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Authors: José Luis Corral Lafuente

Tags: #Novela histórica

La Prisionera de Roma (103 page)

»Recuerdo a Nicómaco, el mago de las cuentas y de los números, que era capaz de calcular complejas operaciones matemáticas en apenas unos instantes utilizando sólo su memoria prodigiosa.

»Recuerdo a mi buen Kitot, aquel gigantón armenio, grande como una montaña, que sufrió la esclavitud y que ganó su libertad tras varios años como gladiador, aunque para ello tuvo que matar a muchos de sus compañeros y amigos sobre las arenas de los anfiteatros del Imperio. Lo vi morir sobre una barca en el muelle de Dura Europos intentado librarme de la esclavitud a costa de su propia vida. Siento haberle hecho daño al no permitirle que se casara con mi esclava Yarai.

»Yarai… ¿Qué habrá sido de ella? Era una muchacha hermosa a la que violaron los soldados y a la que tal vez vendieron a alguno de los proxenetas de Damasco o de cualquier otra ciudad de Siria.

»Recuerdo también a un astuto mercader llamado Miami que me ayudó a escapar de Palmira aunque no pudo evitar que los romanos me capturaran en Dura Europos. La última vez que lo vi intentaba escabullirse de los legionarios que me apresaron. No sé qué habrá sido de él pero, si todavía vive, lo imagino engatusando a cualquiera que se detenga un instante a escucharlo, tal vez en alguno de los mercados de Ctesifonte.

»Recuerdo a aquel terco y contumaz patriarca cristiano de Antioquía, Pablo de Samosata, al cual protegí pese a que no me causó sino quebraderos de cabeza; imagino que habrá muerto olvidado y perdido en algún viejo monasterio sin renunciar a sus sólidas ideas y a su creencia en que Jesús, el fundador de la secta de los cristianos, sólo fue un hombre y no el mismo Dios.

»Y también acuden a mi cabeza los recuerdos de un profeta persa de nombre Mani, que fue llamado el Elegido por su pueblo pero que acabó ejecutado y despellejado, cargado de cadenas tras sufrir veinte días de horrendas torturas.

»Y en estos últimos veinte años no he dejado de recordar un solo momento a tu padre, un hombre honrado y generoso que me amó tanto como a la misma Roma y que me procuró la paz y el sosiego que necesitaba. Era un hombre bueno y honesto. Su memoria me reconforta y cada vez que os miro a ti y a tu hermano me siento recompensada y feliz, y creo que mi vida, al menos por vosotros, ha merecido la pena.

»En estos momentos, cuando mi vida camina hacia su invierno, acuden a mi cabeza tantos recuerdos…

»Es lo único que me queda de aquel tiempo en que fui la reina de Oriente… y esta piedra roja. Este amuleto, querida Cornelia, está hecho de aetita. Me lo entregó mi madre cuando me casé con el príncipe Odenato y me aseguró que la mujer que lo lleva queda protegida contra los abortos. Y así debe de ser, porque tanto ella como yo dimos varios hijos a la luz y, aunque algunos murieron, los gestamos en nuestros vientres y los parimos vivos. Quiero que sea tuyo y que lo lleves como protección. Ahora eres una mujer casada, estás embarazada y pronto serás madre. Guarda siempre contigo este amuleto porque cuidará de tus hijos en el parto y te recordará a tu madre cada vez que lo toques o lo contemples.

»Y ahora, mi querida Cornelia, recuerda tú cuanto te he contado y no olvides nunca que, por un tiempo que ahora me parece un etéreo sueño, yo, Zenobia de Palmira, fui la reina de Oriente y que hubo un instante en el que pude ser la reina del mundo.

»Recuérdalo, hija, porque cuando morimos, de nosotros sólo quedan los recuerdos, los recuerdos, los recuerdos…

FIN

NOTA DEL AUTOR

A lo largo del siglo in el Imperio romano atravesó una larga etapa de convulsiones políticas, quiebras económicas, depreciaciones monetarias, recesiones comerciales, guerras civiles, guerras fronterizas, pronunciamientos militares, invasiones e incursiones bárbaras, bandolerismo militar y piratería, pestes y hambrunas, malas cosechas, regresión cultural y degradación social. Ruina, caos y crisis son las palabras más utilizadas por los historiadores para caracterizar buena parte de esta centuria.

En apenas cincuenta años se sucedieron más de una docena de emperadores legítimos y una treintena, al menos, de usurpadores. Hubo años en los que varios generales se autoproclamaron a la vez emperadores en diversas provincias. La anarquía militar que se apoderó del Imperio entre los años 235 y 270 desencadenó una catarata de profundas convulsiones y crisis que a punto estuvieron de abocarlo a su disolución.

A causa de la escasez de fuentes escritas contemporáneas, de las contradicciones entre ellas y de la dudosa credibilidad de las conservadas, este período es el menos conocido y el peor documentado de toda la historia del Imperio romano.

