Read La puerta oscura. Requiem Online
Authors: David Lozano Garbala
El Viajero creyó percibir en el rostro exhausto de Michelle —el ritmo y la falta de sueño que habían soportado durante la búsqueda de Jules comenzaba a pasar factura en todos— una tenue relajación. ¿Se alegraba ella de su resolución? ¿Estaba de acuerdo con terminar de una vez con los viajes al Más Allá?
Pascal la necesitaba, más que nunca. Necesitaba sus caricias, sus besos, su compañía. Ahora que recuperaba un futuro, debía reconocer que el único con el que había soñado era el que podía compartir con ella.
Solo juntos podrían superar la muerte de sus amigos, que jamás lograría entender.
—No te equivocas —reconoció entonces Marcel—. Siempre ha habido víctimas, sí. Y víctimas inocentes, atrapadas bajo la onda expansiva de la Puerta. Tú lo has dicho antes: todo tiene un precio. La posibilidad de acceder a la dimensión de los muertos, bien empleada, es una oportunidad increíble. Pero acarrea consecuencias. Algunas, muy negativas.
—Lo sabíais… Y aun así, permitisteis que yo continuara… —Pascal movía la cabeza hacia los lados—. No fue un acierto.
—Te equivocas. Como Viajero, eres tú quien maneja las riendas —argumentó el forense—. Nosotros solo hemos desempeñado un papel marginal en este desafío. Un desafío que forma parte de tu historia —le puso una mano en el hombro antes de continuar—. Antes o después, llega un punto en nuestras vidas en que miramos a nuestro alrededor y no logramos distinguir a nadie cerca que pueda protegernos. Pero eso no es una tragedia, sino un proceso natural que todos atravesamos en algún instante de nuestras trayectorias. El destino nos deja a la intemperie, ¿sabes? Y lo hace cuando llega el momento de que volemos solos. Solo los cobardes eluden la responsabilidad de ir construyendo sus propias huellas, su propio horizonte. Por suerte o por desgracia —concluyó—, el hecho de haber cruzado la Puerta Oscura ha precipitado ese momento para ti, Pascal. Has tenido que aprender a marchas forzadas lo que supone la libertad.
El Viajero asintió antes de plantear el interrogante final.
—¿Y compensa el precio de esa lección?
El Guardián se encogió de hombros, eludiendo pronunciarse al respecto.
—No debo responder a eso. La Puerta Oscura también ha provocado efectos positivos a lo largo de su historia, no lo olvidéis. Mi labor consiste en protegerla para que siga existiendo la posibilidad de la conexión entre las dos realidades, nada más. No puedo emitir un juicio sobre ella.
Una vez más, el silencio anegó la estancia.
—Y entonces, ¿ahora qué? —Michelle no tardó en imponer un nuevo avance; exigía un impulso, temerosa tal vez de que Pascal cambiara de opinión.
El chico, percatándose de ello, experimentó una íntima alegría, deseando que el interés de ella en clausurar la Puerta obedeciera a su deseo de que él no se expusiera más.
—La decisión del Viajero lo cambia todo —señaló Marcel—. Si de verdad estás convencido de que no quieres volver a cruzar ese umbral…
—… Existe un ritual que cierra la Puerta —concluyó Edouard—. Hasta su próxima apertura, eso sí. En Halloween del año dos mil ciento ocho, momento en el que puede volver a generarse el acceso entre mundos si alguien la atraviesa en el primer minuto de la medianoche.
Marcel asintió.
—Si así lo quieres —ofrecía a Pascal un semblante comprensivo—, llevaremos a cabo la ceremonia, y después procederemos a trasladar la Puerta a un lugar donde permanezca hasta la aparición del próximo Viajero. Quizá sea lo mejor.
El chico escuchaba con atención, muy concentrado.
—Ya no podré viajar al Más Allá, pero… ¿seguiré sufriendo las visitas de los fantasmas hogareños?
Pascal formulaba aquella duda delatando su creciente deseo de recuperar su vida anterior.
—Si te limitaras a no introducirte en la Puerta, sí —respondió Marcel—. Pero al cerrarla, perderás tu condición y ya no podrán detectarte, ni tú a ellos.
A Pascal, en el fondo, aquella especie de despedida le daba lástima —los hogareños le resultaban entrañables a pesar de su apariencia inquietante—, pero entendió que conseguir la paz en su vida suponía también determinadas renuncias. Como la de no volver a ver a Dominique, Jules o Daphne, algo que sí habría sido posible de continuar ejerciendo como Viajero. Pero tenía que seguir adelante con su decisión. Se lo debía, además, a Dominique, cuyo último deseo había decidido cumplir.
Pascal asimiló lo que había ocultado aquella insistencia final por parte de su amigo. Dominique, con una sonrisa melancólica, le estaba diciendo que siguiera adelante, que cerrara capítulos y mirara al frente. Que no verse no implicaba olvidarse. Y que, superada la sombra de la Puerta Oscura, tenían derecho a ser felices. Que no dejara escapar a Michelle.
