La extensión del segundo límite temporal era menos previsible, pero no menos segura: la civilización estaba de nuevo amenazada en la Paja. Se iniciaba otro Ciclo, y pese a los inevitables Eddie el Loco no habría medio de impedirlo. Tras el colapso, los humanos encontrarían a los pajeños sumidos en la barbarie. La raza estaría desvalida, o casi; ¿qué harían entonces los humanos?
Nadie lo sabía y ningún Amo quería arriesgarse.
—Los humanos han prometido acuerdos comerciales. Supongo que el Mediador será su instrumento. Quizás también el señor Bury u otro como él.
Jock dejó su silla y examinó las paredes artesonadas. Había botones ocultos y apretó uno. Se deslizó un panel mostrando otro aparato trivisional, y Jock lo accionó.
—¿Qué hay que discutir? —preguntó el Amo
—.
Nosotros necesitamos alimentos y tierra para salir de los Ciclos. Tenemos que ocultar la urgencia de nuestras necesidades y sus razones. Poco tenemos que ofrecer para intercambiar, salvo ideas; no tenemos recursos que ampliar. Si los humanos desean bienes duraderos, deben darnos metales para fabricarlos.
Cualquier reducción de los recursos de la Paja prolongaría el colapso siguiente; y esto no podían permitirlo.
—Aunque la Marina insiste en guardar silencio, puedo decirles que esos seres poseen una tecnología muy superior a la del Primer Imperio —decía un comentarista en la pantalla. Parecía impresionado.
—Los humanos no poseen ya muchas de las cosas que tenían —dijo Jock—. En otros tiempos, en el período que ellos llaman el Primer Imperio, tenían maquinaria transformadora de alimentos de asombrosa eficacia. Sólo necesitaban energía y materia orgánica, basura, maleza, incluso animales hombres muertos. Las materias tóxicas quedaban eliminadas o transformadas.
—¿Conoces los principios? ¿O la amplitud de su uso? ¿O por qué no disponen ya de ella? —preguntó el Amo.
—No. Los humanos no hablan de ello.
—Yo oí
—
añadió Charlie
—.
Fue un soldado que se llamaba Dubcek, intentaba ocultar el hecho evidente de que los humanos tienen Ciclos. Todos lo hacen.
—Nosotros conocemos sus Ciclos —dijo Ivan
—.
Son Ciclos extrañamente erráticos.
—Sabemos lo que los guardiamarinas nos dijeron en sus últimas horas. Sabemos lo que los otros habían dicho implícitamente. Sabemos que les sobrecoge el poderío de su Primer Imperio, pero que sienten escasa admiración
por sus civilizaciones anteriores. Poco más. Quizás con la trivisión podamos aprender.
—Y esa máquina alimentadora, ¿sabrán otros más sobre ella?
—Sí. Un Marrón, con lo que saben los humanos de los principios, es posible que pudiera...
—
Por favor —dijo Charlie—. Deja de echar de menos a los Marrones.
—
No puedo evitarlo. No tengo más que tenderme en una de sus literas, o sentarme en esta silla, e inevitablemente mi pensamiento me lleva...
—Un Marrón moriría enseguida. Dos Marrones procrearían infinitamente y si se lo impidiésemos morirían lo mismo. Olvídate de los Marrones.
—Lo haré. Pero esa máquina de alimentos reduciría considerablemente los Ciclos.
—Reunirás todos los datos posibles sobre la máquina —ordenó Ivan—. Y tú dejarás de hablar de los Marrones. Mi litera está tan mal diseñada como la vuestra.
La tribuna estaba frente a las puertas de Palacio, y llena de humanos. Se extendían a ambos lados estructuras más permanentes, hasta donde podían ver los pajeños desde su asiento de primera fila. Les rodeaban humanos por todas partes.
Ivan permanecía impasible. No comprendía el propósito de todo aquello, pero los humanos se esforzaban por observar las formalidades. Cuando dejaron sus habitaciones les siguieron humanos armados, y aquellos hombres no observaban a los pajeños; vigilaban incesantemente a las multitudes que les rodeaban. Aquellos soldados no eran impresionantes y sería como Carnes en manos de los Guerreros, pero al menos los Amos humanos les habían proporcionado una guardia personal. Intentaban ser corteses.
Los Mediadores charlaban como hacen siempre los Mediadores, e Ivan escuchaba atentamente. De las conversaciones de los Mediadores se podía aprender mucho.
—Éstos son —decía Jock— los Amos supremos de este planeta, de veinte planetas y de más. Sin embargo han dicho que
deben
hacer esto. ¿Por qué?
—Tengo varías teorías —dijo Charlie—. Fíjate, en las normas de respeto cuando se aproximen a los asientos. El Virrey Merrill ayuda a Sally a subir las escaleras. Algunos omiten los títulos y otros los utilizan siempre, y por los altavoces se dan títulos y más títulos. «Caballeros de la prensa» parece que no entraña ningún status especial. Sin embargo paran a quien les place, y aunque los otros les impidan ir donde quieren, no les castigan por intentarlo.
—
¿Qué regla ves ahí? —preguntó Jock—. Yo no veo ninguna.