La más importante de cuantas nos han llegado es la llamada
Historia augusta
, una colección de desiguales crónicas y biografías de los emperadores y usurpadores del siglo m. Esta amplia relación recoge fragmentos redactados por diversos autores, que los escribieron a comienzos del siglo IV, aunque algunos historiadores sostienen que la recopiló un solo cronista hacia el año 330, y otros la fechan a finales del siglo IV e incluso a comienzos del V.

La
Historia augusta
no es demasiado fiable y contiene numerosas invenciones, pero para algunos acontecimientos del siglo m no existen fuentes alternativas y, además, es la crónica más amplia sobre este período, el más convulso, oscuro y confuso de la historia de Roma.

La biografía de Zenobia se contiene en uno de los fragmentos, titulado «Los treinta usurpadores», atribuido a un narrador llamado Trebelio Polión, y apenas ocupa cuatro escuetas páginas, aunque existen otras referencias en las dos páginas dedicadas a Odenato y en la biografía del emperador Aureliano.

Se conservan inscripciones en griego y palmireno entre las ruinas de Palmira sobre Zenobia y sus familiares, así como algunas de las monedas que se acuñaron con las efigies de su esposo Odenato, su hijo Vabalato y la de ella misma.

Zenobia fue una mujer extraordinaria. Nacida hacia el año 245, el día 23 de diciembre según una tradición, fue hija del patricio palmireno Zabaii ben Selim, de estirpe árabe, y de una esclava egipcia de la que se desconoce el nombre. Apenas había cumplido los catorce años cuando se convirtió en la segunda esposa del príncipe Odenato, gobernador de la ciudad de Palmira.

Tras la muerte de Odenato en el año 267 Zenobia gobernó Palmira durante cinco años, entre 267 y 272, en nombre de su hijo Vabalato, menor de edad. En la
Historia augusta
se indica que tuvo dos hijos más, llamados Hereniano y Timolao, que no aparecen citados en otras fuentes. En la novela he supuesto que murieron siendo muy niños.

Elegante, hermosísima, culta —hablaba cinco idiomas— y valerosa, se enfrentó y venció al Imperio persa y conquistó un gran imperio que integraba las provincias romanas de Siria, Mesopotamia, Egipto y buena parte de Asia Menor. Se proclamó augusta de Oriente y reina de Egipto y embelleció Palmira de un modo extraordinario.

Roma reaccionó con contundencia ante la rebeldía de Zenobia. En el año 272 el emperador romano Aureliano atacóPalmira, venció a su ejército y conquistó la ciudad que se había atrevido a desafiar al poder de Roma.

Zenobia fue apresada mientras huía hacia Persia y a partir de ahí su destino se difumina en los confusos y escasamente documentados años finales del siglo m; los datos sobre su hijo Vabalato se interrumpen por completo en el año 272.

Según la mayoría de las fuentes, tras la caída de Palmira Zenobia fue enviada a Roma, donde fue exhibida cargada de cadenas de oro en un fastuoso desfile en el que se celebraba el triunfo de Aureliano, para poco después recibir la libertad; esas mismas fuentes señalan que Zenobia se casó con un senador romano y que vivió el resto de su vida retirada discretamente en una lujosa villa en las afueras de la ciudad de Tívoli, la antigua Tibur, en Italia. Se asegura que vivió sus últimos años como una ejemplar matrona —así he querido imaginarla en la novela—, y que tuvo nuevos hijos, de los cuales sería descendiente el obispo san Zenobio, prelado cristiano de Florencia en el siglo v. Una inscripción hallada en Roma hace referencia a un varón llamado Lucio, hijo de una mujer a la que se apoda como Odenatiana. Se ha supuesto que esta persona pudo ser un nieto de Zenobia, tal vez descendiente de una hija que Zenobia pudiera haber tenido con el senador anónimo, a la cual habrían dado este nombre en recuerdo a Odenato, que no tuvo nietos, al morir todos sus hijos sin descendencia.

Por el contrario, en otras fuentes se asegura que Zenobia fue ejecutada junto con otros dignatarios de Palmira tras la conquista de la ciudad por Aureliano; e incluso algunas crónicas apuntan que murió de una enfermedad cuando era trasladada a Roma, o que se dejó morir de inanición y su cuerpo fue arrojado a las aguas en el estrecho de Dardanelos, o que murió en un naufragio en las costas de Iliria. En verdad, no se sabe con certeza cuál fue el final de la vida de esta asombrosa mujer.

Los hechos principales narrados en este relato se atienen a los datos contenidos en las fuentes históricas conservadas, tanto en las diplomáticas y cronísticas como en las numismáticas, epigráficas, arqueológicas, urbanísticas y artísticas. Para ello he revisado buena parte de la historiografía y todas las fuentes escritas disponibles que pueden consultarse en la relación bibliográfica que se incluye aquí.

Si en el curso de la narración me he encontrado con contradicciones, abundantes por cierto entre los historiadores y en los documentos, he intentado solucionarlas a partir de la lógica histórica y cuando he introducido la ficción literaria he procurado no alterar el devenir histórico del relato. Para dotar de mayor agilidad al texto y suplir la desoladora carencia de documentos he tenido que introducir algunos personajes de ficción, mezclados convenientemente con los históricos.

