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Authors: John Katzenbach

Tags: #Policiaco

La guerra de Hart (53 page)

—No haré más preguntas al testigo —dijo con un tono cargado de desprecio.

Tommy volvió a ocupar su asiento con un gesto no exento de teatralidad. Por el rabillo del ojo vio al
Hauptmann
Visser muy atento al turno de repreguntas. El alemán lucía la misma pequeña y ácida sonrisa que Tommy había visto en sus labios en otros momentos. De pronto, Visser murmuró algo al estenógrafo, que se apresuró a anotar las palabras del
Hauptmann
.

Lincoln Scott, sentado junto a Tommy, susurró: «Buen trabajo.» Hugh, sentado al otro lado, escribió en su hoja de papel un nombre, Fenelli, seguido por varios signos de exclamación. El policía canadiense también sabía lo que iba a ocurrir, y en sus labios se dibujaba una sonrisa de satisfacción.

A sus espaldas sonó un murmullo; provenía de los
kriegies
, que comentaban las incidencias de la sesión como si se tratase de un partido de béisbol. El coronel MacNamara dejó que los exaltados rumores continuaran unos momentos, después de lo cual dio tres golpes contundentes con su martillo rudimentario. Su rostro mostraba una expresión enérgica. No parecía furioso, pero sí disgustado, aunque era imposible adivinar si debido a la endeble declaración del testigo o a la actitud espectacular de Tommy.

—¿Desea interrogar de nuevo al testigo? —preguntó fríamente a Walker Townsend.

El capitán de Virginia se levantó poco a poco, moviéndose de un modo pausado, paciente, que puso nervioso a Tommy. Había supuesto que el capitán volaría de forma errática, tratando de mantener la altura y la estabilidad del aparato después de que fallara un motor.

Meneando la cabeza y esbozando una sonrisa irónica, el capitán Townsend avanzó hacia el centro de la sala.

—No, señor, no tenemos más preguntas para el comandante. Gracias, señor.

Tommy se extrañó. Al sentarse en su silla había estado seguro de que Townsend tendría que rehabilitar el testimonio de Clark, y contaba con que cada tentativa que hiciera Clark para dar la impresión de que hablaba con conocimiento de causa sólo serviría para poner de relieve sus defectos como investigador criminal. Tommy experimentó un inopinado temor, semejante al que había sentido hacía meses a bordo del
Lovely Lydia
, durante el vuelo de regreso a la base cuando el bombardero había sido atacado por un caza cuya presencia no habían detectado y el Focke-Wulf había disparado contra ellos unas balas trazadoras. El viejo capitán del oeste de lejas se las había visto y deseado para subir y ocultarse entre las nubes a fin de zafarse del insistente caza.

De pronto Townsend se volvió, echó una ojeada a la defensa y después a la multitud de aviadores que abarrotaban el teatro.

—¿Tiene usted otro testigo? —preguntó el coronel MacNamara.

—Sí, señoría —respondió el capitán Townsend con cautela—. Un último testigo, después de lo cual la acusación habrá concluido su caso. —La voz de Townsend se alzó rápidamente, adquiriendo volumen y fuerza con cada palabra, de forma que cuando pronunció la siguiente frase, lo hizo casi gritando—. En estos momentos, señor, la acusación desea llamar al estrado al teniente Nicholas Fenelli.

—¡Qué carajo es esto! —soltó Hugh Renaday.

Lincoln Scott dejó caer el lápiz sobre la mesa y Tommy Hart sintió de pronto vértigo, como si se hubiera levantado bruscamente. Notó que palidecía.

—¡Teniente Nicholas Fenelli! —gritó el coronel MacNamara.

Se produjo un tumulto entre los aviadores presentes en la sala, mientras se apartaban para dejar paso al médico en ciernes. Tommy se volvió y vio a Fenelli avanzar con paso firme por el pasillo central del teatro, con los ojos fijos en la silla de los testigos. Evitaba escrupulosamente la mirada de Tommy.

—¡Esto es una sucia emboscada! —susurró Renaday.

Tommy observó a Fenelli acercarse al estrado. Se había esmerado en limpiar y planchar su uniforme, se había afeitado con una cuchilla nueva, había peinado su pelo ralo y negro y se había recortado su bigotito. Al llegar frente al tribunal, saludó y tomó la Biblia y juró sobre ella. Durante unos segundos Tommy se sintió hipnotizado por la aparición del médico, casi como si la escena que se desarrollaba frente a él lo hiciera a cámara lenta. Pero cuando Fenelli levantó la mano para prestar juramento, Tommy consiguió salir de su estupor y se levantó de un salto, descargando un puñetazo sobre la mesa ante él.

—¡Protesto! —exclamó tres veces consecutivas.

El hombre que prestaba juramento se detuvo, sin mirar a Tommy. Walker Townsend se acercó al tribunal y el coronel MacNamara se inclinó hacia delante.

—Exponga el motivo de su protesta, teniente —dijo MacNamara con frialdad.

Tommy respiró hondo.

