La siembra (18 page)

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Authors: Fran Ray

Camille procura sostenerle la mirada y busca la mejor manera de iniciar la conversación.

—Soy Camille Vernet —se presenta.

Véronique frunce la nariz y olisquea.

—Usted consume productos lácteos —dice en tono cortante—. ¿Es consciente de la cantidad de antibióticos y hormonas que ingiere? Provocan cáncer de mama.

—Sólo tomo un yogur de vez en cuando. —«¡Esto empieza bien, Camille!»

—¿Comprado en el supermercado?

—Sí. Yo... —¿Por qué se justifica?

—Debería evitarlo —la interrumpe Véronique, y se sienta frente a ella en la otra silla.

Camille la contempla. Un director de reparto le ofrecería un papel de bruja, porque no sólo el alborotado cabello pelirrojo y la pálida nariz, también la mirada centelleante, las crispadas comisuras de labios y ojos, así como los movimientos nerviosos, encajarían a la perfección con el papel.

—¿Sabía que Juana de Arco aguardó su ejecución en esta cárcel? —prosigue la reclusa.

—Lo he leído...

—¡Deberían rodar una película sobre esta cárcel! —Véronique Regnard estira los brazos y alza la cabeza, como si predicara—. En la celda somos tres, el váter es un agujero en el suelo separado por una cortina. A las cinco de la tarde nos encierran hasta las seis de la mañana. Así que permanecemos encerradas trece horas, en diez metros cuadrados. ¡Nos tratan peor que a animales! Una vez a la semana encienden el televisor. Ellos deciden lo que podemos ver. —Suelta una risa burlona—. Es humillante. —Apoya los codos en la mesa y tira de las mangas demasiado cortas—. Lo hacen adrede. Para someternos, para que nos acurruquemos y no osemos hablar ni respirar. Por eso algunas ya no comen nada.

Camille observa que tiene los párpados enrojecidos y escamados, y el cutis apagado.

—¿Utiliza cremas que suponen la muerte de animales? ¿Con células frescas? —le pregunta la reclusa. Camille se lleva la mano a la mejilla, y la otra esboza una sonrisa burlona—. Provocan cáncer de piel.

Camille carraspea, ha de tomar las riendas cuanto antes, pero Véronique prosigue.

—Nos envenenan —susurra—. Las verduras y las patatas están llenas de nitratos y las rocían con veneno. ¡Y el agua! Restos de medicamentos, hormonas, metales pesados provenientes de viejas tuberías... El plomo afecta la inteligencia de manera negativa, seguro que usted ya lo sabe. —Suelta otra carcajada y musita—: Hace mucho que nos envenenan con la amalgama, desde 1926 se sabe que es muy tóxica y que se deposita en el organismo humano.

—¿A quién se refiere?

Véronique Regnard entorna los ojos y alza el mentón. Es como si la diseccionara. Camille podría ponerse en pie y marcharse, no tiene por qué permitir que la traten así, pero la periodista se impone.

—¿Por qué cree que me han encerrado precisamente en esta cárcel? —sigue la otra.

—Quizá porque cometió algún delito en esta zona.

—¡Delito! —Suelta una breve carcajada. Las manos le tiemblan—. No le ocurrió nada a nadie. ¡Si uno tiene en cuenta lo que provoca esa gente...!

—¿No se le ocurrió otro modo de protestar contra los experimentos realizados por esa empresa?

Véronique Regnard le lanza una sonrisa cansina.

—Usted ignora todo lo que hemos hecho, pero sólo nos hicimos notar con esa acción. ¡Ahora la prensa se ocupa de nosotros! ¡Los abogados, el Estado! Y además, usted acudió desde París para verme —dice con vehemencia, sus ojos enrojecidos han adquirido un brillo especial.

—Agrovit ha desmentido que crease plantas genéticamente modificadas —replica Camille.

—¿Acaso esperaba que dijeran otra cosa? —Véronique sonríe con suficiencia—. Es usted una ingenua, Camille.

