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Authors: Michael Ende

La Historia Interminable (53 page)

Eran Fújur, el dragón blanco de la suerte, y Atreyu.

XXVI

Las Aguas de la Vida

umbándole los oídos, el muchacho que no tenía ya nombre se puso en pie y dio unos pasos en dirección a Atreyu. Luego se detuvo. Atreyu no hizo nada: sólo lo miró atenta y serenamente. La herida de su pecho no sangraba ya.

Largo tiempo estuvieron así, frente a frente, sin que ninguno de los dos dijera nada. El silencio era tan grande que cada uno podía escuchar la respiración del otro.

Lentamente, el muchacho sin nombre cogió la cadena de oro que llevaba al cuello y se quitó ÁURYN. Se inclinó y puso la Alhaja cuidadosamente en la nieve, delante de Atreyu. Al hacerlo, contempló otra vez las dos serpientes, clara y oscura, que se mordían mutuamente la cola formando un óvalo. Luego dejó la Alhaja.

En aquel mismo instante, el resplandor dorado de ÁURYN se hizo tan desmesuradamente claro y radiante que, deslumbrado, Bastián tuvo que cerrar los ojos como si hubiera mirado al sol. Cuando los abrió otra vez, vio que estaba en un salón con una cúpula tan grande como la bóveda del cielo. Los sillares de la construcción eran de luz dorada. En medio de aquella estancia inconmensurable yacían, gigantescas como las murallas de una ciudad, las dos serpientes.

Atreyu, Fújur y el muchacho sin nombre estaban juntos en el lado de la cabeza de la serpiente negra, que tenía en sus fauces la cola de la serpiente blanca. El ojo inmóvil de la serpiente, de pupila vertical, estaba dirigido hacia los tres. En comparación con ella, hasta el dragón de la suerte parecía pequeño como una oruguita blanca.

Los gigantescos cuerpos inmóviles de las serpientes relucían como si fueran de un metal desconocido, negro como la noche el uno, blanco como la plata el otro, y la catástrofe que podían provocar sólo se evitaba porque, mutuamente, se mantenían sujetas. Si una de las dos se soltase, el mundo se hundiría. Eso era indudable.

Sin embargo, al sujetarse mutuamente, protegían también el Agua de la Vida. Porque en el centro de donde estaban murmuraba una enorme fuente, cuyo chorro bailaba subiendo y bajando y, al caer, hacía y deshacía miles de figuras, mucho más aprisa de lo que podían seguirlas los ojos. Las espumosas aguas se pulverizaban en una fina niebla, en la que la luz dorada se quebraba en todos los colores del arco iris. Era el hervir y alborotar y cantar y aplaudir y reír y gritar de mil voces jubilosas.

El muchacho sin nombre miraba sediento aquella agua… pero ¿cómo llegar hasta ella? La cabeza de la serpiente no se movía.

De repente, Fújur levantó la cabeza. Sus ojos de color rubí comenzaron a chispear.

—¿Entendéis lo que dicen las aguas? —preguntó.

—No —respondió Atreyu—. Yo no.

—No sé por qué —cuchicheó Fújur—, pero yo lo entiendo muy bien. Quizá porque soy un dragón de la suerte. Todos los lenguajes de la suerte están emparentados entre sí.

—¿Qué dicen las aguas? —preguntó Atreyu.

Fújur escuchó con atención y tradujo lentamente lo que oía, palabra por palabra:

«¡Nosotras, Aguas de Vida!

Fuente que a sí misma se debe

y fluye con más abundancia

cuanto más de sus aguas se bebe.«

Otra vez escuchó un rato y dijo:

—Continuamente repiten: «¡Bebe! ¡Bebe! ¡Haz lo que quieras!«

—¿Cómo podemos llegar hasta ellas? —preguntó Atreyu.

—Nos preguntan nuestro nombre —explicó Fújur.

—¡Yo soy Atreyu! —exclamó Atreyu.

—¡Yo soy Fújur! —dijo Fújur.

El muchacho sin nombre permaneció mudo.

Atreyu lo miró, y luego lo cogió de la mano y exclamó:

—Éste es Bastián Baltasar Bux.

—Preguntan —tradujo Fújur— por qué no habla él.

—No puede ya —dijo Atreyu—. Lo ha olvidado todo.

Fújur escuchó otra vez el murmurar y espumear.

