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Authors: David Lozano Garbala

La puerta oscura. Requiem

 

Una vez más, Pascal se ve obligado a cruzar la Puerta Oscura. Con Jules a punto de sucumbir a la oscuridad a causa de la mordedura de un vampiro, encontrar a la anterior Viejera aparece como la única opción para salvarlo. Michelle sigue sin perdonar a Pascal, pero cada vez tiene más dudas. ¿Seguirá la Puerta cobrándose su tributo de sangre? 

David Lozano Garbala

Réquiem

La puerta oscura 3

ePUB v2.0

jubosu
01.09.12

Título original:
La puerta oscura. Réquiem

David Lozano Garbala, Octubre de 2.009.

Editor original: jubosu (v1.0)

ePub base v2.0

Prólogo

Adolphe Bineau consultó su reloj sin dejar de avanzar. Ya pasaba de la medianoche. ¿Cómo se le podía haber hecho tan tarde?

Aceleró el paso al tiempo que abandonaba la avenida principal y se adentraba por una red de estrechos callejones para tomar un atajo.

Tras una jornada laboral especialmente intensa, estaba impaciente por llegar a casa, abrazar a su mujer y echarse a dormir. Alzó la mirada en medio de un suspiro y contempló el cielo pálido asomándose entre los perfiles desgastados de los edificios, paredes negras salpicadas de luces que se derramaban desde algunas ventanas.

La noche se extendía sobre París; sumergía la ciudad en un ambiente fantasmagórico, imponía su penumbra. Los destellos de las escasas farolas dibujaban sombras en el rostro de Bineau conforme iba quedando bajo sus halos de luz, que volvía a abandonar con las siguientes zancadas.

Los portales dormidos eran nidos de oscuridad, y el rumor sordo del tráfico iba quedando atrás mientras el hombre penetraba en las profundidades de aquella zona de casas viejas.

Fue en ese instante cuando empezó a sentirse incómodo. Algo no marchaba bien.

Adolphe se detuvo y giró sobre sí mismo, escudriñando cada rincón que quedaba ante su vista. Nada, nadie. Silencio.

Y sin embargo… una creciente angustia iba adueñándose de él sin que pudiera evitarlo, una vaga percepción de riesgo. No lo entendía, pues había seguido ese camino en numerosas ocasiones, incluso a horas tan tardías como aquella. Y a pesar de que con la llegada de la oscuridad la zona adquiría un aspecto algo lúgubre —como cualquier barrio viejo—, tampoco se trataba de un sector peligroso de la ciudad.

¿Entonces?

Un ruido cercano vino a confirmar que no se encontraba tan solo como imaginaba. Adolphe dio un respingo, originado no tanto por el sonido —que había sido leve, metros más atrás— como por su propio nerviosismo. Procuró serenarse, avergonzado por aquel comportamiento, que consideró un tanto paranoico. A fin de cuentas, continuaba sin ver nada sospechoso, nada alarmante.

¿Acaso no era factible que alguna otra persona estuviera andando por las proximidades?

No obstante, ante sus sensaciones, que no lograba explicarse, se negó a aguardar para confirmar la ausencia de peligro. Reanudó su caminar, a un ritmo mucho más rápido. Las ganas de llegar a casa se habían vuelto imperiosas.

No tardó en romperse de nuevo la calma. Ahora con un chasquido, un golpe breve y seco que interrumpió la serenidad nocturna. Adolphe, víctima de una inquietud que iba fortaleciéndose en su interior, se vio obligado a detenerse. ¿Cómo era posible que el ruido hubiera procedido de la zona a la que todavía no había llegado, si había ubicado el anterior a su espalda apenas unos minutos antes?

Tal vez se enfrentaba —fue consciente de que acababa de emplear un verbo que implicaba cierta violencia— a varias personas, que le estaban rodeando. ¿Iba a sufrir un atraco?

Adolphe extrajo su móvil de un bolsillo del abrigo, dispuesto a llamar a la policía. Sus dedos se detuvieron sobre las teclas, a punto de pulsarlas.

