Read La Historia Interminable Online
Authors: Michael Ende
Cuando Bastián, seguido de Atreyu y de Xayide, fue conducido a la gran aula, se vio ante una multitud abigarrada de todos los seres fantásicos imaginables, que sólo se diferenciaban de su propia comitiva en que todos, cualquiera que fuera su figura, iban vestidos con un áspero sayal de color pardo oscuro. Puede imaginarse el aspecto que tenían, por ejemplo, algunos de los ya citados rocas errantes o diminutenses.
Los tres superiores, sin embargo, los Pensadores Profundos, tenían figura humana. Pero sus cabezas no eran humanas. Uschtu, la Madre de la Intuición, tenía rostro de lechuza. Schirkrie, el Padre de la Visión, tenía cabeza de águila. Y finalmente Yisipu, el Hijo de la Sagacidad, tenía cabeza de zorro. Se sentaban en altos sillones y parecían inmensos. Atreyu y hasta Xayide parecieron intimidados al verlos. Pero Bastián avanzó hacia ellos serenamente. En la gran sala reinaba un profundo silencio.
Schirkrie, que al parecer era el más viejo de los tres y se sentaba en medio, señaló lentamente con la mano un sitial vacío que había frente a ellos. Bastián se sentó.
Tras un largo silencio, Schirkrie comenzó a hablar. Lo hacía muy bajo pero su voz sonaba profunda y llena.
—Desde los tiempos más remotos reflexionamos en el enigma de nuestro mundo. Yisipu piensa sobre él algo distinto de lo que intuye Uschtu; la intuición de Uschtu enseña algo distinto de lo que yo veo y, a mi vez, veo algo distinto de lo que Yisipu piensa. No debe seguir siendo así. Por eso te hemos rogado, Gran Sabio, que vengas a nosotros y nos instruyas. ¿Atenderás nuestro ruego?
—Lo haré —dijo Bastián.
—Entonces escucha, Gran Sabio, nuestra pregunta: ¿qué es Fantasia?
Bastián calló durante un rato y luego respondió:
—Fantasia es la Historia Interminable.
—Danos tiempo para entender tu respuesta —dijo Schirkrie—. Mañana, a la misma hora, nos reuniremos aquí de nuevo.
Todos, los tres Pensadores Profundos y también todos los monjes del Conocimiento, se levantaron silenciosamente y salieron.
Bastián, Atreyu y Xayide fueron llevados a las celdas de huéspedes, en las que a cada uno le esperaba una comida sencilla. Los lechos eran simples camas de madera con ásperas mantas de lana. A Bastián y a Atreyu, naturalmente, no les importó, pero Xayide, que se hubiera preparado mágicamente una cama más agradable, pudo comprobar que sus artes no le servían en aquel monasterio.
A la noche siguiente, a la hora fijada, se congregaron de nuevo todos los monjes y los tres Pensadores Profundos en la gran sala de la cúpula. Bastián se sentó otra vez en el sitial y Xayide y Atreyu se colocaron de pie a su izquierda y su derecha.
Esta vez fue Uschtu, la Madre de la Intuición, quien miró a Bastián con sus grandes ojos de lechuza y habló:
—Hemos meditado en tu enseñanza, Gran Sabio. Sin embargo, nos ha planteado una nueva pregunta. Si Fantasia es, como dices, la Historia Interminable, ¿dónde está escrita esa Historia Interminable?
Otra vez calló un rato Bastián y respondió luego:
—En un libro de tapas de color cobre.
—Danos tiempo para entender tus palabras —dijo Uschtu—. Nos reuniremos aquí de nuevo mañana a la misma hora.
Todo ocurrió como en la noche anterior. Y a la noche siguiente, cuando otra vez estuvieron reunidos en el aula, Yisipu, el Hijo de la Sagacidad, tomó la palabra:
—También esta vez hemos reflexionado en tu enseñanza, Gran Sabio. Y de nuevo nos encontramos, desconcertados, ante una nueva pregunta. Si nuestro mundo de Fantasia es una Historia Interminable, y si esa Historia Interminable está escrita en un libro de tapas de color cobre… ¿dónde se encuentra ese libro?