Fueron históricos y plenamente reales Zenobia, Odenato y sus hijos Hairam (sólo de Odenato), tal vez Hereniano y Timolao, y Vabalato; Meonio, primo de Odenato y su probable asesino, y Aquileo, el pariente de Zenobia que protagonizó la rebelión de Palmira en el año 273; y también lo son los ascendientes de Zenobia y de Odenato indicados en el texto, al menos según aparecen citados en las fuentes de la época. Son asimismo históricos todos los emperadores romanos (con sus años de reinado): Filipo el Árabe (244-249), Decio (249-251), Treboniano Galo (251-253), Emiliano (253), Valeriano (253-260), Galieno (253-268), Claudio II el Gótico (268-270), Aureliano (270-275), Tácito (275-276), Probo (276-282), Caro (282-283), Carino (283-284), Numeriano (283-284) y Diocleciano (284-305), así como los usurpadores del título imperial entre los años 260 y 271 : Aureolo (en Iliria), Macrino y Quieto (en Oriente), Valente (en Acaya), Pisón (en Tesalia), Emiliano (en Egipto), Postumo (253-260, en la Galia, Britania, norte de Hispania y norte de Italia) y Tétrico (260-274, en la Galia). Los emperadores sasánidas Artajerjes (224-241), Sapor I (241-271), Ormazd I (271-272) y Bahram I (272-276) también lo son, y el sumo sacerdote persa Kartir Hangirpe, quien ordenó esculpir unas inscripciones gracias a las cuales se conoce mejor la religión mazdeísta.

El general Zabdas fue, en efecto, el estratega principal del ejército de Zenobia y el responsable de sus éxitos militares y sus victorias, y el filósofo Casio Longino fue, en verdad, el preceptor y principal consejero áulico de Zenobia cuando ésta se convirtió en soberana del Imperio de Palmira; existieron el historiador Calimaco y el consejero Nicómaco. Shagal y Elabel, sumos sacerdotes del templo de Bel en Palmira, están documentados, pero de ellos apenas se sabe otra cosa que su nombre. También existió Pablo de Samosata, el controvertido patriarca de Antioquía (260-268) que tuvo que renunciar a su episcopado por defender posiciones teológicas que a los ojos de la mayoría de los obispos eran consideradas heréticas; escribió muchos tratados pero, condenado por apóstata, fueron destruidos por los cristianos seguidores de la línea ortodoxa de san Pablo y no han llegado hasta nuestros días. Y es histórico el profeta Mani, de gran influencia en Persia.

Un general llamado Septimio Zabaii, tal vez emparentado con el padre de Zenobia, formó con Zabdas una doble comandancia del ejército palmireno. Me he tomado la licencia literaria de sustituirlo por Giorgios, el general mercenario griego al que he convertido en amante de la reina.

Aquileo, que en alguna crónica se identifica como pariente de Zenobia, se rebeló en 273 contra Roma, restaurando por unas semanas el Imperio de Palmira. Aureliano volvió a conquistar la ciudad, y aquí las fuentes divergen. Algunos autores aseguran que Aquileo consiguió escapar y se refugió en Persia, aunque Zósimo escribe que el emperador lo consideró tan insignificante que lo perdonó.

Por el contrario, son producto de la ficción literaria, aunque se ajustan a los prototipos humanos de la época, el general ateniense Giorgios, personaje basado en varios mercenarios griegos que combatieron en Oriente al servicio de Roma o en su contra, el mercader griego Antioco Aquiles, ejemplo idealizado de los comerciantes griegos que se establecieron en Palmira entre los siglos I y III, el sumo sacerdote egipcio Teodoro Anofles, el mercenario armenio Kitot, reflejo de los muchos gladiadores que ganaron su libertad a base de pelear en la arena, y la esclava Yarai, imaginaria sierva cortesana, a la que he presentado como delatora de su señora Zenobia por una cuestión exclusivamente literaria.

Tal cual se cuenta en la novela, Odenato defendió las fronteras orientales del Imperio romano frente a los persas sasánidas y recibió por ello los honores y cargos que aquí se mencionan; en el volumen primero he presentado tres incursiones de Odenato en las tierras bajo dominio persa en la baja Mesopotamia en los años 261, 262 y 265. Revisadas las fuentes creo que fueron en efecto esas tres, si bien alguna de ellas, tal vez una de las dos primeras, se limitase a una simple escaramuza militar. Algunos autores sólo admiten dos, fechadas en los años 262 y 266. Odenato fue asesinado junto a su heredero Hairam, hijo de una primera esposa de nombre desconocido, a finales del año 267. Su primo Meonio fue declarado culpable y ejecutado, aunque los romanos hicieron correr el rumor de que el magnicidio había sido concebido y ordenado por la propia Zenobia.

Zenobia se convirtió en soberana de Palmira a la muerte de su esposo y fundó el efímero Imperio de Palmira, que gobernó en nombre de su hijo Vabalato. Las fuentes históricas la describen como una mujer hermosísima, con el mismo aspecto físico que presenta en esta obra. Son históricas sus pretensiones de convertirse en una segunda Cleopatra.

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