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Authors: David Lozano Garbala

La puerta oscura. Requiem (6 page)

Incluyendo el collar y los pendientes en forma de gota, de nuevo. Espectacular. Pascal se planteó a qué venía ese apego de la mujer a sus joyas. ¿Acaso procuraba transmitir un mensaje al espectador atento? ¿Una suerte de saludo para los descendientes de su familia? O quizá solo era el recuerdo de su vida anterior que no quería perder.

—Oficialmente, se trata de Eleanor Ramsfield —añadió Mathieu, satisfecho—. La «amiga» de un multimillonario arruinado que se tiró desde la azotea de su ático en Park Avenue, Manhattan.

—¿De cuándo es la foto? —indagó Daphne.

—Mil novecientos veintinueve —respondió el chico—. Wall Street, durante el crac de la Bolsa de Nueva York. La encontré en una página que hablaba de la ola de suicidios que hubo tras el derrumbe.

—Ambición, materialismo, desolación —murmuraba la pitonisa, meditabunda—. Otro infierno creado por el hombre.

—Tienes razón, Mathieu —convenía Marcel, tras observar la foto impresa con detenimiento—. La Colmena de Kronos queda confirmada como destino. Enhorabuena.

—Gracias. Seguiré investigando.

Edouard se había aproximado hasta el chico con un visible gesto de orgullo, y le palmeó la espalda.

—Gran aportación —le dijo guiñándole un ojo—. ¿Cómo se te ocurrió rastrear ese episodio histórico? Me dejas impresionado.

Mathieu se encogió de hombros, en una actitud muy honesta.

—La verdad es que no se me ocurrió. Llegué hasta él por casualidad, enlazando unas webs con otras. Yo buscaba momentos terribles de la historia, crímenes… No sé a través de qué vínculo me encontré con ese documento, pero por suerte la foto de la señora Ramsfield se veía muy bien, así que no busqué más.

—De acuerdo —aceptó Pascal, reflexivo—. Está claro que debo buscar a Lena Lambert en la Colmena de Kronos. Pero… —en su memoria recreó el interior de aquella enigmática construcción, sus entrañas que cobijaban miles de celdas—. Se trata de un laberinto gigantesco. ¿Cómo voy a encontrar a esa mujer, si ni siquiera soy capaz de adivinar el destino al que conduce cada puerta? Podría pasarme cien años recorriendo épocas, sin coincidir con ella.

Daphne ya había tenido en cuenta aquel obstáculo.

—Tu situación es única, Pascal —comenzó—. Jamás se ha producido a lo largo de toda la existencia de la Puerta Oscura.

—¿A qué te refieres? —dijo él.

—Un Viajero actual buscando a una Viajera anterior. Se trata de una circunstancia excepcional, irrepetible.

—¿Y? —el chico no acababa de ver adónde quería ir a parar la vidente.

—El hecho de que coincidáis en la misma dimensión tiene que provocar entre vosotros un poderoso magnetismo, dos viajeros vivos en un entorno muerto. Vuestras presencias se irán atrayendo mutuamente, así que tendrás que fiarte de tu intuición al escoger cada celda. Supongo que empezarás por detectar sus pasos en momentos históricos ya visitados por ella, pero terminarás encontrando a Lena Lambert, coincidiendo con ella. Algo que incluso puede suceder en tu primer viaje temporal.

Pascal se había quedado de piedra.

—¿Mi intuición? ¿Pretendes que acierte entre miles de posibilidades con el único recurso de esa supuesta intuición que nunca he tenido? Me jugaré mucho en cada decisión, Daphne.

—Nadie lo discute, Viajero. Pero tienes que confiar en ti mismo. Con todo lo que has vivido, ya deberías saber que tú, por encima de todo lo demás, eres tu mejor arma.

—Cuando estés en la Colmena —añadió Marcel—, vacía tu mente de recuerdos y pensamientos, concéntrate y déjate llevar. Os iréis atrayendo. Será inevitable.

El Viajero pensó que tal efecto no se había producido —¿o quizá sí?— en anteriores movimientos suyos por el Más Allá, cuando ya Lena Lambert se encontraba en aquella dimensión. Aunque, en realidad, tan solo en uno de sus viajes Pascal había alcanzado la Colmena de Kronos.

«Sólo elegí la primera celda», recordó. «A partir de ahí, nos fuimos dejando llevar por el torrente temporal con cada nuevo acceso».

—Incluso dentro de ese flujo energético, puedes marcar el rumbo —aclaró Daphne—. Recuerda que este viaje es una búsqueda. No te puedes permitir rutas aleatorias.

Pascal suspiró. Todo parecía muy fácil desde el mundo de los vivos.

—¿Y si me equivoco?

—Pues a salir de esa época sin agotar el plazo —respondió la pitonisa—, y a afrontar la siguiente elección. No hay vuelta de hoja.

—Nadie dice que sea fácil —apoyó Michelle, haciendo el esfuerzo de dirigirse a él sin exteriorizar sentimientos—. Pero es el único camino.

