Read La puerta oscura. Requiem Online
Authors: David Lozano Garbala
Se trataba de la vieja Daphne, que había surgido tras el montículo acompañada de un espíritu errante que, presumiblemente, la había conducido hasta ese lugar.
No podían creerlo. ¡Daphne! ¿Aquella mujer en el Más Allá?
Observaron a la pitonisa, demasiado estupefactos como para reaccionar.
La vidente los saludó, mientras recorría la escasa distancia que la separaba de ellos. Pronto comprobaron que no se trataba de una visión; la anciana estaba junto a ellos, en carne y hueso. Aunque sus movimientos habían ganado en agilidad.
—Daphne… —Pascal logró asumir lo que estaba viendo y la abrazó, un gesto que Dominique secundó—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Esperarte, Viajero. Sabía que aparecerías tarde o temprano. Aún tienes una misión que cumplir en el mundo de los vivos.
—¿Esperarme? ¿Aquí? ¿Cómo has podido…?
Ella le acarició la mejilla con sus dedos esqueléticos.
—Mírame y concluye.
El Viajero se dio cuenta de que la mirada de la vidente reflejaba ahora el tono vidrioso de los muertos. Además, ni siquiera las abundantes ropas habían evitado que él percibiese la frialdad de su cuerpo al abrazarla.
Daphne estaba muerta, como Dominique. Pascal, impresionado, se llevó las manos a la cabeza.
—¿Tú también? —preguntó—. Pero ¿cómo es posible? ¿Por qué no me ha dicho nada Edouard en la última comunicación?
Dominique también se había quedado horrorizado ante aquella nueva baja en el grupo de los conocedores de la Puerta Oscura.
—Supongo que no han querido preocuparte hasta que regreses —contestó Daphne—. Y han hecho bien. No se trata de algo que necesites saber hasta tu vuelta. La información se convierte a menudo en un pesado equipaje.
—Pero… —Pascal, la viva imagen de la desorientación, no atinaba a decidir sus siguientes palabras. ¿Qué cabía decir?
—La Puerta Oscura se ha terminado convirtiendo en una trampa —señaló la bruja—. Nuestra sociedad no está preparada para su existencia. Por eso apoyo la petición de Dominique. Aunque salves a Jules, la tragedia no se detendrá si sigues cruzando ese umbral.
—Por favor —Dominique, con un simple gesto de su rostro, transformó la solicitud en una súplica—, no vuelvas.
Alargando sus brazos, le tendió la espada romana.
—Dásela a Michelle —le pidió—. De mi parte. Y arréglalo todo con ella, colega. No la vuelvas a perder —Pascal recogía el arma, con el corazón oprimido—. No necesitas regresar aquí como Viajero. Lo tienes todo en tu mundo. No vuelvas.
Los cuatro continuaban de pie en la zona central del vestíbulo, junto al monovolumen. Mathieu acababa de unirse a ellos, abandonando con un alivio evidente los asientos delanteros del Chrysler.
—Si todo va bien, el Viajero no debería tardar en alcanzar la Puerta Oscura —señaló Marcel, planificando—. Será mejor que nos dividamos para controlar las dos posiciones.
—Yo bajo al sótano —se ofreció Michelle, deseando con todas sus fuerzas ser la primera persona a la que viese Pascal en su retorno al mundo de los vivos—. ¿Quién me acompaña?
—Yo mismo —Mathieu quiso también aguardar la llegada de su amigo junto al arcón—. Ed, ¿te quedas con Marcel?
El médium aceptó. No se trataba de un mal reparto, porque tanto él como el forense eran quizá los mejor preparados para resistir un hipotético enfrentamiento con un vampiro. No obstante, confió en que tal perspectiva no se materializara. Nada debía interrumpir el descanso de Jules hasta la intervención del Viajero. Por el bien de todos.
—Subiremos en cuanto llegue Pascal —dijo Michelle—. No perderemos ni un minuto.
A continuación, tras orientar sus pupilas una última vez hacia el vehículo donde permanecía Jules inmerso en su letargo diurno, se dirigió a las escaleras, seguida por Mathieu. En pocos minutos, después de recorrer la confusa ruta que conducía al sótano a través de antiguos pasadizos, accedían a aquella silenciosa estancia donde se alzaba la Puerta Oscura.
Allí afrontaron la imagen solemne del gigantesco baúl, que bajo la luz amarillenta y nerviosa de las antorchas dominaba su pequeño reino subterráneo con una presencia tan subyugante que parecía consumir incluso el oxígeno.
—Por favor, que llegue pronto… —murmuró la chica, caminando alrededor del arcón.
Mathieu se había detenido a cierta distancia.
—¿Servirá de algo? —planteó con franqueza.
Michelle se mordisqueaba un labio, mientras buscaba en su interior una respuesta al terrible interrogante. El temor que manifestaba Mathieu también lo compartían los demás, aunque nadie había tenido el valor de manifestarlo.
