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Authors: Chris Kuzneski

Tags: #Intriga, #Policíaco

La señal de la cruz (49 page)

Ulster y Franz se pusieron en camino hacia Küsendorf, llevándose el camión, con lo que el grupo de Payne tenía dos opciones: o coger un taxi o robar un coche. Finalmente, se decidieron por la segunda opción. Tratando de evitar la situación en la que se ve envuelto Jamie Foxx en la película
Colateral
, donde el escenario termina siendo muy peligroso para el pobre taxista.

Vagaron por las calles hasta que encontraron un vehículo que se adaptaba a sus necesidades. Era un Mercedes G500 estacionado en doble fila, un 4 × 4 que parecía ser el hijo del cruce entre un sedán y un Hummer. Las llaves estaban puestas, así que no hubo necesidad de hacer un puente para robarlo. Sin embargo, Jones jugueteó con el sistema eléctrico para evitar que el vehículo pudiera ser rastreado por el equivalente europeo del OnStar. Una vez dentro, condujeron hacia un callejón llamado Vermáhlungsbrunnen, una fuente gigante que celebraba la unión de María y José. La ironía de la imagen hizo que todos se sintieran incómodos. Aquí estaban, tratando de destruir el mito de la crucifixión y obligados a pasar bajo las miradas de los padres terrenales de Cristo.

Después de pasar la fuente se encontraron con la Hoher Markt, una edificación que los arqueólogos descubrieron que había sido construida sobre los campamentos originales de los romanos en Vindobona, incluidos los barracones donde el emperador Marco Aurelio debió de morir en 180 d. J.C. Por lo visto, existe una larga polémica entre los historiadores sobre si realmente visitó o no ese territorio. Algunos dicen que fue hasta allí para expandir la frontera noreste del territorio romano, mientras que otros aseguran que murió en Sirmium, en el territorio que hoy se conoce con el nombre de Serbia, a unos ochocientos kilómetros de donde se encontraban en esos momentos. No hace falta decir que esas discrepancias han dado pie a muchas especulaciones y controversias.

Boyd habló sobre las diferencias que había entre esas historias. El creía que podían deberse a la naturaleza de la misión que ocupaba a Marco Aurelio en el momento de su muerte. ¿Y si él, que se había ganado una considerable reputación como perseguidor de cristianos (mayor que la de cualquier otro emperador), estaba en Vindobona para averiguar la verdad sobre el hombre que ríe? Eso explicaría por qué se escribieron dos relatos tan distintos en los libros de historia romana. Uno sería el verdadero y otro, el de la expansión del Imperio romano, sería su pantalla.

Lo que Payne no entendía era por qué Marco Aurelio no sabía nada sobre el hombre riéndose. Si el imperio se iba a beneficiar de la estratagema de Tiberio, ¿por qué el secreto no iba a pasar de emperador a emperador? De esa forma, Roma podría haberse aprovechado mejor del cristianismo. Sobre todo porque Tiberio había muerto sólo cinco años después de la muerte de Cristo.

Boyd corrigió las suposiciones de Payne, al señalar que Tiberio se había vuelto loco durante los últimos años de su reinado. Su sucesor, Calígula, destruyó casi todos los registros de Tiberio, pues sabía que si iban a parar a manos equivocadas acarrearían el deshonor a Roma. Por eso, según Boyd, era coherente que ningún emperador después de Tiberio supiera nada sobre la trama de la falsa crucifixión de Cristo.

Mientras se alejaban de Viena por la autopista principal, estudiaron el mapa de los alrededores. Boyd dijo:

—Según la revista de Eugenio, el Santo de Vindobona vivía al norte de la ciudad, cerca de donde extraían un mármol muy reputado. Una cantera que no sólo produjo el mármol de la estatua del hombre riéndose, sino también mucha materia prima para la construcción de los primeros asentamientos romanos.