Pascal frunció los labios. Aquella misión, que parecía contar con un menor ingrediente de peligro que las anteriores —dentro de los riesgos indudables que siempre suponía cruzar la Puerta Oscura—, iba ofreciendo ahora su verdadero cariz: una precipitada búsqueda basada en etéreos rastros, un trayecto con escala en terribles momentos de la historia.

El único camino que conducía a la salvación de Jules, se repitió Pascal. Un camino que había que recorrer ya. Y es que, de confirmarse la presunta causa que había motivado su desaparición, Jules estaría vagando ahora sin más rumbo que aguardar a una noche que lo iba sumergiendo en el abismo de la oscuridad definitiva.

* * *

Jules, por fin solo, se dedicó durante unos minutos a bloquear el hueco de la puerta a través del que se filtraba el molesto resplandor solar. Cada cierto tiempo se detenía para recuperar fuerzas; estaba exhausto. A continuación, se acomodó en un camastro improvisado que halló al fondo de aquella reducida construcción, un lecho fabricado con periódicos y ropa vieja pegado al tabique trasero. La superficie rugosa de aquella pared mostraba numerosos desconchones y algunas inscripciones antiguas, y una corriente gélida se colaba por las rendijas de los muros irregulares.

Suspiró, incrédulo ante lo que estaba viviendo. Un barniz de suciedad maloliente cubría todo lo que quedaba a su alrededor, aquella marea de inmundicia lo acorralaba.

Así se sentía: acorralado por el Mal. Porque… ¿qué sentido tenía huir, si ningún destino podía ofrecerle protección contra sí mismo?

El rostro del muchacho, ya libre de las facciones vampíricas que se habían manifestado por culpa del momento de tensión sufrido, había recuperado su apariencia normal. Sus ojos, antes de cerrarse para dormir, se entretuvieron todavía unos instantes siguiendo la trayectoria decidida de una cucaracha que avanzaba nerviosamente hacia un hueco en el suelo. La dejó ir; estaba demasiado fatigado para nuevos movimientos.

Cómo podía cambiar la vida en un instante, pensó en medio de su desolación. Apenas la caricia de unos dientes sobre su yugular, un fugaz roce de décimas de segundo meses atrás, en medio de la penumbra, y el veredicto caía, inexorable, sobre uno. Solo ahora descubría que lo había tenido todo: familia, amigos, un presente, ilusiones, futuro…

¿Y ahora qué?

Se consumía en su propia pesadilla. Durante el día empezaba a invadirle un sueño hermético, opaco, terriblemente vacío, mientras el germen del Mal lo obligaba a despertar en medio de su letargo nocturno para que viera el monstruo en que se iba convirtiendo.

Jules supo que aquel escenario miserable vería la disolución de sus últimos retazos de humanidad. ¿Perdería también sus recuerdos?

Antes de que el sueño lo venciera por completo, dedicó sus últimos pensamientos a sus padres y amigos. ¿Qué estarían haciendo? Su familia aún no sería consciente de lo que implicaba su desaparición, claro. En cambio, imaginó a Pascal a punto de introducirse en la Puerta Oscura —honestamente, no creyó que hubieran cancelado aquella misión por su ausencia—, dispuesto a encontrar a su bisabuela, en un intento tardío. Y a Michelle, buscándolo con los demás por las calles de París antes del anochecer. La culpabilidad le asaltaba en violentos ramalazos.

Jules sintió un escalofrío. Pronto, si alguna circunstancia no lo impedía, empezaría a dejar su propio rastro… de sangre.

Porque aquel ostracismo voluntario no bastaría. No existía distancia que pudiera alejarlo lo suficiente de sus víctimas.

* * *

El grupo observaba la mole contundente de la Puerta Oscura, aquel baúl gigantesco erguido en su maciza condición sobre el suelo de piedra del sótano. Daphne y Edouard se habían aproximado hasta acariciar sus bordes tallados, siempre intimidados ante el sagrado rango de ese monumento de antigüedad medieval. Y es que, a pesar de todo lo sucedido, encontrarse con la Puerta Oscura continuaba siendo para ellos un momento especial, mágico.

Su poder se percibía en la atmósfera de aquel espacio clandestino en el que se encontraban, inmersos en sus propias cavilaciones.

Llegaba el momento. El siguiente viaje. Prematuro quizá, cuando algunos de ellos todavía mostraban las señales del último conflicto.

Pero no había alternativa.

—Toma —Daphne tendía a Pascal un diminuto frasco de cristal tallado similar a los que se emplean en perfumería para contener esencias—. Es un recipiente especial que mantendrá inalterado el estado de la sangre de Lena Lambert hasta su utilización. No tiene una gran capacidad, solo unas pocas gotas, pero debes llenarlo por completo. Con esa cantidad bastará para purificar el cuerpo de Jules… si su infección no se nos adelanta —Daphne decidió omitir que, en caso contrario, al menos aquella sangre permitiría salvar el alma del muchacho—. Cuídalo mucho.

Pascal recogió aquel envase y lo guardó en su mochila.

