La Historia Interminable (37 page)

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Authors: Michael Ende

—¡Qué potra tenemos! —gritaban—. ¡Viva Buxfactor Sanidad Baxtibén!

Y sin dejar de gritar y reír, todo el enorme enjambre se dispersó en las alturas formando remolinos. El ruido se perdió a lo lejos.

Bastián se quedó allí, sin saber casi cómo se llamaba de verdad.

No estaba tan seguro ya de haber hecho una buena obra.

XIX

Compañeros de Viaje

esgadamente caían los rayos del sol a través de la oscura cubierta de nubes cuando partieron aquella mañana. La lluvia y el viento había cesado por fin; dos o tres veces atravesaron aún los caballeros durante la mañana aguaceros cortos y violentos, pero luego el tiempo mejoró a ojos vistas, haciéndose marcadamente más caluroso.

Los tres caballeros estaban de humor muy expansivo, bromeaban y reían y se gastaban mutuamente toda clase de chanzas. Sin embargo, Bastián, ensimismado, cabalgaba en silencio sobre su mula. Y los tres caballeros, naturalmente, lo respetaban demasiado para distraerlo de sus pensamientos. La región que atravesaban seguía siendo aquella meseta rocosa que parecía no tener fin. Sólo el arbolado se hacía poco a poco más espeso y más alto.

Atreyu, que siguiendo su costumbre los precedía volando sobre Fújur e informaba también sobre lo que pasaba en otros puntos de la comarca, había notado ya al salir el talante meditabundo de Bastián. Le preguntó al dragón de la suerte qué podía hacer para animar a su amigo. Fújur revolvió sus ojos de color rubí y dijo:

—Es muy fácil: ¿no quería montar sobre mis espaldas?

Cuando la pequeña comitiva, poco tiempo después, dobló una arista rocosa, Atreyu y el dragón de la suerte la esperaban. Los dos se habían echado cómodamente al sol y parpadearon al ver a los que llegaban.

Bastían se detuvo y los contempló:

—¿Estáis cansados? —preguntó.

—En absoluto —respondió Atreyu—. Sólo quería preguntarte si me dejarías montar en Yicha un rato. Nunca he cabalgado sobre una mula. Debe de ser estupendo porque tú no te cansas. Dame ese gusto, Bastián. Entretanto te presto al viejo Fújur.

Las mejillas de Bastián enrojecieron de contento.

—¿Es verdad eso, Fújur? —preguntó—. ¿Me llevarás?

—¡Con mucho gusto, muy poderoso sultán! —retumbó el dragón de la suerte guiñándole un ojo—. ¡Sube y agárrate bien!

Bastián se acordaba todavía de la cabalgada sobre Graógraman a través del Desierto de Colores. Pero cabalgar sobre un dragón de la suerte blanco era distinto. Si correr a toda velocidad sobre el poderoso león de fuego había sido como una embriaguez y un grito, el suave subir y bajar del flexible dragón era como una canción, tan pronto tierna y delicada como poderosa y radiante. En especial, cuando Fújur rizaba el rizo con la velocidad del rayo mientras su melena, las barbas de su boca y los largos flecos de sus miembros ondulaban como llamas blancas, su vuelo parecía el canto de los aires del cielo. El manto de plata de Bastián tremolaba en el viento, resplandeciendo al sol como una estela de mil chispas.

Hacia el mediodía aterrizaron junto a los otros, que entretanto habían acampado en una altiplanicie iluminada por el sol por la que corría un arroyuelo. Sobre el fuego humeaba ya un caldero de sopa, y para acompañarla había pan de maíz. Los caballos y la mula, apartados, pastaban en un prado.

Después de la cena, los tres caballeros decidieron ir de caza. Las provisiones de viaje se estaban acabando, sobre todo la carne. Durante el camino habían oído a los faisanes gritar entre los árboles. Y también parecía haber liebres. Le preguntaron a Atreyu si no quería ir con ellos, ya que, como piel verde, debía de ser un cazador apasionado. Pero Atreyu, dándoles las gracias, declinó la invitación. De forma que los tres caballeros cogieron sus fuertes arcos, se ataron a la espalda las aljabas de flechas y se dirigieron al cercano bosquecillo.

Atreyu, Fújur y Bastián se quedaron solos.

