La Historia Interminable (51 page)

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Authors: Michael Ende

Los días pasaban en la Casa del Cambio y el verano duraba todavía. Bastián seguía disfrutando de él, dejándose mimar por Doña Aiuola como un niño. También sus frutos le seguían sabiendo tan sabrosos como al principio, aunque poco a poco su avidez se calmó. Comía menos. Y ella se dio cuenta, sin dedicar al hecho, sin embargo, ni una palabra. Bastián se sentía también saciado de sus cuidados y su ternura. Y en la misma medida en que disminuía su necesidad de ellos, se despertaba en él una añoranza de otra clase, un anhelo como hasta entonces no había sentido nunca y que se diferenciaba por completo de sus deseos anteriores: la añoranza de ser capaz de amar. Con asombro y pesar se dio cuenta de que no podía. Sin embargo, su deseo se hacía cada vez más fuerte.

Y una noche en que se sentaban juntos, habló de ello con Doña Aiuola.

Después de haberlo escuchado, ella calló largo rato. Su mirada descansaba sobre Bastián, con una expresión que él no entendía.

—Ahora has encontrado tu último deseo —dijo ella—. Tu Verdadera Voluntad es querer.

—Pero, ¿por qué no puedo, Doña Aiuola?

—Sólo podrás cuando hayas bebido del Agua de la Vida —respondió ella—, y no podrás volver a tu mundo sin llevarle a otro esa agua.

Bastián calló desconcertado.

—¿Y tú? —preguntó—. ¿No has bebido también de ella?

—No —dijo Doña Aiuola—, yo soy distinta. Sólo necesito a alguien a quien pueda darle lo que me sobra.

—Entonces, ¿no era amor?

Doña Aiuola pensó un rato y contestó luego:

—Era lo que has deseado para ti.

—¿No pueden querer los fantasios… igual que me pasa a mí? —preguntó él temeroso.

—Bueno —contestó ella en voz baja—, hay algunas criaturas en Fantasia que pueden beber del Agua de la Vida. Pero nadie sabe quiénes son. Y existe una promesa de la que rara vez hablamos y que dice que, en un futuro lejano, llegará el día en que los seres humanos traerán también el amor a Fantasia. Entonces los dos mundos serán uno solo. Pero no sé lo que eso significa.

—Doña Aiuola —preguntó Bastián también en voz baja—, me prometiste que, cuando llegara el momento, me dirías lo que tendría que olvidar para encontrar mi último deseo. ¿Ha llegado ese momento?

Ella asintió.

—Tenías que olvidar a tu padre y a tu madre. Ahora sólo te queda tu nombre.

Bastián reflexionó.

—¿Padre y madre? —dijo lentamente. Pero las palabras no le decían ya nada. No podía acordarse.

—¿Qué debo hacer ahora? —preguntó.

—Tienes que dejarme —respondió ella—. Tu tiempo en la Casa del Cambio ha terminado.

—¿Y a dónde debo ir?

—Tu último deseo te guiará. ¡No lo pierdas!

—¿Debo marcharme enseguida?

—No, es tarde. Mañana, al romper el día. Te queda una noche aún en la Casa del Cambio. Ahora vamos a dormir.

Bastián se puso en pie y se acercó a ella. Sólo entonces, cuando estuvo cerca, se dio cuenta en la oscuridad de que todas las flores de Doña Aiuola se habían marchitado.

—¡No te preocupes por eso! —dijo ella—. Tampoco mañana debes preocuparte por mí. ¡Sigue tu camino! Todo está bien y es justo que sea así. Buenas noches, chico guapo.

—Buenas noches, Doña Aiuola —murmuró Bastián. Luego subió a su cuarto.

Cuando bajó al día siguiente, vio que Doña Aiuola seguía en el mismo sitio. Todas las hojas, flores y frutos se le habían caído. Tenía los ojos cerrados y parecía un árbol negro y reseco. Bastián se quedó mucho tiempo ante ella, mirándola. Luego se abrió de repente una puerta que llevaba afuera.

Antes de salir, Bastián se volvió una vez más y dijo, sin saber si se dirigía a Doña Aiuola, a la casa o a ambas:

—¡Gracias, gracias por todo!

