La puerta oscura. Requiem (61 page)

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Authors: David Lozano Garbala

—Estamos aprendiendo a movernos por este mundo de tinieblas —observó Pascal una hora más tarde—. Hemos dejado de ser presas fáciles.

Salvo Lena Lambert, claro, cuyos pasos, aunque todavía firmes, empezaban a ofrecer el titubeo propio de las personas de edad.

Dominique, pendiente del proceso que experimentaba la mujer, no se separaba de ella mientras el Viajero procuraba orientarse con gesto taciturno.

A Pascal le preocupaba que aún no hubiesen avistado la región de las ciénagas, que según sus cálculos debía de quedar cerca. ¿Dónde estaban las charcas? En el momento del encuentro con la comitiva de espectros, estaban a punto de llegar a ellas, y llevaban cerca de dos horas caminando sin alcanzarlas. De hecho —sus pupilas inspeccionaban las inmediaciones con detenimiento, recelosas—, el mismo escenario que los rodeaba empezaba a resultar desconocido: aquella tierra arenosa sobre la que se hundían sus pies a cada paso, la ausencia de perfiles montañosos y de vegetación… Era como si, paulatinamente, todo el terreno se fuese aplanando y vaciando hasta la desnudez total.

Una desnudez que no conocían.

—A mí esto no me suena… —Dominique, inquieto, se dirigió a Pascal—. ¿Por aquí pasamos a la ida?

El chico había adivinado los pensamientos del Viajero, que se planteaba lo mismo en aquel instante.

—Creo que no —reconoció Pascal—. Me parece que por escapar de los espectros… nos hemos perdido.

El mayor temor de los tres se materializaba. Extraviarse en medio de la inmensidad hostil de la región de los condenados constituía el mayor desastre concebible, por sus repercusiones: si no recuperaban pronto el rumbo, no llegarían a tiempo de salvar a Jules, si es que llegaban. Y además, lo más probable era que Lena Lambert, cuyo proceso de deterioro no se detenía, muriese antes de que encontraran el camino hacia la Tierra de la Espera.

Había perspectivas aún más desoladoras, pero prefirieron no contemplarlas.

—¿Y si retrocedemos e intentamos localizar el lugar donde nos cruzamos con los espectros? —propuso Dominique.

—Corremos el riesgo de darnos de bruces con ellos —intervino Lena, volviendo la mirada hacia atrás—. Ignoramos su rumbo.

—Además, perderíamos mucho tiempo —añadió Pascal—. Quizá nos hayamos desviado un poco, pero estoy seguro de que podemos aprovechar todo lo que hemos avanzado si somos capaces de reorientarnos.

Dominique emitió un prolongado suspiro.

—¿Y eso cómo se hace en un sitio como este, sin estrellas en el cielo ni referencias conocidas sobre el terreno? —preguntó—. Lo veo chungo.

En la mente de todos surgió la imagen del mineral transparente, cuya pérdida empezaban a pagar.

A Pascal le preocupó que el inagotable optimismo de Dominique flaqueara, aunque lo entendía: el panorama era poco alentador.

—Adelantémonos un poco más —sugirió—. Es posible que veamos algo que nos suene.

Dominique se encogió de hombros. Lena se había sentado en el suelo, a la espera de que se tomara una decisión. El Viajero le tendió la cantimplora y ella bebió a pequeños sorbos, siempre comedida para no agotar las reservas.

—Vamos allá —Dominique procuró animarse, mientras ayudaba a la mujer a levantarse—. A lo mejor encontramos en medio de este desierto un oasis lleno de luz y chicas pecadoras. Quién sabe.

Volvieron a formar una fila india, con Pascal en primer lugar y su amigo cubriendo la retaguardia. Así fueron caminando, dirigidas sus miradas anhelantes hacia cualquier punto que pudiera anunciar un paisaje conocido, sin perder de vista el riesgo añadido de que sus ojos se cruzaran con los de alguna criatura maligna.

Al poco rato llegaron hasta un suave declive del terreno que precedía a una vasta llanura tan lisa como una pista de patinaje.

—Ya no hay duda, esto es nuevo —Dominique intentaba vislumbrar el final brumoso de aquella planicie, que daba la impresión de extenderse miles de kilómetros hacia delante; terminó saltando hasta su comienzo e, inclinándose, acarició el suelo—. Está como petrificado.

Sobre sus cabezas, la oscuridad de siempre, tal vez un grado más nebulosa.

Pascal ya iba a responder a su amigo, cuando se fijó en que el rostro de Lena Lambert, absorto, se hallaba girado en otro sentido, hacia un lateral de esa inmensidad vacía. Él dirigió la vista en la misma dirección, y apenas tardó en percatarse de qué era lo que había llamado tan poderosamente la atención de la mujer: una luz.

Una luz.

En medio de aquel mundo apagado, abandonado a las tinieblas eternas, una diminuta luz se mantenía firme en la distancia.

—Dominique, mira… mira allí —señaló Pascal, desconcertado.

