—Me duele... La tripa... Oh, aquí...
—Eres una mujer, es una reacción normal. Con el tiempo te endurecerás. Pero para endurecerse tienes que entrenar sin bloqueos analgésicos. Es de verdad necesario, Ciri. No tengas miedo a nada, yo vigilo, te controlo. Nada puede pasarte. Pero tienes que soportar el dolor. Respira tranquila. Concéntrate. El gesto, por favor. Perfecto. Toma fuerza, extrae, saca... Bien, bien... Un poco más...
—Oh... Oh... ¡Ooooh!
—¿Lo ves? Si quieres, lo consigues. Ahora observa mi mano. Con atención. Haz el mismo gesto. ¡Los dedos! ¡Los dedos, Ciri! ¡Mira mi mano, no el techo! Ahora está bien, muy bien. Tira. Y ahora al revés, reversa el gesto y suelta la fuerza en forma de una luz fuerte.
—Aaaa... aaaa... eeee...
—¡Deja de gemir! ¡Contrólate! ¡Es un espasmo! ¡Pasará enseguida! ¡Abre los dedos, suelta, échalo, échalo de ti! ¡Más despacio, joder, o de nuevo se te romperán los vasos sanguíneos!
—¡Aaaaaa...!
—Demasiado rápido, feúcha, todavía demasiado rápido. Sé que la fuerza se desprende de tu interior, pero tienes que aprender a controlarla. No debes permitir tales explosiones como hace un instante. Si no te hubiera aislado habrías liado aquí una buena. Venga, otra vez. Comencemos desde el principio. Gesto y fórmula.
—¡No! ¡Ya no! ¡Ya no puedo!
—Respira poco a poco, deja de agitarte. Esta vez se trata de una histeria común y corriente, no me engañas. Contrólate, concéntrate y comienza.
—No, por favor, doña Yennefer... Me duele... No me siento bien...
—Sin lágrimas, Ciri. No hay nada más repugnante que una hechicera llorando. Nada despierta mayor piedad. Recuérdalo. Nunca lo olvides. Otra vez, desde el principio. Conjuro y gesto. No, no, esta vez sin imitar. Lo vas a hacer sola. ¡Venga, dale a la memoria!
—Aine verseos... Aine aen aenye... ¡Oooooh!
—¡Mal! ¡Demasiado deprisa!
La magia, como un dardo de hierro con rebaba, se clavó en ella. La hirió profundamente. Dolía. Dolía con ese extraño tipo de dolor que se asocia extrañamente con el placer.
Otra vez corrían por el parque para relajarse. Yennefer consiguió que Nenneke permitiera sacar del depósito la espada de Ciri, permitió a la muchacha que entrenara los pasos, quiebros y ataques, por supuesto de forma que otras sacerdotisas y adeptas no lo vieran. Pero la magia era omnipresente. Ciri aprendía cómo con sencillos conjuros y concentración de la voluntad podía distender los músculos, combatir los calambres, controlar la adrenalina, dominar el laberinto del oído y su nervio, cómo retardar o acelerar el pulso, cómo independizarse del oxígeno por un corto instante.
Para su sorpresa, la hechicera sabía mucho de la espada y del "baile" de los brujos. Sabía muchos secretos de Kaer Morhen, sin duda había estado en la Fortaleza. Conocía a Vesemir y a Eskel. A Lambert y a Coën no los conocía.
Yennefer había estado en Kaer Morhen. Ciri se imaginaba las causas por las que durante las conversaciones sobre la Fortaleza los ojos de la hechicera se templaban, perdía su brillo malvado y frío, su profundidad sabia e indiferente. Si estas palabras hubieran encajado con la personalidad de Yennefer, Ciri habría dicho entonces que se veía soñadora, embebida en sus recuerdos.
Ciri se imaginaba las causas.
Era un tema que la muchacha evitaba tocar atentamente, por puro instinto. Pero una vez, se arrancó y habló de más. De Triss Merigold. Yennefer, fingiendo desgana, fingiendo indiferencia, fingiendo banal interés, con preguntas dosificadas, le sacó el resto. Tenía los ojos duros e impenetrables.
