La puerta oscura. Requiem (42 page)

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Authors: David Lozano Garbala

—Los vampiros no duermen por la noche —recordó Justin, recogiendo ya sus enseres—. Tarde o temprano, en uno de sus movimientos, se delatará. Pero, si permanecemos aquí, quizá no consigamos detectarlo. Hay que moverse, no queda más remedio.

La caza se reanudaba. Quedaba mucha oscuridad por delante, en la que prometía ser la noche más larga de sus vidas.

«¿La última?», acertó a preguntarse Suzanne, víctima de repentinos presagios, poniéndose de pie. «O la última para esa criatura…».

* * *

—No vamos a coger el coche —advirtió Marcel Laville a Michelle cuando se encontraron fuera del palacio.

La chica le miró, sorprendida.

—¿Y cómo se supone que vamos a ir hasta el cementerio? Pere Lachaise está lejos.

—Vamos a emplear un vehículo mucho más «preparado».

Michelle adoptó un gesto inquisitivo.

—¿Preparado para qué? Marcel, esta noche no solo pretendes proteger a Jules de esos fanáticos, ¿verdad?

—No —reconoció—. Ya que corremos el riesgo de salir cuando ha oscurecido, hay que aprovechar la ocasión para intentar recuperarlo.

Ella estuvo de acuerdo; desde un principio había contado con ese doble objetivo.

—Queda muy poco tiempo. A lo mejor Jules no pasa de esta noche.

Marcel suspiró ante aquella terrible conjetura que la chica había pronunciado casi sin querer. En realidad, aunque no tenían ni la más remota idea de cómo evolucionaría el proceso vampírico en el joven gótico durante las próximas horas, su última manifestación dejaba muy poco margen para la esperanza.

—Tenemos que creer que es posible, Michelle. Jules es duro, está demostrando una fortaleza impresionante.

Ella lo deseaba con todas sus fuerzas, sobre todo ahora que, al descubrir el auténtico rastro de Lena Lambert en la Colmena de Kronos, habían comprobado que la misión de Pascal tenía sentido y que podían salvar al chico. Bastante sangre se había derramado ya en torno a la Puerta Oscura.

La última muerte acaecida había servido para acentuar en Michelle la convicción de que ese umbral nunca debió abrirse.

—Lo creo —terminó afirmando la chica, recuperando su confianza—. Jules aguantará. Tiene que hacerlo.

El joven gótico debía seguir mostrando esa enconada resistencia que solo sale a la luz cuando está en juego la supervivencia. Aunque fuese únicamente para dar tiempo a Pascal a regresar del mundo de los muertos con el antídoto para su maldición.

Los dos habían ido caminando conforme hablaban, sin abandonar la actitud vigilante que ya todo el grupo exhibía cuando se movía por lugares públicos. Así habían llegado hasta la puerta de un garaje privado.

Marcel extrajo una llave de su bolsillo, y poco después descendían por una rampa hasta alcanzar la zona de plazas ocupada por los vehículos.

—Este es —el forense señalaba un enorme monovolumen Chrysler Gran Voyager, de color negro y con los cristales de las ventanillas tintados, tan limpio que brillaba al reflejar las luces de aquel
parking
—. Ha sido concebido y reforzado para una misión como la de esta noche.

—Desde luego, se camuflará bien en la oscuridad —opinó Michelle.

—Eso nos interesa.

Los dos ocuparon los asientos delanteros del vehículo. El Guardián ya se disponía a arrancar, cuando Michelle se dirigió a él.

—Marcel.

—¿Sí?

—Es fácil que volvamos a encontrarnos con los cazavampiros.

El forense frunció el ceño.

—Supongo que sí.

En la mente de ambos surgía el recuerdo de la agresión sufrida por la chica a manos de aquel gigante de gesto embobado. Sin duda, cruzarse con ellos no sería para Michelle una experiencia agradable.

—Tengo que poder defenderme.

Marcel, que conocía el carácter enérgico de la chica, se quedó mirándola. Se había puesto en guardia, como intentando vislumbrar en qué podía terminar aquella conversación.

—Imagino que vas a añadir algo más… —la animó, precavido.

La chica no sonrió. Su semblante, muy serio, hablaba de decisiones tomadas de antemano. Decisiones no negociables.

—Necesito un arma.

Marcel soltó un suspiro mientras se inclinaba hacia el volante. En la voz de la chica no había percibido ni el más leve asomo de titubeo.

Ella no permitiría ninguna evasiva. Aun así, Marcel intentó suavizar su determinación.

—Pero, Michelle…

La gótica, sin pestañear, le cortó.

—Sabes que, si llega el momento, no puedo enfrentarme a ellos. Ese grupo sí va armado. Y yo quiero ayudarte, quiero hacer algo por Jules. No me quedaré de brazos cruzados mientras los demás os metéis de lleno en esta historia.

—Tú ya estás en ella. Hasta el cuello.

