La Historia Interminable (41 page)

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Authors: Michael Ende

—¡Levántate, Xayida! —dijo Bastián. Había estado furioso con ella, pero el discurso de la hechicera le había gustado. Si realmente sólo había actuado así por no saber quién era él y si de verdad estaba tan amargamente arrepentida, hubiera sido indigno por su parte castigarla. Y, puesto que estaba incluso dispuesta a aprender de él lo que considerase oportuno, no había razón para rechazar su súplica.

Xayide se había levantado y estaba ante él con la cabeza baja.

—¿Me obedecerás incondicionalmente —le preguntó Bastián—, aunque te resulte difícil hacer lo que te mande… sin réplica ni protesta?

—Lo haré, señor y maestro —respondió Xayide— y ya verás cómo, con mis artes y tu poder, podremos lograrlo todo.

—Está bien —contestó Bastián—, entonces te tomo a mi servicio. Dejarás este castillo y vendrás conmigo a la Torre de Marfil, donde tengo la intención de entrevistarme con la Hija de la Luna.

Los ojos de Xayide, rojo y verde, resplandecieron durante una fracción de segundo, pero inmediatamente bajó otra vez sobre ellos sus largas pestañas y dijo:

—Te obedezco, señor y maestro.

Todos bajaron y salieron del castillo.

—Antes que nada, tenemos que encontrar a los otros compañeros de viaje —decidió Bastián—, ¡quién sabe por dónde andarán!

—No muy lejos de aquí —dijo Xayide—. Yo los he extraviado un poco.

—Por última vez… —contestó Bastián.

—Por última vez, señor —repitió ella—, pero, ¿cómo avanzaremos? ¿Tendré que ir a pie? ¿De noche y por ese bosque?

—Fújur nos llevará —ordenó Bastián—. Es suficientemente fuerte para volar con todos.

Fújur levantó la cabeza y miró a Bastián. Sus ojos de color rubí centellearon.

—Suficientemente fuerte sí que soy, Bastián Baltasar Bux —retumbó su voz de bronce—, pero no llevaré a esa mujer.

—Lo harás —dijo Bastián— porque te lo mando yo.

El dragón de la suerte miró a Atreyu, quien asintió imperceptiblemente. Bastián, sin embargo, lo vio.

Todos se subieron a las espaldas de Fújur, que inmediatamente se elevó por los aires.

—¿A dónde? —preguntó.

—¡Simplemente adelante! —dijo Xayide.

—¿A dónde? —preguntó Fújur otra vez como si no la hubiera oído.

—¡Adelante! —le gritó Bastián—. ¡Ya lo has oído!

—¡Hazlo! —dijo Atreyu en voz baja, y Fújur lo hizo.

Media hora más tarde —amanecía ya— vieron bajo ellos muchas hogueras, y el dragón de la suerte tomó tierra. Entretanto habían llegado más fantasios y muchos habían traído tiendas de campaña. El campamento parecía una verdadera ciudad de tiendas, que se extendía desde el lindero del bosque de orquídeas por un gran prado cubierto de flores.

—¿Cuántos somos ya? —quiso saber Bastián, e llluán, el yinni azul, que entretanto había mandado la comitiva y ahora había venido a saludarlos, le dijo que no había podido contar exactamente a los participantes, pero sin duda debían de ser ya cerca de mil. Por lo demás, pasaba otra cosa bastante rara: poco antes de haber acampado, es decir, todavía antes de medianoche, habían aparecido cinco de aquellos gigantes blindados. Sin embargo, se habían comportado amistosamente, manteniéndose apartados. Naturalmente, nadie se había atrevido a acercárseles. Y habían traído con ellos una gran litera de coral que, no obstante, se encontraba vacía.

—Son mis porteadores —dijo Xayide en tono suplicante a Bastián—. Los envié por delante ayer por la noche. Es la forma más agradable de viajar. Si tú me lo permites, señor.. .

—No me gusta —la interrumpió Atreyu.

—¿Por qué no? —preguntó Bastián—. ¿Qué tienes en contra?

—Ella puede viajar como quiera —respondió Atreyu fríamente—, pero el hecho de que enviase ya ayer la litera significa que sabía de antemano que ella vendría aquí. Todo es un plan suyo, Bastián. Tu victoria es en realidad una derrota. Te ha dejado ganar intencionadamente a fin de ganarte para sí a su manera.

