—Esto nos permitirá llegar —dijo la pajeña de Whitbread—. Los Guerreros vendrán a investigar el agujero de la pared...
Los humanos entraron enseguida. El Marrón que les había seguido pacientemente desde el museo ocupó el asiento situado a la derecha del conductor. La pajeña de Whitbread ocupó el otro asiento del conductor, pero Charlie le dijo algo. Los dos Marrones-y-blancos silbaron y cuchichearon, y Charlie gesticuló con vehemencia. Por fin la pajeña de Whitbread pasó también al compartimiento de carga y cerró las puertas. Cuando lo hacía los humanos vieron a los conductores del camión que se alejaban caminando lentamente calle abajo.
—¿Adonde van? —preguntó Staley.
—Mejor aún, ¿por qué era la discusión? —preguntó Whitbread.
—Uno a uno, caballeros —dijo la pajeña de Whitbread.
El camión arrancó. Se oyó el ronroneo de los motores y el rumor de los neumáticos. Se filtraban también los ruidos de otros millares de vehículos.
Whitbread estaba metido entre duras cajas de plástico, con el mismo espacio que si estuviese en un ataúd. Le recordaba desagradablemente su situación. No era que los otros tuviesen más espacio, por lo que Jonathon se preguntaba si se les habría ocurrido también la analogía. Tenía la nariz a sólo unos centímetros del pecho.
—Los Marrones irán a una asociación de transportes e informarán que su vehículo fue solicitado por un Mediador —dijo la pajeña de Whitbread—. Y la discusión era sobre quién debía ir delante con el Marrón. Perdí yo.
—¿Y por qué se convirtió en una discusión? —preguntó Staley—. ¿No confían uno en otro?
—Yo confío en Charlie. Pero él no confía realmente en mí... quiero decir, no puede... He prescindido de mi propio Amo. Para Charlie soy un Eddie el Loco. Es preferible que vea las cosas por sí mismo.
—Pero ¿adonde vamos? —preguntó Staley.
—Al territorio del Rey Pedro. Es el mejor camino.
—No podemos seguir mucho tiempo en este vehículo —dijo Staley—. En cuanto estos Marrones informen, se pondrán a buscarlo... ha de haber policía, un medio de localizar un camión robado. También aquí se cometen delitos, ¿no?
—No como ustedes piensan. En realidad no hay leyes... pero hay miembros de la clase decisora que tienen jurisdicción sobre las propiedades y los objetos perdidos. Ellos pueden localizar el camión por un precio. Sin embargo, mi Amo tardará un tiempo en negociar con ellos. Primero tendrá que demostrar que me he vuelto loca.
—Supongo que no habrá un espaciopuerto aquí... —dijo Whitbread.
—De todos modos no podríamos utilizarlo —replicó Staley. Escucharon un rato el rumor del tráfico.
—Yo también pensaba en eso —dijo Potter—. Una nave espacial destaca demasiado. Si un mensaje desencadena un ataque contra la
Lenin,
es indudable que no nos dejarían regresar.
—¿Y cómo vamos a volver a casa? —preguntó Whitbread; no pretendía decirlo en voz alta.
—Es cuento ya sabido —dijo Potter con tristeza—. Sabemos ya más de lo que pueden permitirnos. Y lo que sabemos es más importante que nuestras vidas, ¿no es así, señor Staley?
—Desde luego.
—¿Nunca saben ustedes cuándo tienen que ceder? —preguntó desde la oscuridad la voz de Whitbread; al principio no se dieron cuenta de que era la pajeña quien hablaba—. El Rey Pedro puede dejarles vivir. Puede permitirles volver a la
Lenin.
Si se convence de que eso es lo mejor, puede arreglarlo. Pero no tienen ustedes medios de enviar un mensaje a esa nave sin su ayuda.