Dominique le había liberado del lastre de la culpabilidad. No había que buscar responsabilidades en las vidas que la Puerta se había llevado consigo; solo enfocar hacia delante y empezar una nueva etapa.
Pascal estaba dispuesto a hacerlo. Y ocurriera lo que ocurriese en ese camino que se disponía a iniciar, siempre tendría una mano tendida hacia Michelle.
Saberla cerca ya le hacía feliz.
Habían transcurrido varias horas, durante las cuales los chicos se habían dedicado a dormir dentro del palacio. Su agotamiento era tal que ni siquiera los últimos acontecimientos impidieron que conciliaran el sueño, aunque en algunos casos estuviera contaminado por recurrentes pesadillas cuyo protagonista era, invariablemente, Jules.
Marcel, mientras tanto, no perdió el tiempo. Tras tomarse varios cafés para mantenerse despierto y repartir instrucciones entre sus herméticos servidores, acudió al Instituto Anatómico Forense y confirmó la identidad de Daphne. A continuación gestionó los preparativos para la celebración del rito de clausura de la Puerta Oscura, que tendría lugar esa misma tarde. Aquella iniciativa había supuesto ponerse en contacto con la Hermandad de Videntes —cuya colaboración precisaba—, por lo que aprovechó para notificarles de manera oficial la muerte de la vieja Daphne.
Cuando los chicos se reunieron de nuevo en el vestíbulo —ninguno deseaba hacerlo en el sótano—, todo estaba organizado.
—Han comenzado con la autopsia de Daphne —les comunicó—. He preferido delegar esa labor, pues es fundamental que pueda encargarme de las otras sin llamar la atención. Todo va muy rápido. Ya han llegado al Instituto Anatómico Forense los cuerpos de Justin, Suzanne… y Bernard.
Aquel último dato sí sorprendió a sus oyentes.
—¿Bernard ha muerto? —la voz de Michelle no traslucía ninguna pena.
—Sí —confirmó Marcel—. Presentaba herida de bala, así que intuyo quién se responsabilizó de acabar con él. Si acierto en mi conjetura y Justin fue su ejecutor, mi pistola ha sido utilizada en un asesinato. Mal asunto.
—¿Qué harás? —preguntó Edouard.
—Al encargarme de su autopsia, podré cambiar la bala que lleva alojada en su cabeza y desvincular mi arma de su muerte. Si Marguerite viviera, se quejaría de que me estoy acostumbrando demasiado a las irregularidades…
Todos tuvieron un recuerdo para la detective Betancourt. Otra pérdida insustituible.
—No viene mal que esos tres cazavampiros, los únicos que sabían lo sucedido esta noche, no puedan hablar —concluyó Michelle—. Aunque el final de Suzanne y Bernard no deja de ser injusto…
—No te engañes; también son víctimas de la Puerta Oscura. Ni siquiera Justin —matizó Marcel, poniéndose de pie— tuvo nunca el control sobre sus pasos. Y ahora toca pasar a lo más importante. Pascal, te lo preguntaré un vez más: ¿decides renunciar de modo definitivo a tu rango de Viajero?
El chico se tomó unos segundos antes de contestar, intimidado por esa súbita aura de juramento que se había impuesto en el ambiente. Era muy consciente de la trascendencia de aquella respuesta que se le pedía. Fue mirando a todos sus amigos, solemne; se detuvo en Michelle, que le mantuvo la mirada seria, y terminó en el rostro del Guardián.
Nadie respiraba.
—Sí —manifestó por fin—, lo decido.
Se percibió una relajación general. Pascal se dio cuenta de que no era el único en añorar su pasado.
Marcel no había alterado un ápice su semblante.
—Acompañadme, entonces.
Todos le siguieron por la acostumbrada ruta que conducía hasta el sótano donde permanecía la Puerta Oscura. Una vez allí, se sorprendieron al descubrir el arcón —abierto— flanqueado por ocho figuras encapuchadas, ataviadas con hábitos de monje que llegaban hasta el suelo y con talismanes idénticos colgando del cuello. La quieta posición de aquellas siluetas en torno al umbral sagrado transmitía la sensación de que velaban a un cadáver.
Los cuatro encapuchados que permanecían a la derecha del baúl llevaban vestimentas blancas, mientras que los otros cuatro que parecían hacer guardia a su izquierda se cubrían con ropajes negros. Todos, muy silenciosos, sostenían entre sus manos unos cirios. Al percibir la llegada de los visitantes habían girado sus ocultos rostros, que se detuvieron con interés en el Viajero, pero también en Edouard; habían identificado en este último a un hermano vidente.
Marcel indicó a los recién llegados dónde debían situarse como testigos del ritual, una zona lateral de aquella dependencia cerrada.
—La ceremonia es muy sencilla —susurró después a Pascal, inclinándose hacia él—, aunque tu intervención es imprescindible. Primero, yo recitaré una salmodia; luego, ellos —los señaló— iniciarán su canto. Será entonces cuando tú avances hasta la Puerta Oscura y, con las manos desnudas, cierres el baúl por completo. ¿Lo has entendido?
