Authors: Fran Ray
—Correcto. Ellos mismos predijeron su propia extinción. Mire alrededor: las catástrofes aumentan. Los bancos se hunden y lo arrastran todo consigo, la naturaleza agoniza, las tormentas arrasan el planeta. Nada es como era. —Se vuelve hacia la ventana—. El fin de nuestra era... y el principio de una nueva.
Camille la contempla. Le parece que ya ha oído esas palabras.
—Eso mismo dijo Véronique Regnard.
—Lo sé —sonríe Océane.
Camille bebe un sorbo. Tiene la sensación de estar pisando arenas movedizas.
—Y así justifican su plan diabólico.
—¿Quiénes, Nature's Troops? —pregunta Camille.
—Sí. Quieren salvar la Tierra. Dicen que siete mil millones de seres humanos son demasiados.
Camille intenta descifrar su expresión, pero no logra descubrir si sólo se trata de una ocurrencia maliciosa.
Océane se aproxima a ella y señala la noche a través de la ventana.
—Imagínese que la vegetación cubre el cemento, que de allí surge un bosque verde y espeso, lleno de vida. ¿Ve las grandes aves multicolores que se elevan de las copas de los árboles y vuelan hacia el amanecer? ¿Acaso no es una visión maravillosa?
—¿Entonces usted también está del lado de Véronique?
—En absoluto. —Océane sonríe y Camille se estremece al percibir su mirada y después el roce de sus labios.
Sin ofrecer resistencia, se deja arrastrar a la habitación, es como si la hubiera atrapado un torbellino y la arrastrara al ojo del huracán, embriagada por la intensidad de ese poder contra el que al principio lucha... pero que termina por derrotarla.
Durante un momento, Ethan cree ver la mirada de unos ojos glaciales. Aamu. Es imposible. Pero ¿imposible por qué? Su cerebro trata de encontrar una explicación lógica, puede que alguien tenga los mismos ojos que Aamu. Ve peligros por todas partes, está abrumado... «Debo tranquilizarme. No son los ojos de Aamu, y ahora mismo lo averiguaré.»
Deja la copa en la bandeja de un camarero y se abre paso a través del gentío, hacia donde la mirada acaba de desaparecer detrás de un hombre. Murmurando disculpas, pasa junto a codos, espaldas y manos que sostienen copas, y allí vuelven a estar esos ojos inconfundibles... claros como el hielo. Choca contra una mano que sostiene una copa e ignora la exclamación. Allí están esos ojos, a tres o cuatro metros. Ahora también lo han reconocido, pero ella vuelve a desaparecer. «¡Aamu! ¡Eres tú!» Ethan sigue avanzando, la chica está aquí en alguna parte, muy cerca. «Es una trampa», piensa, pero no puede evitarla, ansia caer en ella. Por fin podrá vengar a Sylvie. La cárcel de mujeres, el padre asesinado... La sonrisa seca de Lejeune al mostrarle el vídeo. Ahora le pondrá punto final. ¿Y si estuviera armada? Claro que está armada. «No importa.» Toda su ira se aglutina en su interior como una bola de fuego. «Sylvie... el bebé... sus vidas...»