Ciri se imaginaba las causas. Y, extrañamente, no sentía ya irritación.
La magia tranquilizaba.
—La así llamada Señal de Aard, Ciri, es un sortilegio muy sencillo del grupo de hechizos psicoquinéticos, que consiste en empujar la energía en la dirección deseada. La fuerza de empuje depende de la concentración de la voluntad del que la lanza y de la fuerza dada. Puede ser bastante. Los brujos adaptaron este sortilegio aprovechando que no necesita conocimiento de ninguna fórmula mágica, basta concentración y gesto. Por eso lo llamaron Señal. De dónde sacaron el nombre, no lo sé, puede que de la Antigua Lengua, la palabra "ard" significa, como sabes, "cima", "cimera" o "más alta". Si es así, el nombre es bastante equivocado, porque es difícil encontrar otro hechizo psicoquinético más fácil. Nosotras, por supuesto, no vamos a perder el tiempo ni la energía en algo tan primitivo como una Señal de brujos. Vamos a ejercitar la verdadera psicoquinesis. Probaremos esto... Oh, allí, en ese canasto que está bajo el manzano. Concéntrate.
—Ya.
—Rápido te concentras. Te recuerdo: controla el gasto de energía. Sólo puedes dar tanto como hayas tomado. Si das siquiera un pedacito más, lo haces a costa de tu propio organismo. Un esfuerzo así puede privarte de sentido o en un caso extremo incluso matarte. Si das todo lo que has tomado, pierdes la posibilidad de repetir, tendrás que extraer otra vez, y sabes que esto no es fácil y que duele.
—¡Oooh, lo sé!
—No debes debilitar tu concentración y permitir que la energía se escape por sí misma. Mi Maestra solía decir que dejar salir la fuerza debe resultar como si te tiraras un pedo en una sala de baile: delicadamente, moderadamente y bajo control. Y de tal modo que los que te rodean no se den cuenta que eres tú. ¿Entiendes?
—¡Entiendo!
—Levántate. Deja de reírte. Te recuerdo que un hechizo es un asunto serio. Se echa en una posición llena de gracia, pero también orgullosa. Los gestos se realizan fluidos, pero contenidos. Con dignidad. No ponen caras tontas, no se arruga el ceño, no se saca la lengua. Operas con fuerzas de la naturaleza, muéstrale tu respeto a la naturaleza.
—Bien, doña Yennefer.
—Ten cuidado, esta vez no voy a controlarte. Eres una hechicera autónoma. Es tu debut, feúcha. ¿Viste la jarrita de vino sobre nuestra cómoda? Si tu debut sale bien, tu maestra se la beberá hoy por la noche.
—¿Sola?
—A los aprendices se les permite beber vino sólo después de liberarlos de la servidumbre. Tienes que esperar. Eres inteligente, así que unos diez años, no más. Venga, comencemos. Coloca los dedos. ¿Y la mano izquierda? ¡No la agites! Déjala suelta o apóyala en la cadera. ¡Los dedos! Bien. Venga, suelta.
—Aaaaj...
—No te pedí que soltaras un grito. Suelta energía. En silencio.
—¡Ja, ja! ¡Ha retrocedido! ¡El canasto ha retrocedido! ¿Lo has visto?
—Simplemente ha temblado. Ciri, moderado no significa débil. La psicoquinesis se usa con un objetivo concreto. Incluso los brujos usan la Señal de Aard para derribar al contrincante en el suelo. La energía que has emitido no derribaría ni siquiera el sombrero de tu contrincante. Otra vez, más fuerte. ¡Con audacia!
—¡Ja! ¡Vaya un vuelo! ¿Ha estado bien ahora? ¿Verdad? ¿Doña Yennefer?
—Humm... Luego te echas una carrera hasta la cocina y les escamoteas un poco de queso para nuestro vino... Ha estado casi bien. Casi. Todavía más fuerte, feúcha, no tengas miedo. Levanta el canasto del suelo y golpéalo bien contra la pared de aquel cobertizo, que salten chispas. ¡No pongas chepa! ¡La cabeza para arriba! ¡Con gracia, pero orgullosa! ¡Audacia, audacia! ¡Oh, la leche!
