Read La Historia Interminable Online

Authors: Michael Ende

La Historia Interminable (34 page)

Se hizo un silencio profundo y expectante. Todos, amargancios y no amargancios, contuvieron el aliento.

—¡Al-Tsahir! —gritó Bastián.

En el mismo instante, la piedra se encendió de pronto, saltando directamente de su engarce a la mano de Bastián. La puerta se abrió.

Un «¡ah!» de asombro salió de mil gargantas. Bastián, con la piedra luminosa en la mano, atravesó la puerta, seguido de Atreyu y de Qüérquobad. Tras ellos se abrió paso la multitud.

La gran sala redonda estaba oscura y Bastián levantó en alto la piedra. Su luz era, desde luego, más clara que la de una vela, pero no bastaba para iluminar la estancia. Sólo se veía que, a lo largo de las paredes y hasta una altura de muchas plantas, había libros y más libros.

Se trajeron lámparas y pronto estuvo iluminada la estancia entera. Entonces se vio que las estanterías de alrededor estaban divididas en diversos departamentos con rótulos indicadores. «Historias divertidas», por ejemplo, o «Historias emocionantes» o «Historias serias» o «Historias cortas», y así sucesivamente.

En el centro de la redonda sala había en el suelo una gran inscripción que no podía pasar inadvertida:

BIBLIOTECA

DE LAS OBRAS COMPLETAS

DE BASTIÁN BALTASAR BUX

Atreyu lo miraba todo con los ojos muy abiertos. Estaba tan dominado por el asombro y la admiración que podían leerse sus emociones de una forma más que clara. Y Bastián se alegró de ello.

—¿Todo esto —preguntó Atreyu señalando con el dedo a su alrededor—, todo esto son historias que tú has inventado?

—Sí —dijo Bastián metiéndose a Al-Tsahir en el bolsillo.

Atreyu lo miró desconcertado.

—Eso —reconoció— no lo puedo entender.

Los amargancios, naturalmente, se habían lanzado hacía tiempo ansiosamente sobre los libros, los hojeaban, se los leían mutuamente, y muchos se sentaban simplemente en el suelo y empezaban a aprenderse ya algunos pasajes de memoria.

La noticia del gran acontecimiento, desde luego, se había extendido por toda la Ciudad de Plata como un reguero de pólvora, tanto entre los nativos como entre los forasteros.

Bastián y Atreyu salían precisamente de la biblioteca al aire libre, cuando vinieron a su encuentro los caballeros Hykrion, Hýsbald y Hydorn.

—Mi señor Bastián —dijo el pelirrojo Hýsbald que, evidentemente, no era sólo el más ágil con la espada, sino también con la lengua—, hemos sabido de las incomparables facultades que habéis mostrado en este día. Por eso queremos rogaros que nos toméis a vuestro servicio y nos dejéis acompañaros en vuestros futuros viajes. Cada uno de nosotros aspira a tener su propia historia. Y aunque, indudablemente, no necesitáis nuestra protección, podría seros útil tener a vuestro servicio tres caballeros diestros y capaces. ¿Lo permitís?

—De buena gana —respondió Bastián—. Cualquiera se sentiría orgulloso de semejante compañía.

Entonces los tres caballeros quisieron, sin falta y allí mismo, prestar juramento de fidelidad sobre la espada de Bastián, pero él los rechazó.

—Sikanda —les explicó— es una espada mágica. Nadie que no haya comido y bebido del fuego de la Muerte Multicolor y se haya bañado en él puede tocarla sin peligro para su vida o su integridad física.

De modo que los caballeros tuvieron que contentarse con un amistoso apretón de manos.

—¿Y qué pasa con Hýnreck el Héroe? —preguntó Bastián .

—Está totalmente hundido —dijo Hykrion.

—Es a causa de su dama —añadió Hydorn.

—Tendríais que ocuparos de él —concluyó Hýsbald.

De forma que —los cinco— se pusieron en camino hacia la posada en que al principio se habían alojado y en donde Bastián había dejado a la vieja Yicha en el establo.