—Sin recuerdos, dicen, no puede entrar. Las serpientes no lo dejarán.

—Yo lo he conservado todo —exclamó Atreyu—, todo lo que él me ha contado de sí y de su mundo. Yo respondo por él.

Fújur escuchó.

—Preguntan… con qué derecho.

—Soy su amigo —dijo Atreyu.

Otra vez pasó un rato mientras Fújur escuchaba atentamente.

—No parece estar muy claro si eso vale… —le susurró a Atreyu—. Ahora hablan de tu herida. Quieren saber cómo se produjo.

—Los dos teníamos razón —dijo Atreyu— y nos equivocamos los dos. Pero ahora Bastián ha dejado voluntariamente a ÁÜRYN.

Fújur escuchó y movió la cabeza afirmativamente.

—Sí —dijo—, dicen que vale. Este lugar es ÁURYN. Dicen que somos bienvenidos.

Atreyu miró la enorme cúpula de oro.

—Cada uno de nosotros —susurró— lo llevó al cuello… Hasta tú, Fújur, durante corto tiempo.

El dragón de la suerte le hizo señal de que callara y escuchó otra vez el canto de las aguas.

Luego tradujo:

—ÁURYN es la puerta que Bastián estaba buscando. La llevaba consigo desde el principio. Pero las serpientes, dicen las aguas, no permitirán que nada de Fantasia traspase el umbral. Por eso, Bastián tiene que renunciar o todo lo que le dio la Emperatriz Infantil. De otro modo, no podrá beber del Agua de la Vida.

—Pero si estamos en su signo… —exclamó Atreyu—. ¿No está ella también aquí?

—Dicen que aquí acaba el poder de la Hija de la Luna. Y ella es la única que no puede entrar jamás en este lugar. No puede penetrar en el interior del Fulgor porque no puede deshacerse de sí misma.

Atreyu calló confuso.

—Preguntan ahora —continuó Fújur— si Bastián está dispuesto.

—Sí —dijo Atreyu en voz alta—. Lo está.

En aquel momento, la gigantesca cabeza de la serpiente negra comenzó a levantarse lentamente, sin soltar por ello el extremo de la serpiente blanca que tenía en sus fauces. Los poderosos cuerpos se curvaron hasta formar una puerta, de la que una mitad era negra y la otra blanca.

Atreyu llevó a Bastián de la mano a través de la monstruosa puerta hasta la fuente, que ahora estaba ante ellos en toda su grandeza y esplendor. Y mientras se dirigían a ella, caían uno tras otro, a cada paso de Bastián, sus maravillosos dones fantásicos. El héroe hermoso, fuerte e intrépido se convirtió otra vez en un muchacho pequeño, gordo y apocado. Hasta su traje, que en el Minroud de Yor había quedado hecho harapos, desapareció y se deshizo por completo. De forma que Bastián quedó allí por fin, desnudo y solo ante el gran círculo dorado, de cuyo centro brotaban las Aguas de la Vida, altas como un árbol de cristal.

En aquel último segundo, en que ya no tenía ninguno de los dones fantásicos pero no había recuperado aún el recuerdo de su mundo y de sí mismo, Bastián pasó por una situación de inseguridad total, en la que no sabía ya a qué mundo pertenecía ni si él mismo existía de verdad.

Pero luego saltó sencillamente al agua cristalina, se sumergió en ella, resopló, salpicó y dejó que una lluvia de gotas centelleantes le corriera por la boca. Bebió y bebió hasta calmar su sed. Y la alegría lo llenó de la cabeza a los pies, alegría de vivir y alegría de ser él mismo. Porque ahora sabía otra vez quién era y de dónde era. Había nacido de nuevo. Y lo mejor era que quería ser precisamente quien era. Si hubiera tenido que elegir una posibilidad entre todas, no hubiera elegido ninguna otra. Porque ahora sabía: en el mundo hay miles y miles de formas de alegría, pero en el fondo todas son una sola: la alegría de poder amar. Eran aspectos de una misma cosa.

Tampoco más tarde, cuando hacía ya mucho tiempo que Bastián había vuelto a su mundo, cuando se hizo adulto y finalmente viejo, lo abandonó nunca del todo esa alegría. Hasta en los tiempos más difíciles de su vida le quedó una alegría que lo hacía sonreír y que consolaba a otros seres humanos.