En la pared del fondo ve tres puertas, dos dan a los lavabos, la de la izquierda a una escalera. Está seguro de que ella ha pasado por ésta, así que la abre de golpe y se encuentra en una escalera bien iluminada. ¿Hacia arriba o hacia abajo? Su instinto le dice que hacia arriba. Ella quiere tenderle una trampa y arriba no hay salida. Sube de dos en dos los peldaños. ¿Qué ha sido eso? ¿Una puerta que se cierra? Abajo se oyen voces, después reina el silencio a excepción de la suave música del salón. Cuarta planta. Quinta. Su corazón late aceleradamente. La escalera desemboca en una puerta gris de hierro. La abre. Una oscuridad húmeda lo envuelve. Aquí, a contraluz, es un blanco fácil, cierra la puerta con rapidez y se aprieta contra la pared. Ante él se extiende el tejado, rodeado de un muro bajo. Desde abajo sube una luminosidad difusa, lo demás está a oscuras. Todavía no la ve, pero percibe su presencia. Está seguro de ello. Con precaución, avanza tanteando la pared que rodea el hueco de la escalera, no quiere sorpresas. No distingue a nadie cerca de la barandilla, pero si Aamu lo esperase allí sería una tonta. Y entonces de pronto sabe dónde está: un metro por encima de su cabeza, en el techo del hueco de la escalera. Ethan alza la vista y se topa con aquella mirada glacial. Los ojos brillan y ella se lanza sobre él. Ethan se arroja a la izquierda y, como un gato, ella aterriza a su lado, un instante antes y hubiera chocado contra su espalda. Él ve el brillo del cuchillo que ella aferra con los dientes y toma conciencia de que está desarmado.
¿Por qué creyó que ella llevaría un largo abrigo? Viste un anorak corto y un ceñido pantalón negro; botas rematadas de piel, como el gorro de lana negra. «Aamu la finlandesa, Aamu la rusa, Aamu la fiera salvaje, la mentirosa, la mujer-niña... la asesina de Sylvie...»
—Sabía que eras la asesina —le espeta. Ella ha empuñado el cuchillo y se dispone a lanzarse contra él. Ethan retrocede.
—Y de Frost, Hirsch, Antonelli y Bohin. —Sigue retrocediendo hasta chocar contra el muro.
Una sonrisa triunfal asoma al rostro de ella.
—Todo el mundo tiene algún talento especial —dice. Ha entornado los ojos y apretado los labios.
—Y el tuyo es matar. Tú mataste a tu padre, no tu hermano. —No pierde de vista el cuchillo. Ella juguetea pasándoselo de una mano a otra con una habilidad aterradora.
—Tú mataste a mi mujer. —Por fin puede decírselo en la cara.
Ella no contesta.
—¿Cómo lo hiciste? Vamos, puedes decírmelo. Me lo he merecido.
Ella le lanza una breve mirada de ponderación, sabe que lleva ventaja.
—Me franqueó la entrada, puesto que me conocía. —Habla con el mismo tono infantil e indiferente del vídeo de Lejeune—. La obligué a escribir la carta. Perdóname. Sonaba muy bien. Y tan sencillo... Después le corté las venas de las muñecas y, para mayor seguridad, le hice beber las pastillas con el coñac. Después me marché. No quería molestarla durante los últimos minutos de su vida.
Habla en tono práctico y sobrio, muy distinto al de la Aamu compasiva que lo esperaba aquella noche ante su puerta. ¿Cómo pudo pasar por alto este otro aspecto de ella? ¿Cómo logró ocultárselo? ¿Es que estaba ciego? «Deja de hacerte reproches.» Sólo quiere saber la verdad sobre la muerte de Sylvie y después... No sigue pensando.
—¿Por qué? —pregunta.
—Me lo encargaron —replica en tono desafiante. Lo hará, no retrocederá.
—¿Por qué? ¿Qué mal hizo mi mujer?
Ella lo mira fijamente, quizá se pregunta por qué está contestando a sus preguntas.
—Venga Aamu, o Xenia o cómo te llames, dímelo antes de matarme.
Entonces una sonrisa cruza el rostro de ella, una sonrisa peligrosa que anuncia que lo hará: sí, lo matará.
—Así pues, ¿qué sabía Sylvie? ¿Sabía lo del maíz tóxico de Edenvalley? Había que ocultarlo, ¿no? —Al menos quiere saber la verdad, estar seguro. Por eso está allí.
—Puede ser.
—Fue un error, ¿verdad? Ese maíz no debía existir, ¿verdad?
Ella vuelve a sonreír, pero no responde.
—¿Quién te paga, Aamu?
—Esto no tiene nada que ver con el dinero. —Una sonrisa desdeñosa.