—Uyy... Lo siento, doña Yennefer... Creo que... di un poco de más...
—No es nada. No te pongas nerviosa. Ven aquí, conmigo. Venga, pequeña.
—¿Y... y el cobertizo?
—A veces pasa. No hay por qué preocuparse. Un debut, por lo general, hay que valorarlo siempre positivamente. ¿Y el cobertizo? No era un cobertizo muy bonito. No pienso que nadie lo eche en falta en el paisaje. ¡Hola, señoras mías! ¡Tranquilas, tranquilas, por qué tanta violencia y tanto ruido, no ha pasado nada! ¡Sin nervios, Nenneke! No ha pasado nada, repito. No hay más que colocar esas tablas. ¡Vendrán bien como leña!
Durante las tardes cálidas y reposadas, el aire se llenaba del olor de las flores y la hierba, latía de tranquilidad y silencio, apenas interrumpido por el zumbido de las abejas y de los grandes abejorros. En tardes como ésas Yennefer sacaba al huerto el sillón de mimbre de Nenneke, se sentaba en él y extendía todo lo posible sus piernas. A veces estudiaba libros, a veces leía cartas que recibía por intermedio de extraños mensajeros, pájaros las más de las veces. Alguna vez simplemente se sentaba con la vista clavada en la lejanía. Una mano retorcía pensativamente sus brillantes rizos negros, otra acariciaba la cabeza de Ciri que estaba sentada en la hierba, apretada contra el duro y cálido muslo de la hechicera.
—¿Doña Yennefer?
—Estoy aquí, feúcha.
—Dime, ¿se puede hacer todo con ayuda de la magia?
—No.
—Pero se puede hacer mucho, ¿verdad?
—Verdad. —La hechicera cerró por un momento los ojos, se tocó los párpados con los dedos—. Muchísimo.
—Algo de verdad grande... ¡Algo terrible! ¿Algo muy terrible?
—A veces más de lo que se querría.
—Humm... Y yo... ¿Cuándo voy a ser capaz de hacer algo así?
—No lo sé. Puede que nunca. Ojalá nunca tengas que hacerlo. Silencio. Tranquilidad. Calor. El olor de las flores y las hierbas.
—¿Doña Yennefer?
—¿Qué quieres ahora, feúcha?
—¿Cuántos años tenías cuando te convertiste en hechicera?
—Humm... ¿Cuándo aprobé el examen de ingreso? Trece.
—¡Ja! ¡Eso es como yo ahora! Y cuántos... cuántos años tenías cuando... No, eso no lo pregunto...
—Dieciséis.
—Ajá... —Ciri enrojeció un poquito, fingió interesarse repentinamente por una nube de curiosa forma que colgaba altísima sobre las torres del santuario—. ¿Y cuántos años tenías... cuando conociste a Geralt?
—Más, feúcha. Unos pocos más.
—¡Sigues llamándome feúcha! Sabes lo mucho que lo odio. ¿Por qué lo haces?
—Porque soy malvada. Las hechiceras siempre son malvadas.
—Y yo no quiero... no quiero ser feúcha. Quiero ser guapa. Guapa de verdad, como tú. ¿Gracias a la magia puedo llegar a ser algún día tan guapa como tú?
—Tú... Por suerte no... no necesitas la magia para eso. Tú misma no sabes qué suerte tienes.
—¡Pero yo quiero ser guapa de verdad!
—Eres guapa de verdad. Una feúcha guapa de verdad. Mi guapa feúcha...
—¡Ooh, doña Yennefer!
—Ciri, me vas a hacer un cardenal en el muslo.
—¿Doña Yennefer?
—Dime.
—¿Qué es lo que estás mirando?
—Aquel árbol. Es un tilo.
—¿Y qué es lo que tiene de interesante?
—Nada. Simplemente me alegro de verlo. Me alegro de que... lo pueda ver.
—No lo entiendo.
—Mejor.
Silencio. Tranquilidad. Bochorno.
—¡Doña Yennefer!
