto de la conducción que la media hora que tardó en llegar al hotel Beverly Hills pareció haber transcurrido en un instante. Durante ese tiempo, Rosemary no le dijo nada. Se quitó las gafas, volvió a guardarlas en el bolso y permaneció en silencio. En una ocasión se giró para mirarle el perfil con una expresión halagadora. Luego se limitó a mirar directamente delante de sí. Por su parte, Jatney no se volvió hacia ella en ningún momento, ni le dijo nada. Estaba disfrutando del sueño de conducir a una mujer hermosa en un coche hermoso, en el corazón de la ciudad más espectacular del mundo.
Cuando se detuvo ante la entrada del hotel Beverly Hills, cubierta por un toldo, apagó el motor, sacó las llaves del arranque y se las entregó a Rosemary. Luego salió del coche y dio la vuelta para abrirle la puerta. En ese momento, uno de los porteros acudió por el pasillo de entrada, cubierto con una alfombra roja, y Rosemary le entregó las llaves del coche. Jatney se dio cuenta de que debió de haberlas dejado en el arranque.
Rosemary empezó a subir por el pasillo alfombrado, dirigiéndose hacia la entrada del hotel, y Jatney se dio cuenta de que se había olvidado por completo de su presencia. Era demasiado orgulloso como para recordarle que le había ofrecido una limusina para regresar. La observó. Bajo el gran toldo de color verde, envuelta porla suavidad del aire de la noche, por el dorado de las luces, parecía una princesa perdida. En ese momento, ella se detuvo y se volvió. David Jatney la miró directamente a la cara, y le pareció tan hermosa que, por un instante, su corazón pareció dejar de latir.
Pensó que ella se había acordado de su presencia, que le invitaba a seguirla, pero volvió a darse la vuelta y trató de subir los tres escalones que la conducirían hasta la puerta de entrada. En ese momento, tropezó, el bolso salió despedido de entre sus manos y todo lo que contenía se desparramó por el suelo. Para entonces, Jatney se había precipitado sobre la alfombra roja, acercándose para ayudarla.
El contenido de aquel bolso parecía infinito, como si se tratara de algo mágico, a juzgar por la forma en que seguía vertiéndose. Había lápices de labios, cajitas de maquillaje abiertas con misterios empolvados propios, un llavero que se rompió y desparramó por lo menos veinte llaves sobre la alfombra. Había un frasco de aspirinas y otros envases de diferentes medicamentos. Y un enorme cepillo de dientes de color rosado. Había ún encendedor, pero no vio cigarrillos, un tubo de Binaca y una pequeña bolsa de plástico que contenía unos panties azules y un artilugio de aspecto siniestro. Había innumerables monedas, algunos billetes y un pañuelo de lino blanco arrugado. Estaban las gafas, de montura dorada, un tanto fantasmagóricas sin el adorno del rostro de expresión clásica de Rose-mary.
Rosemary contempló todo aquello con horror y, de pronto, estalló en lágrimas. Jatney se arrodilló sobre la alfombra roja y empezó a meterlo todo en el bolso. Rosemary no le ayudó. Cuando uno de los porteros salió del hotel, Jatney le hizo sostener el bolso abierto mientras él iba metiendo todo lo que se había caído.
Finalmente, después de haberlo guardado todo, tomó el bolso ahora lleno de manos del portero, y se lo entregó a Rosemary, observando la humillación que ella sentía y extrañándose por ello. Ella se secó las lágrimas y le dijo:
—Sube a mi suite para tomar algo mientras llega la limusina. No he tenido la oportunidad de hablar contigo durante toda la velada.
Jatney sonrió. Recordó lo que había dicho Gibson Grange: «Es zalamera». Pero sentía curiosidad por el famoso hotel Beverly Hills y también deseaba permanecer junto a Rosemary.Las paredes, pintadas de verde, le parecieron extrañas y, en realidad, sucias para un hotel de tanta categoría. Pero cuando entraron en la enorme suite, quedó impresionado. Estaba hermosamente decorada y disponía de una gran terraza que, en realidad, era un balcón. También había un bar en un rincón. Rosemary se dirigió a él, se preparó una copa y luego, tras preguntarle qué quería tomar, se la preparó también a él. Jatney había pedido un escocés sencillo. Aunque raras veces bebía, ahora se sentía un poco nervioso. Ella abrió las puertas de cristal correderas que daban a la terraza y le condujo fuera. Había una mesa de cristal sobre cuatro patas blancas, y cuatro sillas del mismo color.