Boyd le pasó a Payne el libro. En él había una representación de cómo debió de ser aquella área durante el siglo primero. De momento no parecía que fuera a serles de mucha ayuda.

—¿Y cómo la encontraremos?

—Hermann dijo que condujéramos hacia el norte hasta que viéramos una montaña blanca junto a la autopista. Es una extensión privada de tierra que ha pertenecido a la misma familia durante generaciones. Según la leyenda, era una mina que funcionaba bien hasta que sufrió un derrumbe masivo siglos atrás. Hoy en día, la montaña entera está vallada por cuestiones de seguridad.

«Perfecto», pensó Payne. Unos tipos les pisaban los talones para matarlos y ahora se iban a dedicar a jugar a Indiana Jones en una montaña inestable.

—¿Cuál es el plan para cuando lleguemos allí?

Boyd sonrió y dio unos golpecitos en el hombro de Payne:

—La verdad es que esperaba que vosotros dos idearais algo para poder entrar. Ya sabes, algo ilegal.

El cielo recorrido por unas líneas negras y púrpura que cortaban la neblina gris y les alertaban de que una gran tormenta estaba en camino. Payne sacó la mano fuera de la ventanilla y sintió la humedad que le indicaba lo poco que faltaba para que el cielo se abriera. Tal vez treinta minutos, si tenían suerte.

Encontrar la montaña blanca había sido más fácil de lo que esperaban. No habían recorrido ni cinco kilómetros hacia el norte cuando vieron un pico elevándose como un iceberg en mitad de un bosque verde. Jones encontró una vía de acceso cerca de la autopista principal que les iba a conducir hasta la puerta. La propiedad estaba protegida por una cerca de acero de cinco metros de altura rematada por una alambrada con púas y unos carteles en los que, en múltiples idiomas, podía leerse: «Peligro: caída de piedras».

Jones empezó a trabajarse la cerradura mientras Payne se paseaba por todo el perímetro con la esperanza de encontrar un desperfecto por el que improvisar una rápida huida. Por desgracia, el sitio estaba en muy buenas condiciones. Para ser una propiedad que supuestamente estaba abandonada, alguien había invertido mucho dinero en mantener a la gente alejada. Incluso la cerradura tenía su dificultad y Jones tuvo que invertir el doble de tiempo del que normalmente necesitaba.

Las gotas de lluvia comenzaron a caer mientras se internaban en un denso laberinto de árboles.

Cuando ya habían llegado a un claro a los pies de la montaña empezó a llover más fuerte. Una barricada de madera donde habían colgado más letreros de peligro les detuvo a la entrada de la cantera. Payne se dio unos segundos para estudiar la zona antes de desplazar la barrera. Lo que a cierta distancia parecía una montaña terminó siendo tan sólo su coraza exterior. Los trabajadores prácticamente habían vaciado y habían abierto algunos caminos que formaban un ángulo de cuarenta y cinco grados con base en la cumbre. Había residuos calcáreos esparcidos sobre las rocas como si fuera sangre blanca. Payne se inclinó hacia atrás y trató de examinar la cima, quería ver qué escondían la niebla y el vapor a trescientos metros sobre el nivel del suelo, pero la puesta del sol y la lluvia se lo impedían.

Payne se metió dentro del 4 × 4 y comenzó a reunir provisiones:

—¿Cuál es nuestro objetivo?

Boyd miró la montaña y se encogió de hombros. Los relatos del príncipe Eugenio tienen dos siglos de antigüedad, de manera que era imposible saber qué había allá arriba ahora. Posiblemente los restos de una casa. O tal vez la tumba del hombre que se reía. El lado serio del asunto era que iban a arriesgar sus vidas escalando por algo que tal vez ya no existiera.

Para contribuir a la causa, Jones hurgó en el maletero y encontró una linterna, una llave grande y un buen pedazo de cuerda, que se enrolló alrededor de los hombros y la cintura.

