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Authors: David Lozano Garbala

La puerta oscura. Requiem (41 page)

—¡No, Dominique! Recuerda que no podemos intervenir… Nuestra intromisión sí es capaz de adulterar las recreaciones, para siempre.

Unas recreaciones, por otro lado, cuya conexión con la realidad transformaba de modo simultáneo el episodio histórico originario, como bien habían comprobado con la trayectoria de Lena Lambert. La Colmena de Kronos no estaba concebida para albergar a un vivo.

El eco de la advertencia de Pascal aún permanecía flotando en el aire, pero el otro, con el rostro vuelto a la ventana, ya no escuchaba.

—Aunque no arreglemos el mundo —dijo al fin Dominique, echando a correr hacia la entrada a la casa—, alguien va a dejar de sufrir durante un rato.

Pascal se dejó convencer enseguida, sobre todo cuando percibió en su medallón un leve enfriamiento que le puso en guardia. Seguía sin llevar nada bien su postura de simple testigo así que no le costó nada pasar a desempeñar un papel mucho más comprometido, teniendo en cuenta además que su amuleto delataba una cercana presencia maligna.

En cuanto su amigo se perdió de vista, las circunstancias cambiaron de modo drástico, ratificando la sensación que le había transmitido el talismán: el panorama tras el cristal de la ventana se oscureció, el niño y su agresor desaparecieron de aquel interior y hasta la calle llegó un grito ahogado —en esta ocasión más adulto— cuya voz reconoció Pascal sin dudar: Dominique.

¿Qué había ocurrido? ¿Les habían tendido una trampa?

Pascal extrajo su daga de entre la ropa y accedió a la casa a toda prisa. Una vez dentro, tuvo que detenerse bruscamente, a punto de precipitarse por una sima abierta en el suelo del vestíbulo, una grieta de varios metros de amplitud que había reventado el suelo y permanecía al descubierto como una boca de oscuridad insondable. Faltó muy poco para que cayera.

En uno de los bordes de aquel repentino abismo distinguió unas manos aferradas a la superficie, los nudillos amarillentos de puro esfuerzo. Se trataba de Dominique, en vilo sobre el vacío.

Pascal se apresuró a llegar hasta él y se inclinó para ayudarle a salir.

—Pero ¿qué…?

La mirada de su amigo, que se elevó por encima de su hombro en un desesperado gesto de advertencia, detuvo sus palabras. Pascal apenas tuvo tiempo de girarse, alzando la daga en actitud protectora. Tras él, dos niños de semblante travieso se echaron a reír. A continuación, sin mediar palabra, clavaron en él sus pupilas inertes y, con un golpe sorprendentemente veloz y enérgico, le empujaron hacia la sima. Pascal aún fue capaz de hacer aspavientos intentando mantener el equilibrio, pero su cuerpo terminó por vencerse hacia el lado de la brecha y se hundió en la oscuridad subterránea. Dominique le siguió al instante, tras sentir sobre los dedos de sus manos un fuerte pisotón con el que le obsequiaban aquellas diabólicas criaturas.

Conforme el foco de luz de la superficie iba quedando cada vez más lejos, y ellos se sumergían en esa misteriosa nada, aún alcanzaron a escuchar las risotadas de los niños.

Después, silencio y una sensación familiar que iba recorriendo sus cuerpos.

* * *

Salvo el hito de que se había confirmado la presencia de Lena Lambert en la Colmena de Kronos, la noticia de la muerte de Daphne eclipsó para Michelle todo lo demás, incluyendo el segundo viaje de Pascal y Dominique a través del tiempo y el acoso que el grupo de cazavampiros parecía estar ejerciendo sobre los conocedores de la Puerta Oscura. Sí, ella escuchó de labios de Mathieu cómo Jules había atacado a aquel siniestro rubio llamado Justin y luego había huido, pero se trataba de un episodio que carecía de importancia frente a la pérdida definitiva de la pitonisa.

Daphne estaba muerta. Como Dominique.

El temido horizonte de nuevas bajas, de sacrificios añadidos para aplacar el apetito de la Puerta Oscura, se materializaba a pesar de los ruegos íntimos de Michelle.

Aquella espiral entre vida y muerte seguía cobrándose víctimas.

Michelle dirigió una fugaz mirada resentida hacia el arcón, antes de volver a enfocar con sus ojos angustiados a los demás.

—¿Cómo… cómo ha muerto?

Ella planteaba aquel interrogante con cierta timidez. No se trataba de curiosidad o morbo. Simplemente, necesitaba saberlo.

—Daphne localizó el lugar donde Jules descansaba durante el día, pero el enfrentamiento directo con él la superó —contestó Mathieu—. Aunque no está claro. Al menos, no hemos visto señales de violencia en su cuerpo.

El chico continuó hablando. Marcel aprovechaba ahora para comer algo, pues llevaba todo el día sin probar bocado, mientras Edouard, taciturno, se mantenía al margen. Al médium no le apetecía hablar; seguía dando vueltas a todo lo sucedido.

