La siembra (31 page)

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Authors: Fran Ray

Cambio de plano, barracas bajo la nieve, chicas desfilando. Un rostro: nariz pequeña, cabello rojizo, pómulos altos y ojos claros. «Todo eso no puede ser verdad... deben de estar equivocados.»

—¿Cómo sabe que ésa es Aamu? —pregunta Ethan con más energía de la que siente.

—Puede creernos. —Los labios de Lejeune se han convertido en una línea delgada.

—¿Y cómo se supone que llegó hasta aquí?

Lejeune suspira.

—Durante el rodaje, el cámara le dio un número de contacto, el de un colega amigo de Moscú, que al parecer conocía a mucha gente y que quizá la ayudaría una vez que saliera de prisión. Y en efecto: hace cinco años ella se presentó en su casa. Y por lo visto, luego entró en contacto con personas inadecuadas. ¿Sabe dónde está? —pregunta Lejeune en tono duro.

—Pero estudió medicina —dice Ethan.

—Falsificó los certificados de estudio.

Así que se acercó a Sylvie adrede... Todo formaba parte de un plan.

—Por ahora no queremos que los medios descubran que su mujer fue asesinada. Está de acuerdo, ¿verdad?

Le es indiferente. No cambia nada.

—Cuando se haya recuperado un poco, volveremos a intentarlo. Si entretanto se le ocurriera algo... —Le tiende su tarjeta—. Habrá alguien vigilando su puerta, porque usted atrae las desgracias... Lejeune se esfuerza por sonreír y por fin se larga, acompañada por su ayudante.

Tiene que volver a su apartamento, porque allí están su arma, su ordenador y su teléfono. Aamu no abandonará. Y Sylvie, ¿dónde obtuvo esas semillas de maíz? Un incendio en el Instituto Genøk, para eliminar huellas y datos. Todos sus pensamientos se convierten en manchas de color, giran ante sus ojos como una linterna mágica, cada vez más rápidamente, un tiovivo de colores que lo arrastra en círculo, en círculo, en círculo... el cuerpo de Aamu... la coleta rubia de Sylvie... Dios mío, ¿y si realmente se hubiera acostado con ella? La oleada de calor en el bosque. ¿Pura imaginación? ¿Por qué le mintió? ¿Por qué quería hacer el amor con él si al día siguiente pensaba asesinarlo?

Si Aamu asesinó a su mujer habrá alcanzado su objetivo, ¿verdad? Sólo tendrá que encontrarla.

¿Por qué no siente cierta satisfacción? En cambio, siente un vacío cada vez mayor, como un agujero negro en el que se precipita su vida entera.

15

Uganda

He comprendido lo que todos los africanos saben desde que son niños: que el día y la noche son mundos distintos, que durante el día los hombres se ingenian para apañárselas con el mundo, pero que la noche los deja indefensos frente a los enemigos que acechan en la oscuridad y quieren acabar con sus vidas.

Henrik se detiene y aguza el oído. Cree oír los ronquidos de los enfermos en las habitaciones, la puerta que da al pasillo está abierta, sopla una suave brisa que mece el calendario ilustrado con paisajes europeos colgado de la pared junto a la ventana: un campo de colza denso y amarillo como el sol bajo un cielo azul, a lo lejos se eleva la torre de una iglesia. A partir de aquella noche piensa en regresar a casa. A Alemania, a Munich, a la civilización y la cultura. Recuerda la época en que estaba con Uma, antes de que le mintiera y, en vez de asistir a las clases de equitación, lo engañase con Heiko. Tiene la sensación de que fue otro quien vivió aquella vida, un chico tonto e ingenuo que cree que siempre caminará por la acera soleada. Si lo abandonan, pues se busca otra cosa. Él fue uno de esos cuyo conocimiento acerca de la muerte se limitaba a lo visto por la tele y en el hospital.

