LA PUERTA DEL CAOS - TOMO II: La usurpadora (19 page)

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Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantasía

—Ah. De manera que no soy el único que piensa poder encontrar una respuesta a nuestro dilema aquí abajo.

Karuth se volvió y vio a Arcoro Raeklen Vir de pie a su lado. Había entrado tan silenciosamente en la biblioteca que no se había percatado de su llegada. Él sonrió, como pidiendo disculpas.

—Lo siento, Karuth, no era mi intención asustarte. Debo admitir que no esperaba encontrar a nadie más aquí en una noche tan horrible. ¿Estamos, por casualidad, en la misma misión?

—¿Misión? —Lo miró confundida—. Lo dudo, Arcoro. Vine a buscar algunos viejos archivos sobre el tema de hierbas medicinales raras. ¡No me imagino que eso pueda interesarte mucho!

Arcoro hizo una mueca graciosa.

—Suena espléndidamente aburrido.

—¡Y lo es, te lo aseguro! —Hizo una pausa—. ¿Qué te trae por aquí? ¿No decías algo acerca de «una respuesta a nuestro dilema»?

—Lo hice, aunque ahora que se me ha pasado el primer entusiasmo por la idea, empieza a parecerme algo muy traído por los pelos. —Cogió a Karuth por el codo y educada pero hábilmente la apartó un poco más de la mesa de los estudiantes. En un tono de voz que sólo ella podía oír, añadió—: Tiene que ver con el Laberinto.

Los ojos de Karuth se abrieron con interés.

—¿El Laberinto? ¿Te refieres… a cómo podría hacerse funcionar?

—Exactamente eso. Estaba sentado en el comedor, dándole un buen tiento a una botella de excelente vino de Han, cuando se me ocurrió que si la usurpadora quisiera lanzar un ataque contra la Península de la Estrella, y es algo que podría hacer por lógica en un futuro no muy lejano, entonces el Laberinto podría resultar una defensa muy eficaz contra ella. La pega es, claro está, que hoy no queda nadie con vida que tenga la más mínima idea de cómo manipularlo. Sabemos lo que hace; poseemos abundantes testimonios escritos que nos lo dicen. Pero cómo pueden activarse sus poderes es algo muy distinto. —Suspiró—. Es extraordinario, ¿no crees?, que algo que era corriente hace menos de tres generaciones pueda haberse perdido y olvidado tan rápidamente.

—Extraordinario e imprudente —asintió Karuth con cierto malhumor.

—Bueno, yo no iría tan lejos. Al fin y al cabo, no tuvimos ninguna necesidad de él durante casi cien años. Pero ahora la situación ha cambiado. Y con toda seguridad deben existir todavía algunos documentos que vuelvan a poner la llave del Laberinto en manos del Círculo.

Karuth dio vueltas a esa idea. Ahora que lo pensaba, la sorprendió que nadie hubiera pensado en el Laberinto hasta ese momento; y era muy propio del sabio y anciano Arcoro ver lo evidente donde todos los demás habían fracasado. Lanzó una mirada especulativa a la biblioteca, preguntándose dónde debería empezar lógicamente la búsqueda de semejantes documentos. No todos los libros del Círculo se conservaban allí. Algunos de los ejemplares más esotéricos se guardaban de manera permanente en el estudio privado del Sumo Iniciado, pero con los años ella había examinado todos aquellos volúmenes y sabía que no había nada relevante en ellos. La fuente más probable, pensó, era la pequeña y abandonada sección de la biblioteca donde una colección de pergaminos, de edad imposible de calcular, había permanecido intacta durante décadas. Si había algo útil que descubrir, aquél, sin duda, sería su escondite.

Había, sin embargo, una advertencia que Arcoro quizá no había tenido en cuenta. Dudó en mencionarla, sobre todo porque los estudiantes seguían estando lo bastante cerca como para que pudieran escuchar algo. Cogida en un dilema, se sintió sorprendida y aliviada cuando de repente, como urgidos por una señal del subconsciente, los tres jóvenes se levantaron y recogieron sus libros. Arcoro miró a uno de los chicos y sonrió.