Tras un corto silencio, Atreyu propuso:

—Bastián, ¿por qué no nos hablas otra vez un poco de tu mundo?

—¿Qué os interesaría saber? —preguntó Bastián.

—¿Qué opinas tú, Fújur? —dijo Atreyu dirigiéndose al dragón de la suerte.

—Me gustaría oír algo sobre los niños de tu colegio —respondió el dragón.

—¿Qué niños? —Bastián estaba asombrado.

—Los que se burlaban de ti —explicó Fújur.

—¿Los niños que se burlaban de mí? —repitió Bastián más asombrado todavía—… No sé de qué niños me hablas… y, desde luego, nadie se hubiera atrevido a burlarse de mí.

—Pero que ibas al colegio —objetó Atreyu— lo recuerdas, ¿no?

—Sí —dijo Bastián pensativamente—, me acuerdo de un colegio, es verdad.

Atreyu y Fújur cambiaron una mirada.

—Me lo temía —murmuró Atreyu.

—¿Qué?

—Has perdido otra vez una parte de tus recuerdos —respondió Atreyu seriamente—. Esta vez tiene que ver con la transformación de los ayayai en schlabuffos. No hubieras debido hacerlo.

—Bastián Baltasar Bux —se oyó decir al dragón de la suerte, y su voz casi sonaba solemne—, si das algún valor a mi consejo, no utilices a partir de ahora el poder que ÁURYN te da. De otro modo, correrás el peligro de olvidar hasta tus últimos recuerdos… ¿y cómo podrás entonces volver al sitio de donde viniste?

—En realidad —confesó Bastián después de pensar un poco—, no tengo ninguna gana de volver allí.

—¡Pero tienes que hacerlo! —exclamó Atreyu horrorizado—. Tienes que volver e intentar poner orden en tu mundo, a fin de que otra vez vengan los hombres a Fantasia. Si no, más pronto o más tarde Fantasia se hundirá de nuevo, ¡y todo habrá sido inútil!

—Al fin y al cabo, todavía estoy aquí —dijo Bastián un poco molesto—. No hace tanto que le he dado a la Hija de la Luna su nuevo nombre.

Atreyu calló.

—En cualquier caso —dijo Fújur mezclándose otra vez en la conversación—, ahora está claro por qué no hemos encontrado el menor indicio de cómo podrá regresar Bastián. ¡Si no lo desea… !

—Bastián —dijo Atreyu casi implorante—, ¿no hay nada que te impulse a volver? ¿No hay allí algo que quieras? ¿No piensas en tu padre, que sin duda te espera y se preocupa por ti?

Bastián movió la cabeza.

—No lo creo. Hasta es posible que se alegre de haberse librado de mí.

Atreyu miró a su amigo estupefacto.

—Al oíros hablar así —dijo Bastián resentido—, casi podría pensar que queréis libraros de mí también.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Atreyu con voz opaca.

—Bueno —respondió Bastián—, al parecer sólo tenéis una preocupación: hacer que yo desaparezca de Fantasia, a ser posible pronto.

Atreyu miró a Bastián y movió lentamente la cabeza.

Durante mucho tiempo, ninguno de los tres dijo palabra. Bastián empezaba ya a lamentar el haberles hecho reproches. Sabía que no eran fundados.

—Creía —dijo en voz baja Atreyu al cabo de un rato— que éramos amigos.

—Sí —exclamó Bastián—, lo somos y lo seremos siempre. Perdonadme: he dicho una tontería.

Atreyu sonrió:

—Tú también tienes que perdonarnos si te hemos irritado. No era nuestra intención.

—En cualquier caso —dijo Bastián conciliadoramente—, seguiré vuestro consejo.

Más tarde volvieron los tres caballeros. Habían cazado una perdiz, un faisán y una liebre. Todos levantaron el campo y continuaron el viaje. Bastián cabalgaba otra vez sobre Yicha.

Por la tarde llegaron a un bosque, formado sólo por troncos derechos y muy altos. Eran de coníferas, y formaban a gran altura una cubierta verde tan espesa que apenas llegaba algún rayo de sol al suelo. Quizá por ello no había maleza. Era agradable cabalgar por aquel suelo blando y liso. Fújur se había resignado a andar con la comitiva, porque si hubiera volado con Atreyu sobre las copas de los árboles habrían perdido inevitablemente a los otros.