Cuando entraron en la sala de la posada, sólo se sentaba en ella un hombre. Estaba echado sobre la mesa y enterraba las manos en sus cabellos rubios. Era Hýnreck el Héroe.

Evidentemente, había llevado con él en su equipaje una armadura de repuesto, porque ahora vestía un atavío algo mas sencillo que el que el día anterior había quedado despedazado en el combate con Bastián.

Cuando Bastián lo saludó, Hýnreck se incorporó y miró fijamente a los dos jóvenes. Tenía los ojos enrojecidos. Bastián le preguntó si podía sentarse con él; Hýnreck se encogió de hombros, asintió y se hundió otra vez en su banco. Ante él, sobre la mesa, había una hoja de papel que parecía haber sido arrugada y alisada varias veces.

—Quería informarme de vuestro estado —comenzó a decir Bastián—. Siento haberos causado molestias.

Hýnreck el Héroe movió la cabeza.

—Estoy acabado —profirió con voz ronca—. ¡Tomad, leed vos mismo!

Empujó hacia Bastián la hoja:

«Sólo quiero al mejor», ponía en ella, «y vos no lo sois. Así pues, ¡adiós!»

—¿De la Princesa Oglamar? —preguntó Bastián.

Hýnreck el Héroe asintió.

—Inmediatamente después de nuestro combate se hizo llevar a la orilla con su palafrén. ¿Quién sabe dónde estará ahora? Nunca la volveré a ver. ¡Qué voy a hacer en el mundo!

—¿No podéis buscarla?

—¿Para qué?

—Para hacerla cambiar de opinión tal vez.

Hýnreck el Héroe soltó una risa amarga.

—No conocéis a la Princesa Oglamar. Me he entrenado durante más de diez años para aprender cuanto sé. He renunciado a todo lo que hubiera podido perjudicar mi forma física. Con disciplina de hierro, he aprendido esgrima con los mejores maestros y toda clase de luchas con los luchadores más fuertes, hasta vencerlos a todos. Puedo correr más aprisa que un caballo, saltar más alto que un ciervo, soy el mejor en todo o, mejor dicho… lo era hasta ayer. Al principio, ella no se dignaba dirigirme la mirada, pero luego, poco a poco, se despertó su interés por mis habilidades. Podía esperar ya ser elegido… pero ahora todo es inútil. ¿Cómo podré vivir sin esperanza?

—Quizá —dijo Bastián— no deberíais dar tanta importancia a la Princesa Oglamar. Sin duda hay otras que os gustarían tanto como ella.

—No —respondió Hýnreck el Héroe—, me gusta la Princesa Oglamar precisamente porque sólo se contenta con el mejor.

—Entonces —dijo Bastián perplejo—, la cosa, desde luego, es difícil. ¿Qué podemos hacer? ¿Y si probarais a impresionarla de otra forma? ¿Como cantor, por ejemplo, o como poeta?

—Soy un héroe —contestó Hýnreck un tanto irritado— y no conozco ni quiero tener otra profesión. Yo soy como soy.

—Ya veo —dijo Bastián.

Todos callaron. Los tres caballeros miraban a Hynreck el Héroe compasivamente. Podían comprender lo que le pasaba. Finalmente, Hýsbald carraspeó y dijo en voz baja, dirigiéndose a Bastián:

—Para vos, señor Bastián, no sería muy difícil ayudarlo.

Bastián miro a Atreyu, pero éste tenía otra vez el rostro impenetrable.

—Alguien como Hýnreck el Héroe —añadió Hydorn— no tiene nada que hacer si no hay monstruos a la vista. ¿Comprendéis?

Bastián seguía sin comprender.

—Los monstruos —dijo Hyknon atusándose el enorme bigote negro— son necesarios para que un héroe pueda ser héroe. —Y al decirlo le guiñó un ojo a Bastián.

Bastián comprendió por fin.

—Oíd, Héroe Hýnreck —dijo—: al proponer que ofrecierais vuestro corazón a otra dama, sólo quería poner a prueba vuestra constancia. La realidad es que la Princesa Oglamar necesita vuestra ayuda y que nadie más que vos puede salvarla.

Hýnreck el Héroe era todo oídos.

—¿Habláis en serio, mi señor Bastián?