Y tras un corto silencio respondió Bastián:
—En el desván de un colegio.
—Gran Sabio —repuso Yisipu, el de cabeza de zorro—, no dudamos de la veracidad de lo que nos dices. Sin embargo, quisiéramos rogarte que nos mostraras esa verdad. ¿Podrías hacerlo?
Bastián reflexionó y luego dijo:
—Creo que podré.
Atreyu miró a Bastián sorprendido. También Xayide tenía una expresión interrogante en sus ojos de colores distintos.
—Mañana nos reuniremos de nuevo a esta misma hora —dijo Bastián—, pero no aquí en el aula, sino fuera, sobre los tejados de Guígam, el Monasterio de las Estrellas. Y deberéis contemplar atentamente y sin interrupción el cielo.
A la noche siguiente —que era tan clara y estrellada como las tres anteriores— todos los miembros de la cofradía, incluidos los tres Pensadores Profundos, estaban a la hora fijada en los tejados del monasterio, contemplando con la cabeza echada hacia atrás, el cielo nocturno. También Atreyu y Xayide, que no sabían lo que se proponía Bastián, se encontraban entre ellos.
Bastián, sin embargo, se subió al punto más alto de la cúpula. Cuando estuvo arriba, miró a su alrededor y en aquel momento, por primera vez, vio lejos, muy lejos en el horizonte, resplandeciendo mágicamente a la luz de la luna, la Torre de Marfil.
Sacó de su bolsillo la piedra Al-Tsahir, que brillaba suavemente. Bastián recordó las palabras de la inscripción que había en la puerta de la Biblioteca de Amarganz.
«… Mas si dijera mi nombre otra vez
desde el final al principio,
despediría en un solo segundo
la luz de cien años.»
Sostuvo la piedra en alto y gritó:
—¡Rihast-la!
En aquel momento se produjo un relámpago de tal luminosidad que el cielo estrellado palideció y el espacio oscuro que había detrás quedó iluminado. Y aquel espacio era el desván del colegio, con sus vigas poderosas, ennegrecidas por los años. Y luego todo pasó. Después de despedir la luz de cien años, Al-Tsahir había desaparecido sin dejar rastro.
Todos, incluido Bastián, necesitaron algún tiempo para que sus ojos se acostumbraran de nuevo a la débil luz de la luna y las estrellas.
Conmovidos por la visión, se congregaron en silencio en la gran aula. Bastián entró el último. Los monjes del Conocimiento y los tres Pensadores Profundos se levantaron de sus asientos y se inclinaron profunda y largaríiente ante él.
—No hay palabras —dijo Schirkrie— con las que pudiera agradecerte ese relámpago de iluminación, Gran Sabio. Porque en ese misterioso desván he visto a un ser de mi especie: un águila.
—Te equivocas, Schirkrie —lo contradijo con suave sonrisa Uschtu, la del rostro de lechuza—. He vistó tnuy bien que se trataba de una lechuza.
—Los dos os engañáis —le interrumpió Yisipu con ojos brillantes—. El ser que allí había era de mi especie: un zorro.
Schirkrie levantó las manos con un gesto de rechazo.
—Estamos otra vez donde estábamos —dijo—. Sólo tú puedes responder también a esta pregunta, Gran Sabio. ¿Cuál de los tres tiene razón?
Bastián sonrió con indiferencia y dijo:
—Los tres.
—Danos tiempo para entender tu respuesta —pidió Uschtu.
—Sí —contestó Bastián—, todo el que queráis. Porque os vamos a dejar.
El desencanto se pintó en los rostros de los monjes del Conocimiento y también en el de sus superiores, pero Bastián rechazó impasible sus insistentes ruegos de que se quedara con ellos mucho tiempo o, mejor, para siempre.
De forma que fue acompañado afuera con sus dos discípulos, y los mensajeros alados los llevaron de nuevo al campamento.
Aquella noche, por cierto, comenzó en Guígam, el Monasterio de las Estrellas, la primera discrepancia fundamental entre los tres Pensadores Profundos, que muchos años después hizo que se disolviera la cofradía y que Uschtu, la Madre de la Intuición, Schirkrie, el Padre de la Visión y Yisipu, el Hijo de la Sagacidad, fundaran un monasterio cada uno. Pero ésa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.