—¡Cómo que no! —exclamó Staley, elevando la voz—. Métase esto en la mollera. Ha sido usted sincera con nosotros... al menos eso creo. Seré sincero también. Si hay un medio de enviar un mensaje, lo enviaré.
—Y después de eso, que sea lo que Dios quiera —añadió Potter. Escucharon unos minutos el rumor del tráfico.
—No tendrá usted esa posibilidad, Horst —dijo la voz de Whitbread—. No hay amenaza que pueda obligarnos a Charlie o a mí a ordenar a un Marrón que construya el equipo que necesitan. No pueden utilizar nuestros transmisores aunque los localicen... ni siquiera yo podría hacerlo sin ayuda de un Marrón. Quizás no haya, además, los medios de comunicación adecuados en este planeta.
—Basta ya —dijo Staley—. Dominan ustedes perfectamente la técnica de las comunicaciones espaciales, y sólo hay unas bandas determinadas en el espectro electromagnético.
—Sin duda. Pero nada permanece invariable aquí. Si necesitamos algo, los Marrones lo construyen. Cuando ya no es necesario, hacen otra cosa con las piezas. Y ustedes quieren algo que comunique con la
Lenin
sin que nadie sepa del asunto.
—Correré el riesgo. Si podemos enviar un aviso al almirante, él conseguirá conducir la nave de vuelta a casa.
Horst hablaba con completa seguridad. Aunque la
Lenin
fuese sólo una nave, naves como aquéllas habían derrotado a flotas enteras. Frente a los pajeños, que no disponían del Campo, sería invencible. Horst se preguntaba por qué había llegado a dudar de eso. En el museo había piezas electrónicas, y con ellas podrían haber construido un transmisor de un tipo u otro. Era ya demasiado tarde; ¿por qué habrían hecho caso a la pajeña?
Continuaron durante casi una hora. Los guardiamarinas iban encogidos y amontonados entre las cajas, en la oscuridad. Staley sentía una opresión en la garganta y tenía miedo a seguir hablando. Podría haber un temblor en su voz, algo que comunicase sus temores a los demás, y no podía permitir que supiesen que tenía tanto miedo como ellos. Deseaba que pasase algo, que tuviesen que luchar, cualquier cosa...
El camión hacía de vez en cuando paradas. De pronto se balanceó y giró y luego se detuvo. Esperaron. La puerta corredera se abrió y apareció Charlie encuadrado en la luz.
—No se muevan —dijo. Detrás había Guerreros, con las armas dispuestas. Por lo menos cuatro.
Horst Staley lanzó un gruñido furioso. ¡Traicionados! Buscó la pistola, pero la posición en que estaba le impidió sacarla.
—¡No, Horst! —gritó la pajeña de Whitbread; cuchicheó, dirigiéndose a Charlie, que cuchicheó a su vez en respuesta—. No hagan nada —dijo la pajeña de Whitbread—. Charlie ha pedido un vehículo aéreo. Los Guerreros pertenecen al propietario del vehículo. No harán nada siempre que vayamos directamente de aquí al aparato.
—Pero, ¿quiénes son? —exigió Staley, sin soltar la culata de su pistola. En realidad no tenían ninguna posibilidad de lucha... los Guerreros habían tomado posiciones y estaban preparados; parecían además mortíferos y eficientes.
—Se lo aseguro —dijo la pajeña de Whitbread—. Son guardaespaldas. Todos los Amos tienen. Bueno, casi todos. Ahora salgan, despacio, y aparten las manos de sus armas. No les hagan pensar que se proponen atacar a su Amo. Si creen eso, nos matarán a todos.
Staley calculó sus posibilidades. Eran pocas. Si estuviesen con él Kelley y su infante de marina en lugar de Whitbread y Potter...
—De acuerdo —admitió—. Hagan lo que dice. —Lentamente, bajó del camión.
Estaban en una zona de almacenamientos de equipajes. Los Guerreros mantenían sus posiciones, inclinándose levemente hacia adelante sobre sus anchos y córneos pies. A Staley le recordaron luchadores de kárate. Percibió un leve movimiento junto a la pared. Había por lo menos dos Guerreros más, ocultos. Menos mal que no habían intentado luchar.