—¿Con qué suelen pagarte? —Ethan se apoya en el pie derecho, después en el izquierdo, no quiere ser un blanco inmóvil, pero ella se acerca, ahora sin sonreír.
—Confían en mí.
—¿Quién? ¿Quién confía en ti? ¿Edenvalley? ¿The Three Poles?
Aamu entorna sus ojos de depredadora y le lanza una sonrisa siniestra.
—Tú no confiaste en mí, Ethan.
—¿Quién? Dímelo.
Ella no se lo dice, lo tortura. Tiene que intentarlo de otra manera.
—¿Por qué procuraste intimar conmigo?
—Me dijeron que no te perdiera de vista, que nos llevarías hasta todos aquellos que lo sabían. Y así lo hiciste.
—¿Y Tromsø? ¿Qué significaba ese numerito en mi habitación de hotel?
—Estaba dispuesta a salvarnos a ambos. —Su boca es una línea dura—. Y además, te hubieras acostado con la asesina de tu mujer.
A sus espaldas se abre un abismo de seis plantas.
—Dime quién te paga, y luego mátame. —En ese instante está dispuesto.
—También puedo matarte sin decírtelo —replica ella, entornando los ojos aún más y acercándose a él. El cuchillo está a treinta centímetros de su cuello—. The Project.
—¿Te lo encargó The Project? ¿Quién es The Project?
—El Círculo Interior. —Sonríe—. Ya no lo podrás detener.
Ethan sólo ve un relámpago que se abalanza contra él y en ese preciso instante se agacha, se lanza sobre ella y la derriba. El cuchillo cae al suelo. Ella se debate, le clava las uñas en la nuca y los dientes en el cuello. Un dolor agudo lo hace soltar un grito y trata de apartarse, pero ella lo aferra como una gata salvaje, lo aprisiona con las piernas. Él logra darse la vuelta y ponerse encima de ella, que sigue mordiéndolo. Ethan se deja caer con todo su peso y la cabeza de ella golpea contra el suelo, los dientes y las uñas se le hincan aún más profundamente, Ethan trata de tomar aire, intenta introducir el antebrazo entre su cuello y el de ella, y entonces le aplasta la garganta con todas sus fuerzas hasta que, media ahogada y tosiendo, Aamu lo suelta. Ésta es la oportunidad de Ethan, estos segundos antes de que ella se recupere y vuelva a clavarle los dientes, buscándole la yugular. Le aprieta la garganta con una mano, pero ella se revuelve y lo golpea en la entrepierna; él afloja la mano un instante y ella logra incorporarse. Saca una daga larga y fina de la bota, levanta el brazo y Ethan ve que se la va a clavar en la garganta. Algo en su interior grita: «¡No!» Le propina un violento cabezazo en el estómago y ella trastabilla hacia atrás. El murete no puede evitar su caída y Aamu desaparece en la oscuridad.
Ethan no oye el golpe. Seis plantas más abajo, en el asfalto, en un hueco junto a un arriate de flores, yace el cuerpo de Aamu, retorcido y apenas iluminado.
La asesina de Sylvie está muerta.
Durante unos segundos siente una extraña paz interior, pero al punto regresa la ira, seguida por la pena y el dolor. Se desploma, pero las lágrimas no brotan. Su aliento se condensa en el frío aire nocturno. Con cada muerte también algo muere en él, cuando él creía que cada vez recuperaría algo de Sylvie.
Sólo ahora empieza a tener frío. «Perdóname.» Nada más. Y cuando su asesina se marchó... Al parecer Sylvie, con sus últimas fuerzas, apuntó el indicio del versículo bíblico, y el código. «Dios mío, Sylvie... qué mal debes de haberte sentido... tan sola...»
Las heridas en el cuello le arden. Tiene que desinfectarlas, más tarde... Echa un vistazo al reloj. La reunión de la Logia empieza al cabo de diez minutos. Aún no ha alcanzado el objetivo. Se pone de pie, se sacude el polvo de los pantalones y de pronto suena un móvil. No es el suyo. En el suelo brilla una pantalla azulada. Se agacha. Lee «Mamá» en vez de un número de teléfono. «Mamá... pero la madre de Aamu murió hace tiempo.» Aprieta el botón verde, se lleva el móvil al oído y espera. Nadie. Clic. Han colgado.