El aludido obedeció, y la rotunda perplejidad que inundó su rostro a los pocos segundos indicó que también había descubierto el enigmático destello.

—Pero ¿qué coño es eso? —preguntó, muy erguido sobre la llanura.

—No se mueve —comentó Lena—. Permanece siempre en el mismo sitio.

Pascal decidió que debían conducirse con prudencia.

—Una luz, por mucho que brille, no tiene por qué ser un indicio benigno —advirtió—. Los espectros también llevaban antorchas, y eso no los hace menos peligrosos.

—Esa luz tiene que ser mucho más grande —aventuró la mujer, intrigada— para que se vea desde tan lejos. Pero es cierto; eso no garantiza nada.

En la situación de desamparo en la que se encontraban, resultaba tentador averiguar si aquel hallazgo podía serles de utilidad en su confusa ruta hacia la Tierra de la Espera.

—Acerquémonos —propuso Dominique—. No creo que hacerlo empeore nuestra situación.

Pascal tuvo que reconocer que su amigo tenía razón. El hecho de estar perdidos quitaba solidez a cualquier renuencia frente a nuevas iniciativas. Además, ¿alguien estaba en condiciones de afirmar que quedarse donde estaban, o incluso retroceder, fuera menos arriesgado que dirigirse hacia el resplandor?

No. Nadie.

El Viajero, en un atisbo de lucidez, se vio invadido por la pavorosa sensación de que estaban moviéndose a ciegas. Esa percepción le impulsó por un lado a aceptar la oferta de Dominique, y por otro a intentar contactar una última vez con el mundo de los vivos. Se acababa de dar cuenta de que tenía que comunicar su situación a quienes aguardaban en la otra dimensión, y comprobar si Jules permanecía ya en sitio seguro.

Mientras tanto, el tiempo continuaba con su transcurso irreversible, arrastrando en su erosión a Lena Lambert, que se marchitaba en silencio a cada paso.

* * *

—Percibo algo.

Edouard, frenando en seco, acababa de interrumpir con sus palabras el acercamiento del grupo hacia la zona trasera del monovolumen. Todos se habían vuelto hacia él, expectantes.

—¿Es Pascal? —preguntó Michelle.

El médium, mientras cerraba los ojos para intentar captar mejor la llamada, se apresuró a comprobar el origen de aquella señal antes de asentir a la chica. Sin embargo, el mensaje llegaba entrecortado, lleno de resonancias que se entremezclaban haciendo ininteligible su contenido.

—Es el Viajero, aunque no consigo entender lo que me dice —comunicó Edouard, tenso, después de tres intentos fallidos—. Me llega fatal.

Marcel frunció el ceño.

—Eso no es buena señal —valoró—. Si hasta ahora han podido contactar con nosotros, no veo por qué ahora les resulta tan difícil.

—Eso es que se han metido en alguna zona más profunda de la región de los condenados —dedujo Michelle, tras reflexionar unos instantes—. ¿No se supone que cuanto más te aproximas al núcleo del Mal, peor es la comunicación?

Edouard estuvo de acuerdo: aquella parecía la hipótesis más probable.

—Pero ¿por qué iban a hacer eso? —cuestionó Mathieu—. Si estaban en la Colmena de Kronos, y de ahí tenían que regresar por el mismo camino que emplearon a la ida, deberían disponer en todo momento de idéntica… «cobertura».

—A lo mejor han vuelto a cambiar de celda en la Colmena, y han elegido alguna especialmente remota —aventuró Marcel—. Ni siquiera sabemos si han logrado encontrarse con Lena Lambert.

—También es posible —volvió a aceptar el médium, preparándose para el siguiente intento—. Ya en su último contacto, desde Kronos, noté dificultades especiales.

—Pues hay que conseguir establecer comunicación como sea —insistió Michelle, aún sujetándose el brazo herido, con una sombra de angustia en el rostro que los demás empezaban a compartir—. Quizá Pascal necesite nuestra ayuda.

No podían permitirse dejar al Viajero a su suerte en el Más Allá, aunque contase con el apoyo de Dominique. A fin de cuentas —a pesar del cariño que todos le profesaban—, había que reconocer que este era solo un principiante en el misterioso mundo de los muertos.

—¿Por qué no bajáis al sótano? —sugirió Marcel al médium—. La influencia de la Puerta Oscura facilitará tu capacidad como receptor.

Edouard detuvo sus palabras con un gesto, inmerso en un nuevo trance autoinducido. Si fallaba ese intento, obedecería la iniciativa que planteaba el Guardián. El semblante del médium indicaba que estaba llevando a cabo un esfuerzo muy considerable en aquella tentativa de contactar con el Viajero, que por fin —en su gesto hermético se apreció una ligera satisfacción— dio su fruto.

—Ya comienza a llegarme la voz de Pascal —avisó—. Suenan muy distantes sus palabras, pero se entienden.

Todos lo rodeaban, aunque incluso en esas circunstancias no podían evitar girar la cabeza de vez en cuando, entre intrigados e inquietos, hacia el monovolumen, en cuyo interior no se habían producido más golpes ni ruidos. ¿Intuiría Jules, bajo su estado maléfico, lo que se estaba jugando durante esas horas?