—¿Qué quieres ahora?
—¡Una araña corre en dirección a tus pies! ¡Mira qué asquerosa!
—Una araña es una araña.
—¡Mátala!
—No me apetece agacharme.
—¡Pues mátala con un conjuro!
—¿En el terreno del santuario de Melitele? ¿Para que Nenneke nos eche a las dos con la crisma rota? No, gracias. Y ahora estate calladita. Quiero pensar.
—¿Y en qué piensas tanto? Vale, vale, ya me callo.
—No me tengo en mí de alegría. Ya me temía que fueras a hacer otra de tus incomparables preguntas.
—¿Por qué no? ¡Me gustan tus incomparables respuestas!
—Te estás haciendo descarada, feúcha.
—Soy una hechicera. Las hechiceras son malvadas y descaradas.
Tranquilidad. Silencio. El aire inmóvil. Bochorno como antes de una tormenta. Y silencio, esta vez interrumpido por el lejano graznido de los cuervos y cornejas.
—Cada vez hay más. —Ciri meneó la cabeza—. Vuelan y vuelan... Como en el otoño... Repugnantes avechuchos... Las sacerdotisas dicen que es una mala señal... Un augurio, o algo así. ¿Qué es un augurio, doña Yennefer?
—Lee el Dhu Dwimmermorc. Contiene un capítulo entero sobre el tema. Silencio.
—Doña Yennefer...
—Diablos. ¿Qué hay ahora?
—¿Por qué Geralt...? ¿Por qué no viene?
—Seguro que se ha olvidado de ti, feúcha. Habrá encontrado una muchacha más guapa.
—¡Oh, no! ¡Sé que no se ha olvidado! ¡No puede! ¡Lo sé, lo sé con toda seguridad, doña Yennefer!
—Bien está que lo sepas. Eres una feúcha con suerte.
—No me gustabas —repitió.
Yennefer no la miraba, seguía vuelta de espaldas, junto a la ventana, mirando en dirección a las colinas que se ennegrecían al este. El cielo sobre las colinas se volvía negro de bandadas de cuervos y cornejas.
Ahora me preguntará por qué no me gustaba, pensó Ciri. No, es demasiado inteligente para una pregunta así. Llamará la atención sobre la forma gramatical y preguntará cuándo he comenzado a usar el tiempo pasado. Y yo se lo diré. Seré tan áspera como ella, parodiaré su tono, que sepa que yo también sé fingir que soy fría, insensible e indiferente, que me avergüenzo de los sentimientos y de las emociones. Se lo diré todo. Quiero, tengo que decirle todo. Quiero que lo sepa todo antes de que dejemos el santuario de Melitele. Antes de que nos vayamos para encontrarnos por fin con aquél que añoro. Con aquél que ella añora. Con aquél que seguramente nos añora a las dos. Quiero decirle que
...
Se lo diré. Basta con que pregunte
.
La hechicera se volvió, sonrió. No preguntó nada.
Se fueron al día siguiente, con el alba. Las dos con trajes de viaje masculinos, con capas, son sombreros y capuchas cubriendo los cabellos. Las dos armadas.
Sólo las despidió Nenneke. Habló con Yennefer largo rato y en voz bajita, luego, las dos, hechicera y sacerdotisa, se dieron un fuerte apretón de manos, como los hombres. Ciri, sujetando por el ramal a su yegua pinta, quiso despedirse de la misma forma, pero Nenneke no se lo permitió. La abrazó, la apretó, la besó. Tenía lágrimas en los ojos. Ciri también.
—Venga —dijo por fin la sacerdotisa, limpiándose un ojo con la manga de la túnica—. Idos ya. Que la Gran Melitele proteja vuestro viaje, queridas mías. Pero la diosa tiene muchas cosas en la cabeza así que protegeos también vosotras mismas. Vigílala, Yennefer. Cuídala como a la niña de tus ojos.
—Espero —la hechicera sonrió levemente— que pueda cuidarla mejor.
Por el cielo, en dirección al valle del Pontar, volaba una bandada de cuervos, graznando con intensidad. Nenneke no la miró.