—Totalmente en serio: enseguida os convenceréis. En efecto, la Princesa Oglamar ha sido asaltada y raptada hace pocos minutos.

—¿Por quién?

—Por uno de los monstruos más horribles que hay en Fantasia: el dragón Smerg. La Princesa iba cabalgando por un claro del bosque cuando el espantajo la vio, se precipitó desde el aire sobre ella, la arrancó de su palafrén y se la llevó.

Hýnreck se puso en pie de un salto. Sus ojos comenzaron a brillar y sus mejillas a arder. Batió palmas de alegría. Sin embargo, el resplandor de sus ojos se apagó luego y volvió

a sentarse.

—Desgraciadamente, no puede ser —dijo afligido—. Ya no hay dragones en ninguna parte.

—Olvidáis, Héroe Hýnreck —explicó Bastián— que vengo de muy lejos… de mucho más lejos de donde vos habéis estado nunca.

—Eso es cierto —corroboró Atreyu, mezclándose por primera vez.

—¿Y realmente ha sido raptada por ese monstruo? —exclamó Hýnreck el Héroe. Luego apretó ambas manos contra su corazón y suspiró: —Oh mi adorada Oglamar, cuánto debes sufrir. Pero no temas: tu caballero se acerca, ¡está ya en camino! Decidme, ¿qué debo hacer? ¿A dónde debo dirigirme? ¿De qué se trata?

—Muy lejos de aquí —comenzó Bastián— hay un país llamado Mórgul o el País del Fuego Frío, porque en él las llamas son más frías que el hielo. Cómo podéis encontrar ese país no os lo puedo decir: debéis hallarlo vos mismo. En el centro del país hay un bosque petrificado llamado Wodgabay. Y a su vez, en el centro del bosque petrificado se encuentra Rágar, el castillo de plomo. Está rodeado de tres fosos. Por el primero corre un veneno verde, por el segundo ácido nítrico humeante, y en el tercero pululan escorpiones tan grandes como vuestros pies. No hay puentes ni pasarelas para cruzar los fosos, porque el señor que reina en el castillo de plomo de Rágar es ese monstruo alado llamado Smerg. Tiene las alas membranosas y de una envergadura de treinta y dos metros. Cuando no vuela, se sostiene derecho como un gigantesco canguro. Su cuerpo parece el de una rata sarnosa, pero tiene cola de escorpión. Hasta el más ligero roce de su aguijón venenoso es absolutamente mortal. Sus patas traseras son las de un saltamontes gigantesco, pero las delanteras, que parecen diminutas y atrofiadas, se asemejan a las manos de un niño. Sin embargo, no hay que dejarse engañar por ello, porque precisamente en esas manos tiene una fuerza terrible. Puede recoger su largo cuello como un caracol sus tentáculos, y sobre él tiene tres cabezas. Una es grande y parece de cocodrilo. Por su boca puede escupir fuego helado. Pero donde el cocodrilo tiene los ojos él tiene dos protuberancias que, a su vez, son otras dos cabezas. La derecha parece la de un anciano. Con ella puede oír y escuchar. Sin embargo, para hablar tiene la de la izquierda, que parece el rostro arrugado de una anciana.

Durante esa descripción, Hýnreck el Héroe se había puesto un poco pálido.

—¿Cómo decíais que se llamaba? —preguntó.

—Smerg —repitió Bastián—. Hace de las suyas desde hace mil años ya, pues ésa es su edad. Siempre roba a una hermosa doncella, que tiene que ocuparse de llevarle la casa hasta el fin de sus días. Cuando la doncella muere, el dragón roba otra.

—¿Cómo es que no he oído hablar nunca de él?

—Smerg puede volar increíblemente lejos y aprisa. Hasta ahora ha elegido siempre otros países de Fantasia para sus correrías. Y además, sólo aparece cada medio siglo.

—¿Y nadie ha liberado hasta ahora a una cautiva?

—No, para eso haría falta un héroe excepcional.

Al oír esas palabras, las mejillas de Hýnreck el Héroe enrojecieron de nuevo.

—¿Tiene Smerg algún punto vulnerable? —preguntó con interés profesional.

