Read La puerta oscura. Requiem Online
Authors: David Lozano Garbala
—¡Vamos! —susurró el Viajero, abriéndola de un empujón.
No era momento de andarse con miramientos.
Los dos se metieron allí y volvieron a dejar la puerta cerrada tras ellos. Solo entonces se permitieron un respiro, y eso a pesar de saber que apenas habían ganado tiempo. Tarde o temprano deberían abandonar aquel momentáneo refugio.
Pascal había sacado de su mochila la piedra transparente. Uno de sus extremos resplandecía indicando una dirección.
—No podemos quedarnos aquí, de todos modos —sentenció, desesperanzado—. Y en cuanto salgamos…
—No alcanzaremos el acceso a la dimensión del tiempo, esté donde esté, sin ser interceptados —concluyó por él Dominique.
* * *
Los minutos transcurrían sin novedades. Al menos los caza-vampiros no habían dado señales de vida, y eso era fundamental para el éxito de la trampa que acababan de tender a Jules; la intromisión de aquel grupo de fanáticos podía dar al traste con todo el plan.
Ahora que el señuelo estaba preparado, lo único que cabía hacer era esperar. Conscientes de que aún quedaban varias horas de oscuridad, Michelle y el Guardián procuraban reprimir la impaciencia que los consumía vigilando con celo cada rincón del cementerio que quedaba a la vista.
De momento, nada había surgido de la oscuridad. Ni había garantías de que algo fuese a surgir; Jules podía encontrarse en cualquier parte. Aun así, no perdían la esperanza. Necesitaban demasiado haber acertado en su conjetura.
El plazo para salvar a su amigo gótico se agotaba.
Michelle no lograba apartar de su memoria la imagen del forense abriendo los cierres de la maleta metálica, en la parte trasera del monovolumen, para extraer aquellos depósitos cilíndricos que contenían la sangre que serviría de cebo.
Había sucedido poco antes, y ella, impactada, lo estaba recreando en su cabeza mientras dejaba pasar el tiempo. El Guardián había manejado los envases con solemnidad, como si constituyeran esbozos de personas. O tal vez no era una cuestión de respeto por lo que aquella sustancia representaba, sino de meticuloso cuidado ante una mercancía tan valiosa en sus circunstancias. Derramar aquel líquido habría sido un tropiezo irremediable.
Allí habían colocado los recipientes, abiertos, mostrando su contenido de color púrpura, junto a la plancha de metacrilato reforzado que hacía inalcanzable la zona del conductor, de modo que Jules tuviese que llegar hasta el fondo del vehículo para alcanzarlos.
—Hemos de dejar tiempo y espacio suficientes para que baje la plancha posterior —había señalado Marcel, calculando la posición exacta de los frascos—. Cortará su retirada antes de que pueda reaccionar.
—Espero que el mecanismo sea rápido —había contestado Michelle apartando la mirada del repugnante señuelo—. Jules ya nos ha mostrado su agilidad.
—Tranquila. La única dificultad, si es que aparece, será elegir el momento adecuado para activar el dispositivo. Confío en que Jules se deje llevar por su instinto depredador.
—¿A qué te refieres?
—En principio, la estrategia es demasiado obvia, y Jules, un chico inteligente. En condiciones normales, él no caería en la trampa. Pero si, obcecado por su sed y ante la ausencia de amenaza para otras personas, es incapaz de resistir la tentación, terminará entrando en el vehículo.
Michelle había asentido. La otra duda que ella se planteaba ahora consistía en si, dejándose avasallar por ese mismo instinto salvaje, Jules se lanzaría a beber de los recipientes una vez en el interior del monovolumen —lo que les otorgaba más tiempo— o si, por el contrario, cogería los frascos con intención de alimentarse de ellos en un lugar más protegido.
Como siempre, demasiadas incógnitas, demasiados riesgos.
Ahora, ella y el forense aguardaban entre la aislada espesura de aquella zona del cementerio. Se encontraban a una distancia razonable dentro del límite que imponía el mando que atenazaba Marcel entre sus manos, cuyo botón —en teoría— provocaría el encierro de Jules.
Qué ganas tenía Michelle de hablar con su amigo gótico, algo que —de conseguir apresarlo— podía ocurrir con la llegada del amanecer (la posibilidad de hacerlo mientras la noche mantuviera despierta la esencia vampírica en Jules era remota y sumamente peligrosa).
Y qué ganas de lograr que él se sintiera, por fin, acompañado en su pesadilla.
Estar todos juntos de nuevo, con las inevitables ausencias de Dominique y Daphne, a la espera del anhelado regreso de Pascal.
—¿Ves algo sospechoso?
La voz del forense, en un susurro, despertó a Michelle de su repentina ensoñación. Ella se dio cuenta de lo comprometido que resultaba distraerse en la situación en la que se encontraban. No debía volver a ocurrirle. Por el bien de todos.