—¿Has extraído alguna conclusión? —preguntó Ivan.
—
Sólo tengo preguntas interesantes —contestó Charlie.
—Entonces os diré mis propias observaciones —dijo Ivan.
Jock pasó a hablar la lengua reciente de los remolcadores troyanos.
—
¿Qué esquema ves tú?
Charlie contestó en el mismo idioma.
—Veo una compleja red de obligaciones, pero dentro de ella una pirámide de poder. Aunque nadie es de verdad independiente, cuando se acerca uno a la cúspide de la pirámide el poder crece muchísimo. Sin embargo, raras veces se utiliza plenamente. Hay líneas de obligaciones que se extienden por todas partes, hacia arriba, hacia abajo, a los lados de un modo totalmente extraño. Mientras que un Amo nunca trabaja directamente para ningún otro, estos humanos trabajan todos unos para otros. El Virrey Merrill responde a órdenes de arriba y a obligaciones de abajo. Los Marrones y los Labradores y los Guerreros y los Trabajadores exigen y reciben cuentas periódicas de la actuación de sus Amos.
Jock (asombrado):
—Es demasiado complejo. Pero si no llegamos a descifrarlo no podremos predecir lo que harán los humanos.
—Las normas cambian constantemente —dijo Charlie—. Y hay esa actitud que ellos llaman «protocolaría»...
—Sí, lo he observado —dijo Jock
—.
Esa mujer pequeña que cayó frente al vehículo. Los hombres del vehículo vacilaron, quizás resultaran heridos. El vehículo se detuvo con mucha brusquedad. ¿Qué prerrogativas puede tener esa mujer?
—Si el que se la lleva es su padre —dijo Jock—, entonces es una protoingeniero. Salvo que sea una mujer pequeña y tengan pocos ingenieros femeninos, y el coche del Amo se detuviese para evitar atropellada, en perjuicio del Amo. Ahora comprendo por qué sus Fyunch(click) se vuelven locos.
La tribuna estaba casi llena, y Hardy volvió a su sitio junto a ellos.
—¿Puede explicarme otra vez qué pasa aquí? —preguntó Charlie—. No entendimos nada, y usted tenía poco tiempo.
Hardy lo pensó. Todos los niños sabían lo que era un desfile, aunque nadie se lo dijese; lo que uno hacía era llevarlos a que viesen uno. A los niños les gustaba porque podían ver cosas extrañas y maravillosas... Los adultos... Bueno, los adultos tenían otras razones.
—Pasarán —explicó— una serie de hombres ante nosotros en formaciones regulares. Algunos tocarán instrumentos de música. Habrá vehículos que exhibirán piezas de artesanía y de arte e implementos agrícolas. Luego pasarán más hombres caminando, y cada grupo llevará el mismo uniforme.
—¿Y con qué objetivo? Hardy se echó a reír.
—Honrarles a ustedes, y honrarnos nosotros y honrarles a ellos. Que muestren sus habilidades. —
Y quizás su poder...—.
Hemos tenido desfiles en toda nuestra historia, y no hay indicios de que vayamos a prescindir de ellos.
—¿Y es éste uno de esos actos de «protocolo» de que nos habló?
—Sí, pero teóricamente también debe de resultar divertido. —Hardy sonreía benévolamente. Tenían un aire curioso con su piel marrón y blanca y sus grandes gafas negras, fijadas con cintas, porque no tenían narices en que apoyar las gafas ordinarias. Aquellas gafas les daban un aire extrañamente solemne.
Hardy percibió un rumor atrás y se volvió. El estado mayor del Almirantazgo ocupaba su puesto. Hardy reconoció al almirante Kutuzov junto al Gran Almirante de la Flota, Cranston.
Los pajeños charlaban entre sí, sus voces subían y bajaban escalas, agitaban los brazos...
—
¡Es él! ¡Es el Amo de la
Lenin! —
Jock se levantó y miró. Los brazos indicaban sorpresa, alegría, asombro...
Charlie estudiaba las actitudes de los humanos cuando entraban en el espacio de la tribuna. ¿Quién rendía pleitesía a quién? ¿De qué forma? Los que vestían del mismo modo reaccionaban previsiblemente, y sus ropas indicaban su rango concreto. Blaine llevaba en otros tiempos aquella ropa y mientras lo hacía correspondía al rango que teóricamente podía asignársele. Ahora no vestía ya lo mismo, y las reglas eran distintas. Hasta Kutuzov se había inclinado ante él. Y sin embargo... Charlie observó las acciones de los demás y las expresiones faciales, y dijo:
—Tienes razón. Ten cuidado.
—¿Estás seguro? —preguntó el Blanco.
—¡Sí! Es el que he estudiado durante más tiempo, aunque sólo a través de la conducta de los que seguían sus órdenes. Fíjate en la ancha faja de la manga, el símbolo planetario en el pecho, el respeto que le muestran los infantes de marina de la
Lenin
que hacen guardia. Desde luego que sí. Tenía razón desde un principio, un solo ser y humano...
—Deja de estudiarle. Aparta los ojos de allí.