—¡Atreyu! —le gritó a su amigo, que estaba con Fújur al borde del gran redondel dorado—. ¡Ven! ¡Ven! ¡Bebe! ¡Es estupendo!

Atreyu movió la cabeza riendo.

—No —contestó—, esta vez sólo hemos venido a acompañarte.

—¿Esta vez? —preguntó Bastián—. ¿Qué quieres decir?

Atreyu cambió una mirada con Fújur y dijo:

—Los dos estuvimos ya aquí. No reconocimos el sitio enseguida porque entonces nos trajeron dormidos y nos llevaron dormidos otra vez. Pero ahora lo hemos recordado.

Bastián salió del agua.

—Otra vez sé quién soy —dijo radiante.

—Sí —dijo Atreyu asintiendo—, ahora te reconozco de nuevo. Tienes el mismo aspecto que entonces, cuando te vi en la Puerta del Espejo Mágico.

Bastián miró las aguas espumosas y centelleantes.

—Quisiera llevar agua a mi padre —exclamó en medio del rugido—. Pero ¿cómo?

—No creo que sea posible —respondió Atreyu—. No se puede llevar nada a través del umbral de Fantasia.

—¡Bastián sí! —se hizo oír Fújur, cuya voz tenía otra vez todo su sonido de bronce—. ¡Él puede hacerlo!

—¡Eres un verdadero dragón de la suerte! —dijo Bastián.

Fújur le hizo señal de que callase y escuchó el murmullo de las mil voces.

Luego explicó:

—Las aguas dicen que ahora tienes que ponerte en camino y nosotros también.

—¿Cuál es mi camino? —preguntó Bastián.

—Por la otra puerta —tradujo Fújur—. Donde está la cabeza de la serpiente blanca.

—Está bien —dijo Bastián—. Pero ¿cómo podré salir? La cabeza blanca no se mueve.

Efectivamente, la cabeza de la serpiente blanca permanecía inmóvil. Tenía la cola de la serpiente negra en la boca y sus enormes ojos miraban fijamente a Bastián.

—Las aguas te preguntan —anunció Fújur— si has concluido todas las historias que comenzaste en Fantasia.

—No —dijo Bastián—. En realidad, ninguna.

Fújur escuchó un rato. Su rostro adoptó una expresión consternada.

—Dicen que, entonces, la serpiente blanca no te dejará pasar. Tendrás que volver a Fantasia y terminarlo todo.

—¿Todas las historias? —balbuceó Bastián—. Entonces no podré regresar nunca. Todo ha sido inútil.

Fújur escuchaba excitado.

—¿Qué dicen? —quiso saber Bastián.

—¡Silencio! —dijo Fújur.

Al cabo de un rato suspiró y explicó:

—Dicen que no hay nada que hacer, a no ser que haya alguien que haga por ti ese trabajo.

—Pero si las historias son innumerables —exclamó Bastián—, y en cada una aparece siempre otra. Una tarea así no puede acometerla nadie.

—Sí —dijo Atreyu—. Yo puedo.

Bastián lo miró sin habla. Luego se colgó de su cuello y balbuceó:

—¡Atreyu! ¡Atreyu! ¡Eso no lo olvidaré!

Atreyu sonrió.

—Está bien, Bastián. Y no te olvides tampoco de Fantasia.

Le dio una palmada fraternal en la espalda, y luego se volvió rápidamente y atravesó la puerta de la cabeza de la serpiente negra, que seguía curvada en alto como cuando entraron en el lugar.

—Fújur —dijo Bastián—. ¿Cómo podréis terminar nunca lo que os dejo?

El dragón blanco guiñó uno de sus ojos de color rubí y respondió:

—¡Con suerte, muchacho! ¡Con suerte!

Luego siguió a su señor y amigo.

Bastián los miró marcharse cuando cruzaron la puerta, de regreso a Fantasia. Los dos se volvieron una vez más y lo saludaron. Luego, la cabeza de la serpiente negra bajó hasta reposar de nuevo en el suelo. Bastián no pudo ver ya a Atreyu y a Fújur.

Ahora estaba solo.

Se volvió hacia la otra cabeza, la de la serpiente blanca, y vio que, al mismo tiempo, se había levantado y que los cuerpos de las serpientes se habían curvado formando una puerta, de la misma manera que habían hecho antes al otro lado.

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