Antes de llegar al palacio, se habían detenido y Marcel había efectuado la oportuna llamada a la comisaría desde una cabina pública, para notificar el hallazgo del cadáver de la vidente. A partir de ese momento, estaría pendiente de las comunicaciones de la policía para controlar cada uno de los movimientos de los agentes.

—En cuanto el cierre de las investigaciones nos permita disponer del cuerpo, organizaremos el funeral de Daphne —señaló, deseando que no surgieran imprevistos que retrasaran el descanso de la médium—. No tenía parientes vivos, su única familia era el Clan de Videntes. Y tú, Edouard. Les transmitiré la mala noticia. Creo —añadió, recordando el sangriento final de los miembros del Triángulo Europeo— que nunca habían sufrido una racha tan trágica. De todos modos, Edouard, eres tú quien más la conocía. Si consideras que hay algo que debamos hacer…

El chico se encogió de hombros.

—Eso está bien —murmuró agarrando con fuerza, dentro de un bolsillo, el medallón de la pitonisa—. El Clan preparará la ceremonia fúnebre.

Marcel supuso que la policía tardaría un par de días en autorizar el entierro, teniendo en cuenta que debían llevarse a cabo las investigaciones, el levantamiento del cadáver, la identificación del cuerpo (Edouard tendría que denunciar su desaparición en unas horas, tal como habían quedado) y la autopsia.

Aquel dato era importante, pues les permitía continuar centrados en la búsqueda de Jules, su prioridad a pesar de las trágicas circunstancias. Por triste que resultase, en aquel momento no habrían podido permitirse la dedicación que requerían los trámites del entierro de la vidente.

Y es que no podían olvidar que cada minuto transcurrido seguía contando, y aún había vidas en peligro.

—Así que Jules atacó al chico rubio —Michelle se iba recomponiendo y empezaba a procesar el resto de la información que le habían facilitado—. ¿Para defenderse?

Con aquel interrogante, ella ponía en evidencia que persistía en la convicción de que su amigo gótico aún no había culminado el proceso vampírico. Michelle tenía la esperanza de que la respuesta a su pregunta fuese afirmativa, pero Marcel se encargó de desengañarla.

—Me temo que no —señaló—. Por lo que contaron esos muchachos, nos estaban espiando y, de repente, Jules saltó sobre uno de ellos. No hubo provocación por su parte, ni siquiera lo habían visto. La iniciativa fue de él.

A Michelle se le iluminó la cara.

—¡Entonces pudo hacerlo para protegeros a vosotros de esos fanáticos!

Semejante posibilidad solo produjo en sus oyentes elocuentes gestos de escepticismo.

—Nosotros no estábamos en peligro —repuso Edouard, despertando de su ensimismamiento—. Tan solo nos vigilaban. Nada más.

—No es a nosotros a quien buscan —añadió Mathieu, preocupado—. De todos modos, tranquila. Jules sigue siendo humano… al menos en parte.

Michelle había bajado la mirada, sofocada ante el cúmulo de malas noticias que surgía en torno a ellos. Ahora alzó los ojos, como temerosa de hacerse ilusiones.

—Y eso ¿cómo puedes saberlo?

—Porque Jules no mordió a ese tal Justin —aclaró—. Tan solo le hirió en la cara.

Michelle mostraba un semblante confuso.

—¿Dices que no le mordió? ¿Que los atacó y no mordió a nadie?

—No lo hizo, en efecto —apoyó Marcel—. Se limitó a hacer sangrar al chico y a beberse la sangre que brotaba de sus heridas. Una forma… relativamente inofensiva de alimentarse, por decirlo de algún modo, que demuestra que todavía es capaz de razonar como mortal y que alberga sentimientos.

—Mientras siga valorando las consecuencias de lo que hace, sabremos que no ha sucumbido al Mal —terminó Mathieu—. Al menos, no por completo. Aún disponemos de tiempo para salvarle, Michelle.

La chica suspiró y se dejó caer en una de las sillas colocadas junto a la Puerta Oscura. Tanta presión, tanta incertidumbre, eran agotadoras.

A aquella conversación sucedió un silencio que Marcel aprovechó para repasar el último encuentro con los cazavampiros. Y entonces, todavía impresionado, recordó la mención que el rubio había hecho sobre el caso del profesor Delaveau.

Ese grupo no solo hacía gala de cierta infraestructura y profesionalidad en sus movimientos, sino que demostraba una destacable capacidad deductiva en sus rastreos e investigaciones. Habían sido capaces de atar unos cabos cuya vinculación no estaba al alcance de casi nadie. Y teniendo en cuenta todo el instrumental que llevaban en la furgoneta, sin duda habían reunido amplios conocimientos sobre los vampiros.

Resultaba, pues, evidente que aquella peculiar pandilla, al modo de una célula terrorista infiltrada en la ciudad, no estaba dispuesta a detenerse antes de cumplir su objetivo.

«No descansarán hasta lograr lo que pretenden», se dijo el forense, y esas mismas palabras activaron en su interior todas las alarmas.

—No descansarán —repitió, ahora en voz alta, irguiéndose con brusquedad—. Chicos, la jornada no ha terminado.