—Nunca se sabe.

Payne asintió. En su opinión, cuando una misión se lleva a cabo con mal tiempo, siempre se debe esperar lo inesperado. Sobre todo si el equipo no tiene experiencia. El sentido común le decía que lo mejor era posponer el ascenso hasta el día siguiente, pero sabía que sólo era cuestión de tiempo que alguien los viera. Entonces dijo:

—Está bien, las damas primero, estamos perdiendo tiempo. Tenemos una montaña que conquistar.

Claro que si Payne hubiera sabido que dos de ellos no iban a regresar, no hubiera sido tan bocazas.

69

D
e no haber sido por la lluvia, Payne hubiera temido que les tendieran una emboscada mucho antes. Los caminos abiertos a ambos lados de la montaña estaban todos cubiertos de una capa de polvo blanco, parecido al yeso, que llevaba allí desde que se abandonó la cantera. Mientras avanzaban a trompicones por el camino, sus pisadas se parecían un poco a las que se dejan en la arena de una playa tropical antes de ser borradas por las olas. En un segundo se habían formado, y al siguiente ya habían desaparecido, a causa del aguacero.

Cada gota que caía les salpicaba las piernas y los zapatos, de manera que, de barbilla para abajo, no tardaron en parecer fantasmas. El yeso también aumentaba el peligro de un resbalón, de manera que tuvieron que atarse la cuerda a la cintura. Aunque si, efectivamente, uno de ellos resbalaba, lo más lejos que podía caer serían treinta metros, porque cada vez que el camino giraba en dirección opuesta se encontraban con una robusta piedra que funcionaba como barrera protectora. Pero si alguien derrapaba por el lado contrario, la caída podía ser mucho peor.

Con eso en mente, Payne lideró el avance hacia la colina, en un intento de que el peso de su cuerpo pudiera servirles de ancla. Le seguían Boyd, María y Jones, que cerraba el grupo para defenderlos. Estaban a medio camino de la cresta cuando Payne vio la primera señal de peligro. Los relámpagos iluminaron el cielo lo suficiente como para que los movimientos en la cima fuesen visibles. Pero una capa delgada de niebla entorpecía la visión de Payne mucho más que la lluvia, creando ilusiones ópticas.

—¿Podemos parar en la siguiente curva? —gritó Boyd a través de la tormenta.

—¿Por qué? ¿Qué pasa? —preguntó Payne.

—No pasa nada —dijo con la respiración fatigada—. Quiero ver el paisaje.

Payne entendió que lo que Boyd necesitaba era un descanso, y decidió que parar era buena idea, aunque les faltaran sólo dos curvas para llegar a la cima. Los accidentes ocurren cuando la gente se cansa. Y Payne también estaba cansado. Probó la resistencia que ofrecía una barandilla protectora antes de apoyarse en ella. Mientras tanto Boyd y María se apartaron de Payne y se acostaron boca abajo sobre el precipicio mirando las ruinas que quedaban por debajo de ellos. Jones esperó hasta que terminaran de echarse al suelo antes de hablar con Payne:

—Esto no me gusta —susurró—. Las tierras están en buen estado, el polvo parece reciente. Alguien ha estado excavando aquí hace poco. La pregunta es, ¿por qué?

—Sólo hay una manera de averiguarlo. —Payne tiró de la cuerda para atraer la atención de Boyd—. Hora de irnos.

El último tramo del camino fue el más difícil, no sólo porque estaban cansados sino porque pequeños riachuelos fluían entre sus piernas. Todos perdieron el equilibrio al menos una vez, empapándose de fango blanco. La situación se puso tan mal que Payne decidió dejar a los otros atrás y adelantarse en la última pendiente. Utilizó las manos y los dedos como garras y consumió hasta la última pizca de energía que tenía. Cuando llegó a la cima, se dio la vuelta, y apoyó los pies contra una piedra grande para tirar de la cuerda. Los bíceps le ardían. Utilizó las piernas, la espalda y el culo para asegurarse. Boyd llego un minuto después, seguido por María y finalmente por Jones, quien a fuerza de lodo blanco había dejado de ser negro.