—No —respondió observando los alrededores—. Pero será mejor no fiarse; me siento incómoda.
Marcel asintió. Él experimentaba lo mismo y no se trataba precisamente del efecto que producía verse rodeado de tumbas.
—Estoy de acuerdo —dijo—. Creo que no estamos solos.
Michelle suspiró, suspicaz ante la ausencia de noticias sobre los cazavampiros. Aquella calma espesa que se respiraba hubiera resultado natural en un cementerio, pero no esa noche; en la situación en la que se hallaban inmersos, la serenidad que parecía flotar en el ambiente constituía el peor de los síntomas.
—Espero que sea por la presencia de Jules —deseó, un ruego que no requirió de mayores explicaciones.
Marcel iba a replicar cuando un gesto de la chica frenó su intención.
Michelle había creído ver una sombra deslizarse cerca de donde permanecían escondidos.
Los dos permanecían sentados, en silencio. Edouard, con la mirada perdida en el infinito; Mathieu, siguiendo con los ojos el avance de un pequeño insecto.
—¿Cómo les estará yendo en Pere Lachaise? —se preguntó el segundo en voz alta.
—El problema en estos casos es que uno nunca sabe cómo interpretar la ausencia de noticias —reconoció Edouard, volviendo de su ensimismamiento—. ¿Es buen o mal síntoma? Quién sabe…
—A lo mejor, ni lo uno ni lo otro. No hay novedades y punto.
—Es posible; aún queda mucha noche. De todos modos, será mejor que subamos al vestíbulo. Llevamos un buen rato aquí y necesitamos cobertura por si nos llaman al móvil…
—O por si Pascal decide volver a ponerse en contacto con nosotros —terminó por él Mathieu, pendiente de tener acceso a Internet—. ¿Crees que habrán conocido ya a Lena Lambert?
El médium se encogió de hombros, mientras se dirigía a la puerta.
—Otra pregunta sin respuesta —contestó—. Pero más vale que no tarden mucho en hacerlo. Si Marcel y Michelle consiguen traer a Jules pero no contamos con la sangre de la Viajera, de nada habrá servido ese viaje al Más Allá.
—En realidad, de nada habrá servido… traer a Jules.
Esas palabras sonaron aún peor, muy duras en medio del clima de incertidumbre que se vivía entre los tabiques del palacio. La sensación de desconexión con la realidad era tal dentro de aquel edificio —el silencio imperante, la propia arquitectura del lugar o la extraña luz eran factores que apartaban del mundo—, que uno experimentaba bajo su techo la impresión de quedarse al margen de lo que estaba sucediendo de puertas afuera.
Sin el antídoto, contar con la presencia del joven gótico solo serviría para asistir en directo a su propia agonía.
Mathieu y Edouard alcanzaron la escalera que conducía a los niveles superiores del palacio, y comenzaron a subir los peldaños. Edouard, antes de abandonar el sótano, dirigió a la Puerta Oscura un significativo gesto de desconfianza que Mathieu llegó a vislumbrar en medio de la penumbra reinante.
Una vez en el amplio recibidor al que las esculturas seguían asomándose desde las hornacinas abiertas en las paredes laterales, se acomodaron en algunos de los sillones preparados para las reuniones de todo el grupo.
—Es dura tu amiga —comentó Edouard.
—¿Te refieres a Michelle?
—Sí. Teniendo en cuenta que hoy mismo ha sufrido la agresión de ese gigante cazavampiros, la he visto muy entera.
Esa observación trajo también a la memoria de Mathieu el secuestro que su amiga había sufrido a manos de un no-muerto meses atrás, un suceso sobrecogedor que él no había podido ni intuir conforme ocurría porque por aquel entonces no estaba al corriente del secreto de la Puerta Oscura.
—Ella es muy fuerte —confirmó—. Siempre lo ha sido, la verdad. Aunque a veces podría mostrarse menos dura.
—¿En qué sentido?
—Pascal está enamorado de ella hace tiempo. Forman una buena pareja; es una lástima que lo de Beatrice, aunque haya sido muy doloroso para Michelle, pueda arruinarlo todo.
Edouard asintió.
—¿Lo has hablado con ella?
—No. Es algo entre ellos dos. No estoy seguro de que sea una buena idea entrometerse.
—Tal vez Michelle no sienta lo mismo por Pascal…
—Lo dudo. Michelle es muy prudente, y si llegó a apostar por esa relación, está claro que siente algo por él que va más allá de la amistad.
No continuaron la conversación. El médium irguió la cabeza mientras hacía un gesto para que Mathieu interrumpiera sus palabras, una reacción que solo podía significar una cosa: el Viajero volvía a dar señales de vida… desde la muerte.
* * *
—¿Qué está ocurriendo? —Suzanne había captado el cambio de actitud en el forense y la chica, a pesar de la distancia que los separaba—. Se han quedado mucho más quietos.
Justin entornaba los ojos para captar cada detalle. Ahora apenas lograban verlos, pues se habían agazapado entre los árboles casi a ras de suelo.