—Pascal está de camino —anunció entonces Edouard, adelantándose a la siguiente pregunta que iba a formular Michelle—. Con la sangre de Lena Lambert.

Así que el Viajero y Dominique habían conseguido por fin encontrarse con la bisabuela de Jules, celebraron los presentes con un suspiro generalizado.

Aquellas noticias alimentaban la esperanza sobre el futuro del joven gótico, aunque no hubo tiempo para que la euforia adquiriera solidez; el médium, con un carraspeo, continuó hablando, y lo que dijo debilitó las incipientes ilusiones del grupo.

—Ya han salido de la Colmena de Kronos… pero se han desviado del camino de vuelta.

Cabían diferentes interpretaciones sobre esas últimas palabras, algunas inofensivas y otras mucho más preocupantes.

—¿Te refieres a que han tomado una ruta alternativa? —preguntó Marcel, suspicaz, poniendo sobre la mesa una justificación inocua.

Edouard negó con la cabeza, su frente cubierta de arrugas por la energía con la que ejercía de receptor.

—Me temo que no. Lo que ocurre es que se han perdido.

Se confirmaba la peor sospecha.

Michelle se había quedado sin aliento, aterrada ante la imagen de sus amigos extraviados en plena región de los condenados. Ella conocía bien la soledad cruda que se respiraba allí.

—¿No saben dónde están? —interrogó Mathieu al médium—. ¿Y el mineral transparente?

Edouard no contestó; seguía escuchando los débiles ecos que le alcanzaban desde el Más Allá. Pero transmitió la pregunta.

—No lo tienen.

—¡Hay que animarlos! —señaló Michelle—. Es fundamental para que logren encontrar el camino de vuelta. ¡Dile que ya tenemos a Jules con nosotros!

—Tienes razón —convino Marcel—. Eso supondrá para ellos un buen impulso.

Edouard lo hizo. De todos modos, no se les ocurría ningún lugar peor para perderse que aquella tierra de oscuridad eterna plagada de peligros.

Y la situación de Jules, presentían incluso antes de haber comprobado su estado dentro del monovolumen, no permitía albergar grandes expectativas en cuanto al tiempo del que disponían.

Era como si la Puerta empezara a mostrar de nuevo su letal apetito. Volvía a abrir sus fauces de madera.

* * *

—¿Te encuentras bien? —preguntaba Dominique al cabo de unos minutos.

Pascal permanecía en cuclillas, recuperando el aliento.

—Sí, sí. Esta última comunicación ha sido agotadora, eso es todo. Lena, ¿qué tal estás?

—Aguantando —dijo ella, sentada en el suelo pétreo de aquella llanura ilimitada que se abría ante ellos—. Que ya es bastante.

—Jules ya se encuentra en el palacio —comunicó el Viajero, levantándose—. Hay que regresar como sea. Por lo visto, nuestro amigo tiene las horas contadas.

Menos mal que el tiempo en esas regiones se regía por parámetros muy distintos a los que imperaban en el mundo de los vivos.

Dominique se había puesto una mano a modo de visera sobre la frente, y oteó el panorama frente a ellos.

—Pues vamos allá —animó—. Esa misteriosa luz nos espera. Por cierto, se mantiene fija, pero su tonalidad cambia. He captado algún destello verdoso mientras tú te comunicabas con Edouard.

Pascal arqueó las cejas.

—¿Verdoso?

—Sí. ¿Es un buen síntoma?

El Viajero lo pensó.

—Las armas de los centinelas y su propia aura tienen ese mismo color.

Dominique ayudó a Lena a alzarse. Al percibir la pérdida de peso que había experimentado la mujer durante aquellas horas de camino, apreció su creciente fragilidad, aunque no dijo nada. ¿De qué hubiera servido hacer un comentario semejante? Solo para que ella fuera más consciente de su propio desgaste cuando, en realidad, su mirada —más cansada— no había reducido su vitalidad.

Lena continuaba siendo una Viajera, conservaba la dignidad que le otorgaba haber elegido, por fin, su propio destino.

—En marcha —avisó Pascal, inspeccionando los alrededores—. Toca adentrarse en esta planicie. Hacia la luz.

Iniciaron su avance mientras seguían sin utilizar las linternas, pues, en medio de la yerma desnudez que se derramaba a su alrededor, el resplandor los habría convertido en presa fácil de las alimañas que debían de merodear por aquellas tierras.

Ninguno olvidaba que su recurso más fiable seguía siendo la invisibilidad.

Andando en silencio, agazapados entre las sombras, ganaron terreno durante una hora. Poco a poco iba quedando lejos el comienzo de aquel paisaje en el que se introducían con alma de exploradores.

Pascal levantó una mano, y los otros se detuvieron de inmediato. El Viajero señaló hacia la derecha sin pronunciar una palabra, pero su repentina postura defensiva no pasó desapercibida para Lena y Dominique, que enfocaron con sus ojos en la misma dirección.

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