Luego cruzó la puerta. Fuera, durante la noche, había llegado el invierno. La nieve le llegaba a la rodilla y de la rosaleda en flor sólo quedaban negros setos de espinas. Hacía

mucho frío y reinaba una gran calma.

Bastián quiso volver a la casa para recoger su manto, pero puertas y ventanas habían desaparecido. La casa se había cerrado por todas partes. Tiritando, Bastián emprendió el camino.

XXV

La Mina de las Imágenes

or, el Minero Ciego, estaba delante de su cabaña, escuchando a lo lejos en la llanura nevada que se extendía en todas direcciones. El silencio era tan completo que su fino oído percibió el crujido de los pasos en la nieve de un caminante que se encontraba todavía a gran distancia. Sin embargo, los pasos se dirigían hacia la cabaña.

Yor era un hombre grande y viejo, pero su rostro no tenía barba ni arrugas. Todo en él, su traje, su cara, su pelo, era gris como la piedra. Cuando estaba allí, inmóvil, parecía tallado en un gran trozo de lava. Sólo sus ojos ciegos eran oscuros y, en sus profundidades, brillaba el resplandor de una pequeña llama.

Cuando Bastián —porque él era el caminante— llegó, dijo:

—Buenos días. Me he extraviado. Busco la fuente de la que brota el Agua de la Vida. ¿Puedes ayudarme?

El minero escuchó la voz que hablaba.

—No te has perdido —susurró—. Pero habla en voz baja porque, si no, se desmoronarán mis imágenes.

Le hizo un gesto a Bastián, que entró tras él en la cabaña.

Ésta se componía de una sola habitación pequeña, sin adornos y sumamente podre. Una mesa de madera, dos sillas, una tarima para dormir y unos estantes en los que había toda clase de alimentos y de vajilla. En un hogar ardía un pequeño fuego y sobre él colgaba un caldero en el que humeaba una sopa. Yor llenó dos platos para él y para Bastián, se sentó a la mesa y, con un gesto de la mano, invitó a su huésped a comer. En silencio, se tomaron su comida.

Luego el minero se echó hacia atrás, sus ojos miraron, a través de Bastián, a la lejanía y, susurrando, preguntó:

—¿Quién eres?

—Bastián Baltasar Bux.

—Ah, sabes aún tu nombre.

—Sí. ¿Y quién eres tú?

—Soy Yor, a quien llaman el Minero Ciego. Pero sólo soy ciego a la luz. Bajo tierra, en mi mina, donde reina una oscuridad total, puedo ver.

—¿Qué clase de mina es ésa?

—El Pozo Minroud. La Mina de las Imágenes.

—¿La Mina de las Imágenes? —repitió Bastián asombrado—. Nunca he oído nada semejante.

Yor parecía estar escuchando siempre algo.

—Y, sin embargo —cuchicheó—, existe precisamente para los que son como tú. Para los seres humanos que no pueden encontrar el camino del Agua de la Vida.

—¿Qué clase de imágenes son ésas? —quiso saber Bastián.

Yor cerró los ojos y calló durante un rato. Bastián no sabía si repetir su pregunta. Luego oyó susurrar al minero:

—Nada se pierde en el mundo. ¿Has soñado alguna vez algo que, al despertarte, no sabías qué era?

—Sí —respondió Bastián—. Muchas veces.

Yor asintió pensativo. Luego se levantó y le hizo signo a Bastián de que lo siguiera. Antes de salir los dos de la cabaña, lo cogió por el hombro con su mano dura y le cuchicheó al oído:

—Ni una palabra, ni un ruido, ¿entiendes? Lo que vas a ver es mi trabajo de muchos años. Cualquier estrépito podría destruirlo. ¡De manera que calla y anda silenciosamente!

Bastián asintió y salieron de la cabaña. Detrás de ella se levantaba una torre de madera, bajo la cual un pozo conducía verticalmente a las entrañas de la tierra. Pasaron a su lado, dirigiéndose hacia la llanura de nieve. Y entonces vio Bastián las imágenes, que yacían allí, como rodeadas de seda blanca, igual que si fueran valiosas joyas.