Los Guerreros les observaban atentamente; se situaron al final de la extraña procesión formada por un Mediador, tres humanos, otro Mediador y un Marrón. Tenían las armas dispuestas, aunque sin apuntar a nadie concretamente, y avanzaban en abanico.
—¿No llamará su decisor a su Amo cuando nos vayamos? —preguntó Potter.
Los pajeños cuchichearon entre sí. Los Guerreros no parecían prestarles ninguna atención.
—Charlie dice que sí. Que notificará la situación a mi Amo y al Rey Pedro. Pero nos proporciona un avión, ¿no?
El avión era una especie de cuña aerodinámica de cuyo cuidado se encargaban varios Marrones. Charlie habló con ellos y comenzaron a retirar asientos, doblar metal y modificar piezas a velocidad vertiginosa. Había varias miniaturas en el aparato. Staley las vio y maldijo, aunque en voz baja, esperando que los pajeños no supiesen por qué. Permanecían esperando junto al aparato, bajo la mirada vigilante de los Guerreros.
—Esto resulta casi increíble —dijo Whitbread—. ¿No sabe el propietario que somos fugitivos?
—Pero no
sus
fugitivos —dijo la pajeña de Whitbread—. El sólo se encarga de la sección de equipajes del aeropuerto (silbido de pájaro). Nunca se atrevería a asumir las prerrogativas de mi Amo. Habló además con el jefe del aeropuerto y ambos están de acuerdo en procurar que mi Amo y el Rey Pedro no luchen aquí. Prefieren que nos vayamos lo más deprisa posible.
—Son ustedes las criaturas más extrañas que pueda imaginarse —dijo Potter—. No entiendo cómo esta anarquía no termina en... —se detuvo, embarazado.
—Sí termina —dijo la pajeña de Whitbread—. Dadas nuestras características especiales, tiene que ser así. De cualquier modo, el feudalismo industrial funciona mejor que todas las demás soluciones que hemos ensayado.
Los Marrones hicieron señas. Cuando entraron en el avión había una sola silla adaptada a la constitución pajeña en la parte posterior de estribor. El Marrón de Charlie la ocupó. Delante había un par de asientos humanos; luego un asiento humano junto a un asiento pajeño. Charlie y otro Marrón atravesaron el comportamiento de carga hasta la sección del piloto. Potter y Staley se sentaron juntos sin hablar, dejando a Whitbread y a su pajeña juntos. Aquello le recordaba al guardiamarina un viaje más agradable que había realizado no hacía mucho.
El aparato desplegó un área increíble de superficie alada. Despegó lentamente, en vertical. Bajo ellos se balancearon hectáreas de ciudad, y en el horizonte se alzaron más kilómetros cuadrados de luces urbanas. Volaron sobre las luces, mientras se extendía interminable la ciudad con la gran faja oscura de terreno agrícola cada vez más lejana. Staley atisbo por la escotilla y creyó ver, lejos a la izquierda, el borde de la ciudad: más allá no había nada, oscuridad, pero lisa. Más tierras agrícolas.
—Decía usted que cada amo tiene Guerreros —dijo Whitbread—. ¿Por qué no vimos ninguno antes?
—En Ciudad Castillo no hay Guerreros —contestó la pajeña con evidente orgullo.
—¿Ninguno?
—Ninguno. En los demás sitios, todo propietario de territorio o todo jefe importante tiene una guardia personal. Hasta los decisores que son aún niños están protegidos por los soldados de su madre. Pero los Guerreros son demasiado claramente lo que son. Mi Amo y los decisores, preocupados por ustedes y por esta idea Eddie el Loco, consiguieron que el resto de los de Ciudad Castillo lo aceptasen, para que no supieran ustedes lo belicosos que somos.