—Claro.
—Entonces, será mejor que no retrasemos más el momento.
Marcel salió un instante de la estancia y regresó a los pocos minutos con un antiguo códice de gran tamaño en las manos y vestido con una especie de sotana de terciopelo gris, sobre la que destacaba su medallón de Guardián, que al bailar encima de su pecho emitía destellos plateados.
—Vamos a iniciar la liturgia de clausura de la Puerta Oscura —anunció mientras se situaba muy erguido frente al arcón.
Automáticamente, los ochos encapuchados encendieron las mechas de sus velas y alzaron los cirios sobre sus cabezas, sosteniéndolos con las dos manos.
El Guardián abrió el códice y buscó entre sus páginas el texto que le interesaba. A continuación comenzó a entonar crípticas formulas latinas, de origen ancestral, que resonaron en aquel espacio abovedado agitado bajo la sinuosa iluminación.
Marcel calló al cabo de unos minutos y cerró el libro. Todos se quedaron en silencio, contemplando el contundente perfil de la Puerta Oscura. Un tétrico canto empezó a brotar entonces de labios de los ocho videntes, y fue ganando en fuerza desde un sutil murmullo hasta convertirse en un imperioso himno dirigido a esencias ultraterrenas.
El Guardián hizo un gesto a Pascal, que con paso vacilante se adelantó hasta situarse junto al arcón. El chico se detuvo y extendió sus manos nerviosas sobre la tapa de la Puerta, acariciando aquella madera desgastada que ocultaba un poder tan abrumador. Sentía la energía fluir bajo sus palmas, percibía la íntima conexión que como Viajero le unía con ese umbral legendario al que ahora, de alguna manera, se enfrentaba.
Algo apartados, sus amigos aguardaban. Pascal distinguió a Mathieu y a Edouard, que contemplaban la escena agarrados de la mano, impresionados y al mismo tiempo conscientes de la íntima unión nacida entre ellos dos, que solo el retorno a la normalidad permitiría forjar. Paradójicamente, su incipiente relación sentimental era una de las pocas cosas buenas que se habían derivado de la apertura de la Puerta Oscura.
El Viajero agarró la tabla, los cánticos no cesaban a su alrededor. Miró una última vez a Michelle, cuyos ojos intensos le insuflaron el ánimo que requería para aquel gesto final, y sin pensarlo más desplazó la plancha hasta encajarla sobre los bordes del arcón con un sonido seco.
Las llamas de las ocho velas que los encapuchados mantenían alzadas se apagaron de forma simultánea, como barridas por una repentina ráfaga de viento. Sus voces callaron.
Silencio y oscuridad inundaron el escenario de la despedida.
* * *
Michelle y Pascal se encontraban ante la tumba de Dominique. Era el primer destino al que —a pesar de las ganas de reunirse con sus respectivas familias— habían acudido tras abandonar el palacio medieval, donde habían pasado las primeras horas de aquel tenso domingo.
Notaban en sus propios estados de ánimo, vulnerables, la erosión que aquella vivencia extrema había provocado en sus cuerpos y sus mentes. Tardarían mucho en recuperarse.
Otros, como Jules o Dominique, ya no podían hacerlo, al menos en ese mundo vivo que los rodeaba.
Ni Daphne, ni Marguerite Betancourt, ni el resto de víctimas anónimas…
Y ahora ellos estaban allí, de pie, ante una lápida con el nombre de su amigo fallecido.
Pronto contarían con otras sepulturas que visitar.
Contemplaron el sol de la mañana entre los árboles. Se sentían libres, al fin fuera del alcance de ese diabólico yugo que había constituido la Puerta Oscura durante aquellos meses.
A pesar del cansancio acumulado, disfrutaron del destello solar que iluminaba los cauces entre panteones, intrincadas sendas de tierra y piedras donde quedaban grabadas las pisadas. Las suyas, a su espalda tras la distancia recorrida, se les antojaron distintas, extrañas.
—Tal vez porque empezamos un nuevo camino —sugirió Michelle—. Como Mathieu con Edouard.
—Tal vez porque caminamos juntos —improvisó Pascal, preparando el terreno para las palabras que se proponía pronunciar si encontraba la determinación precisa.
Ella había sonreído al escucharle.
El resplandor todavía invernal hacía brillar los ojos de Michelle con una vitalidad desbordante, que contrastaba con la serenidad que emanaba del escenario inmóvil que los circundaba.
Luz.
Ambos estaban saturados de oscuridad.
—Tenía que decirle a Dominique que al final he cumplido lo que me pidió cuando nos despedimos —explicó a Michelle—. Por eso te he sugerido que viniéramos aquí.
Michelle se situó a su lado y le cogió de una mano en ademán cariñoso.
—Que no volvieras, ¿verdad?
Pascal se quedó observando la tumba de su amigo, sumido en un arrebato de melancolía.
—Sí, que no volviera al Más Allá. Eso me pidió.