Pero aquella noche comprendió que su vida, que siempre le había parecido tan segura y estable, podía apagarse en un segundo, algo que sólo les ocurría a los demás y no a él. Aquella noche todo cambió, y no sólo para él: también los sonidos de los animales, los chillidos de las aves, la música de la radio, incluso el taconeo o, aún peor, los pasos silenciosos de pies desnudos en la hierba, la arena o el linóleo del pasillo de la clínica... Ahora todo eso le da miedo, lo sobresalta y no deja de traerle el recuerdo de aquella escena atroz. Tiene miedo de cerrar los ojos, de dormirse, de estar de espaldas a una puerta o ventana, de regresar a su choza... Y lo peor: tiene miedo de los pacientes. El temor, que todavía logra reprimir de día, surge por la noche desde sus entrañas, se convierte en una pesadilla que lo acosa.

Hoy no estará a solas en la clínica, el doctor Bleibtreu ha regresado, pero ¿acaso podría salvarlo? Henrik bebe un sorbo del brebaje que Mary preparó después de la cena. Dijo que era sedante.

Puede que Sam no haya muerto debido al golpe contra la cama sino debido a su enfermedad. Un cortocircuito en el cerebro. Muerto, constató el doctor Bleibtreu a la mañana siguiente cuando regresó de Entebbe. Intervino la policía, pero Bleibtreu lo tranquilizó diciendo que la investigación sólo sería protocolaria.

Vacía el vaso de un sorbo y vuelve a teclear.

Sam, un enfermo de sida, sufrió un ataque por la noche y, antes de morir, asesinó a cuatro pacientes con un hacha que probablemente cogió del cobertizo del jardín. Nadie sabe por qué el pacífico Sam de pronto se convirtió en un monstruo.

Un cortocircuito en el cerebro, opinó el doctor B., como consecuencia del sida. En todo el mundo hay veintiocho millones de seropositivos, una perspectiva maravillosa.

Me llamó la atención que Sam, dos días antes de sufrir el ataque, tenía problemas con el habla y sufría mareos, los mismos síntomas de los niños fallecidos.

Si el doctor Bleibtreu se enterara de lo que Henrik escribe sobre él en internet le daría un ataque de furia. Antes del asunto con Sam, la idea lo asustaba. Pero ¿ahora? Ahora recuerda haber leído en alguna parte que, una vez que uno ha visto la muerte de frente, nunca más siente temor.

16

Jueves 3 de abril, Bali

Nicolas toma una breve ducha, se pone una camiseta azul y el sarong, prendas que Pierre le trajo anoche para que se sintiera «diferente», según dijo. Se calza unas zapatillas y saca el lápiz de memoria del equipaje.

El sendero bordeado de hibiscos que conduce a la casa principal le parece larguísimo y al mismo tiempo demasiado corto. ¿Por qué diablos no arrojó el condenado soporte de datos a la basura?

—Hola. —Pierre se levanta de la esterilla tendida en la terraza—. Tras practicar yoga siempre soy un hombre nuevo. Tú también deberías practicarlo, no tienes buen aspecto.

—Quería echarle un vistazo a esto —dice Nicolas, sosteniendo el lápiz de memoria entre dos dedos.

—¿Tiene algo que ver con ese tal Frost?

—Lo has adivinado.

—¡Seguro que contiene datos explosivos! ¿Alguna vez te has preguntado por qué todas las personas que te rodean acaban asesinadas?

—¡Basta! ¡No quiero que incluso tú me culpes de todo! ¿Cómo crees que me siento? Pero ellos no saben nada de este objeto, me perseguían porque soy un testigo presencial.

Pierre pasa al salón decorado con una estatua de Buda, donde crecen flores tropicales multicolores, le indica el teléfono detrás del mostrador, donde también hay tarjetas de visita y folletos.

—¿Un café?

Nicolas asiente, aunque no tiene ganas de tomar nada. Es como si un enorme peso le aplastara el estómago, el cuerpo entero.

—Ahora vuelvo.

