Read La Historia Interminable Online
Authors: Michael Ende
Qüérquobad, el Anciano de Plata, estaba sumido en la lectura de un libro que había sacado de la biblioteca de Bastián Baltasar Bux.
—Me hubiera gustado teneros más tiempo como huéspedes —dijo un tanto distraído—. No todos los días puede uno albergar a un autor tan importante. Pero ahora tenemos tus obras para consolarnos.
Se despidieron y salieron afuera.
Cuando Atreyu se sentó en las espaldas del dragón, le preguntó a Bastián:
—¿No querías cabalgar también sobre Fújur?
—Pronto —respondió Bastián—. Ahora me espera Yicha, y se lo he prometido.
—Entonces os aguardamos en tierra —gritó Atreyu. El dragón de la suerte se elevó por los aires y, en un momento, se perdió de vista.
Cuando Bastián volvió al albergue, los tres caballeros lo esperaban ya con los caballos y la mula, en una de las balsas, dispuestos para el viaje. Le habían quitado a Yicha las albardas, sustituyéndolas por una silla de montar ricamente adornada. La razón, sin embargo, no la supo ella hasta que Bastián se acercó y le susurró al oído:
—Ahora me perteneces, Yicha.
Y mientras la barcaza se soltaba, alejándose de la Ciudad de Plata, todavía resonó largo tiempo sobre las amargas aguas de Murhu, el Lago de las Lágrimas, el grito de alegría de la vieja mula.
Por lo demás, en lo que se refiere a Hýnreck el Héroe, consiguió realmente llegar a Mórgul, el País del Fuego Frío. Penetró también en el bosque petrificado de Wodgabay y superó los tres fosos que rodeaban el castillo de Rágar. Encontró el hacha de plomo y venció a Smerg, el dragón. Luego devolvió a Oglamar a su padre, aunque ella estaba ya dispuesta a casarse con él. Pero entonces fue él quien no quiso. Sin embargo, ésa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.
Los Ayayai
ecia y pesadamente caía la lluvia desde unas nubes oscuras que volaban casi a la altura de las cabezas de los jinetes. Luego empezó a nevar unos copos grandes y pegajosos, y finalmente nevó y llovió a la vez. El viento tormentoso era tan fuerte que hasta los caballos tenían que inclinarse para hacerle frente. Los mantos de los jinetes pesaban húmedos, golpeando fuertemente en los lomos de las bestias.
Llevaban ya muchos días de camino y los tres últimos cabalgando por aquella meseta. El tiempo había empeorado de día en día y el suelo se había convertido en una mezcla de fango y piedras de agudos cantos que hacía la marcha cada vez más penosa. Aquí y allá había grupos de arbustos o bosquecillos doblegados por el viento, pero por lo demás no se ofrecía a los ojos variación alguna.
Bastián, que cabalgaba delante sobre la mula Yicha, iba relativamente bien, envuelto en su reluciente manto plateado. Resultó que, aunque ligero y delgado, el manto abrigaba espléndidamente y el agua formaba perlas sobre él. Hykrion, el de la figura fuerte y corpulenta, desaparecía casi dentro de un espeso manto de lana azul. Hýsbald, el de los miembros finos, se había echado la gran capucha de su hábito pardo sobre los rojos cabellos. Y el capote de lona gris de Hydorn se adhería a sus miembros enjutos.
Sin embargo, los tres caballeros, a su estilo un tanto rudo, estaban de buen humor. No habían esperado que su viaje de aventuras con su señor Bastián fuera una especie de paseó dominical. De vez en cuando cantaban con fuertes voces en medio de la tormenta, con más entusiasmo que afinación, unas veces solos y otras a coro. Su canción favorita era, evidentemente, una que empezaba con las palabras:
«Cuando yo era pequeñito,
tralará con viento y lluvia…»
Según explicaron, procedía de un viajero de Fantasia de tiempos muy remotos, llamado Chéxpir o algo así.
El único del grupo al que ni la humedad ni el frío parecían hacer mella era Atreyu. Como casi siempre desde el comienzo del viaje, se adelantaba volando sobre las espaldas de Fújur, entre los jirones de nubes y por encima de ellas, para reconocer el terreno, y volvía luego para informar.