—Y para la «extracción» —la bruja mostraba ahora un primoroso trabajo de orfebrería, un exquisito puñal fabricado del mismo material que el frasco aunque recubierto de ribetes metálicos, con un breve filo transparente acabado en punta resguardado en una funda de terciopelo negro—, Lena Lambert deberá pincharse con este instrumento. Otra arma podría adulterar la pureza de su sangre al causar la herida.

El Viajero tomó buena nota de aquella observación mientras guardaba en su equipaje el utensilio.

—No debemos postergarlo más —avisó entonces Marcel—. El tiempo apremia. Pascal, tienes que irte… y los demás hemos de comenzar la búsqueda de Jules. Cada segundo cuenta.

El chico, asintiendo, comprobó una vez más sus enseres —el instrumental de Viajero y su mochila con ropa, cantimploras y alimentos— y comenzó a despedirse de todos. Al llegar a Michelle se detuvo, mirándola a los ojos.

Ella no desvió los suyos, y entre ellos se generó un silencio cargado de mensajes que no surgían de sus labios.

No acertaban a decirse nada, indecisos ante las palabras que podían resultar más oportunas. Un único pensamiento colapsaba la mente de ambos: de nuevo una separación entre los dos, de nuevo el peligro que se abría como un precipicio amenazando la posibilidad de un futuro compartido.

¿Iban a alejarse uno de otro manteniendo sus actitudes distantes, sus torpes maniobras destinadas a camuflar lo que todavía sentían?

Sin embargo, no fueron capaces de vencer sus reticencias, de desenmascarar sus emociones. Ella por orgullo, él por culpabilidad. Era demasiado pronto.

—Hasta la vuelta —susurró Pascal al fin, mientras aproximaba su rostro para darle dos besos rápidos, nada comprometedores, en las mejillas.

Ella respondió al gesto de un modo igual de aséptico, aunque al menos tuvo un buen deseo para su misión:

—Suerte, Pascal. Vuelve pronto.

Qué hermosa estaba, incluso con aquel semblante algo rígido bajo su largo pelo rubio. Los ojos de Pascal descendieron de forma inconsciente hasta sus labios suaves, y deseó tanto un beso suyo. Un beso de verdad.

Vuelve pronto.

El Viajero interpretó las palabras que ella acababa de pronunciar con escaso optimismo. Sabía que nacían de la preocupación por Jules. Michelle quería que regresara cuanto antes… para poder salvar a su amigo gótico. Pascal lo comprendió enseguida, a pesar de su dolor. Aún no había olvidado que hacía muy poco él era la máxima prioridad de la chica. ¿Podía desaparecer tan pronto el amor? Quiso creer que no, necesitaba considerar la actitud de Michelle como una pose despechada… y, por tanto, tal vez, transitoria.

—Dile a Dominique que no le olvidaremos nunca.

Aquellas palabras cortaron de forma abrupta su ensoñación. Pascal miró a la chica, incómodo.

—¿A qué te refieres?

Michelle lo miraba a los ojos, sin pestañear.

—Vas a ir a buscar a Dominique antes de dirigirte a la Colmena de Kronos, ¿verdad?

El Viajero tuvo que reconocerlo.

—He de hacerlo. Apenas perderé tiempo —se justificó—. Pero debo despedirme de él.

—Lo que daría por poder hacer lo mismo.

—Ya.

—Dile… dile lo mucho que le echamos de menos. Lo mucho que le queremos.

Las voces de ambos temblaban.

—Claro.

—Gracias, Pascal.

El Viajero se alejó unos pasos. Las despedidas habían terminado.

—Mathieu, no te separes de Edouard —pidió, al tiempo que comenzaba a encaramarse al arcón—. Por favor.

El aludido no pudo evitar sonreír.

—Será un placer —contestó.

En otras circunstancias, aquellas palabras habrían provocado la risa de los demás, conocedores de la relación cada vez más estrecha que mantenía el chico con el joven médium. Sin embargo, la tensión que empezaba a soportar el grupo, unida al recuerdo de Dominique, impedía que el buen humor aflorara con naturalidad.

—Cuando llegue a la Colmena de Kronos, necesitaré tu ayuda —se explicó Pascal—. Serás mi… asesor histórico en cada celda. Como la otra vez.

—Muy bien —aceptó el otro—. Con Internet y mis libros, puedo documentarme sin problema y darte respuestas rápidas.

—Yo haré de intermediario —se comprometió Edouard—. Estaré muy pendiente.

—Gracias.

Pascal ya se encontraba de pie en el interior del baúl. Su cabeza sobresalía de los bordes.

—Por lo que más quieras —dijo entonces Daphne llegando hasta él—, no olvides que, aunque en esta misión no te enfrentas a un adversario concreto, el Más Allá sigue sin ser tu sitio. El peligro siempre está presente, siempre. Si te ocurre algo, a tu insustituible pérdida habrá que añadir la de Jules, que se condenará sin remisión.

¿Por qué siempre había alguien que se encargaba de recordarle la gravedad de su cometido?, pensó Pascal, intimidado. ¿Por qué no le dejaban eludir, mientras caminaba, la conciencia de la trascendencia de sus pasos? Su naturaleza insegura resurgía en situaciones como aquella. Y eso era justo lo que no precisaba para iniciar el viaje al Más Allá.

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