—No lo suficiente —insistió Michelle—. Una vez me ayudasteis. Ahora me toca a mí devolveros el favor.

El fantasma de su secuestro surgía de improviso, empleado como munición por una Michelle de lengua afilada. Una munición, pensó el forense, que no le hacía falta. La chica pedía algún recurso contra adversarios humanos. Porque contra criaturas malignas, por el contrario, llevaban material de sobra.

Y es que la gran sorpresa había consistido en descubrir que también contaban con obstáculos entre los vivos.

—Ese muchacho te pilló desprevenida, sola, en aquel callejón. Pero ahora…

Michelle mantenía erguida la mirada, con esos ojos grandes, cercados de negro en medio de un hermoso rostro maquillado de forma casi fúnebre. Sus cabellos largos le caían por la espalda. Al igual que no había traicionado la pasión gótica que compartía con Jules, tampoco cedería en su petición.

—Ahora no es distinto —acusó—. Tú no puedes garantizar mi seguridad, y lo sabes. Debes encargarte de conseguir a Jules, esa es la prioridad. No me conviertas en un lastre esta noche. Por favor.

Aquel ruego era incontestable. Aun así, el Guardián hizo un último intento de resistirse a su solicitud.

—Pero ellos no pueden saber dónde está enterrado el vampiro que contaminó a Jules. No es probable que nos encontremos con ellos, al menos esta noche.

A Michelle, aquel argumento no la iba a disuadir. ¿Por qué, si no existía ese riesgo, Marcel había tomado la repentina determinación de salir en horas nocturnas a buscar a Jules?

—¿Seguro que no pueden averiguarlo? —ella le obsequió con una sonrisa escéptica—. Ya han llegado hasta el palacio, Marcel.

El aludido no se molestó en buscar nuevas excusas que le permitieran eludir la única reacción que las circunstancias imponían: otorgar.

El forense se ladeó, estiró un brazo hacia el salpicadero y abrió la guantera, frente al cuerpo de la chica. De allí sacó una pequeña pistola automática, tipo Browning.

A continuación, sin pronunciar palabra y tras comprobar que el seguro estaba puesto, sacó el cargador y comprobó que no faltaba ninguna bala.

—¿Son de plata?

Los ojos de ella no pestañeaban. Marcel, que había detenido el movimiento de sus manos al escuchar su duda, sabía bien que, tras aquel interrogante en apariencia inofensivo, latía una pregunta mucho más sensible: ¿le entregaba el arma como defensa ante los cazavampiros… o para que se protegiera de Jules?

—De plata —respondió él, por fin.

Michelle se encogió de hombros.

—Supongo que hacen el mismo daño a las personas normales.

—Claro.

Se quedaron unos segundos en silencio, ambos sufriendo una repentina incomodidad que el Guardián se apresuró a romper.

—Ahora te voy a explicar cómo se maneja —hablaba con gesto grave, serio—. Pero tiene que quedarte claro que emplearla será el último recurso. Salvo que sea absolutamente necesario, olvida que la llevas encima. Y siempre con el seguro.

Michelle asentía, sintiendo ya el hormigueo que le produciría sostener en sus manos, por primera vez en su vida, un arma de fuego.

Pero ella estaba dispuesta a todo. Por Jules… por Pascal.

Por Daphne. Y por Dominique.

* * *

—Deberíamos bajar al sótano —advirtió Edouard desde su asiento—. Hay que vigilar la Puerta Oscura.

Aunque hacía verdaderos esfuerzos por disimularlo, al médium se le notaba todavía muy impresionado por la muerte de su maestra, y eso provocaba su seriedad. Era natural.

—Enseguida.

Mathieu tecleaba frente a la pantalla abierta de su portátil mientras Edouard contemplaba ensimismado las esculturas que se asomaban desde las paredes en aquel vestíbulo señorial.

—¿Por qué no descansas un poco? Ya los has ayudado bastante —dijo el médium—. No creo que necesiten más información sobre esa época. Encontrarán a la Viajera. Seguro.

Mathieu había alzado los ojos de las teclas.

—No es eso lo que estoy buscando.

Aquellas enigmáticas palabras sorprendieron a Edouard. Arqueó las cejas, intrigado.

—¿Entonces? ¿Qué estás haciendo?

—Es que no entiendo por qué Lena Lambert ha elegido volver a un momento histórico en donde ya sufrió.

—¿Te refieres al Nueva York del veintinueve? Para ver una vez más a ese millonario con el que se lió, por ejemplo. Tal vez está enamorada de él.

—Eso es lo que cuentan las crónicas de la época. Pero, entonces, ¿va a regresar para asistir de nuevo a la muerte de ese hombre? No tiene sentido; lo lógico sería que jamás volviera a pisar ese período temporal, para evitarse más sufrimiento.

Aquel argumento le pareció sólido a Edouard.

—Es cierto —aceptó—. Ella no puede cambiar las cosas; a estas alturas, se habrá dado cuenta. Por eso es absurdo que repita un momento que le tiene que resultar especialmente doloroso.