Nicolas suspira aliviado cuando Pierre desaparece en la cocina tras una cortina de seda translúcida. El ordenador tarda un rato en descargar la información contenida en el lápiz de memoria. Por fin se abre la ventana con los archivos.

—¿Y bien? ¿Son datos explosivos? —Pierre regresa con una taza humeante en la mano—. Lo tomas con leche, ¿verdad?

—Gracias —murmura Nicolas, sin escuchar. Abre el archivo titulado Maíz-2/98/6.

—¿Es lo último en lo que trabajabais? —Pierre mira por encima del hombro de Nicolas.

—Ajá.

—Complejo Terminator. ¡Vaya, suena peligroso! ¿Qué es un complejo Terminator? ¿Y RIP-Pro...?

—Proteína RIP.

—Ah.

—¿De verdad quieres saberlo?

—Claro, de lo contrario no te lo preguntaría.

—La proteína inhibidora del ribozoma, llamada RIP por sus siglas en inglés, mata las células de los embriones de las plantas en la fase del desarrollo. Es un veneno celular...

—¿Y Terminator?

—Es una proteína que acaba con la célula y hace que ésta deje de germinar.

—¿Con qué fin?

—Para que con cada siembra los agricultores tengan que comprar nuevas semillas. Es una estrategia de Edenvalley, una industria agroquímica.

—Sí, la conozco. Condenadamente astuto. ¿Y por qué mueren las ratas?

—Frost no logró averiguarlo.

—¿Y si estuviera relacionado con este complejo Terminator? Esa RIP es un veneno celular. Incluso yo, que soy un profano, lo entiendo. ¡Has de tomar alguna medida!

—Hace mucho que existen las plantas Terminator, y son absolutamente inocuas.

—¡Eso te crees tú! —dice Pierre, y le hinca el dedo índice en el hombro—. ¿Por qué no les dices a los de Edenvalley lo que ha ocurrido?

Nicolas se da la vuelta.

—¿Qué? ¿Debido a esa sospecha de Frost? —pregunta, exasperado. ¡Pierre no entiende nada!

—Sí, ¿por qué no? —Pierre se encoge de hombros.

Nicolas se levanta de la silla, presa de la furia.

—¿Que por qué no? ¡Te lo diré!

Pierre lo contempla boquiabierto.

—Porque si las semillas provienen de Edenvalley, entonces ellos son los que están detrás del asesinato de Frost, Marc y Jean-Marie, ¿lo captas? —Está gritando pero no le importa.

—¿Por qué Edenvalley haría semejante cosa? —Pierre sacude la cabeza.

—¡Dios mío, Pierre! —Nicolas se lleva las manos a la cabeza—. ¡Porque eso desacreditaría toda su política de cobro de tasas por patente! ¡Porque todos pondrían el grito en el cielo!

—Pero eso... —Su amigo lo contempla con espanto—. ¿Y crees que quieren encubrir todo el asunto?

«¿Me habré apresurado al acusarlos? ¿Acaso una gran empresa puede ser culpable de coser la cabeza de la rata al cuerpo de Frost? ¡Absurdo!»

—No lo sé, Pierre —admite—. El tema es...

—Bastante candente —dice Pierre en tono pensativo, señalando la pantalla, en la que aún aparecen las notas de Frost.

—Supongamos... ojo, sólo se trata de una idea, ¿vale?... supongamos que tu interpretación es correcta y que Edenvalley quiere encubrir el escándalo. En ese caso... —De repente sonríe.

—La historia no me parece divertida. —Quiere sacar el lápiz de memoria, pero Pierre le sujeta el brazo.

—Un momento, reflexiona... Si están dispuestos a asesinar por ello, entonces... entonces también estarían dispuestos a pagar algunos millones por saber que no harás públicas esas notas, ¿verdad?

Durante un instante, Nicolas se queda sin habla. Luego ya no puede reprimir la ira.