—¿Ya nos dejáis, Kitto?

—Sí, señor. —El estudiante le devolvió una tímida sonrisa—. Mañana temprano tenemos una clase particular. Buenas noches, señor. Buenas noches, señora.

El sonido de las sillas arrastradas sobre las losas del suelo mientras los tres abandonaban sus asientos le dio a Karuth la oportunidad de hablar con libertad. Se volvió hacia el viejo adepto de nuevo y dijo:

—Hay algo que creo que debo mencionar, Arcoro, antes de que sigas adelante con tus pesquisas. ¿Tienes en cuenta el hecho de que si lo que creemos es cierto, el Laberinto fue creado por Yandros?

Los astutos ojos de Arcoro se encontraron con los suyos.

—Sí. No lo había olvidado.

—Entonces, a la luz de la votación del Consejo…

—Parecería una completa hipocresía rechazar al Caos con una mano mientras que con la otra utilizamos su creación.

—Yo no iba a decir eso.

—¿No? No disimules, Karuth. Perdona que diga esto, pero no soy Tirand y conmigo no tienes que tener tacto: no soy una amenaza.

—Tirand no es…

—No, no, lo sé; no me he expresado bien. Lo que quiero decir es sencillamente que puedes decirme lo que desees sin riesgo a que tenga consecuencias, porque no soy el Sumo Iniciado y no tengo las responsabilidades que tiene él con el resto del Círculo. Si me dices lo que piensas, nadie más se enterará.

Karuth se miró los pies.

—Gracias, Arcoro. En ese caso, seré franca. —Lo miró a los ojos, con un claro desafío en su mirada—. Aparte cuestiones de hipocresía, y prefiero guardarme mis opiniones sobre ese tema, hay un factor que pareces no haber tenido en cuenta y es cómo podría reaccionar el Caos ante cualquier intento de forzar el Laberinto si el Círculo sigue adelante con la propuesta de Tirand. Si yo fuera…

Un pequeño alboroto junto a la escalera la interrumpió. Karuth miró y vio a los estudiantes, agrupados junto a la puerta, riendo al intentar pasar los tres juntos por la estrecha abertura. Irritada por la distracción, esperó a que se fueran y a que sus pasos se perdieran en la escalera de caracol, para luego concentrarse de nuevo en el rostro de Arcoro.

—Iba a decir que si yo fuera Yandros —hizo la señal de los dedos extendidos para demostrar que la afirmación no quería ser presuntuosa—, no miraría con muy buenos ojos lo que podría parecer una aplicación de doble rasero. Y si el Consejo tiene razón en creer que los señores del Caos no tienen escrúpulos a la hora de romper su promesa de no intervención en los asuntos humanos, no me gustaría estar en la piel de quienquiera que intentara devolver a la vida el Laberinto.

Arcoro la contempló unos instantes con expresión indescifrable. Luego soltó una risa corta como echándose algo en cara.

—Karuth, no acertaste en tu vocación —dijo—. Debiste convertirte en abogada, no médica. Me has arrinconado y, lo mire por donde lo mire, no veo la forma de escaparme. —Alzó una mano—. Tenemos dos posibilidades. Una —contó el número con su dedo índice— es que los señores del Caos hayan roto su juramento, como parecen sugerir todas las pruebas, en cuyo caso es muy poco probable que Yandros nos deje manosear sus creaciones sin obstaculizarnos. Y dos —alzó un segundo dedo—, que no hayan roto su juramento, en cuyo caso Yandros, fiel a su antigua promesa, no hará nada para castigarnos por nuestros actos, aunque declaremos anatema al Caos. De manera que, lo miremos como lo miremos, estamos bien atrapados, ¿verdad? Si descubrimos los rituales que harían funcionar el Laberinto y los utilizamos, o bien despertaremos la venganza de los dioses o nos daremos cuenta de que hemos cometido un penoso error al renunciar a nuestra lealtad. —Se mordió los labios—. No es un dilema muy afortunado.