—Salvo… —Mathieu continuaba rebuscando en Internet.

Por segunda vez, las palabras pronunciadas por el chico lograban despertar en su oyente una viva curiosidad.

—¿Salvo?

Mathieu no respondió; en ese instante leía con suma concentración el último documento encontrado en la red hasta que, dando un grito, prestó toda su atención a Edouard.

—Salvo que, en realidad, no haya repetido época —sentenció con aire triunfal.

El médium no entendía nada.

—¿En qué quedamos? Si no ha repetido época, tú no habrías podido encontrar su huella en ese momento histórico antes de que Pascal iniciara su viaje para encontrarla.

—Te equivocas. Lo podría haber hecho si sus interferencias fueran modificando la historia sobre la marcha.

Edouard lo meditó un instante.

—Quieres decir…

—Quiero decir que ese rastro de Lena Lambert que yo encontré en el Nueva York de mil novecientos veintinueve corresponde, precisamente, al viaje que acaba de hacer desde la época de los gladiadores. Así quedará registrado hasta hoy. Por eso pude localizarlo.

—Entonces, si lo he entendido bien, Lena Lambert todavía no ha conocido a Patrick Welsh.

—Eso es. Pascal y Dominique, si llegan a tiempo, asistirán al momento de su primer encuentro.

—Pero lo que planteas es tan solo una hipótesis —razonó Edouard—. La otra opción es que la Viajera, en efecto, haya repetido época. Por incomprensible que sea.

Mathieu sonrió.

—Sí, aunque cada vez me convence menos esa teoría. Acabo de comprobar hasta qué punto los movimientos en la Colmena de Kronos quedan reflejados en la historia. Por eso sé que es su primera escala en ese momento.

Mathieu, exultante, había girado su portátil para que Edouard pudiera ver la pantalla. En ella se distinguía un documento abierto que el médium se apresuró a leer. Pronto, sus ojos se detuvieron con brusquedad, clavados en un nombre: «Pasqal de Hispania».

—No… no me lo puedo creer —murmuró, desconcertado—. ¿Esto implica que…?

—Eso implica que tienen que aprender a ser más discretos —terminó Mathieu—. Con un solo combate, Pascal ha logrado pasar a la historia como un misterioso gladiador, de quien no se tienen más datos que el apelativo con el que se hacía llamar, y que desapareció tras su primera tarde de lucha. Aparece mencionado incluso en la obra de un poeta romano testigo de su único combate, que le dedica una oda. Alucinante.

—Entonces, lo que has encontrado sobre Eleanor Ramsfield durante el crac del veintinueve puede indicarnos algo sobre los pasos del Viajero y de Dominique.

Mathieu negó con la cabeza.

—No he leído nada que aluda a su presencia allí. Lo único que podemos afirmar, por tanto, es que el encuentro entre Eleanor Ramsfield y Patrick Welsh se producirá. Ahora falta que Pascal y Dominique sepan aprovecharlo.

—Ojalá.

En caso contrario, el Viajero y su acompañante se verían condenados a nuevos viajes a través de la Colmena de Kronos, con el riesgo que semejantes saltos temporales conllevaban. Y Mathieu, por supuesto, se enfrentaría al reto de consultas añadidas por parte de Pascal.

Definitivamente, el encuentro con Lena Lambert tenía que materializarse en el Nueva York de mil novecientos veintinueve. ¿Serían capaces de lograrlo?

* * *

Avanzaban en medio de las tinieblas, esquivando las zonas abiertas en las que se extendían tramos de lápidas donde ellos hubieran quedado demasiado expuestos a los agudos ojos de una criatura de la noche. Se dirigían a un sector que, al igual que su primera ubicación, también contaba con abundante vegetación y panteones, cerca del Columbarium. Allí podrían organizar un segundo puesto de observación lo suficientemente discreto.

Si es que durante el camino hasta allí no eran interceptados por el propio vampiro, claro. Algo que podía suceder en cualquier momento, un hecho del que los tres eran muy conscientes. Por eso se desplazaban con las miradas atentas a cada detalle que iba quedando a la vista, pendientes de cada sonido que quebraba el silencio nocturno.

Justin ocupaba el primer lugar de la muda comitiva, y marchaba maldiciendo entre cuchicheos el riesgo que estaban corriendo, un riesgo que se hubieran ahorrado de conocer el emplazamiento exacto de la tumba de Alfred Varney. Pero no disponían de ese valioso dato.

A pesar del panorama poco alentador, nada entorpeció su tétrico desfile por la senda que recorría de forma sinuosa la marea de tumbas que se extendía a su alrededor. Al cabo de unos quince minutos, se encontraban ya colocando sus bultos e instrumentos tras unos troncos que se alzaban detrás de un monumental panteón. Lo siguiente era esperar algún ruido delator, una señal que, sin encajar en la serenidad solemne de aquel recinto, los advirtiera de los pasos de la criatura maligna a tiempo de prepararse para su ejecución.

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