—Siéntate aquí mientras yo voy al cuarto de baño —dijo Rosemary—. Luego charlaremos un rato.
Y, tras decir esto, volvió a desaparecer en el interior de la suite.
David Jatney se sentó en una de las sillas y se dedicó a beber su escocés. Por debajo de él se extendían los jardines interiores del hotel Beverly Hills. Observó la piscina, las pistas de tenis y los caminos que conducían a los distintos bungalows. Había árboles y prados individuales; la hierba, más verde aún bajo la luz de la luna, y la iluminación que caía sobre las paredes del hotel pintadas de rosa, daban a todo una especie de brillo surrealista.
Rosemary reapareció apenas diez minutos más tarde. Se sentó en una de las sillas y tomó un sorbo de su vaso. Se había cambiado de ropa y ahora llevaba unos pantalones sueltos muy holgados y un suéter de cachemira de color blanco. Se había subido las mangas del suéter por encima de los codos. Le sonrió, y fue una sonrisa seductora. Se había quitado el maquillaje de la cara y a él le gustó más así. Ahora sus labios no eran voluptuosos y sus ojos no parecían tan exigentes. Su aspecto parecía más joven y vulnerable. Al hablar, la voz sonó más suave y natural, menos exigente.
—Hock me ha dicho que te dedicas a escribir guiones —dijo—. ¿Tienes algo que quisieras enseñarme? Me lo puedes enviar a mi despacho.
—En realidad, no —dijo Jatney devolviéndole la sonrisa.
Nunca permitiría que ella lo rechazara.
—Pues Hock me dijo que habías terminado uno —insistió Rosemary—. Yo siempre ando buscando nuevos guionistas. Resulta muy difícil encontrar algo decente.
—Bueno, en realidad escribí cuatro o cinco, pero me parecieron tan malos que los tiré.
Permanecieron un rato en silencio. A David Jatney le resultaba fácil quedarse en silencio, ya que se sentía mucho más cómodo que hablando.
—¿Cuántos años tienes? —preguntó finalmente Rosemary.
—Veintiséis —contestó David Jatney, mintiendo.
—Dios santo, desearía volver a ser tan joven —dijo ella sonriendo—. ¿Sabes?, cuando llegué aquí tenía dieciocho y quería ser actriz, y casi estuve a punto de conseguirlo. ¿Conoces esa clase de papeles de una sola línea en la televisión? ¿La vendedora a la que la heroína le compra algo en una tienda? Pues eso. Luego conocí a Hock y él me convirtió en su ayudante ejecutiva, y me enseñó todo lo que sé. Me ayudó a producir mi primera película y luego también me ayudó a lo largo de los años. Quiero mucho a Hock, y siempre lo querré. Pero es muy duro, como esta noche. Se puso del lado de Gibson en contra mía. —Rosemary sacudió la cabeza—. Yo siempre quise ser tan dura como él. Hice todo lo que pude para ser como él.
—Creo que es una persona muy agradable —dijo David Jatney.
—Pues tú le caes muy bien. De hecho, así mismo me lo dijo. Me comentó que te parecías mucho a tu madre y que actúas igual que ella. Dice que eres una persona realmente sincera, y no un buscavidas. —Guardó un momento de silencio, antes de añadir-: Yo también lo creo así. No puedes imaginarte lo humillada que me sentí cuando todo el contenido de mi bolso se desparramó por el suelo. Y luego te vi dedicado a recogerlo todo, sin dirigirme una sola mirada. Fuiste realmente muy dulce.
Se inclinó hacia él y le besó en la mejilla. Jatney percibió ahora que de su cuerpo emanaba una fragancia distinta.
Bruscamente, ella se incorporó y regresó a la suite. Él la siguió. Ella cerró la puerta cristalera que daba a la terraza, echó la llave y dijo:
—Pediré tu limusina.
Tomó el teléfono, pero en lugar de apretar el botón de llamada a la centralita, lo sostuvo en la mano y se volvió a mirar a David Jatney, que estaba de pie, muy quieto, lo bastante alejado como para no estar a su alcance.
—David, voy a preguntarte algo que puede parecerte extraño-dijo ella—. ¿Quieres quedarte conmigo esta noche? Me siento muy mal y necesito compañía, pero quiero que me prometas que no intentarás hacer nada. ¿Podemos simplemente dormir juntos, como amigos?
Jatney se quedó atónito. Nunca había soñado que una mujer tan hermosa pudiera desear a alguien como él. Se sentía aturdido por su buena suerte. Pero Rosemary se apresuró a añadir:
—Lo digo en serio. Sólo deseo que alguien amable como tú pase esta noche conmigo. Pero tienes que prometerme que no harás nada. Si lo intentas, me enfadaré mucho.