—¡No! ¡Debemos conocer este tipo de humano! ¡Ésta es la clase que ellos eligen para mandar sus naves de guerra!
—Aparta los ojos de allí.
—Eres un Amo, pero no mi Amo.
—Obedece
—
dijo Ivan. No se le daban bien las discusiones.
A Charlie sí. Mientras Jock vacilaba con su dilema interno, Charlie pasó a un idioma antiguo y medio olvidado, menos con propósitos de acatamiento que por recordar a Jock cuánto tenían que ocultar.
—Si tuviésemos varios Mediadores el riesgo sería admisible; pero si tú te vuelves loco ahora, tendríamos que decidir las cosas sólo Ivan y yo. Tu Amo no estaría representado.
—Pero los peligros que amenazan a nuestro mundo...
—Considera la suerte de tus hermanos. La Mediadora de Sally Fowler se
dedica ahora a decir a los Amos que podríamos llegar a un mundo perfecto si ellos limitasen su descendencia. El Mediador de Horace Bury...
—
Si pudiésemos saber...
—... ha desaparecido. Envía cartas a los Amos más poderosos pidiendo que le hagan ofertas porque está dispuesto a cambiar de Amo, e indicando el valor de informaciones que sólo él posee. ¡La Mediadora de Jonathon Whitbread traicionó a su Amo y mató a su propio Fyunch(click)! —Los ojos de Charlie brillaron al mirar a Ivan. El Amo estaba observando, pero no entendía.
Charlie pasó otra vez a la lengua común.
—
La Mediadora del capitán Roderick Blaine se volvió también loca. Estabais presentes. La Mediadora de Gavin Potter también. La Mediadora de Sinclair aún puede vivir en sociedad, pero está también completamente trastornada.
—Eso es cierto —dijo el Blanco—. La hemos puesto al cargo de un proyecto para crear un campo de fuerza como el que poseen los humanos. Trabaja asombrosamente bien con los Marrones y utiliza personalmente herramientas. Pero con su Amo y con sus hermanos Mediadores habla como si tuviese dañado el lóbulo parietal.
Jock se sentó de pronto, los ojos fijos enfrente.
—Considerad el panorama —continuó Charlie—. Sólo la Mediadora de Horst Staley está realmente sana, de acuerdo con un criterio racional. No debemos identificarnos con ningún humano. Desde luego esto no debería resultar duro. ¡No puede haber en nosotros ningún instinto que nos empuje a identificarnos con los humanos!
Jock volvió al idioma reciente de los remolcadores troyanos.
—Pero estamos solos aquí. ¿De quién debería ser entonces Fyunch(click), Ivan?
—Tu no serás Fyunch(click) de ningún humano —dijo Ivan. Sólo había entendido esto último. Charlie no contestó.
Me alegro de que terminase, fuese lo que fuese, pensó Hardy. La conversación pajeña se había prolongado sólo medio minuto, pero el intercambio de información debía de haber sido considerable... y el contenido emocional muy alto. David estaba seguro, aunque no pudiese identificar siquiera unas cuantas frases de un idioma pajeño. Hacía muy poco que había llegado a la conclusión de que había varios idiomas entre los pajeños.
—Aquí vienen el Virrey y los miembros de la Comisión —dijo—. Y ahora empiezan las bandas. Pronto sabrán lo que es un desfile.
A Rod le pareció que hasta las paredes mismas de Palacio temblaban a causa del estruendo. Un centenar de tambores redoblaron como un trueno, y tras ellos una banda de música entonó una marcha antigua de tiempos del Condominio. El director alzó la batuta, dirigiendo a sus músicos. Las chicas arrojaban al aire sus bastones y los recogían ágilmente mientras iniciaban el desfile.
—El Embajador pregunta si ésos son Guerreros —gritó Charlie. Rod estuvo a punto de echarse a reír, pero controló cuidadosamente su voz.
—No. Es la banda del Instituto John Muir... Un grupo juvenil. Algunos pueden convertirse en Guerreros cuando crezcan, y otros serán Agricultores, o Ingenieros, o...
—Gracias. —Los pajeños comenzaron a gorjear entre sí.
No tardarían en llegar los guerreros, pensó Rod. Como aquella recepción tendría sin duda la mayor audiencia trivisional del Imperio, Merrill no iba a despreciar la oportunidad de hacer un despliegue de fuerza. Podía obligar a los rebeldes a pensárselo dos veces antes de sublevarse. Pero no se desplegaría demasiado equipo militar, y habría más jóvenes bonitas con flores que infantes de marina y soldados.
El desfile era interminable. Todo barón provincial tenía que hacer acto de presencia; todo gremio, corporación, ciudad, escuela... Todos querían participar y a todos había dado permiso Fowler.
A la banda del Instituto John Muir siguió un batallón de tropas de montañeses con faldas escocesas, tambores y gaitas. A Rod aquella música estridente arañaba los nervios, pero procuraba controlarse; aunque aquellos soldados procedían del otro lado del Saco de Carbón, eran, naturalmente, populares en Nueva Escocia, y a todos los neoescoceses les gustaba, o decían que les gustaba, la música de gaita.