Durante toda la tarde anduvieron entre los altos troncos, en la luz crepuscular de color verde oscuro. Hacia la noche encontraron en una colina las ruinas de un castillo y descubrieron, entre todas las torres y muros, puentes y aposentos destruidos, una bóveda bastante bien conservada aún. Allí se instalaron para pasar la noche. Esta vez le tocó cocinar al pelirrojo Hýsbald y resultó que lo hacía mucho mejor. El faisán que asó sobre el fuego sabía estupendamente.

A la mañana siguiente continuaron el camino. Durante todo el día atravesaron el bosque, que parecía ser igual por todas partes. Sólo cuando se hizo de noche observaron que, al parecer, habían descrito un gran círculo, porque otra vez se tropezaron con las ruinas del castillo del que habían salido. Sólo que esta vez se habían acercado a ellas por otro lado.

—¡Esto no me había ocurrido nunca! —dijo Hykrion retorciéndose el negro mostacho.

—¡No doy crédito a mis ojos! —opinó Hýsbald, sacudiendo su roja cabeza.

—¡No puede ser! —gruñó Hydorn, entrando en las ruinas del castillo con sus piernas largas y descarnadas. Pero era así: los restos de la comida del día anterior lo demostraban.

Tampoco Atreyu y Fújur podían explicarse cómo podían haberse extraviado. Pero los dos guardaron silencio. Durante la cena —esta vez hubo asado de liebre, preparado por Hykrion de forma bastante comestible—, los tres caballeros le preguntaron a Bastián si no tenía ganas de contarles algo de sus recuerdos del mundo de donde venía. Pero Bastián se disculpó diciendo que le dolía la garganta. Como durante todo el día había permanecido silencioso, los caballeros aceptaron la disculpa. Le dieron buenos consejos sobre lo que tenía que hacer para curarse y se echaron a dormir.

Sólo Atreyu y Fújur sospecharon lo que le pasaba a Bastián.

Otra vez salieron muy de mañana, anduvieron durante todo el día por el bosque poniendo especial cuidado en seguir siempre la misma dirección… y cuando llegó la noche estaban otra vez ante las ruinas del castillo.

—¡Que el diablo me lleve! —vociferó Hykrion.

—¡Me estoy volviendo loco! —suspiró Hýsbald.

—Amigos —dijo Hydom secamente—, debemos dedicarnos a otra cosa. No servimos para caballeros andantes.

Ya la primera noche, Bastián había buscado un rincón especial para Yicha, porque a la mula le gustaba estar de vez en cuando sola sumida en sus pensamientos. La compañía de los caballos, que no hablaban entre ellos más que de sus respectivos orígenes distinguidos y de sus nobles árboles genealógicos, le molestaba. Cuando Bastián, esa noche, llevó a la mula a su sitio, ella le dijo:

—Señor, yo sé por qué no adelantamos.

—¿Cómo vas a saberlo, Yicha?

—Porque te llevo, señor. Cuando sólo se es burra a medias, una se da cuenta de todo lo imaginable.

—¿Y cuál es el motivo, según tú?

—Que no deseas continuar, señor. Has dejado de desear algo.

Bastián la miró sorprendido.

—Realmente eres un animal muy sabio, Yicha.

La mula balanceó confundida sus largas orejas.

—Sabes en qué dirección nos hemos movido realmente?

—No —dijo Bastián—, ¿lo sabes tú?

Yicha asintió.

—Hasta ahora nos hemos dirigido siempre hacia el centro de Fantasia. Esa era nuestra dirección.

—¿Hacia la Torre de Marfil?

—Sí, señor. Y mientras mantuvimos esa dirección avanzamos mucho.

—No puede ser —dijo Bastián dudoso—, Atreyu lo hubiera notado y Fújur con mayor razón. Y ninguno de los dos lo sabe.

—Las mulas —dijo Yicha— somos criaturas sencillas y, desde luego, no podemos compararnos con los dragones de la suerte. Pero hay algunas cosas que sí sabemos hacer, señor. Y una de ellas es orientarnos. Es algo innato en nosotras. Nunca nos equivocamos. Por eso estoy segura de que querías dirigirte hacia la Emperatriz Infantil.

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