Y es que el aspecto de Jules dentro del monovolumen los había impactado a todos, reduciendo drásticamente la convicción de que inocularle la sangre de Lena Lambert lograría neutralizar su infección.
Quizá habían tardado demasiado.
—No lo sé, Mathieu —reconoció al fin Michelle—. Pero lucharemos por él hasta el final.
—Pase lo que pase —dijo el chico, preparando argumentos ante la amenaza de futuras culpabilidades—, recuerda que Jules no se ha dejado ayudar. Su fuga ha impedido que Daphne frenara su proceso vampírico; él habrá sido el único responsable si las cosas no salen bien.
—Esa afirmación es muy dura.
—Lo único que intento es que esta pesadilla pueda terminar en algún momento.
Michelle no supo qué replicar a su amigo. Sometida a una atroz incertidumbre, se dedicó a apoyar las manos sobre aquel mueble inmenso en cuyas entrañas Pascal se movía con una inflexible determinación de volver a casa.
Creyó sentir su tenue avance bajo las yemas de sus dedos, imaginó que percibía más allá de la madera su caminar hacia ella. Y aguardó, manteniendo abiertas unas manos que anhelaban acariciarle.
Ya solo quedaba esperar. La cuenta atrás apuraba sus últimos instantes.
* * *
El Viajero avanzaba a ciegas, con los brazos adelantados y lágrimas en los ojos, por el corredor cilíndrico. A su espalda dejaba la entrada, que ya había vuelto a cerrarse apartándolo del panorama inerte de la Tierra de la Espera e inundando de oscuridad aquel pasadizo que iba perdiendo altura de forma progresiva.
Pero su mente no estaba allí, en esa recóndita galería que le obligaba a inclinarse a cada paso. Continuaba abrumada por las palabras vertidas en aquel último tramo del Más Allá que acababa de abandonar, y Pascal, absorto, se dejaba llevar por sus pies con el avance insensible de un autómata.
«Lo tienes todo en tu mundo.»
No. No contaba allí con Dominique.
¿Acababa de tener lugar, entonces, un adiós definitivo?
¿Debía, en efecto, olvidarse de la Puerta Oscura y retomar su vida anterior para evitar futuras tragedias?
Pascal no había sido capaz de reunir el valor suficiente como para responderles, como para tomar una determinación. Al final había sido la urgencia lo que había precipitado una despedida que generaba la sombra de un interrogante en el aire.
El Viajero agarró con fuerza su daga, dejándose invadir por la energía que irradiaba. La notó fluir a través de sus venas hasta el corazón. Después, recordó la valiosa mercancía que transportaba en su mochila, la extrema gravedad de Jules y el inevitable transcurrir de los minutos.
Recuperó la compostura. Más tarde sería momento de tomar aquella decisión; ahora, lo único importante era salvar al gótico de su oscuro destino. Nada más debía acaparar su concentración.
Aumentó el ritmo de sus zancadas. Pronto no tuvo más remedio que ganar terreno desplazándose a gatas, hasta que se dio de bruces con un invisible obstáculo que le impedía continuar. Tanteó con las manos, confirmando el perfil liso y recto de la barrera frontal y de las paredes laterales. Tan solo a su espalda se abría un hueco, la vía por la que había llegado hasta allí.
Se encontraba dentro del arcón.
Por fin.
Pascal, preparándose para los embates que siempre provocaba aquel último desplazamiento, se encogió y aguardó el comienzo del tramo final del viaje, el que enlazaba con la dimensión de los vivos.
* * *
En cuanto se percataron de que la tapa del baúl se movía, Michelle y Mathieu emitieron sendas exclamaciones y se lanzaron sobre el arcón para agarrar la plancha de madera y terminar de levantarla. Fue entonces cuando Pascal se irguió desde el interior del legendario mueble, asomando su rostro extenuado de ojos entrecerrados por el contraste con la luz.
Ya estaba en casa.
Con delicadeza, Michelle y Mathieu le ayudaron a salir por completo de la Puerta Oscura; abotargado y débil tras el mareante impulso final, sus maniobras parecían los movimientos torpes de un astronauta recién llegado de un prolongado viaje espacial.
Con la diferencia de que, en su caso, el desafío no había concluido. Todavía no.
Michelle, olvidando por un momento aquel hecho, se abalanzó sobre el exhausto muchacho, en un intenso abrazo. A continuación, tras estudiar su rostro unos instantes, como necesitando confirmar que en efecto se encontraba ya entre ellos, juntó sus labios con los suyos en un cálido beso, que Pascal secundó con el agradecimiento abrumado de quien recupera un sueño.
No hacía falta decir nada. Por primera vez.
Los dos mantuvieron los ojos cerrados mientras se prolongaba aquel breve contacto que, sin necesidad de palabras, restablecía la armonía entre ellos.
El chico no hubiera podido soñar con una acogida mejor.
Resultaba evidente que ambos habían tenido tiempo de meditar durante aquel viaje al Más Allá. Y que habían llegado a la misma conclusión.
