LA PUERTA DEL CAOS - TOMO II: La usurpadora (36 page)

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Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantasía

—¿Quieres decir —dijo con voz tensa— que los señores del Caos no han roto el pacto que hicieron en el momento del Equilibrio?

Strann recordó las duras palabras de Yandros acerca de la lealtad del Círculo, su advertencia de que Tirand Lin creía que los señores del Caos habían roto su secular promesa. Ahora comprendió qué había empujado al Sumo Iniciado a cometer semejante error.

—El Caos no nos ha traicionado —contestó—. Fueron ellos los traicionados por Ygorla y por su progenitor cuando tomaron el poder en nombre del Caos. Yandros quiere que ambos sean destruidos y desea la ayuda del Círculo para tender una trampa en la que caigan. Ése es el mensaje que me encargó comunicar a tu hermano. —Se inclinó hacia adelante, y su tono de voz se volvió quedo y urgente—. Pero hay más, una complicación peligrosa. Cuando Narid-na-Gost…

La puerta se abrió. Al instante, Strann guardó silencio, y Karuth se puso en pie apresuradamente mientras Sanquar, que llevaba un montón de ropa, entraba en la enfermería.

—He encontrado esto —dijo Sanquar—. No son mis mejores prendas, pero al menos están calientes. —Al parecer sin advertir la tensión que flotaba en la habitación, se volvió hacia Strann con una sonrisa amable—. Si necesita algo más, por favor… —Su voz se apagó y su expresión se transformó en consternación cuando vio la mano de Strann.

Strann lo miró.

—No es bonito, ¿verdad? Y lamento decirlo, no es curable ni siquiera para las conocidas capacidades del Castillo.

Sanquar no apartó la vista de la mano.

—¿Cómo ocurrió?

—Una desagradable mezcla de hechicería y espíritu vengativo —Estaba claro que Strann no quería hablar más del tema, y Karuth tocó el brazo de Sanquar.

—Después conocerás toda la historia, Sanquar, pero creo que por ahora no es un tema que Strann desee discutir. —Parecía extrañamente distante; no era ella misma, y por un momento su voz denotó cierta inseguridad, antes de que recuperase de nuevo el dominio de sí misma—. Strann necesitará que lo ayudes a cambiarse de ropa —prosiguió—. He puesto toallas a calentar. Asegúrate de que está totalmente seco antes de vestirse, o lo tendremos con fiebre esta misma noche. Avísame cuando hayáis acabado. Esperaré fuera. —Dirigió a Strann una intranquila mirada que Sanquar no pudo ni empezar a interpretar y salió de la habitación.

Al encontrarse a solas en el pasillo desierto, Karuth cerró con fuerza los ojos y apoyó su espalda contra la pared.

—Oh, dioses —murmuró en voz tan baja que las palabras a duras penas resultaron audibles incluso paradla—, ¿qué hemos hecho…?

Tenía el pulso acelerado y sentía que el estómago se le encogía, mientras que la cabeza le daba vueltas con aquella nueva revelación. Si Strann decía la verdad —y si Yandros no lo había engañado—, su convicción de que el Caos había mantenido su juramento se veía confirmada. Saberlo era un triste alivio; el daño ya estaba hecho y los lazos rotos. Pero no podía quedarse sin hacer nada, esta vez no.

Tenía que hablar con Tirand. Era vital que lo hiciera cambiar de parecer y que concediera una audiencia a Strann; y Karuth creía que ella era la única que podía convencerlo. A diferencia de Strann, podía acercarse a Tirand y hablar con él sin cortapisas, y creía…, no, se corrigió con escrupulosa franqueza, esperaba que el antiguo lazo que los unía no estuviera dañado hasta tal punto por las recientes hostilidades que no quisiera escucharla. Una vez que lo hiciera, seguro que no podría hacer caso omiso de las noticias que Strann traía al Castillo. Como mínimo tendría que escuchar lo que tenía que decir.