—¡El nombre de esta persona no aparece en la lista de testigos de la acusación, señoría! Por tanto, no puede ser llamado a declarar sin que la defensa tenga oportunidad suficiente para hablar de su testimonio.

Walker Townsend se volvió a medias hacia Tommy al tiempo que le interrumpía.

—¡Teniente Hart, no se haga el ingenuo! Usted conoce muy bien la relación del señor Fenelli con este caso, ya que le ha entrevistado durante un buen rato. De hecho, tengo entendido que pensaba llamarlo a declarar en favor de la defensa.

—¿Es eso cierto, señor Hart? —preguntó el coronel MacNamara.

Tommy se sentía ofuscado, como si flotara a la deriva. No tenía remota idea del motivo por el que el fiscal había llamado a Fenelli a declarar, tanto más sabiendo lo que diría el médico sobre la naturaleza de las heridas sufridas por Trader Vic y el tipo de arma que se las había producido. Pero algo no encajaba.

—Es cierto que entrevisté al teniente Fenelli. Es cierto que pensé en llamarlo a declarar…

—En ese caso no entiendo por qué protesta, teniente —terció MacNamara secamente.

—¡Sigue sin figurar en la lista de la acusación, señoría! Este hecho lo excluye por sí solo como testigo.

—Ya hemos discutido eso con el comandante Clark, teniente. Debido a nuestras singulares circunstancias, el tribunal piensa que es importante conceder cierto margen de tolerancia a ambas partes, si bien conservando la integridad del proceso.

—¡Esto es injusto, señor!

—No lo creo, teniente. Haga el favor de sentarse, señor Fenelli. Capitán Townsend, prosiga, por favor.

Durante unos instantes Tommy se sintió mareado. Luego se dejó caer en su silla. No se atrevía a volver la cabeza para mirar a Lincoln Scott o a Hugh Renaday, aunque oyó al canadiense mascullar unas palabrotas. Scott permanecía impertérrito, con ambas manos apoyadas en la mesa, mostrando en el dorso unas venas rígidas que se traslucían bajo la piel.

14
La segunda mentira

El teniente Nicholas Fenelli ocupó la silla de los testigos, moviéndose en un par de ocasiones para sentarse con más comodidad, hasta que por fin se inclinó ligeramente hacia delante, con las manos apoyadas sobre los muslos, como para conservar la compostura. Se abstuvo de mirar a Tommy Hart, a Lincoln Scott y a Hugh Renaday, que echaban chispas. Fenelli mantuvo la vista fija en Townsend, quien se las ingenió para colocarse entre Fenelli y la defensa.

—Bien, teniente —empezó a decir Townsend despacio, con voz melosa pero insistente, como un maestro que trata de animar a un estudiante brillante pero tímido—, haga el favor de explicar a todos los presentes cómo llegó a adquirir cierta experiencia en examinar cadáveres muertos en circunstancias violentas.

Fenelli asintió con la cabeza y relató la historia que había contado a Tommy y a Hugh acerca de la funeraria de Cleveland. Habló sin el desparpajo y la arrogancia que había mostrado cuando le había entrevistado Tommy, expresándose de forma directa, modesta, pero con rigor y sin el tono irritado que había mostrado antes.

—Muy bien —dijo Townsend, asimilando con calma las palabras de Fenelli—. Ahora, explique al tribunal cómo fue que examinó usted los restos del difunto.

Fenelli volvió a hacer un gesto afirmativo.

—Se me encargó que preparara el cadáver del capitán Bedford para su entierro, señor, una tarea que ya había realizado en varias y lamentables ocasiones. Mientras cumplía con mi deber observé las heridas que presentaba.

Townsend volvió a asentir lentamente. Tommy permaneció sentado en silencio, observando que Townsend no preguntó nada sobre la orden que Clark había dado a Fenelli de abstenerse de examinar el cadáver. Pero hasta el momento, Fenelli no había dicho nada que pillara a Tommy de sorpresa. Situación que no tardaría en cambiar.

—¿Fue a verle el señor Hart para mostrarle unos dibujos de la escena del crimen e interrogarle sobre la forma en que había muerto el capitán Bedford?

—Sí señor —respondió Fenelli sin vacilar.

—¿Y le expresó usted sus opiniones sobre el asesinato?

—Sí señor.

—¿Y mantiene usted hoy las mismas opiniones que cuando se entrevistó con el señor Hart?

Fenelli se detuvo, tragó saliva y esbozó una tímida sonrisa.

—No exactamente —contestó con cierto titubeo.

Tommy se levantó de inmediato.

—¡Señoría! —exclamó mirando al coronel MacNamara—. ¡No entiendo lo que le ocurre al testigo, pero este repentino cambio de actitud me parece más que sospechoso!

El coronel MacNamara asintió con la cabeza.

—Es posible, teniente. Pero este hombre ha jurado decir la verdad a este tribunal y debemos escucharle antes de emitir un juicio.

—Pero señor, una vez descubierto el juego…

MacNamara sonrió.

—Ya sé a qué se refiere, teniente —le interrumpió sonriendo—. No obstante, vamos a escuchar al testigo. Continúe, capitán Townsend.

