LA PUERTA DEL CAOS - TOMO II: La usurpadora (45 page)

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Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantasía

Dio la espalda a las estatuas y escudriñó la niebla. Sabía que en su corazón la decisión ya estaba tomada y que dudar más tiempo tan sólo retrasaría lo inevitable; bruscamente se recogió la falda y corrió hacia la puerta de plata. Estaba abierta. Lanzó una última y rápida mirada a los vibrantes colores a su espalda, y luego se dirigió corriendo por el pasillo hasta la biblioteca. La sala abovedada estaba a oscuras; descuidadamente, quizá sin pensarlo, Tarod había apagado las antorchas con un gesto al pasar, y Karuth avanzó a tientas hacia la puerta, reprimiendo juramentos de dolor cada vez que se golpeaba los pies o las espinillas contra obstáculos invisibles. La puerta oscilaba suavemente sobre sus goznes, y subió a trompicones la escalera de caracol, sintiendo que el aire helado de la noche salía a su encuentro a medida que se acercaba a la superficie. Atravesó la puerta exterior y salió al patio; se detuvo consternada. Desde las ventanas del Castillo se veían luces que brillaban sobre la nieve, dando a su manto gris una suave pátina dorada, y las luces le mostraron que el patio estaba desierto. No había nuevas huellas que salieran de la puerta donde ella se encontraba, y el único sonido era el apagado rugir del mar a los pies del macizo. Tarod había desaparecido.

Durante unos instantes, Karuth permaneció inmóvil, desconcertada. Entonces una sombra se movió bajo el pórtico que unos momentos antes estaba desierto.

Tarod extendió una mano cuando se le acercó, y ella la cogió, aunque sus dedos temblaban por algo más que el frío. Cuando intentó explicarse, él meneó la cabeza y le sonrió, una sonrisa cómplice que casi hizo que la abandonara el valor.

—¿Dónde está Ailind? —preguntó Tarod en voz baja.

Tras las cortinas echadas del comedor se adivinaba el resplandor de las antorchas, y con una ligera sorpresa, Karuth se dio cuenta del poco tiempo que debía de haber transcurrido desde que había salido de la enfermería para ir a la biblioteca. Ailind debía de estar todavía en el comedor, pensó, con Tirand y los otros adeptos superiores, interpretando la charada del marinero náufrago que había decidido mantener.

Lo explicó, y vio que Tarod asentía.

—Muy bien. Creo entonces que iremos a saludar a nuestro amigo del reino del Orden.

Se volvió hacia los escalones que llevaban a la puerta principal, pero la voz de Karuth lo hizo detenerse.

—Mi señor Tarod…

Él se volvió.

—¿Qué pasa?

No sabía si se atrevería a decirlo, pero supo que debía hacerlo. Juntó las manos y sintió que le sudaban las palmas.

—Vos… —
Ayudadme
—pensó—,
ayudadme
—. Si el Caos ha sido debilitado por la pérdida sufrida…, ¿tenéis el poder para enfrentaros a él? Me da tanto miedo que…

Su voz se perdió. Tarod la observó pensativo durante unos instantes. Después volvió a sonreír y miró al cielo. Alzó el brazo izquierdo, sin ningún gesto dramático, tan sólo un movimiento tranquilo, e hizo una señal.

Más allá de los muros del Castillo, más allá del macizo, lejos, muy lejos mar adentro, un aullido sobrenatural estremeció la fría noche. En el límite septentrional del mundo, una débil radiación surgió con colores oscuros y espectrales que comenzaron a teñir el cielo encapotado, y los colores cuajaron en bandas que a su vez dieron forma a una rueda que giraba lenta pero inexorable. Las piedras del Castillo empezaron a vibrar con una antigua empatia, y la energía chisporroteó entre dos de las altas torres, contestada por un plateado y silencioso resplandor muy alto en el cielo. Karuth tuvo la sensación de que la sangre se le secaba en las venas y sintió el terror atávico instilado en su raza a través de miles de años, cuando el Warp, el heraldo más antiguo y mortífero del Caos, reunió su poder y avanzó hacia la Península de la Estrella. El aullido espectral creció hasta convertirse en un chillido, como el ulular de las almas condenadas, y las estrías de luz azul y verde ácido danzaron cruzando el cielo como si la bóveda celeste fuera una concha, y la concha estuviera abriéndose.

Tarod le cogió la mano, y ella apartó la mirada hipnotizada del monstruoso fenómeno que se les venía encima. Una colosal luz carmesí iluminó el rostro de Tarod, y por un instante la máscara de humanidad volvió a caer y Karuth vio el rostro desnudo del verdadero poder del Caos.

—Vamos, Karuth —indicó él—. Esta noche no tienes nada que temer.

La enorme y fantasmal rueda giraba sobre sus cabezas, y sus radios de color negro, verde, púrpura e índigo surcaban el cielo. La energía pura chisporroteó una vez más cuando las torres respondieron a la terrible canción del Warp, y una red de cegadores resplandores plateados cruzó el firmamento. El terror de Karuth desapareció, y en su lugar sintió la primera sacudida de una excitación tenebrosa y emocionante. Se acercó al señor del Caos, y los relámpagos sobrenaturales arrojaron la sombra de Tarod sobre ella mientras se dirigían juntos hacia los escalones y la puerta del Castillo.

LOUISE COOPER
, (nacida el 29 de mayo de 1952, fallecida el 20 de octubre de 2009) era una escritora inglesa de literatura fantástica. Comenzó escribiendo en el colegio, espoleada su imaginación por los cuentos de Hans Christian Andersen, los hermanos Grimm y la mitología, aunque Michael Moorcock fue quien le descubrió, a partir de
Stormbringer
, el mundo de la literatura fantástica. Su primer gran éxito se produjo en 1984 cuando amplió a una trilogía un libro que pasó discretamente por los estantes:
Lord of No Time
(1977), que pasó a ser la trilogía de
El Señor del Tiempo
. Posteriormente, ha publicado las series
Índigo
,
La Puerta del Caos
entre otras.

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