—No —asintió Karuth sombríamente—. No es nada afortunado. —Hizo una pausa; luego su voz mostró mayor excitación—. Arcoro, en la sala del Consejo votaste con Tirand y explicaste tus motivos con argumentos muy sólidos. Pero ¿no querrías reconsiderarlo? ¿No crees que el Consejo corre un riesgo demasiado grande? Si las conclusiones de Tirand son erróneas…

—Espera, Karuth. —El anciano adepto alzó las palmas de las manos como para mantenerla alejada—. Entiendo tus sentimientos, de verdad. Y le he dado muchas vueltas a mi decisión y a si fue correcto votar como lo hice. Querida, hablamos de los posibles riesgos relacionados con investigar el Laberinto, pero ¿qué hay de los otros riesgos que ni siquiera hemos mencionado? ¿Qué pasa, por ejemplo, si Yandros tiene planes de utilizar el Laberinto para sus propios fines, en la certeza de que hemos olvidado cómo canalizar sus propiedades y de que, por lo tanto, nos veremos impotentes para oponernos?

Karuth frunció el entrecejo.

—No veo de qué forma podría usarlo.

—No, porque como el resto de nosotros no sabes con seguridad cuáles son sus propiedades. Sabemos que en los tiempos antiguos se utilizaba para desplazar fraccionalmente las dimensiones físicas del Castillo y desfasadas del resto del mundo, con lo que se obtenía una barrera impenetrable contra los extraños. Una defensa de un valor incalculable, como sabemos ambos, contra la usurpadora si intenta montar un asalto a la Península de la Estrella. Pero ¿y si los dados cayeran en otro sentido? ¿Y si la hechicera descubriera, o alguien le revelara, los poderes del Laberinto y los usara contra nosotros, para aislarnos de cualquier posible ayuda?

—Una vez más, estás suponiendo que Yandros está detrás de cada paso que da.

—Sí, porque no me atrevo a suponer nada más. —Arcoro le cogió la mano y apretó con fuerza sus dedos—. Karuth, por favor, intenta por un instante contemplar la posición del Círculo sin prejuicios. Si ahora no hacemos nada y confiamos en que Yandros ha mantenido su palabra cuando todo parece demostrar lo contrario, puede que estemos siguiendo el juego a un poder que quiere destruirnos y hundir a todo nuestro mundo en la anarquía. Igual que los Margraves, que piensan que es mejor capitular que poner en peligro las vidas de las gentes de cuyo bienestar son responsables, nosotros también debemos intentar hacer lo que es correcto no sólo para el Círculo, sino para todos. El riesgo de confiar en Yandros es demasiado grande. Ahora debemos volvernos hacia Aeoris, sólo hacia Aeoris.

Karuth miró sus manos entrelazadas y, con mucha suavidad, se soltó de la mano de Arcoro. No había esperado hacerlo cambiar de opinión, a pesar del hecho de que creía que él todavía tenía sus dudas acerca de la decisión del Círculo. Pero si él, a su vez, había intentado hacerla cambiar de opinión, había fracasado.

Se miraron y ambos vieron la verdad. Arcoro fue el primero en hablar.

—Lo siento, Karuth. Aunque puede que te cueste creerlo, lamento amargamente esta necesidad.

Ella movió la cabeza e hizo un gesto como dando por cerrado el asunto.

—¿Y el Laberinto? —preguntó—. ¿Seguirás todavía esa posibilidad?

—Sí, lo haré. De hecho es imperativo que lo haga. Si ahora el Caos es nuestro enemigo y no nuestro amigo, seremos aún más vulnerables si seguimos viviendo dentro de la influencia del Laberinto sin saber cómo podría manifestarse esa influencia. —Arcoro titubeó—. A pesar de nuestras diferencias, ¿estarías dispuesta a ayudarme?