Miró la puerta cerrada de la enfermería, luego el pasillo. Aquel era un juego con apuestas peligrosamente altas, porque ni siquiera sabía si se podía creer en la palabra de Strann; y aunque deseaba desesperadamente confiar en él, también era lo bastante inteligente para reconocer que sus sentimientos estaban muy influidos por lo que ella deseaba que fuera la verdad. Pero no podía detenerse a reflexionar so bre eso. Le había fallado a Yandros una vez; no correría el riesgo de volver a fallarle.

Karuth echó a andar con paso vivo por el pasillo. Sólo había recorrido unos metros cuando vio la enjuta figura, de cabellos grises, de Kern, el mayordomo jefe que también era el secretario personal de Tirand, que avanzaba en su dirección.

—¡Kern! —lo llamó—. Estoy buscando a mi hermano. ¿Sabes dónde está?

Kern hizo una reverencia.

—Creo que está en el comedor, señora, o al menos allí estaba hace diez minutos.

—Gracias —Karuth se alejó corriendo por el pasillo. Las grandes puertas de doble hoja estaban entreabiertas, y del interior llegaban sonidos apagados de voces y el entrechocar de platos, ahora que los que desayunaban tarde se mezclaban con quienes acudían temprano a tomar la comida más ligera del mediodía. Tirand estaba cerca del fuego y afortunadamente sin compañía. Karuth se dirigió hacia él, pasando con prisa entre las mesas alineadas.

Él se levantó cortésmente cuando la vio, pero su expresión era precavida. Karuth no perdió el tiempo con rodeos, sino que se sentó sin esperar a que la invitaran y se inclinó hacia él.

—Tirand, tengo que hablar contigo. Es urgente.

—¿Qué ocurre? —Su mirada dejaba entrever problemas, pero ella no hizo caso de la señal.

—Es acerca del enviado de la usurpadora.

—Ah. —Él habló antes de que Karuth pudiera proseguir—. Karuth, creo que no servirá de nada lo que vas a decir. Sé muy bien quién es, y eso no significa ninguna diferencia. Es un traidor, es su siervo. Ella le paga y le otorga su confianza, y no voy a hacer concesiones…

—Por los dioses, Tirand, ¡escúchame por favor y no saques conclusiones precipitadas! —lo interrumpió ella—. Esto nada tiene que ver con la identidad de Strann; es mucho más importante. —Le cogió las manos y las apretó con fuerza—. Por favor, tan sólo escucha lo que tengo que decirte. Strann está en mi enfermería. Intercepté a sus guardias cuando lo llevaban a las bodegas; y no, no estoy dispuesta a discutir esto contigo, porque soy médico y mi deber es poner el bienestar por delante de cualquier otra consideración. Tiene un mensaje vital para el Círculo. Un mensaje que no es de Ygorla, sino de Yandros.

Tirand se quedó mirándola.

—¿De Yandros?

Ella asintió.

—Yandros acudió a él. Strann lo invocó suplicando ayuda, y él respondió. Tirand, dice que Ygorla es tan amiga del Caos como nuestra y que Yandros quiere verla destruida, y…

—Espera un minuto. —Tirand se soltó las manos y apoyó las palmas en los brazos de madera de su sillón—. ¿Dice que Yandros se le apareció y le encargó llevar un mensaje del Caos al Círculo?

—Sí.

—¿Y tú le crees? —Su tono de voz era de total incredulidad.

Karuth le sostuvo la mirada.

—No he dicho eso, Tirand. La verdad es que no sé si creerle, del mismo modo que no lo sabes tú. Pero lo que estoy diciendo es que deberíamos escuchar toda su historia.

Tirand hizo un irritado gesto de desprecio.

—¿Escuchar un montón de mentiras urdidas por la hechicera y sus aduladores siervos por orden del Caos? ¿Por quién me tomas?

Reprimiendo con fuerza la dura respuesta que le venía a la mente, Karuth insistió con toda la persuasión de que era capaz.