La periodista quiere protestar, no le ha dado permiso para tutearla, pero aquí se trata de otra cosa. Quiere saber quién es Véronique Regnard, qué piensa y cómo transmitir su convicción en la tertulia televisiva.

Véronique Regnard se inclina hacia delante y susurra:

—Ésos producen una patata que incorpora un potente sedante. ¿Para qué cree que sirve?

—Tal vez supone otra opción a un tranquilizante quími...

—¡Tonterías! —la interrumpe la otra, y golpea la mesa con las palmas. Camille se sobresalta—. ¿Qué cree que fabrican con las patatas? —pregunta con una mirada astuta.

—¿Puré de patatas, gratinado de patatas?

—¡Patatas fritas! —exclama Véronique—. ¡Los supermercados están repletos de bolsas! ¿Y quién cree que come esas patatas fritas? —Pero no aguarda respuesta—. ¡Pues todo el mundo! ¡Todos los así llamados ciudadanos mayores de edad! A que es maravilloso, ¿eh? Nos eliminan mediante patatas fritas que contienen somníferos. Las devoramos delante del televisor, porque también les han incorporado algo que aumenta el apetito. ¡Es un plan genial, porque entonces pueden manipularnos con sus películas y sus mensajes! —Vuelve a inclinarse por encima de la mesa y murmura—: Quieren dominar el mundo, y por eso han de tranquilizarnos, para convertirnos en animales de carga...

«Dios mío, no puedo incluir estas cosas en la tertulia, está desacreditando a todos los grupos ecologistas.» Ha de volver al tema, necesita datos concretos.

—Una vez más, Véronique: hay voces que afirman que los Nature's Troops están relacionados con el asesinato del profesor Jérôme Frost.

—¡Eso es pura calumnia! —Entorna los ojos y su expresión se vuelve dura—. ¡Nunca haríamos algo así! ¿Me entiende? ¡Jamás! Puede que cortemos neumáticos y causemos incendios, pero nuestra resistencia activa sólo afecta a objetos. Nunca hemos atacado a personas o animales.

—Pues en la explosión en el tejado de Agrovit murió un bombero —objeta Camille.

—Eso es lo que ellos afirman. —Véronique Regnard se muerde la uña del índice y Camille nota que se ha roído todas las uñas—. Lo afirman, y todos lo creen.

—Según su opinión, ¿quién cree que tiene interés en adjudicarles la culpa a ustedes y a Nature's Troops?

El rostro de la activista medioambiental se crispa con una sonrisa de demente.

—¡Las industrias agroquímicas, por supuesto! ¡Ganan millones mientras afirman combatir el hambre en el mundo, pero no dejan de aumentarla, y también sus ganancias! Empresas de bioingeniería que obtienen capital gracias a operaciones en Bolsa, dueños de acciones, un montón de gente —añade, y vuelve a mordisquearse las uñas.

—¿Y quién podría estar interesado en quitar de en medio al profesor Frost?

—Si contestara con sinceridad, quizá me encierren veinte años más. Formule la pregunta de otra manera.

Camille reflexiona un momento.

—¿El profesor Frost tenía enemigos?

Una sonrisa vuelve a cruzar aquel rostro delgado y por fin deja de morderse las uñas.

—Claro. Desde que empezó a interesarse en nuestra tarea.

—¿Dice que el profesor simpatizaba con Nature's Troops?

La bibliotecaria asiente con la cabeza y vuelve a roerse una uña, esta vez la del anular.

—¿Hay...

—¿Pruebas? —Véronique Regnard esboza otra sonrisa—. En nuestra organización no hay formularios de miembros y tampoco aportaciones mensuales.

—¿Cosas escritas? ¿E-mails?

La respuesta se limita a una sonrisa.