—¡Basta! —gritó Bastián rojo de cólera—. ¡No te he preguntado tu opinión! ¡Tus eternos consejos me ponen malo! ¡Ahora quieres discutir incluso mi victoria y dejar en ridículo mi generosidad!

Atreyu quiso replicar algo, pero Bastián le gritó:

—¡Cállate y déjame en paz! ¡Si no os gusta lo que hago y cómo soy, marchaos! ¡Yo no os detengo! ¡Marchaos a donde queráis! ¡Estoy harto de vosotros!

Cruzó los brazos sobre el pecho y le volvió a Atreyu la espalda. La multitud que había alrededor contuvo el aliento. Atreyu se quedó un rato muy erguido y en silencio. Hasta entonces, Bastián no lo había reprendido nunca delante de otros. Sentía la garganta tan apretada que sólo con esfuerzo podía respirar. Esperó un momento, pero como Bastián no se volvió de nuevo hacia él, Atreyu dio la vuelta lentamente y se fue. Fújur lo siguió.

Xayide sonreía. No era una sonrisa agradable.

En Bastián, sin embargo, se extinguió en aquel momento el recuerdo de que, en su mundo, había sido un niño.

XXI

El Monasterio de las Estrellas

na corriente ininterrumpida de emisarios de todos los países de Fantasia se unía a la multitud de los que acompañaban a Bastián en su expedición a la Torre de Marfil. Contarlos resultaba inútil, porque apenas se había terminado había ya otros.

Un ejército de muchos miles de cabezas se ponía en movimiento cada mañana y, cuando hacía alto, el campamento era la ciudad de tiendas más extraña que imaginarse pueda. Como los compañeros de viaje de Bastián no se diferenciaban sólo entre sí por su figura, sino también por el tamaño, había tiendas de las dimensiones de una carpa de circo y otras no mayores que un dedal. También los carros y vehículos en que viajaban los emisarios eran de más formas de las que se pueden describir, desde carromatos y carruajes totalmente corrientes hasta toneles de forma sumamente peculiar, esferas rebotantes o recipientes con patas que se arrastraban por sí mismos.

Entretanto, habían acondicionado también para Bastián una tienda, que era la más lujosa de todas. Tenía la forma de una casita, y estaba hecha de seda brillante de vivos colores y bordada por todas partes de dibujos dorados y plateados. Sobre su techo ondulaba una bandera que mostraba, a guisa de escudo, un candelabro de siete brazos. El interior estaba blandamente acolchado con mantas y cojines. Dondequiera que se montase el campamento, la tienda era su centro. Y el yinni azul, que entretanto se había convertido en algo así como el ayuda de cámara y guardaespaldas de Bastián, montaba guardia a su puerta.

Atreyu y Fújur estaban aún entre el tropel de acompañantes de Bastián, pero desde aquella reprensión pública no habían cruzado la palabra con él. Bastián esperaba interiormente que Atreyu cedería y le pediría perdón. Pero Atreyu no hizo nada por el estilo. Tampoco Fújur parecía estar dispuesto a respetar a Bastián. ¡Y precisamente eso, se decía Bastián, era lo que tenían que aprender de una vez! Si de lo que se trataba era de ver quién aguantaba más, los dos tendrían que comprender por fin que la voluntad de Bastián era inflexible. En cambio, si cedían, estaba dispuesto a recibirlos con los brazos abiertos. Si Atreyu se arrodillaba ante él, haría que se pusiera de pie y le diría: no tienes que arrodillarte ante mí, Atreyu, porque eres y seguirás siendo mi amigo…

Pero, por de pronto, los dos iban los últimos en la comitiva. Fújur parecía haberse olvidado de volar y caminaba a pie, y Atreyu iba junto a él, casi siempre con la cabeza baja. Si antes habían precedido a la comitiva por los aires como vanguardia, para informar sobre lo que ocurría en los contornos, ahora iban detrás de ella como retaguardia. A Bastián no le agradaba, pero no podía hacer nada.

