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Authors: John Katzenbach

Tags: #Policiaco

La guerra de Hart (52 page)

En todo caso, eso confiaba Tommy, y sabía por dónde atacar. Lo había sabido desde el primer momento en que había examinado las pruebas.

Miró de reojo a Scott. El aviador negro jugueteaba de nuevo con el cabo de lápiz. Tommy le vio escribir con él dos palabras en una de las preciosas hojas de papel: «¿por qué?».

Era una buena pregunta, pensó Tommy. Una pregunta que aún se le resistía.

—Una última pregunta, comandante Clark —dijo Walker Townsend—. ¿Siente usted una antipatía personal hacia el teniente Scott, o hacia las personas de raza negra en general?

—¡Protesto! —exclamó Hart.

El coronel MacNamara lo miró al tiempo que asentía con la cabeza.

—El teniente lleva razón, capitán —amonestó a Townsend—. La pregunta es interesada e irrelevante.

El capitán Townsend sonrió.

—Quizá sea interesada, coronel —respondió—, pero no irrelevante.

Al decir esto el fiscal se volvió hacia el público, dirigiendo esa última frase a los
kriegies
que abarrotaban la sala. No era necesario que el comandante Clark respondiera a la pregunta. Por el mero hecho de formularla, Townsend ya la había respondido.

—¿Desea usted hacer más preguntas, capitán? —inquirió MacNamara.

—No, señor —respondió Townsend con brío, como si efectuara un saludo militar—. Puede interrogar usted al testigo, teniente.

Tommy se levantó despacio y rodeó la mesa de la defensa sin apresurarse. Miró al comandante Clark y vio que el testigo estaba inclinado hacia delante, aguardando impaciente su primera pregunta.

—¿Tiene usted experiencia en las investigaciones criminales, comandante?

Clark se detuvo antes de responder.

—No, teniente. Pero todo oficial veterano del ejército está acostumbrado a investigar disputas y conflictos entre los hombres a nuestro mando. Estamos habituados a determinar la verdad en estas situaciones. Un asesinato, aunque infrecuente, no es más que la extensión de una disputa. El proceso es el mismo.

—Una extensión notable.

El comandante Clark se encogió de hombros.

—¿De modo que no tiene experiencia? —continuó Tommy—. ¿No le han enseñado cómo se ha de examinar la escena de un crimen?

—No, teniente.

—¿Y no tiene experiencia en recoger e interpretar las pruebas?

El comandante Clark dudó antes de responder a regañadientes:

—No tengo experiencia en esta materia, teniente. Pero este caso no la requiere. Estaba claro desde un principio.

—Ésa es su opinión.

—Ésta es mi opinión, en efecto, teniente.

El comandante Clark se había sonrojado ligeramente y en lugar de apoyar los pies en el suelo, había alzado un poco los talones, casi como si se dispusiera a saltar. Tommy se detuvo unos instantes para observar el rostro y el cuerpo del comandante, pensando que éste se mostraba receloso pero confiado. Tommy se acercó a Scott y a Renaday y dijo en voz baja al canadiense:

—Dame esos bocetos.

Hugh sacó de debajo de la mesa los tres dibujos de la escena del crimen que había realizado el artista irlandés amigo de Phillip Pryce.

—Machaca a ese prepotente cabrón —murmuró al entregárselos a Tommy, lo bastante alto para que los
kriegies
que estaban cerca lo oyeran.

—Comandante Clark —dijo Tommy alzando la voz—. Voy a mostrarle tres dibujos. El primero muestra las heridas que tenía el capitán Bedford en el cuello y las manos. El segundo muestra la colocación de su cuerpo en el cubículo del
Abort
. El tercero es un diagrama del mismo
Abort
. Le ruego que los examine y me diga si cree que representan con justicia lo que usted mismo vio la mañana siguiente al asesinato.

—Quisiera ver esos dibujos —dijo Townsend poniéndose en pie.

Tommy entregó los tres bocetos al comandante Clark al tiempo que decía:

—Puede examinarlos junto con el testigo, capitán. Pero no recuerdo que estuviera usted presente en la escena del crimen en el
Abort
, por lo que no creo que pueda juzgar la exactitud de ellos.

Townsend hizo un gesto de desdén y se colocó detrás del comandante Clark. Ambos hombres examinaron cada dibujo con detenimiento. Tommy observó que el capitán Townsend se agachaba un poco para susurrar unas palabras al oído del comandante.

—¡Absténgase de hablar con el testigo! —exclamó. Sus palabras resonaron en la atmósfera silenciosa del rudimentario teatro. Tommy avanzó furioso, apuntando con el dedo hacia el rostro de Townsend—. Ya ha interrogado al testigo, ahora es mi turno de preguntar. ¡No trate de aconsejarle lo que debe responder!

Townsend entrecerró los párpados y miró con furia a Tommy Hart. El coronel MacNamara se interpuso entre los dos, lo cual asombró a Tommy.