Eran láminas finísimas de una especie de piedra especular, transparente y coloreada, y de todos los tamaños y formas, rectangulares y redondas, rotas e intactas, algunas grandes como vidrieras de iglesia, otras pequeñas como miniaturas de alguna cajita. Yacían, ordenadas aproximadamente por su tamaño y su forma, en hileras que se extendían hasta el horizonte de la blanca llanura.

Lo que representaban aquellas imágenes era misterioso. Había figuras embozadas que parecían flotar en un gran nido de pájaro, o burros con toga de juez: había relojes que se fundían como el requesón, o muñecas articuladas que destacaban sobre fondos chillonamente iluminados y vacíos. Había rostros y cabezas compuestos totalmente de animales y otros que formaban paisajes. Pero había también imágenes completamente corrientes, hombres que segaban campos de maíz y mujeres que se sentaban en un balcón. Había pueblos de montaña y paisajes marineros, escenas bélicas y funciones de circo, calles y habitaciones, y siempre rostros, viejos y jóvenes, inteligentes y bobos, de bufones y de reyes, sombríos y alegres. Había imágenes terribles, de ejecuciones y danzas macabras, e imágenes divertidas de damiselas sentadas sobre una morsa o de una nariz que se paseaba y a la que todos los transeúntes saludaban.

Cuanto más caminaban a lo largo de las imágenes, tanto menos podía comprender Bastián qué tenían que ver con él. Sólo una cosa le resultaba clara: en ellas podía verse de todo, aunque la mayor parte de las veces en un entorno peculiar.

Después de haber andado muchas horas con Yor junto a las hileras de láminas, el crepúsculo cayó sobre la extensa llanura nevada. Volvieron a la cabaña. Cuando habían cerrado la puerta tras ellos, Yor le preguntó en voz baja:

—¿Has reconocido alguna?

—No —repuso Bastián.

El minero movió pensativo la cabeza.

—¿Por qué? —quiso saber Bastián—. ¿Qué imágenes son ésas?

—Son los sueños olvidados del mundo de los seres humanos —explicó Yor—. Un sueño no puede convertirse en nada una vez que se ha soñado. Pero cuando el hombre que lo ha soñado no lo guarda… ¿a dónde va a parar? Viene aquí, con nosotros, a Fantasia, ahí abajo, a las entrañas de nuestra tierra. Allí yacen los sueños olvidados en capas finas, finísimas, uno sobre otro. Cuanto más se cava, tanto más espesos son. Fantasia entera se asienta sobre unos cimientos de sueños olvidados.

—¿Y también están ahí los míos? —preguntó Bastián abriendo mucho los ojos.

Yor se limitó a asentir con la cabeza.

—¿Y dices que tengo que encontrarlos? —siguió preguntando Bastián.

—Por lo menos uno. Con uno basta —respondió Yor.

—Pero, ¿para qué? —quiso saber Bastián.

El minero volvió hacia él su rostro, ahora iluminado sólo por el resplandor del pequeño fuego del hogar. Sus ojos ciegos miraron otra vez a la lejanía, a través de Bastián.

—Escucha, Bastián Baltasar Bux —dijo—. No me gusta hablar mucho. Prefiero el silencio. Pero por esta vez te lo diré. Tú buscas el Agua de la Vida. Quisieras poder amar, para volver a tu mundo. Amar… ¡eso se dice muy fácilmente! El Agua de la Vida te preguntará: ¿a quién? No se puede amar sencillamente, en general y de cualquier manera. Sin embargo, tú lo has olvidado todo, salvo tu nombre. Y si no sabes contestar no podrás beber. Sólo te puede ayudar un sueño olvidado que vuelvas a encontrar, una imagen que te lleve hasta la fuente. Pero para eso tendrás que olvidar lo último que te queda: tendrás que olvidarte de ti mismo. Y eso requiere un trabajo duro y paciente. Guarda bien mis palabras, porque no volveré a pronunciarlas.

Luego se echó en su tarima de madera y se durmió. A Bastián no le quedó otro remedio que contentarse con el suelo duro y frío. Pero no le importó.

Cuando se despertó a la mañana siguiente con los miembros entumecidos, Yor había salido ya. Probablemente había entrado en el Pozo Minroud. Bastián se sirvió un plato de la sopa caliente, que lo entonó pero no lo animó demasiado. Su gusto salado le recordaba un poco el sabor de las lágrimas y del sudor.

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