—Ya ve lo que han hecho conmigo. Nos deshacemos de todo lo escrito, de todo lo que les permita atacarnos. —Sus ojos grises centellean, como si ardieran—. La lucha continúa, Camille. Créame —dice, y le coge la mano.

Camille se estremece, la piel de la otra parece de reptil: áspera, seca y fría.

—Todas las enfermedades, la diabetes tipo dos, las dolencias del sistema nervioso periférico, el cáncer linfático, la leucemia, el Parkinson... —Camille parpadea—. El origen de todas esas enfermedades se encuentra en los venenos que nos administran.

—¿Quiénes? —pregunta Camille, sintiéndose agobiada.

Véronique Regnard vuelve a contemplarla como si la disecara y le suelta la mano.

—¿Sabe quién forma parte de la junta directiva de Agrovit?

Camille niega con la cabeza.

—Elodie Girard-Mnoufkine.

—No la...

—Hay muy pocos que saben quién es, pero eso es adrede. Es la presidenta del Global Water Trust, una organización que pretende controlar toda el agua del planeta. —Cada vez habla más rápida y entrecortadamente. En sus ojos vuelve a arder la misma llama y se roe una uña. Camille se la imagina encaramándose al techo de Agrovit con un par de kilos de TNT y después haciéndolos estallar con un mando a distancia.

La mujer vuelve a aferrarle la muñeca y se inclina hacia ella, tanto que Camille ve la piel escamada de la nariz y su vello claro.

—The Project —musita y mira en torno—. Quieren controlar el mundo. La información, los alimentos, el agua, los recursos, ¡todo!

—¿The Project? ¿Qué es? —Intenta zafarse pero la otra no la suelta, vuelve a inclinarse y Camille percibe su aliento.

—Si no los detienen —susurra en tono aún más bajo, y la mira fijamente—, ¡todos moriremos!

¿Debería creer a esta mujer paranoica? Tal vez se está burlando de ella, la está manipulando.

La puerta se abre con un crujido.

—La hora de la visita se ha acabado.

Véronique Regnard no le presta atención a la celadora.

—Sé lo que está pensando —murmura—: si merece la pena pasar diez años en la cárcel por ello.

—¡Vamos, Regnard! —La matrona obliga a la menuda bibliotecaria a ponerse de pie, pero ésta sigue hablando apresuradamente.

—A veces imagino el aroma del bosque después de la lluvia. Huele a moho y manzanas maduras... ¿Conoce los Vosgos? La última vez que los visité fue hace dos años, en un fin de semana lluvioso. —De pronto parece una persona normal—. A veces imagino bosques de pinos junto al Mediterráneo. Huelen a limones frescos y a mar. ¡Cuando salga de la cárcel jamás volveré a vivir en una casa! —Y ríe.

Camille advierte su amargura.

—Vale, Regnard. —La funcionaría la arrastra hasta la puerta.

—No ha contestado a mi primera pregunta —espeta la reclusa.

Camille trata de recordarla.

—El motivo por el cual me encerraron precisamente aquí.

—¡Ya basta, Regnard! —La celadora intenta sacarla del cuarto, pero la reclusa se resiste con todas sus fuerzas.

—¿Por qué? ¡Contésteme, Camille!

—Quizá porque aquí Juana de Arco...

—Muy graciosa, Camille —exclama Véronique Regnard por encima del hombro, porque la celadora ya la ha arrastrado a través de la puerta—. ¡Pero el motivo es otro! ¡Bonne Nouvelle, Bonne Nouvelle! ¡Reflexione! ¡Hay señales por todas partes, sólo que no las comprendemos!

Entonces aparece una celadora corpulenta y fornida que aferra el brazo de la reclusa.

—¡Cierra tu bocaza, Regnard!

Entre ambas arrastran a la presa, que no deja de patalear y gritar el nombre de la prisión. Ésta se llama Bonne Nouvelle, pero ¿qué ha querido decir Véronique Regnard?

Camille guarda el cuaderno que ni siquiera ha abierto. Le tiembla la mano y se siente mareada debido al olor, al aire pringoso y húmedo, y a las palabras de Regnard.