—Sé que parece sospechoso, para decirlo de manera suave; pero ¿qué perdemos con escucharlo? Como mínimo, obtendremos algo de información, y eso es algo que nos hace mucha falta. No te estoy pidiendo que confíes en Strann; ninguno de nosotros dos es tan ingenuo. Sólo te pido que lo escuches.

Los ojos de Tirand denotaban desconfianza.

—¿Te ha convencido él para que me lo pidas?

—No. Ni siquiera sabe que estoy aquí. Lo dejé con Sanquar para que lo ayudara a cambiarse de ropa. —Frunció el entrecejo—. No puede hacerlo solo. Ygorla le ha destruido la mano derecha.

—¿Destruido…?

—La ha quemado hasta tal punto que no hay médico humano que pueda curarla. —Lo miró a los ojos otra vez—. Eso es lo que hace que me pregunte si no estará diciendo la verdad.

—No me cabe ninguna duda de que nuestro amigo Strann es consciente de eso —replicó Tirand con acritud.

—Lo sé, lo sé. Podría ser un truco para ganarse nuestra simpatía. Pero lo dudo, Tirand. La música es lo más importante en la vida de Strann. No creo que la sacrificara voluntariamente por ningún motivo.

Los labios de Tirand se curvaron con escepticismo, pero no dijo nada más. Karuth se dio cuenta de que todavía estaba indeciso y añadió en voz baja:

—Tirand, sé lo que debes de estar pensando. Pero no intento demostrar nada. No intento afirmar que he tenido razón desde el principio y que tú has estado equivocado, ni estoy tomando partido por Strann debido a un sentimiento de desquite.

Él sonrió, cansina y débilmente.

—¿Tan baja opinión tienes de mí?

Ella se ruborizó.

—Claro que no.

—De todos modos, crees que tengo injustos prejuicios, ¿verdad? Bueno, es cierto, Karuth. Tengo prejuicios. Desconfío de este enviado, desconfío de su supuesto mensaje y, sobre todo, desconfío del Caos y de cualquier cosa que tengan que decirle a él o a nosotros. Creo tener buenos motivos para esa desconfianza; pero al mismo tiempo mis prejuicios no me hacen ciego ante el sentido común. —Se puso en pie bruscamente—. ¿Está en la enfermería?

Ella también se levantó, aunque más despacio.

—¿Estás dispuesto a escucharlo?

—Sí. Como has dicho, no perderé nada escuchando lo que tenga que decirme, sea verdad o no.

Karuth asintió.

—Gracias.

Tirand volvió a sonreír. No era una sonrisa cariñosa, pero Karuth creyó ver, aunque no estaba segura, que al menos tenía un toque de humor amargo.

—No malgastes tu gratitud conmigo. Sólo tengo dos motivos y los dos son egoístas: prudencia y pura curiosidad.

No se hablaron mientras salían del comedor ni en el camino a la enfermería. Karuth hubiera llamado a la puerta, pero Tirand simplemente alzó el cierre y entró. Sanquar, que estaba ordenando una de las mesas de Karuth, saludó al Sumo Iniciado con cierta sorpresa, y Strann, vestido ahora con las ropas de Sanquar, miró a Tirand con nerviosismo cargado de cautela.

Tirand hizo un gesto seco a Sanquar y habló directamente a Strann.

—Tengo entendido que tienes algo que decirme.

—Sí. —Strann se levantó despacio. Al hacerlo, Tirand vio su mano derecha y quedó visiblemente impresionado, pero no dijo nada—. Intenté explicarlo cuando llegué, pero…

—Lo poco que me ha contado mi hermana cambia la situación —interrumpió Tirand y señaló la puerta—. Ven conmigo a mi estudio, por favor.

Strann intercambió con Karuth una fugaz mirada; ella asintió brevemente y Strann se encogió de hombros.

—Como deseéis, Sumo Iniciado.