Todos ellos, incluido el dragón de la suerte, creían que estaban buscando el camino que devolvería a Bastián a su mundo. También Bastián lo creía. No sabía que, en realidad, había accedido a la propuesta de Atreyu únicamente por amistad y buena voluntad, pero que en el fondo no lo deseaba. Sin embargo, la geografía de Fantasia está determinada por los deseos, sean conscientes o no. Y como era Bastián quien tenía que decidir en qué dirección debían ir, ocurría que su camino los llevaba cada vez más profundamente hacia el interior de Fantasia… es decir, hacia el centro constituido por la Torre de Marfil. Lo que eso significaba para Bastián sólo lo sabría luego. De momento, ni él ni sus compañeros de viaje sospechaban nada.
Los pensamientos de Bastián estaban en otra parte. Ya al segundo día después de salir de Amarganz, habían encontrado en los bosque que rodeaban a Murhu el claro rastro del dragón Smerg. Una parte de los árboles estaban petrificados. Evidentemente, el monstruo se había posado allí, echando sobre los árboles el fuego helado de su garganta. Las huellas de sus enormes patas de saltamontes eran fáciles de reconocer. Y Atreyu, que sabía de eso, había encontrado también otras huellas: las del caballo de Hýnreck el Héroe. Así pues, Hýnreck le iba pisando los talones al dragón.
—La verdad es que no me hace ninguna gracia —había dicho Fújur medio en broma, haciendo girar sus ojos de color rubí—, porque, sea Smerg o no un espantajo, de todas formas, aunque lejano, es pariente mío.
No habían seguido el rastro de Hýnreck, sino que habían tomado otra dirección, porque su objetivo era buscar el camino de regreso para Bastián.
Bastián había pensado luego en lo que había hecho realmente al inventarse un dragón para Hýnreck el Héroe. Sin duda, Hýnreck necesitaba algo a lo que poder enfrentarse y contra lo que poder luchar. Sin embargo, no era nada seguro que venciera. ¿Qué pasaría si Smerg lo mataba? Y, además, la Princesa Oglamar se encontraba en una situación horrible. Era verdad que siempre había sido bastante altanera, pero ¿tenía derecho por eso Bastián a ponerla en una situación tan comprometida? Y, prescindiendo de todo aquello, ¡cualquiera sabía lo que haría Smerg en Fantasia! Bastián, sin pensarlo mucho, había creado un peligro incalculable que, aun sin él, seguiría existiendo y traería quizá desgracias indescriptibles sobre muchos inocentes. La Hija de la Luna, eso lo sabía Bastián, no hacía en su reino diferencias entre malos y buenos ni entre lo hermoso y lo feo. Para ella, todas las criaturas de Fantasia eran igualmente importantes y tenían los mismos derechos. Pero él, Bastián… ¿tenía que comportarse como ella? Y, sobre todo, ¿quería hacerlo?
No, se dijo Bastián, no quería pasar a la historia de Fantasia como creador de monstruos y espantajos. Sería mucho más bonito ser conocido por su bondad y desinterés, ser para todos un modelo preclaro, ser llamado «hombre bueno» o reverenciado como «gran benefactor». Sí, eso era lo que quería.
Entretanto, el terreno se había vuelto rocoso y Atreyu, que volvió sobre Fújur de un vuelo de reconocimiento, informó de que, a pocas millas, había divisado un pequeño valle encajonado que ofrecía un abrigo relativamente satisfactorio contra el viento. Si había visto bien, había en el valle incluso varias cavernas, en las que podrían encontrar refugio contra la lluvia y la nieve.