Bastián, sin embargo, había perdido aquella noche el recuerdo de haber estado nunca en un colegio. También el desván y hasta el libro robado de tapas de color cobre habían desaparecido de su memoria. Y nunca más se preguntó cómo había llegado a Fantasia.
La Batalla de la Torre de Marfil
olvieron al campamento los exploradores enviados como avanzadillas e informaron de que la Torre de Marfil estaba ya muy cerca. En dos días de marchas forzadas, como mucho en tres, podrían llegar a ella.
Pero Bastián parecía indeciso. Ordenaba hacer altos con más frecuencia que hasta entonces y luego, repentinamente, reanudaba la marcha. Nadie en la expedición comprendía los motivos, pero nadie, naturalmente, se atrevía a preguntárselos. Desde su gran hazaña en el Monasterio de las Estrellas, Bastián había permanecido inaccesible, incluso para Xayide. En la expedición corrían toda clase de rumores, pero la mayoría de los compañeros de viaje acataban de buena gana sus contradictorias órdenes. Los grandes sabios —opinaban— parecen a menudo incomprensibles a los seres normales. Tampoco Atreyu y Fújur podían explicarse ya el comportamiento de Bastián. Lo ocurrido en el Monasterio de las Estrellas excedía de la comprensión de ambos. Pero eso sólo aumentaba la preocupación que les causaba.
En Bastián batallaban dos sentimientos y no podía acallar ninguno de los dos. Ansiaba encontrar a la Hija de la Luna. Ahora era famoso y admirado en toda Fantasia y podía ir a su encuentro como un igual. Pero al mismo tiempo lo llenaba de preocupación el tener que devolverle a ÁURYN. ¿Qué ocurriría entonces? ¿Intentaría ella enviarlo de nuevo a su mundo, del que apenas sabía ya nada Bastián? ¡No quería regresar! ¡Y quería conservar la Alhaja! … Luego pensaba que no era seguro que tuviese que devolvérsela. Quizá ella se la dejara tanto tiempo como él quisiera. Quizá se la había regalado ya, o le pertenecía a él para siempre. En esos instantes, Bastián apenas podía aguardar la hora de ver a la Hija de la Luna. Y acicateaba a la expedición para poder estar antes con ella. Sin embargo, pronto lo acometían las dudas y mandaba detenerse y acampar, a fin de pensar en lo que le aguardaba.
De esa forma, con marchas rápidas y precipitadas y dilaciones de horas, habían llegado por fin al límite exterior del famoso Laberinto, la amplia llanura que era un solo jardín lleno de senderos y caminos entrecruzados. En el horizonte, contra el cielo brillante y dorado de la tarde, relucía mágicamente la Torre de Marfil.
Todo el tropel de fantasios y también Bastián se quedaron en un silencio religioso, disfrutando de la indescriptible belleza de la vista. Hasta en el rostro de Xayide había una expresión de asombro que nunca había aparecido antes y que, desde luego, pronto desapareció otra vez. Atreyu y Fújur, que estaban muy atrás, recordaron qué distinto les había parecido el Laberinto cuando estuvieron allí la última vez, carcomido por la enfermedad mortal de la Nada. Ahora parecía más florido, hermoso y resplandeciente que nunca.
Bastián decidió no avanzar más ese día, de forma que se montó el campamento. Envió a algunos mensajeros para que saludaran de su parte a la Hija de la Luna y le anunciaran que tenía intención de llegar al día siguiente a la Torre de Marfil. Luego se echó en su tienda e intentó dormir. Pero se agitaba de un lado a otro sobre sus cojines, y sus preocupaciones no lo dejaban descansar. No sospechaba que, por razones muy distintas, aquella noche sería la peor de su estancia en Fantasia.
Hacia la medianoche había caído finalmente en un sueño ligero e inquieto, cuando murmullos y susurros excitados a la entrada de su tienda lo sobresaltaron. Se levantó y salió.
—¿Qué pasa? —preguntó con severidad.