—Qué, ¿le ha soltado una sarta de disparates? —La celadora corpulenta ha regresado y permanece de pie en el umbral; acaba de meter la porra en la funda que cuelga de su cinturón.

—¿Le ha pegado? —pregunta Camille, horrorizada.

—¿Entiende de caballos? —replica la otra con una amplia sonrisa—. Sólo hay que mostrarles la fusta para que se tranquilicen.

Camille coge el bolso y se dirige hacia la puerta. Se comunicará con Amnistía Internacional o alguna otra organización humanitaria. Es increíble. «Y la gente se preocupa por las condiciones de las cárceles turcas o africanas...»

La celadora alza unas cejas oscuras y pobladas.

—¡Claro que no! Es una experta en ese viejo truco de «mira qué valiente soy, cargo con la maldad del mundo». Vamos, la acompañaré hasta la salida, sola no encontraría el camino.

Desde luego que no, piensa Camille, y se apresura a seguirla por los pasillos de la prisión hacia el mundo exterior. Ante la última reja que la separa de la recepción, la mujerona se vuelve hacia ella tras meter la llave en la cerradura.

—Seguro que no le dijo que sufre de anorexia desde los diecisiete años, ¿y sabe por qué? Porque cree que todo lo que come contiene veneno. ¿Qué cree que come aquí?

—Dígamelo usted.

—No me está permitido.

Camille se hace la tonta. Sabe que la otra quiere dinero.

—Podría desenmascararla.

—¿Desenmascararla?

—¡Sí, confirmaría que está paranoica! ¡Con toda esa estúpida historia de una conspiración! —exclama, y luego calla y espera.

Camille vacila un momento y luego saca un billete de cincuenta euros de la cartera. La otra intenta cogerlo, pero Camille retira la mano.

—Primero la información.

La mujer habla sin titubear.

—Trata de convencer a todo el mundo de que están siendo envenenados. Quienes la apoyan le envían agua especial embotellada. Se niega a beber la nuestra, afirma que está contaminada con metales pesados, antibióticos y otros productos. Consiguió que la doctora le diera permiso para comer lo que le envían de fuera. Puré de judías y arroz. Todos los días. Le aseguro que aquí se come mucho mejor.

Camille le da el billete y la celadora lo guarda con rapidez. Es obvio que cincuenta euros es demasiado por semejante información. ¿Qué y a quién ha de creer? ¿Acaso esa mujer menuda y extraña —que seguramente ya vuelve a estar en su celda, de la cual durante los próximos años sólo saldrá un par de horas diarias para ver un trocito de cielo— dice la verdad? ¿O es que Véronique Regnard es en el fondo una excelente manipuladora?

De vuelta en la calle contempla el cielo gris y distingue sus diferentes tonos: gris cemento, gris mar, gris paloma, gris ceniza... Y con cada gota de lluvia que le moja la cara, va desapareciendo la presión en su cabeza.

The Project: suena a una quimera pergeñada por la paranoia de Véronique Regnard.

13

Milán - Parma

El avión aterriza en el aeropuerto de Milán con diez minutos de retraso. Tres cuartos de hora después Ethan conduce un BMW 325i de alquiler, descapotable y metalizado, por la Autostrada del Sole en dirección a Parma. Los asientos huelen a cuero, algo que siempre le resultaba agradable pero que ahora le es indiferente. El coche es veloz y silencioso.

Cuando volvió a meter la revista de la compañía aérea en el bolsillo del asiento delantero se preguntó por qué nunca asistieron al Festival Verdi de Parma. Sylvie amaba la ópera; él menos, quizá porque no era un experto. Paganini y Verdi dirigieron la orquesta de la corte de Parma, Toscanini nació en Parma, y también Bernardo Bertolucci y Lino Ventura, informaba la revista orgullosamente. «Tantas oportunidades perdidas...»

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