Era ya tarde avanzada y más que hora de buscar un lugar apropiado para pasar la noche. Por ello, todos se alegraron de las noticias de Atreyu y espolearon a sus cabalgaduras. El camino discurría por el fondo de un valle cerrado por peñascos cada vez más altos, que quizá fuera el lecho seco de un río. Al cabo de unas dos horas llegaron a la parte más baja del valle y encontraron realmente varias cavernas en las paredes que lo rodeaban. Eligieron la más espaciosa y se instalaron en ella tan cómodamente como les fue posible. Los tres caballeros buscaron por los alrededores leña seca y ramas desgajadas por la tempestad, y pronto una hermosa hoguera ardió en la caverna. Los mantos húmedos fueron extendidos para que se secaran, se entró a los caballos y a la mula y se los desensilló, y hasta Fújur, que normalmente prefería pasar la noche a la intemperie, se hizo un ovillo en la parte de atrás de la caverna. En el fondo, el lugar no era nada incómodo.
Mientras Hydorn, el duro, intentaba asar sobre el fuego con su larga espada un gran pedazo de carne de sus provisiones y todos, a su alrededor, lo miraban impacientes, Atreyu se volvió a Bastián y le pidió:
—¡Háblanos de Kris Ta!
—¿De quién? —preguntó Bastián sin comprender.
—De tu amiga Kris Ta, la niña a la que contabas tus historias.
—No conozco a ninguna niña que se llame así —respondió Bastián—, ¿y de dónde sacas tú que yo le contara historias?
Atreyu lo miró otra vez con aquella mirada pensativa.
—En tu mundo —dijo lentamente— contabas muchas historias… A ella y a ti mismo.
—¿Cómo lo sabes, Atreyu?
—Lo dijiste tú. En Amarganz. Y dijiste también que, por eso, se reían de ti.
Bastián miró fijamente el fuego.
—Es verdad —murmuró—, lo dije. Pero no sé por qué. No puedo recordarlo.
A él mismo le resultaba extraño.
Atreyu cambió una mirada con Fújur y asintió gravemente, como si los dos hubiesen comentado algo que ahora se confirmase. Pero no dijo nada más. Evidentemente, no quería hablar de ello delante de los tres caballeros.
—La carne está hecha —anunció Hydorn.
Cortó con el cuchillo un pedazo para cada uno y todos comieron. No se podía decir, ni con la mejor voluntad, que la carne estuviera hecha —por fuera estaba un tanto quemada y por dentro todavía cruda— pero, dadas las circunstancias, no hubiera sido oportuno mostrarse melindroso.
Durante algún tiempo todos masticaron y luego Atreyu rogó una vez más:
—¡Cuéntanos cómo llegaste hasta nosotros!
—Lo sabes —respondió Bastián—: tú me trajiste hasta la Emperatriz Infantil.
—Quiero decir antes —dijo Atreyu—. En tu mundo, ¿dónde estabas y cómo pasó todo?
Y entonces Bastián contó cómo le había robado el libro al señor Koreander y cómo se había refugiado con él en el desván del colegio y había empezado a leerlo allí. Cuando quiso empezar a contar la Gran Búsqueda de Atreyu, éste hizo un gesto negativo. No parecía interesarle lo que Bastián había leído sobre él. En lugar de ello, le interesaba muchísimo saber más detalles sobre el cómo y el por qué de la visita de Bastián a la tienda del señor Koreander y de su huida al desván del colegio.
Bastián pensó intensamente, pero no encontró ningún dato más en su memoria. Todo lo que se relacionaba con aquello —que había tenido miedo, que era gordo y débil y delicado— lo había olvidado. Sus recuerdos eran fragmentarios y esos fragmentos le parecían tan lejanos y vagos como si no se tratase de él sino de algún otro.
Atreyu le preguntó por otros recuerdos y Bastián habló de los tiempos en que su madre vivía aún, de su padre, de su casa, de su colegio y su ciudad… De todo lo que recordaba todavía.
Los tres caballeros se habían dormido ya y Bastián seguía hablando. Le extrañaba que Atreyu mostrase tanto interés precisamente por lo más corriente. Quizá dependiera de la forma en que Atreyu lo escuchaba el que también a él las cosas más corrientes y cotidianas no le parecieran poco a poco tan corrientes, sino como si encerraran un secreto del que nunca se hubiera dado cuenta.
Finalmente no supo más, no se le ocurrió nada más que contar. Era ya noche avanzada y el fuego se había consumido. Los tres caballeros roncaban suavemente. Atreyu se sentaba con el rostro impasible y parecía sumido en sus reflexiones.