Pero no lo hizo. Y es que seguía sin ver a nadie. En realidad, sus ojos no descubrían nada amenazador. ¿Qué diría a los agentes? ¿Que se había puesto nervioso? Procuró mitigar su intranquilidad.

No entendía lo que estaba ocurriendo.

Sus pupilas recorrían los alrededores, meticulosas, sin dejar un centímetro por comprobar. Nada. Ni siquiera en el tramo del que parecía proceder el último ruido.

Solo la noche y su quietud. Más lejos, los murmullos intermitentes de los sectores de la ciudad que permanecían despiertos.

«Calma», se dijo. «Ha sido un simple ataque de ansiedad, eso es todo. Estás en París, camino de tu casa; no ocurre nada».

Con menor convicción de la que pretendía, sus piernas iniciaron el movimiento que lo conduciría hacia su hogar.

Aunque ese avance lo llevaba directo hacia el segundo de los sonidos, claro. Aquel detalle no se le había escapado. A cada paso, Adolphe notaba cómo su corazón se iba acelerando; contuvo el aliento, negándose a sucumbir a ese pánico absurdo.

¿Alguien lo estaba siguiendo? ¿Se encaminaba, sin saberlo, hacia una trampa?

Aquellos temores le parecieron irracionales. ¿Quién iba a querer hacerle daño? Tan solo era un hombre de treinta y cinco años que trabajaba como teleoperador de una compañía telefónica.

Una vez más, cedió ante sus impulsos y frenó, para estudiar cada detalle del escenario urbano que quedaba a su alrededor. Y una vez más, no consiguió hallar ni el más leve rastro que pudiera confirmar sus recelos.

Silencio, ecos amortiguados de la ciudad, penumbra.

Por otra parte, retroceder tampoco generaba en él ninguna confianza. Adolphe se propuso entonces continuar, apretando los dientes. Tenía que superar aquella prueba, por su propia dignidad.

Dio un paso más.

A pocos metros, unos ojos amarillos, ávidos, lo acechaban resguardados tras las sombras de un recodo del callejón. Unos ojos que celebraron la decisión de la presa. Bajo ellos, una sonrisa animal empezó a dibujarse, deformada por abultados dientes.

Adolphe Bineau se dirigía hacia la criatura.

Capítulo 1

Once de la noche. La reunión proseguía con una cadencia desvaída provocada por la proximidad del funeral de Dominique, que tendría lugar al día siguiente. Las voces eran simples murmullos; la iluminación, un tenue tapiz que teñía el espacio de un color lechoso.

Michelle paseó su mirada por aquel lugar de paredes de piedra y techos altísimos donde habían vivido momentos tan dramáticos… y donde se habían perdido vidas: el palacio de Le Marais, escenario en el que la detective Marguerite Betancourt había encontrado la muerte enfrentándose al Mal hasta sus últimas consecuencias.

Y donde Beatrice —Michelle contuvo una íntima punzada de despecho—, aquel misterioso espíritu errante, se había sacrificado asumiendo el precio de su propia traición.

La chica atendió, triste, a las esculturas de ángeles que se asomaban con ojos ciegos desde los tabiques laterales del vestíbulo, rodeando la escalera que conducía al piso superior. Quiso subir allí e inclinarse sobre la barandilla que bordeaba la estancia desde la altura, elevarse sobre la realidad, observarlo todo con la privilegiada perspectiva de un simple testigo. Pretendía escabullirse de un presente demasiado crudo; por una vez, le tentaba la huida.

Pero ni siquiera así hubiera logrado esquivar la pena. En aquel encuentro la ausencia de Dominique se hacía dolorosamente palpable, como demostraban los rostros cenicientos de los demás: Pascal, Mathieu, Marcel, Daphne y Edouard.

Habían dejado una silla vacía junto a las ocupadas por los demás, a modo de homenaje, o tal vez porque no tenían el coraje suficiente como para descartar de modo definitivo la presencia del amigo muerto. Una silla que conforme transcurrían los minutos parecía ir ocupando más espacio.