Cuando la expedición iba de camino, Bastián cabalgaba casi siempre en cabeza sobre la mula Yicha. Sin embargo, cada vez más a menudo no tenía ganas de hacerlo y, en lugar de ello, visitaba a Xayide en su litera. Ella lo recibía siempre con el mayor respeto, le dejaba el lugar más cómodo y se colocaba a sus pies. Siempre sabía encontrar un tema de conversación interesante y evitaba hablarle de su pasado en el mundo de los hombres desde que había observado que hablar de ello le resultaba desagradable. Xayide fumaba casi continuamente en un narguile oriental que tenía al lado. El tubo era como una víbora de color verde esmeralda y la boquilla, que ella sostenía entre sus largos dedos blancos como el mármol, parecía la cabeza de una serpiente. Cuando chupaba, era como si la besara. Las nubes de humo que, voluptuosamente, dejaba escapar por boca y nariz, tenían a cada bocanada un color distinto, unas veces azul y otras amarillo, rosa, verde o lila.

—Una cosa quería preguntarte hace tiempo, Xayide —dijo Bastián en una de sus visitas, mientras miraba pensativo a los gigantescos tipos de coraza negra de insecto que, marcando exactamente el mismo paso, transportaban la litera.

—Tu esclava escucha —respondió Xayide.

—Cuando luché con tus gigantes blindados —continuó Bastián—, vi que son sólo una armadura y están huecos por dentro. ¿Cómo se mueven?

—Por mi voluntad —contestó Xayide sonriendo—. Precisamente porque están vacíos la obedecen. Todo lo que está vacío puede mi voluntad gobernarlo.

Observó fijamente a Bastián con sus ojos de colores. Bastián se sintió turbado de una forma vaga por aquella mirada, pero ella había bajado ya las pestañas.

—¿Podría gobernarlos yo con mi voluntad? —preguntó Bastián.

—Desde luego, señor y maestro —respondió ella—, y cien veces mejor que yo, que comparada contigo no soy nada. ¿Quieres intentarlo?

—Ahora no —replicó Bastián, a quien el asunto le resultaba inquietante—. Quizá en otra ocasión.

—¿Encuentras realmente más agradable —continuó Xayide— cabalgar sobre una mula que ser llevado por figuras que tu propia voluntad mueve?

—A Yicha le gusta llevarme —dijo Bastián un poco malhumorado—. Se alegra de poder hacerlo.

—Entonces, ¿lo haces por ella?

—¿Por qué no? —contestó Bastián—. ¿Qué hay de malo?

Xayide dejó escapar un humo verde por la boca.

—Oh, nada, señor. ¿Cómo podría ser malo lo que tú haces?

—¿A dónde quieres ir a parar, Xayide?

Ella inclinó su cabeza de cabellos de color de fuego.

—Piensas demasiado en los demás, señor y maestro —susurró—, y nadie merece que distraigas tu atención de tu propio e importante desarrollo. Si no te enojas conmigo, señor, me atreveré a darte un consejo: ¡piensa más en tu perfeccionamiento!

—¿Qué tiene eso que ver con la vieja Yicha?

—No mucho, señor, casi nada. Únicamente… que no es una montura digna de alguien como tú. Me mortifica verte sobre un animal tan… vulgar. Todos tus compañeros de viaje se extrañan de ello. Tú, señor y maestro eres el único que no sabe lo que te mereces.

Bastián no dijo nada, pero las palabras de Xayide le habían hecho mella.

Cuando el ejército, con Bastián y Yicha en cabeza, atravesaba al día siguiente un maravilloso paisaje verde, interrumpido de cuando en cuando por bosquecillos de aromáticos saúcos, Bastián aprovechó la pausa del mediodía para seguir la sugerencia de Xayide.

—Oye, Yicha —dijo acariciándole el cuello a la mula—, ha llegado el momento de separarnos.

Yicha dio un grito de dolor.

—¿Por qué, señor? —se lamentó—. ¿Tan mal he cumplido mi obligación? —De las comisuras de sus oscuros ojos de animal brotaron lágrimas.

—Claro que no —se apresuró a consolarla Bastián—. Al contrario, me has llevado tan suavemente durante este largo camino y has sido tan paciente y voluntariosa que, en agradecimiento, quiero recompensarte.

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