—Es cierto —convino en un susurro—. Algo han debido de escuchar, así que vamos a imitarlos. Puede que esté llegando nuestro invitado, no es cuestión de espantarlo.
Por primera vez, ahora que se aproximaba el momento clave, Suzanne se percató de que no deseaba que la criatura acudiese a aquella emboscada. Su aparición solo provocaría en ella un nuevo dilema: actuar o no contra el vampiro, si llegaba la ocasión.
La única alternativa que se le ocurría para conservar su conciencia tranquila era mantenerse apartada, pero era evidente que semejante opción no estaba a su alcance. Si fracasaban en su misión y Justin llegaba a intuir que había sido culpa de Suzanne, ella lo pagaría caro. Y a pesar de sus dudas, la chica no estaba dispuesta a arriesgar su integridad por aquel misterioso ser.
—Estad preparados —avisó Justin desde su posición—. Es posible que tengamos que intervenir muy pronto. Dejaremos que capturen a la criatura, y a mi señal nos acercaremos por detrás para sorprenderlos. Si la trampa de ellos falla, iremos directamente contra el vampiro.
A pesar de la advertencia, lo cierto es que ninguno de los tres lograba atisbar nada en el ambiente sombrío que dominaba el cementerio. Eso no les hizo relajarse; conocían bien la extraordinaria capacidad vampírica de moverse en la noche.
Los vendajes que cubrían parte del rostro de Justin atestiguaban el riesgo de subestimar el peligro de la oscuridad.
* * *
Pascal ya se encontraba inmerso en su proceso de concentración cuando se oyó una especie de alarma general que iba recorriendo las calles de la ciudad. Dominique, intrigado, se asomó con discreción intentando averiguar lo que ocurría, pero no distinguió nada revelador salvo varias personas que aceleraban el paso. El edificio de la cúpula era ahora un hervidero de gente.
Dominique volvió a ocultarse rápidamente dentro del local.
—Al menos he descubierto un reloj —comunicó a su amigo, aun a sabiendas de que Pascal no podía contestarle en ese preciso instante—. Son las siete de la mañana. Eso sí, seguimos sin tener ni idea de en qué ciudad estamos. No creo que se trate ni de Tokio ni de Pekín; imagino que esas capitales serían ya mucho más grandes en esta época.
Mientras el Viajero procuraba establecer comunicación con el mundo de los vivos, Dominique se devanaba los sesos intentando adivinar qué infierno había creado el ser humano en Oriente durante la primera mitad del siglo XX que justificara aquella escala en la Colmena de Kronos. Se esforzó por recordar si esos países habían sufrido algún tipo de dictadura cruel, por ejemplo. Aunque no llegó a ninguna conclusión convincente, se quedó en su cabeza la desagradable sensación de que en realidad sí conocía el dato que buscaba. ¿Tan obvia resultaba la solución que no caía en ella? Era como tener en la punta de la lengua la respuesta a la pregunta, pero por más que se empeñaba en rebuscar entre sus recuerdos, no lograba concretarla.
Dominique se giró hacia Pascal, que, apoyado en una mesa polvorienta, permanecía con los ojos cerrados. Como le vio moverse, dedujo que no había llegado a iniciar el trance, así que decidió interrumpirle.
—¿Estás tardando mucho en conectar con Edouard, o me lo parece a mí?
Aunque no estaba seguro de recibir contestación, la obtuvo.
—Sí, más que otras veces. Cuanto más nos adentramos en la región de los condenados, la comunicación se va volviendo más difícil. Posiblemente hemos caído en una zona muy profunda de la Colmena.
Aquel obstáculo asustó a Dominique. La perspectiva de enfrentarse a ese mundo desconocido sin la ayuda de Mathieu ofrecía a sus ojos apagados un angustioso panorama.
—Pero supongo que podrás conseguirlo…
En su voz se notaba una tensión mal disimulada.
—Claro —procuró animarle Pascal—. Si lo logré en la anterior época, tengo que lograrlo ahora. El caso es que he llegado a contactar con Edouard, pero he terminado perdiendo el vínculo con él. Debo encontrarlo.
—Animo.
Lo que intensificaba la inquietud de Dominique era esa persistente impresión de que tendría que caer en la cuenta de la pesadilla en la que habían aterrizado. No se perdonaría si su torpeza terminaba provocando consecuencias al Viajero.
—Si no consigo conectar con Edouard —Pascal miraba la piedra transparente, sobre la mesa—, nos largamos sin perder ni un minuto.
—Pero nos verán…
—Habrá que correr. Pero quedarnos aquí sin saber lo que está sucediendo me parece todavía más peligroso.
Dominique asintió.
—No sé por qué, pero creo que tienes razón.
Pascal volvió a cerrar los ojos e inició el trance.
Dominique, que observaba su rostro ausente, estaba a punto de empezar a morderse las uñas de pura impaciencia.