A punto de darle una negativa educada pero contundente, Karuth reconsideró su punto de vista. ¿Qué importaría? Ella y Arcoro no tenían ninguna disputa personal y, como él había señalado, el Laberinto podía ser potencialmente invaluable para ellos, fuera cual fuese la verdad en sus argumentos encontrados. Además, reflexionó con ironía, al menos sería una distracción más segura que los escritos de especialistas en hierbas muertos hacía mucho tiempo.

Hizo un gesto afirmativo casi imperceptible.

—Te ayudaré, Arcoro. Puede que no comparta tus creencias, pero no puedo discutir con tu lógica.

Él volvió a cogerle la mano, esta vez brevemente, y le dio unas palmaditas. A Karuth, el gesto le recordó a Carnon Imbro, su predecesor y mentor, y reprimió un pequeño escalofrío mientras se preguntaba qué habría dicho él de haber vivido para presenciar los apuros actuales del Círculo.

Arcoro se volvió y contempló las hileras de estanterías.

—Bien, tenemos una ardua tarea por delante. —Hizo un gesto en dirección al polvoriento rincón donde seguía sentado el anciano maestro de geología, con la cabeza inclinada sobre el libro que sostenía en su regazo—. Parece que el viejo Soric está completamente dormido, por lo que no lo molestaremos removiendo en su chiribitil. ¿Echamos un vistazo a los pergaminos antiguos?

—Me parece un sitio tan bueno como cualquier otro para comenzar.

—De acuerdo. Y, Karuth…

Ella, que estaba ya a medio camino de los estantes, se detuvo y se volvió.

—¿Sí?

—Si encontramos algo…, no pensarás en hacer algo precipitado, ¿verdad? Nada que de alguna manera pudiera… —Hizo un gesto de impotencia, no queriendo o no sabiendo como terminar la frase.

Karuth sonrió con una comprensión cansina y derrotada.

—No, Arcoro —dijo, y supo con una desoladora certeza que lo decía de corazón—. No desafiaré a Tirand y al Consejo, ni haré nada que pueda poner en peligro la resolución del Círculo. Tienes mi solemne promesa.

Capítulo X

D
urante los dos días que dedicaron a su búsqueda, Karuth y Arcoro no encontraron nada. Si bien habían esperado una decepción, el fracaso resultaba doloroso, sobre todo para Karuth, a medida que el día que tanto temía se acercaba.

El cónclave entre los tres gobernantes la noche de la llegada de la Matriarca había sido, como todos esperaban, una mera formalidad, porque Shaill no dudó en apoyar la decisión del Consejo. Tal y como le dijo a Calvi en privado después de la reunión, creía que una decisión de aquel tipo era asunto sólo del Sumo Iniciado. Al fin y al cabo, Tirand era el avatar de los dioses en el mundo de los mortales, y en un asunto como aquél, los otros miembros del triunvirato debían apoyarlo sin cuestionarlo ni poner impedimentos. Calvi, acosado por la inseguridad y por la conciencia intranquila con respecto a Karuth, aceptó agradecido la firme resolución de la Matriarca e intentó encontrar fuerzas en ella. La decisión había sido tomada; no había más que decir.

Se dispuso que la ceremonia tuviera lugar a medianoche, el cuarto día después de la llegada de Shaill al Castillo. Esa noche, las dos lunas saldrían en conjunción, y los astrólogos del Círculo habían calculado que no habría mejores auspicios hasta pasado el Primer Día de Trimestre de Invierno; demasiado tiempo, según estimaba Tirand, para esperar.

Los adeptos se dedicaron callada pero eficazmente a preparar lo que iba ser el rito más potente que el Castillo había presenciado en casi un siglo, y la tensión fue en aumento a medida que se acercaba la hora crucial. Pero mientras tanto también había planes esotéricos no menos urgentes que debían trazarse, y en una reunión en el salón principal, Tirand expuso ante el Círculo al completo la estrategia que él, Calvi y Shaill habían diseñado en su reunión.

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