Era una situación tan confusa para Jatney que sonrió y, como si no hubiera comprendido, dijo:
—Me sentaré en la terraza o dormiré en el sofá, aquí, en el salón.
—No —dijo Rosemary—. Quiero a alguien que me abrace y duerma conmigo. Lo único que quiero es no sentirme sola. ¿Puedes prometérmelo?
—No tengo nada que ponerme —se escuchó decir a sí mismo David Jatney—. Quiero decir, en la cama.
—Pues entonces, toma una ducha y duerme desnudo —replicó Rosemary con brusquedad—. A mí eso no me importará.
Entre el salón y el dormitorio de la suite había un pequeño vestíbulo que contenía un cuarto de baño extra. Rosemary le dijo que se duchara allí. No quería que utilizara su cuarto de baño. Jatney se duchó y se cepilló los dientes usando jabón y pañuelos de papel. En la parte posterior de la puerta había un albornoz con el anagrama y el nombre del hotel bordado en letras elegantes. Se lo puso, entró en el dormitorio y descubrió que Rosemary todavía estaba en su cuarto de baño. Permaneció allí de pie, incómodo, sin saber qué hacer, no queriendo meterse en la cama de ella, que ya había sido preparada por la camarera del hotel. Finalmente, Rosemary salió del cuarto de baño llevando un batín de franela, tan elegante y bordado que le daba el aspecto de una muñeca en una tienda de juguetes.
—Vamos, acuéstate —le dijo—. ¿Necesitas un Valium o un somnífero?
El supo que ella ya se lo debía de haber tomado. Rosemary se sentó en el borde de la cama y finalmente se acostó. Jatney hizo lo mismo, aunque sin quitarse el albornoz. Permanecieron juntos el uno junto al otro y cuando ella apagó la luz de la mesita de noche, quedaron a oscuras.-Abrázame —dijo ella. Él así lo hizo durante un largo rato. Luego ella se giró de costado hacia su lado de la cama y dijo con brusquedad-: Felices sueños.
David Jatney permaneció tumbado de espaldas, mirando fijamente el techo. No se atrevía a quitarse el albornoz; no deseaba que ella pensara que pretendía estar desnudo en su cama. Se preguntó si debería comentar lo que estaba sucediendo con Hock la próxima vez que lo viera, pero comprendió que se burlaría de él si supiera que había dormido con una mujer tan hermosa y no había sucedido nada. Además, quizá Hock pensara que mentía. Deseó haber aceptado el somnífero que Rosemary le había ofrecido. Ella ya se había quedado dormida y emitía unos ligeros ronquidos, apenas audibles.
Jatney decidió regresar al salón y se levantó de la cama. Rosemary se despertó y le dijo medio dormida:
—¿Podrías traerme un vaso de agua mineral?
Jatney fue al salón y preparó dos vasos de agua mineral con hielo. Bebió de su vaso y volvió a llenarlo. Luego regresó al dormitorio. A la luz del vestíbulo distinguió la figura de Rosemary, sentada en la cama, sujetando las sábanas alrededor de su cuerpo. Le ofreció el vaso de agua y ella extendió un brazo desnudo para tomarlo. En la habitación a oscuras, él tocó la parte superior de su cuerpo antes de encontrar la mano para darle el vaso. Entonces se dio cuenta de que estaba desnuda. Mientras ella bebía, se metió de nuevo en la cama, pero esta vez dejó que el albornoz se deslizara hasta caer al suelo.
La escuchó dejar el vaso de agua sobre la mesita de noche y entonces él extendió una mano y tocó su carne. Sintió la espalda desnuda y la suavidad de sus nalgas. Ella se giró hacia él y se acurrucó entre sus brazos, pecho contra pecho. Rosemary lo rodeó con sus brazos y el calor de sus cuerpos les hizo apartar las sábanas mientras se besaban. Se besaron durante largo rato, con la lengua de ella en la boca de él, hasta que él ya no pudo esperar más y se encontró encima de ella y la mano de Rosemary, tan suave como el satén, lo guió hacia su interior. Hicieron el amor casi en silencio, como si alguien los estuviera espiando, hasta que los cuerpos de ambos se arquearon en el vuelo que los llevaba hacia el climax y luego volvieron a quedar tumbados de espaldas sobre la cama, separados.-Y ahora quédate dormido —susurró ella finalmente dándole un beso suave en la comisura de los labios.