Tommy siguió de pie, con los puños crispados y apoyados en la mesa de la defensa.

—¡Siéntese, señor Hart! —le amonestó MacNamara—. ¡Podrá exponer sus argumentos a su debido tiempo!

Tommy obedeció a regañadientes.

Tras dudar unos instantes, el capitán Townsend prosiguió:

—Retrocedamos un poco, teniente Fenelli. Con posterioridad a la conversación con el señor Hart, ¿habló usted con el comandante Clark y conmigo?

—Sí señor.

—¿Tuvo usted oportunidad en el curso de esa conversación de examinar las pruebas del caso presentadas por la acusación? Me refiero al cuchillo fabricado por el teniente Scott y las prendas de ropa que se hallan hoy en esta sala.

—Sí señor.

—El señor Hart no le mostró esos objetos, ¿no es cierto?

—No señor. Sólo me mostró los dibujos que había encargado.

—¿Le parecieron rigurosos?

—Sí señor.

—¿Y aún hoy se lo parecen?

—Sí señor.

—¿Hay algo en ellos que contradiga lo que usted cree que le ocurrió al capitán Bedford, basándose en su examen del cadáver?

—No señor.

—Relate a este tribunal su opinión acerca de este crimen.

—Bien, señor, mi primera impresión, cuando preparé el cadáver del capitán para ser enterrado, fue que el señor Bedford había muerto de una puñalada asestada por detrás, que es lo que le dije al señor Hart. También pensaba que el arma del crimen era un objeto largo y estrecho…

—¿Le dijo esto al señor Hart? ¿Que el arma del crimen era un objeto delgado?

—Sí señor. Le indiqué que el crimen había sido cometido por un hombre que empuñaba un arma semejante a un puñal o una navaja.

—¿Pero él no le mostró el cuchillo?

—No señor. No lo llevaba encima.

—O sea, que usted no ha visto nunca esta arma, ¿no es así?

—En todo caso, aquí no.

—Bien. De modo que no existe prueba alguna de este segundo cuchillo.

—Era un puñal, o una navaja, capitán.

—Bien. El arma del asesino. No la ha visto nunca. No existe ninguna prueba siquiera de que exista, ¿cierto?

—Que yo sepa, no.

—Bien —Townsend hizo una pausa, cobró aliento y continuó:

—De modo que este asesinato que en un principio creyó usted que había sido perpetrado con un cuchillo que al parecer no existe…, ¿sigue creyendo lo mismo?

—¡Protesto! —exclamó Tommy levantándose de un salto.

El coronel MacNamara meneó la cabeza.

—Capitán Townsend —dijo con sequedad—, procure formular sus preguntas de forma aceptable.

Sin esos aditamentos innecesarios.

—Muy bien, señoría. Lo lamento —respondió Townsend. Luego miró al teniente Fenelli, pero en lugar de formularle de nuevo la pregunta hizo un breve ademán, conminándole a responder.

—No señor. No es exactamente lo que creo hoy. Cuando vi el cuchillo en poder de la acusación, el que usted y el comandante me mostraron ayer, deduje que las heridas infligidas al capitán Bedford posiblemente fueron causadas por esa arma…

Lincoln Scott murmuró: «Posiblemente causadas…, ¡genial!» Tommy no respondió, pues estaba pendiente de cada palabra que brotaba con fórceps de labios de Fenelli.

—¿Había otra razón que le indujo a pensar que las heridas sufridas por el capitán Bedford fueron causadas por este tipo de cuchillo? —preguntó Townsend.

—Sí señor. Era un tipo de heridas que yo había visto cuando trabajaba en la funeraria de Cleveland, señor. Puesto que estaba familiarizado con esa clase de armas y las heridas que producen, eso fue lo que en cierto modo deduje de manera automática. En cierto modo, me equivoqué.

La enrevesada gramática de Fenelli hizo sonreír a Townsend.

—Pero después…

—Sí señor. Después, al examinar el cadáver con más detenimiento, observé que la cara del capitán presentaba contusiones. Sospecho que lo que pudo suceder fue que alguien le asestó un contundente puñetazo, arrojándolo de lado contra la pared del
Abort
, dejando al descubierto la zona del cuello donde se encontró la herida principal. En ese estado semiconsciente y vulnerable, vuelto hacia un lado, el asesino utilizó el cuchillo para matarlo, lo que me había dado la impresión de una puñalada asestada por detrás. Pero debí de equivocarme. Es posible que ocurriera de ese modo. No soy un experto.

Walker Townsend asintió con la cabeza. Le resultaba imposible ocultar la expresión de satisfacción que traslucía su rostro.

—Es cierto. No es un experto.

—Eso he dicho —ratificó Fenelli.

El médico de Cleveland se movió un par de veces en su asiento, tras lo cual agregó:

—Creo que debí ir a ver al señor Hart y decirle que había cambiado de opinión, señor. Debía haber ido a verle después de hablar con usted. Pido disculpas por no haberlo hecho. Pero no tuve tiempo, porque…

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