Salió detrás de Tirand. Sanquar, desconcertado y lleno de curiosidad, consiguió captar la atención de Karuth cuando iba a salir tras ellos y le dirigió una expresiva mirada interrogante.

—Te lo explicaré luego —le dijo—. Si puedo…

Salió deprisa detrás de los dos hombres.

En su estudio, la cortesía natural de Tirand se impuso a su desconfianza y disgusto, y ofreció a Strann un sillón cómodo y una copa de vino antes de sentarse él detrás de su escritorio.

—Bien —sus marrones ojos miraron desafiantes a Strann—. Karuth me ha dicho que traes un mensaje de Yandros para el Círculo.

Strann miró a Karuth, quien se había sentado cerca de la ventana, pero ella no le ofreció ninguna ayuda. Parecía abstenerse deliberadamente de lo que sucedía, por lo que Strann centró su atención en Tirand otra vez.

—Es verdad, Sumo Iniciado.

—Cuesta creerlo.

Strann sonrió débilmente.

—Lo mismo me ocurrió a mí.

—No creo que sea el momento de ligerezas —apuntó Tirand, sin devolverle la sonrisa—. Será mejor que me cuentes toda la historia; incluyendo cómo es que pareces haberte convertido en un siervo de confianza en la corte de la usurpadora.

La expresión de Strann se tornó seria. Sabía que aquélla era la prueba, el momento en que debía echar mano de todas sus habilidades de bardo y usarlas al máximo. No debía sentirse intimidado, no debía permitir que la duda o la inseguridad lo traicionaran. Aspiró y, cuando estaba a punto de pronunciar las primeras palabras, se abrió la puerta.

Strann advirtió la expresión sorprendida de Tirand, la consternación de Karuth, cuando ambos se levantaron apresuradamente. Miró por encima del hombro, y un rápido escalofrío le recorrió el cuerpo al reconocer al hombre del cabello blanco y los ojos extraños que había visto en el salón de entrada a su llegada. El recién llegado examinó breve pero detenidamente a Strann y luego miró a Tirand.

—Tengo entendido que este hombre debe contarnos una historia —dijo en tono amable pero autoritario—. Con vuestro permiso, Sumo Iniciado, me gustaría escuchar qué tiene que decir.

Tirand vio el gesto sutil, oculto a Strann, que le advertía que no debía revelar la identidad de Ailind. Refrenó su impulso de hacer una reverencia y se limitó a decir:

—Claro. Por favor, quedaos con nosotros.

Ailind dirigió un frío gesto a Karuth y se sentó junto al fuego, desde donde podía observar el rostro de Strann. Tirand se sentía incómodo, pero intentó disimularlo de la mejor manera posible; se echó hacia atrás en su asiento y le hizo un gesto a Strann para que comenzara.

Strann miró una vez más al desconocido de ojos desconcertantes y decidió no hacer caso de su presencia. Sospechó que aquel hombre probablemente era uno de los confidentes del Sumo Iniciado y que su aparición estaba arreglada de antemano. Muy bien, no iba a dejar que un truco como aquél lo desconcertara.

Entrecerró los ojos y comenzó a contar su historia. Les habló del viaje del
Pescador de Nubes
a la Isla de Verano y del terrible destino de su tripulación y sus pasajeros; de cómo él había renunciado a todo orgullo y dignidad para congraciarse con Ygorla y convertirse en su mascota cortesana; y les contó la larga lista de ultrajes que finalmente lo había llevado a invocar a Yandros pidiendo ayuda. No intentó salir bien librado en todo aquel relato, sino que admitió que el único motivo detrás de todo lo que había hecho era conservar la vida al precio que fuera. Sus inquisidores escucharon, sin interrumpirlo ni una sola vez, hasta que, con la voz repentinamente quebrada, Strann les contó que la Alta Margravina, tras orar sin cesar pero sin resultados a Aeoris para que intercediera y la ayudara, se había suicidado. Al escuchar aquello, Tirand palideció.

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