—El teniente lleva razón, capitán. Debemos mantener un procedimiento correcto en la medida de lo humanamente posible. Ya tendrá usted una segunda oportunidad de interrogar al testigo. Ahora retírese y deje que el teniente prosiga, aunque yo mismo quisiera ver esos dibujos, señor Hart.

Tommy asintió y le entregó los dibujos.

—Encajan con lo que yo recuerdo —dijo tras examinarlos durante unos momentos—. Responda a la pregunta, comandante Clark.

Clark se encogió de hombros.

—Estoy de acuerdo con usted, coronel. Me parecen bastante precisos.

—No se precipite —dijo Tommy—. No quisiera que cometiera un error evidente.

Clark observó de nuevo los dibujos.

—Están bien realizados —comentó—. Mi enhorabuena a su autor.

Tommy tomó los tres bocetos y los sostuvo en alto, para que el público pudiera contemplarlos.

—Eso no es necesario —protestó MacNamara, adelantándose a Walker Townsend.

Tommy sonrió.

—Por supuesto —respondió al coronel. Luego se volvió de nuevo hacia el comandante Clark—.

Comandante, basándose en su examen pericial de la escena del crimen en el
Abort
¿quiere hacer el favor de explicar al tribunal cómo cree que se cometió este asesinato?

Tommy dio media vuelta, apoyándose en la mesa de la defensa, apoyando un muslo sobre la misma, con los brazos cruzados, esperando que el comandante relatara su versión de los hechos, tratando de imponer un aire de incredulidad a su postura. En su fuero interno, estaba nervioso sobre su pregunta. Phillip Pryce le había inculcado hacía tiempo la máxima de que jamás debe formularse en un juicio una pregunta a menos que se conozca la respuesta, y él acababa de pedir al principal acusador de Scott que describiera el asesinato de Trader Vic. No dejaba de ser un riesgo. Pero Tommy contaba con la vanidad y la tozudez del comandante Clark, convencido de que el prepotente oficial caería en la trampa que le había tendido. Sospechaba que el comandante no había observado el peligro en los dibujos de la escena del crimen. Por otra parte, suponía que el comandante no sabía que Nicholas Fenelli, el empleado de la funeraria y médico en ciernes, aguardaba entre bastidores para rebatir todo lo que Clark iba a decir cuando Tommy lo llamara al estrado y le mostrara los mismos dibujos que le había enseñado en su modesto consultorio. En este conflicto, pensó Tommy, las enérgicas protestas de inocencia de Scott cobrarían fuerza y la verdad acabaría imponiéndose.

—¿Quiere que describa el asesinato? —preguntó Clark tras una pausa.

—Exactamente. Díganos cómo ocurrió. Basándose en sus investigaciones, naturalmente.

Walker Townsend hizo ademán de levantarse, pero cambió de parecer. En su rostro se dibujaba una pequeña sonrisa.

—Muy bien —respondió el comandante Clark—. Yo creo que lo que ocurrió…

Tommy se apresuró a interrumpirle.

—Se trata de una creencia basada en su interpretación de los hechos, ¿no es así?

El comandante Clark dio un respingo.

—Sí. Exactamente. ¿Puedo continuar?

—Por supuesto.

—Bien, el capitán Bedford, como todo el mundo sabe, era un negociante. Yo afirmo que el teniente Scott lo vio levantarse de su litera la noche de autos. El capitán se exponía a ser castigado por salir después de que se apagaran las luces, pero era un hombre valiente y decidido, sobre todo si le aguardaba una suculenta recompensa. Al cabo de unos momentos, Scott le siguió a la luz de una vela, acechándole, con el cuchillo oculto debajo de su chaqueta, sin saber que otros les habían visto.

Supongo que de haberlo sabido, quizás habría desistido de su empeño.

—Pero eso es una suposición —interrumpió Tommy—. No se basa en lo que las pruebas indican, ¿no es así?

—Desde luego. Tiene razón, teniente —dijo Clark—. En lo sucesivo trataré de abstenerme de formular suposiciones.

—Se lo agradezco. Bien —dijo Tommy—, el acusado le sigue fuera del barracón…

—Justamente, teniente. Scott siguió a Bedford hasta el
Abort
, donde ambos sostuvieron una pelea.

Puesto que se hallaban dentro de ese edificio, el ruido que hicieron al pelearse no se oyó en los dormitorios de los barracones 101 y 102.

—Una ausencia de ruido muy oportuna —le cortó Tommy de nuevo. No podía remediarlo. El pomposo tono de sabihondo del comandante era demasiado irritante para pasarlo por alto. El comandante Clark lo miró con cara de pocos amigos.

—No sé si será oportuna o no lo será, teniente. Pero al interrogar a los hombres que ocupan los barracones contiguos ninguno había oído el ruido de la pelea. Era muy tarde y estaban dormidos.

—Sí —dijo Tommy—. Continúe, por favor.

—Utilizando el cuchillo que había fabricado, Scott apuñaló al capitán Bedford en el cuello. Luego arrojó su cadáver en el sexto cubículo, donde más tarde fue descubierto. Después, sin darse cuenta de que tenía la ropa manchada de sangre, regresó al dormitorio del barracón. Fin de la historia, teniente. Como he dicho, está más claro que el agua. Estoy listo para la segunda pregunta —añadió sonriendo el comandante Clark.