Whitbread se echó a reír.
—¿Qué diría el doctor Horvath?
Su pajeña se echó a reír también.
—Él tenía la misma idea, ¿verdad? Ocultar las guerras de los humanos a los pacíficos pajeños. Podrían impresionarse demasiado. ¿No le he contado que la sonda de Eddie el Loco desencadenó una guerra por sí sola?
—No. La verdad es que no nos ha hablado usted de ninguna de sus guerras...
—En realidad, fue aún peor que eso. Creo que entenderá el problema. ¿Quién se haría cargo de los lásers de lanzamiento? Cualquier Amo o coalición de ellos podría utilizar luego los lásers para proporcionar más territorio a su clan. Si fuesen los Mediadores los encargados de la instalación, siempre acabaría apoderándose de ella uno de los decisores.
—¿Ustedes tienen que obedecer sin más al primer Amo que les dé una orden? —preguntó incrédulo Whitbread.
—¡Jonathon, por amor de Dios! Por supuesto que no. En primer lugar, ese supuesto Amo tendría orden de no hacerlo. Pero los Mediadores no saben gran cosa de táctica. No sabemos manejar batallones de Guerreros.
—Sin embargo, son los Mediadores los que gobiernan el planeta...
—Para los Amos. Tenemos que hacerlo. Si los Amos se reúnen para negociar ellos solos, la negociación
siempre
acaba en lucha. En fin, lo que finalmente sucedió fue que una coalición de Blancos obtuvo el control de los lásers y sus hijos quedaron como rehenes en Paja Uno. Todos eran bastante mayores y tenían bastantes hijos. Los Mediadores les mintieron en cuanto al impulso que necesitaría la sonda de Eddie el Loco. Según los Amos, los Mediadores hicieron estallar los lásers con cinco años de antelación. Inteligente, ¿verdad? Aun así...
—¿Aun así qué?
—La coalición logró salvar un par de lásers. Tenían con ellos Marrones. Tenían que tenerlos. Potter, usted es del sistema hacia el que se dirigió la sonda, ¿no? Sus antepasados debieron de dejar testimonio de lo poderosos que eran aquellos lásers de lanzamiento.
—Lo bastante para eclipsar con su luz el Ojo de Murcheson. Llegó incluso a formarse una nueva religión como consecuencia. Entonces nosotros teníamos nuestras propias guerras...
—Fueron lo suficientemente poderosos también para dominar aquella civilización. Lo que importa es que el colapso se produjo antes aquella vez, y no retrocedimos hasta la barbarie total. Los Mediadores lo planearon sin duda desde el principio.
—Demonios —murmuró Whitbread—. ¿Siempre trabajan ustedes así?
—¿Cómo, Jonathon?
—Esperando que todo se desmorone en cualquier momento.
Utilizando
el hecho.
—La gente inteligente hace eso. Todos, salvo los Eddie el Loco. Yo creo que el caso típico del síndrome de Eddie el Loco fue aquella máquina del tiempo. La vieron ustedes en una de las esculturas.
—Sí.
—Un historiador pensó que se había producido un acontecimiento histórico crucial unos doscientos años antes y que, si pudiese interferir en los acontecimientos de aquella época, toda la historia pajeña a partir de aquel punto sería paz idílica. ¿Se imaginan? Y además podía demostrarlo. Tenía datos, fechas, viejos documentos, tratados secretos.
—¿Y qué acontecimiento era?
—Hubo un... Emperador, un Amo muy poderoso. Todos sus parientes habían muerto y heredó jurisdicción sobre un inmenso territorio. Su madre había convencido a Médicos y Mediadores para que fabricasen una hormona parecida a las pildoras anticonceptivas de ustedes. Estimularía el cuerpo de un Amo de modo que pensase que era preñez. Una dosis masiva y luego se convertiría en macho. Macho estéril. Cuando murió su madre, los Mediadores utilizaron la hormona con el Emperador.