—Bienvenido, Pascal —dijo Michelle cuando separaron sus bocas, visiblemente emocionada—. Ya estás con nosotros, conmigo…
Le mantenía cogido de la cintura, sin querer perder el contacto físico.
El Viajero disfrutó de aquellos segundos de cariño hacia él, que sentía tan auténticos. Michelle se alegraba de verlo, le había estado esperando. Cuánto había deseado un momento así con ella. Quería decirle tantas cosas… Pero ya habría tiempo.
El chico tardó poco en adaptarse al nuevo entorno, que en definitiva era el suyo. El efusivo gesto de Michelle dio paso a otro abrazo, el de Mathieu. Sin embargo, la conciencia de todos respecto a las perentorias circunstancias que los rodeaban no dio margen para mucho más; en menos de dos minutos, ya se encontraban los tres saltando peldaños hacia el vestíbulo principal del palacio.
El ruido que provocaban en su estampida advirtió a los demás, que ya los aguardaban al comienzo de la escalera. Se sucedieron entonces cálidos gestos de acogida, aunque contaminados por la acechante presencia del monovolumen que cobijaba a Jules.
Aún había mucho en juego.
Dieron unos pasos hasta situarse en la zona de las sillas. Allí, Pascal se quitó la mochila de la espalda y apoyó en el suelo las dos espadas que había traído consigo.
—Contadme cómo están las cosas —pidió, mientras se preparaba extrayendo de su bolsa el frasco de cristal con la sangre de Lena Lambert.
Todos le rodeaban en semicírculo, expectantes no tanto por su experiencia vivida en el Más Allá —más adelante podría relatarla con todo lujo de detalles— sino por lo que implicaba aquella mercancía que ahora mostraba y que los demás miraban como hipnotizados.
Pascal tenía entre sus manos lo único que otorgaba alguna esperanza de salvación al joven gótico.
—Jules está muy mal —reconoció Michelle señalando el vehículo—. Muy mal.
—Esta noche no ha dado señales de reconocerla, ni ha recuperado el aspecto normal con la llegada de la luz —añadió Marcel, mucho más serio que un rato antes—. Son muy malos síntomas, Viajero. Es probable que la infección haya culminado.
Pascal se negó a contemplar esa posibilidad. Después de todo lo que habían arriesgado para conseguir la sangre de la Viajera anterior, no quería pensar que había sido un esfuerzo inútil.
—¿Insinúas que no sirve de nada lo que hemos hecho? —enfocaba con sus ojos enérgicos al Guardián, al borde de la exasperación; no esperaba un recibimiento tan poco estimulante.
Y eso que lo vivido durante los últimos meses le había enseñado que no siempre había lugar para los finales felices.
Marcel, al igual que Edouard, exhibía frente a los demás un semblante severo, teñido de gravedad. Durante el lapso de espera había tenido ocasión de pensar, de valorar la situación. Y sus conclusiones eran de un pesimismo demoledor.
—Ojalá me equivoque —comenzó—. Pero la perspectiva no es alentadora, y tenéis derecho a saberlo antes de llegar más lejos.
Aquellas palabras cayeron como un jarro de agua fría sobre los chicos. La euforia desatada por la llegada de Pascal se iba diluyendo, amortiguada por el tenebroso panorama que se gestaba alrededor.
De repente, incluso el vestíbulo parecía haberse oscurecido.
—¿Ha sucedido algo mientras estábamos en el sótano? —ahora era Michelle la que intervenía, asustada ante una actitud derrotista que antes nunca había detectado en el forense.
—Me he asomado un par de veces por la ranura del mono-volumen; su aspecto es cada vez peor —Marcel tomó aliento, en su determinación de ser totalmente honesto con el grupo antes de que se involucraran en la estrategia final—. No sé si hemos perdido a Jules.
—Joder —Michelle movía la cabeza hacia los lados, incrédula. Pascal se acercó a ella y le acarició la mano.
—Aun así —se apresuró a matizar el Guardián, atendiendo a los gestos sobrecogidos que percibió en todos—, de confirmarse el peor de los casos, tu viaje habrá servido de mucho, Viajero. Habrá sido esencial.
—No lo entiendo —la voz del chico sonó fría, seca.
Para él, la única alternativa satisfactoria era liberar a Jules del proceso vampírico. Solo eso importaba.
—Si se cumplen las peores expectativas y nos enfrentamos ya a un auténtico vampiro —explicó el Guardián—, tendríamos que seguir el ritual para acabar con él.
El espanto se pintó en las caras de todos. ¿Clavar a Jules una estaca en el corazón? ¿Quemar su cuerpo?
Nadie sería capaz de hacer eso.
—Pero —continuó Marcel—, incluso en ese caso, nuestra estrategia habrá tenido sentido. Porque si logramos inocularle la sangre de Lena Lambert, la infección vampírica desaparecerá y Jules, al menos, podrá descansar en paz sin necesidad de que maltratemos su cuerpo.
—¿Descansar en paz? —a Michelle, aquella expresión le sonó sospechosamente fúnebre.