Tommy se incorporó y dijo:

—Muéstremelo.

—¿Qué quiere que le muestre?

—Muéstrenos a todos cómo se produjo la pelea, comandante. Empuñe el cuchillo. Usted será Scott, yo Bedford.

El comandante Clark no se lo hizo repetir dos veces. El capitán Townsend le entregó el cuchillo.

—Sitúese allí —indicó el comandante a Tommy. Luego se colocó a unos pasos de distancia, sosteniendo el cuchillo con la mano derecha como si sostuviera una espada. A continuación lo alzó lentamente, fingiendo apuñalar a Tommy en el cuello—. Por supuesto —apuntó el comandante—, usted es bastante más alto que el capitán Bedford y yo no soy tan alto como el teniente Scott, de modo que…

—¿Quiere que invirtamos los papeles? —preguntó Tommy.

—De acuerdo —respondió el comandante Clark, pasando el cuchillo a Tommy.

—¿Así? —preguntó Tommy, remedando los gestos que acababa de hacer el comandante.

—Sí. Se ajusta bastante a la realidad —contestó el comandante. Mientras representaba el papel de la víctima sonrió.

—¿Le parece bien, señor fiscal? —inquirió Tommy dirigiéndose al capitán Townsend.

—Me parece bien —repuso el virginiano.

Tommy Hart indicó al comandante que ocupara de nuevo la silla del testigo.

—De acuerdo —dijo cuando el comandante Clark volvió a sentarse—. Después de rebanarle el cuello a Trader Vic, Scott lo metió en el cubículo, ¿no es así? Y luego abandonó el
Abort
, según ha declarado usted.

—Sí —respondió el comandante en voz alta—. Es exacto.

—Entonces explíqueme cómo logró mancharse la parte trasera izquierda de su cazadora.

—¿Cómo dice?

—¿Cómo es que se manchó la parte trasera izquierda de su cazadora? —Tommy se acercó a la mesa de la acusación, tomó la cazadora de cuero de Scott y la sostuvo en alto para mostrarla al tribunal.

El comandante Clark dudó unos instantes, sonrojándose de nuevo.

—No entiendo la pregunta —dijo.

Tommy fue a por él.

—Es muy sencillo, comandante —repuso con frialdad—. La parte trasera de la cazadora del acusado está manchada de sangre. ¿Cómo ocurrió? En la declaración que usted ha hecho, describiendo el crimen, y ahora, al representar la escena ante el tribunal, no ha indicado en ningún momento que Scott se volviera de espaldas a Bedford. ¿Cómo se manchó entonces?

El comandante Clark se movió nervioso en la silla.

—Quizá tuviera que levantar el cadáver para colocarlo en el retrete. En ese caso habría utilizado el hombro, manchándose de esa forma la cazadora.

—Se nota que usted no es un experto en estos temas. Nunca le han enseñado nada sobre la escena del crimen, ni sobre manchas de sangre, ¿no es cierto?

—Ya he respondido a eso.

—Señoría —dijo Walker Townsend poniéndose en pie—, opino que la defensa…

El coronel MacNamara alzó la mano.

—Si tiene usted algún problema, puede plantearlo cuando vuelva a interrogar al testigo. De momento, permita que el teniente continúe.

—Gracias, coronel —dijo Tommy, sorprendido por la enérgica actitud de MacNamara—. De acuerdo, comandante Clark. Supongamos que el teniente Scott tuviera que levantar el cadáver, aunque no fue eso lo que usted dijo la primera vez. ¿El acusado es diestro o zurdo?

—No lo sé —respondió Clark después de unos instantes de vacilación.

—Bien, si optó por utilizar su hombro izquierdo para alzar el cadáver, ¿no cree que eso indicaría que es zurdo?

—Sí.

Tommy se volvió de repente hacia Lincoln Scott.

—¿Es usted zurdo, teniente? —le preguntó de sopetón, en voz bien alta.

Lincoln Scott, sonriendo levemente, reaccionó con presteza, antes de que Walker Townsend pudiera protestar. Se levantó en el acto y gritó:

—¡No señor, soy diestro! —y lo demostró crispando el puño derecho y exhibiéndolo ante todos.

Tommy se volvió una vez más hacia el comandante Clark.

—Así pues —dijo secamente—, es posible que el crimen no ocurriera tal como usted dice, «precisamente» —agregó, repitiendo con tono sarcástico la palabra empleada por el comandante.

—Bien —repuso Clark—, quizá no precisamente…

Tommy lo interrumpió con un gesto.

—Es suficiente —dijo—. Me pregunto qué otra cosa no ocurrió «precisamente» como ha declarado usted. Es más, me pregunto si algo ocurrió «precisamente».

Tommy pronunció esas últimas palabras casi con voz estentórea. Luego se encogió de hombros y alzó los brazos en un gesto interrogativo, creando en la sala la sutil sensación de que sería injusto condenar a un hombre sin precisión.

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