Dominique ya no estaba. Una pérdida que pillaba a Michelle muy vulnerable, dada su reciente ruptura sentimental con Pascal.

—Ya sabéis que no podemos contar con Jules a estas horas —señaló la chica, sobreponiéndose a su propio malestar—. Y es una pena, porque es importante que nos vea a su lado. Con lo que está viviendo, tiene que sentirse bastante solo.

La vieja Daphne, que se había girado hacia ella al escuchar sus palabras, se encogió de hombros. Ofrecía un gesto resignado que se añadía a su visible agotamiento, mucho mayor que el del resto de los presentes; no se había recuperado aún del ataque de Verger. Su debilidad era extrema; aunque, terca, se había negado a quedarse al margen de aquel nuevo encuentro.

—Hazte a la idea de que Jules no existe durante la noche —indicó—. Sumergido en su estado letárgico, no es consciente de nada, la oscuridad lo eclipsa hasta el amanecer.

—Tal vez sea mejor así —opinó Marcel—. Que viva ignorante de sus vigilias vampíricas, mientras por el día nos tiene a nosotros.

—¿Hasta cuándo? —preguntó Pascal, preocupado—. ¿Cuánto tiempo mantendrá Jules esa condición inofensiva?

Aquel interrogante resquebrajó la aparente serenidad que reinaba en la sala. Y es que no disponían de una respuesta.

—Nadie lo sabe —reconoció la vidente.

Mathieu intervino:

—Entonces, ¿dejándolo solo en su habitación no corre ningún riesgo?

—Hemos analizado los síntomas —advirtió Marcel—. Se trata del único parámetro que se nos ocurrió para calcular la fase del proceso maléfico en que se encuentra.

—¿Y? —Michelle le miró a los ojos.

—En principio —el Guardián continuaba con cautela—, lo que marca la llegada a un estadio crítico es la aparición del arma más letal de los vampiros: los colmillos. Sin embargo, hasta ahora lo único que Jules ha sufrido, exceptuando las maniobras del espíritu errante, es la activación de la vitalidad de su cuerpo con la llegada de la oscuridad. Va evolucionando como… depredador nocturno.

«Qué terrible expresión», meditó Pascal antes de manifestar su inquietud en voz alta:

—Pero no sabemos cuándo puede tener lugar el siguiente avance de su… enfermedad —al Viajero todavía le costaba asumir la pesadilla que envolvía a Jules, un inesperado horror con el que se había encontrado al retornar de su último viaje al Más Allá.

—Nadie puede saberlo —reconoció Marcel—. Tal vez sea cuestión de horas, o de una semana. No existen conocimientos al respecto, se trata de algo que nunca se ha podido estudiar. Quienes fueron testigos del proceso, siempre acabaron devorados por el Mal. No hay testimonios de supervivientes a lo largo de la historia.

—Pero hemos de mantener la esperanza. Por eso estamos aquí —la vieja Daphne se puso en pie y los fue observando a todos, uno a uno—. No nos podemos permitir dilapidar el tiempo, cada segundo cuenta. Si de verdad creemos que Jules tiene una posibilidad de salvarse, hemos de actuar. Ya.

Lo que implicaba iniciar la búsqueda de la bisabuela del joven gótico en el Más Allá, presunta Viajera anterior en paradero desconocido desde mil novecientos ocho.

—¿Hay alguna otra alternativa? —Mathieu exhibía cierto escepticismo, y no era para menos: enviar a Pascal al Mundo de los Muertos en busca de alguien que llevaba desaparecido más de cien años suponía una auténtica locura.

—No que yo sepa —Daphne acababa de responder de forma tajante—. No hay antídotos, ni ritos, ni ceremonias. La única ventaja con la que ha contado Jules ha sido el carácter superficial de la mordedura. Eso le ha dado un margen de tiempo excepcional en casos de infección vampírica.

—También ha permitido que no se extienda en nuestro mundo la condición de no-muerto —añadió Marcel—. No olvidemos las desastrosas consecuencias que acarrearían los movimientos de Jules como vampiro.

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