A Payne le hubiera gustado gastarle una broma, pero eso requería mucha energía y ya no le sobraba. Entonces se tiró sobre el fango, con los ojos cerrados y la boca abierta, tratando de tragar la suficiente lluvia como para aliviar el ardor que sentía en la garganta. Segundos después, ese dolor le bajó hasta el pecho y la boca del estómago, porque cuando abrió los ojos, estaban rodeados por varias armas. Las sostenían soldados vestidos con camuflaje de invierno, lo que era perfecto en aquel terreno calcáreo.

—Vaya mierda —maldijo Payne mientras tomaba aire—. Oye, D. J., tienes que ver esto.

—¿El qué? —dijo Jones quejándose.

Se levantó despacio. Cuando estuvo medio incorporado se levantó usando las rodillas como apoyo. Pero entonces vio a todos aquellos soldados rodeándolos y decidió que no valía la pena hacer el esfuerzo.

—Diles que se vayan —dijo gimiendo—. Estoy descansando.

—¿Quiénes? —preguntó María, cuya visión estaba entorpecida por el lodo que tenía en la cara.

—Nosotros —contestó el único hombre que no iba armado. Se había escondido detrás de los soldados y aprovechó esa oportunidad para hacerse visible—. Se refiere a nosotros.

María se estremeció y casi se puso en pie de un salto al reconocer el sonido de aquella voz. Payne pensó que lo hacía porque estaba asustada. No tardó en darse cuenta de que allí pasaba algo más significativo.

—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó ella.

—Papá me mandó a buscarte. —El tipo llevaba un impermeable sobre su traje y sus botas negras de montaña—. Has sido una chica muy maaaaaala.

Boyd levantó la cabeza conmocionado y trató de ver quién era:

—¿Dante? ¿Eres tú?

Todo empezaba a cobrar sentido para Payne, aunque demasiado tarde para su gusto. Estaban delante de Dante Pelati, hijo de Benito y hermanastro de María. Ella había mencionado a Dante de pasada, cuando les contó lo de su otro hermanastro, Roberto. Después, Boyd les dio más información sobre Dante, y les dijo que había sido él quien les había dado permiso para excavar en Orvieto.

—Sí Charles —contestó Dante—. Llevo intentado hablar contigo toda la semana. ¿Dónde has estado?

Payne no entendía por qué estaba siendo tan amigable. O estaba contento de ver a María y a Boyd de una sola pieza o estaba actuando. Payne tenía que averiguarlo, y le dijo:

—Creo que no nos han presentado formalmente. Mi nombre es Jonathon Payne. —Y diciéndolo, alargó la mano para estrechar la de Dante. Pero éste la rechazó y lo miró con desprecio.

—Tendrá que disculparme, pero no tengo el más mínimo interés en estrechar su mano.

—¿Es por el fango? —Payne se limpió la mano con su trasero, aunque no logró que hubiera mucha diferencia—. ¿Así está mejor?

—No es el fango, señor Payne. Lo que pasa es que sé bien quién es usted. Supongo que si estrecho su mano, me tirará al suelo y me convertirá en su rehén antes siquiera de que mis hombres pudieran disparar. No es una situación que me atraiga mucho.

—A mí sí.

Dante ignoró el comentario y habló con sus soldados en italiano, prácticamente gruñía sus órdenes. Acto seguido, todos se pusieron en pie y marcharon en fila hacia un espacio abierto en el centro de una meseta que los soldados habían excavado recientemente. Había un hoyo gigante rodeado de varios focos, aunque ninguno estaba encendido en ese momento, y todos ellos cubiertos por un toldo gigante que mantenía el sitio seco.

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