—¡No tienes ni idea de lo que son capaces! —le espeta—. No has visto a Marc, ni a Frost. ¡No se te ocurra pensar en semejante cosa, ni durante una milésima de segundo!

17

París

Es la enésima vez que Camille echa un vistazo al reloj. Hace dos horas que su padre está solo. «¿Por qué no te tomaste el día libre, por qué vives una vida tan agitada?», le había preguntado. Es malo para un enfermo, los enfermos necesitan tranquilidad. Casi se habían enfadado, pero eso era lo último que quería. A las once y media acudiría alguien de los servicios asistenciales que le calentaría la comida en el microondas que ella había comprado ayer. «¿Y Valéria? ¡Ésa no mueve su perezoso trasero de Martinica!»

Ha vuelto a perder el hilo y tiene que releer el texto sobre la visita hecha a Véronique Regnard.

—¡Esto te interesará! —exclama Christian; Camille está a punto de gemir, pero él ya ha empezado a leer—. «Tromsø, Noruega. Explosión mata al profesor Alfred Hirsch, genetista de plantas, en su casa de Tromsø.»

—¿Alfred Hirsch? Ése era el científico con el que Frost hizo el doctorado, ¿no? —Una relación curiosa...

—Extraño, ¿verdad? —Christian carraspea y sigue leyendo—: «El uno de abril por la noche estalló una carga de dinamita en la casa del genetista de plantas, investigador del Instituto Genøk de Tromsø. Este instituto estudia los efectos de las plantas transgénicas en el entorno. El año pasado el profesor Hirsch fue distinguido con el premio Whistleblower por su desempeño especialmente valiente en el campo de las ciencias. Sólo media hora tras el incendio de la casa del profesor también hubo un incendio en el Instituto Genøk, aunque sólo se perdieron datos y no hubo que lamentar víctimas. De momento, se ignora quiénes pueden ser los autores. Un huésped del profesor Hirsch sobrevivió al atentado en su casa y, según fuentes no confirmadas, ahora se encuentra en un hospital de París.»

—¿En París? Pero si el atentado ocurrió en Noruega...

—A mí también me resulta sorprendente —dice Christian, enarcando las cejas.

Camille coge el teléfono. No tardará en deberle otro favor a Yvonne Béri.

18

Lo primero que le llama la atención es su dentadura, dos hileras de dientes pequeños, blancos y perfectos. Se presenta como Mathis Chéron, el abogado de su mujer fallecida, y le tiende la mano. Ethan recuerda el nombre: lo había leído en un sobre que nunca abrió, como si así pudiera negar la muerte de Sylvie. El sobre debe de seguir encima del bargueño del pasillo.

—¡No ha sido fácil dar con usted! —Ethan comprueba que al sonreír se le ven los dientes. Chéron deposita su maletín en la cama y acerca una silla. ¿Acaso un abogado que se dedica a temas relacionados con herencias no tiene derecho a ser alegre?—. Pero como usted no se presentó a la cita —añade, y abre la cremallera de su chaqueta de cuero—, y tampoco contestaba al teléfono, llamé a la policía, digamos a un miembro de ésta.

Señala la mitad quemada del rostro de Ethan. Esta mañana, al quitarle el vendaje, el doctor dijo que estaba cicatrizando bien.

—La ha pillado buena. Duele, ¿verdad?

—Aquí me aturden con medicamentos. No, no me duele. Le agradezco que haya venido, no creo que hubiera podido ir a su bufete.

—Descuide, ha sido una buena excusa para salir del despacho.

—Seguro que existen opciones más atractivas.

El abogado recorre la habitación con la mirada y asiente con la cabeza.

—Es verdad. Lo dicho: usted es el único heredero de los bienes de su mujer, sin contar la parte que legalmente le corresponde a la madre de Madame Harris. Éstos son los documentos, puede echarles un vistazo si lo desea. Además, en enero depositó la llave de una caja fuerte en mi bufete. —Apoya el maletín en las rodillas y saca una carpeta azul.

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