Aquel repentino anuncio fue acogido por todos con cautela. Michelle, sin embargo, ansiosa de acción, casi lo agradeció.

—Hoy los cazavampiros no han tenido inconveniente en espiarnos, y ya era de noche —comenzó a explicar Marcel—. La oscuridad no los detiene.

—Quieres decir… —inició Mathieu.

—Que no habrán interrumpido su cacería a pesar de la noche —terminó el Guardián—. Están dispuestos a arriesgarlo todo… y saben mucho. Tenemos que irnos. Mathieu y Edouard, de nuevo os toca quedaros, no olvidemos que Pascal y Dominique siguen en la Colmena de Kronos.

Michelle ya se había puesto en pie, a pesar de un inevitable cansancio que también se reflejaba en los rostros de los demás.

—¿Ahora os vais a poner a buscar a Jules? —Edouard era muy consciente del peligro que eso entrañaba a aquellas tardías horas.

Michelle sonrió.

—No, Edouard. Vamos a protegerlo.

Sin añadir nada, el médium se aproximó a ella y le colocó al cuello el medallón que había recogido del cadáver de Daphne.

—Suerte —les deseó, solemne.

Capítulo 25

Los minutos transcurrían y ellos continuaban inmóviles, con los ojos bien abiertos. Aguardaban alguna señal que, en medio de la noche, les permitiera confirmar si, en efecto, el vampiro se hallaba por las inmediaciones.

Pero de momento tan solo se enfrentaban a la oscuridad del cementerio y a su silencio palpitante, interrumpido de vez en cuando por aislados sonidos procedentes de la ciudad. El viento continuaba con sus ráfagas breves, convertido en un rumor parecido al de un oleaje suave.

Ya no se escuchaban ladridos.

Justin, tras atender una vez más a los rincones que podía controlar desde su posición, se volvió hacia Suzanne.

—¿Sientes algo?

Ella, observando el panorama de tumbas con detenimiento, negó con la cabeza.

—Ahora no —contestó—. Ya no percibo esa sensación de ser observada. Es extraño. Todo sigue siendo igual, no obstante…

Justin asintió. Algo había mejorado. De alguna manera, él también experimentaba la impresión de que la tensión imperante había disminuido, a pesar de que el paisaje a su alrededor continuaba sombrío y amenazador. ¿A qué podía deberse aquel sutil cambio en la situación?

—¿Tal vez una falsa alarma? —planteó Bernard—. Estamos nerviosos y…

El gigante procuraba secarse sus manos sudorosas.

—Fuera lo que fuese, hace unos minutos los tres hemos sentido lo mismo —repuso Justin sin alzar la voz—. No, no ha sido una falsa alarma. Ha sucedido algo, aunque no nos hemos dado cuenta. Simplemente, lo hemos intuido.

—¿Crees que el vampiro ha pasado cerca de aquí? —Suzanne quería concretar—. ¿Ya está, entonces, en el cementerio?

Un escalofrío recorrió a todos.

Justin lo pensó. Sin duda era la explicación más tentadora.

—Es posible —opinó, cauto—. La fugaz aparición de una presencia de ultratumba podría justificar lo que hemos sentido.

—La única forma de averiguarlo… —Suzanne se humedeció los labios, inquieta— es que cambiemos de emplazamiento. Si esa criatura ha pasado cerca, no creo que vuelva.

—Tienes razón —aceptó el rubio, consciente de los riesgos implícitos en aquella iniciativa con los que, no obstante, habían contado desde el principio—. Intentará mantenerse alejado de los muros que rodean el recinto. Esta zona no le interesará.

—Salvo que la tumba de su vampiro iniciador se encuentre por aquí —se apresuró a matizar la chica.

—Demasiada casualidad —descartó él—. Además, en ese caso, seguro que ya lo habríamos visto, y no se hubiera notado esta especie de relajación en el ambiente. No. Si ha cruzado por aquí cerca, no se ha quedado.

La inmensidad de Pere Lachaise, que parecía multiplicarse por la noche, extenderse como una llanura infinita de muerte, los esperaba.

Los tres se miraron, renuentes en el fondo a abandonar aquel enclave protegido entre los árboles para dirigirse al cúmulo de sepulturas que los rodeaba. Los desplazamientos constituían el momento más vulnerable para el grupo.

—Al menos no nos ha visto todavía —intentó animar la chica, metiéndose en la boca uno de sus chicles—. Aún jugamos con el elemento sorpresa.

¿Había decidido ella, por fin, si estaba dispuesta a que ese ser al que acosaban cayera en manos de Justin? Determinó que no lo había hecho; se trataba de un interrogante en el que prefería no pensar. Resuelta a dedicarse por completo a obedecer las instrucciones del chico, lo último que ahora necesitaba era perder concentración. No debía olvidar que, a pesar de sus reticencias, se estaban jugando la vida.

Las heridas que se adivinaban bajo el vendado rostro de Justin le recordaron que se enfrentaban a un adversario peligroso, salvaje. Una fiera. Por humanos que resultaran algunos de sus gestos. Cualquier despiste podía ser letal, un precio demasiado caro para la compasión.

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