—¡Ah! —respondió Bastián—. Se me había olvidado casi lo más importante. En el sótano más profundo del castillo de Rágar hay un hacha de plomo. Podéis imaginaros muy bien que Smerg vigila ese hacha como a las niñas de sus ojos, si os digo que es la única arma con la que se le puede matar. Hay que cortarle con ella las dos cabezas pequeñas.

—¿Cómo sabéis todo eso? —preguntó Hýnreck el Héroe.

Bastián no tuvo necesidad de responder, porque en aquel momento sonaron gritos de espanto en la calle:

—¡Un dragón!… ¡Un monstruo!… ¡Ahí, en elcielo!… ¡Qué horror! ¡Se aproxima a la ciudad!… ¡Sálvese quien pueda!… ¡No, no, ya tiene una víctima!

Hýnreck el Héroe se precipitó a la calle y los demás lo siguieron; los últimos fueron Atreyu y Bastián.

En el cielo aleteaba algo que parecía un gigantesco murciélago. Cuando se acercó, fue como si, por un momento, una sombra fría hubiera cubierto la Ciudad de Plata. Era Smerg, y tenía exactamente el aspecto que Bastián acababa de inventarse. Con sus dos manitas atrofiadas pero terribles, sostenía a una damisela que, con todas sus fuerzas, gritaba y pataleaba.

—¡Hýnreck! —se oyó en la lejanía—. ¡Socorro, Hýnreck! ¡Sálvame, mi héroe!

Y un momento después había desaparecido.

Hýnreck había sacado ya su corcel negro del establo y estaba sobre una de las balsas de plata que llevaban a tierra firme.

—¡Más aprisa! —se le oyó gritar al barquero—. ¡Te daré lo que quieras, pero apresúrate!

Bastián lo siguió con la mirada y murmuró:

—Espero no habérselo puesto demasiado difícil.

Atreyu lo miró de soslayo. Luego dijo en voz baja:

—Quizá fuera mejor que nos marchásemos también.

—¿A dónde?

—Por mí llegaste a Fantasia —dijo Atreyu—. Creo que debería ayudarte también a encontrar el camino de vuelta. Sin duda, alguna vez querrás volver a tu mundo, ¿no?

—¡Oh! —dijo Bastián—. En eso no he pensado todavía. Pero tienes razón, Atreyu. Naturalmente, tienes toda la razón.

—Has salvado a Fantasia —siguió diciendo Atreyu—, y me parece que a cambio has recibido mucho. Podría imaginarme que quisieras regresar ahora para devolverle la salud a tu mundo. ¿O es que hay algo que te retenga?

Y Bastián, que había olvidado que no siempre había sido fuerte, bien parecido, valiente y poderoso, respondió:

—No, no se me ocurre nada.

Atreyu miró otra vez pensativo a su amigo y añadió:

—Quizá sea un viaje largo y difícil, ¿quién sabe?

—Sí, ¿quién sabe? —convino Bastián—. Si quieres, vámonos enseguida.

Entonces se produjo una disputa breve y amistosaentre los tres caballeros, que no podían ponerse de acuerdo sobre cuál de los tres debía dejar su caballo a Bastián. Pero Bastián puso fin a la discusión, rogándoles que le regalasen a Yicha, la mula. Desde luego, ellos opinaron que una acémila así estaba por debajo de la dignidad de su señor Bastián, pero, como él insistió, finalmente cedieron.

Mientras los tres caballeros lo preparaban todo para la partida, Bastián y Atreyu volvieron al Palacio de Qüérquobad para dar las gracias al Anciano de Plata por su hospitalidad y despedirse de él. Fújur, el dragón de la suerte, aguardaba a Atreyu ante el palacio. Se puso muy contento cuando supo que iban a marcharse. Las ciudades no le caían bien, aunque fueran tan hermosas como Amarganz.

Other books

Eye of the Crow by Shane Peacock
Unfallen Dead by Mark Del Franco
Album by Mary Roberts Rinehart
Faces in Time by Lewis E. Aleman
La historia de Zoe by John Scalzi
A Cook's Tour by Anthony Bourdain