Pulsa
detalles:
916636756. Aunque no es un genio de los números, lo reconoce: es el último número al que llamó el asesino que trató de matarlo en su casa.
El círculo empieza a completarse. Ethan corre hacia la escalera. El Círculo Interior... ¿Acaso The Project es el Círculo Interior de The Three Poles? Ha hecho investigaciones sobre las logias masónicas y las sociedades secretas. El Círculo Interior son los miembros que persiguen los auténticos objetivos, objetivos que deben permanecer secretos, que no coinciden con los públicamente manifestados, sí, e incluso a menudo son contrarios a éstos. Lo exterior es pura fachada, engaño...
Tiene que advertir a Camille y marca su número, pero no contesta.
Corre escaleras abajo hasta la cuarta planta y busca la habitación 417. Una alfombra de motivos violetas otorga un matiz cálido a la iluminación y a través de altavoces no visibles suena una discreta música clásica. ¿Y si le exigen una contraseña o una huella digital? ¿Un escáner del iris? Hace tres semanas, aún se hubiera preocupado, hubiera dudado de su propósito y a lo mejor habría abandonado, pero ahora ya no tiene nada que perder excepto la vida, y de momento ésta sólo tiene valor en cuanto le sirva para encontrar la respuesta a una única pregunta.
Alguien que está furioso y no tiene nada que perder tampoco tiene miedo. Y resulta imprevisible. Ethan se supera a sí mismo. ¿Sus enemigos lo sabrán? 411, 413... lee en las puertas junto a las que pasa. Toma conciencia de que no lleva un traje oscuro, por no hablar de los arañazos y las heridas. No lo dejarán entrar.
417. Se acerca, alza la mano y llama una, dos veces, y espera. Nada sucede. Aguza el oído y prueba a girar el picaporte: la puerta está cerrada con llave.
Seguro que en la recepción podrán informarle de si la habitación está ocupada. Regresa al ascensor y después opta por bajar por las escaleras: meterse en la cabina del ascensor lo asfixiaría.
Al alcanzar la primera planta, a duras penas logra agarrarse de la barandilla. Hay un hombre de traje oscuro tendido cabeza abajo en los peldaños, y bajo su cabeza, un charco de sangre ya seca. Aún empuña una pistola. Ethan lo vuelve de espaldas y ve que tiene un corte en el cuello. Aamu debió de atacarlo por sorpresa. Busca en el bolsillo interior de la chaqueta y extrae un documento de identidad. No, no es Goran no-sé-cuántos de Montenegro, sino Thomas Meurier, de la policía de Ginebra. «Maldición, ¿qué hace la poli aquí? ¿Le seguían la pista a Aamu?»
Se apresura a limpiar el documento en la chaqueta del muerto, vuelve a guardarlo y desciende el resto de los peldaños. Cuando se dispone a atravesar la puerta que da al vestíbulo, su mirada se posa en la espalda de una pelirroja menuda y delicada que lleva una gabardina. «¿Lejeune? ¿Sabía que Aamu estaba allí?»
Con precaución, se desliza por detrás de ella hacia la salida. Necesita un coche de alquiler. Si Lejeune lo persigue, habrá controles en los aeropuertos.
«¿Dónde demonios está Camille?»
The Project, el Círculo Interior... las palabras de Aamu no dejan de resonarle en los oídos.
Lo ha hecho, efectivamente.
—No quiero que los mayas acaben teniendo razón. —Camille roza el hombro desnudo de Océane.
Ésta vuelve a tenderse encima de ella. El colgante de oro de la cadena roza el pecho de Camille.
—¿Quién afirma que todos sucumbiremos? —La punta del colgante roza los labios de Camille, que lo coge con la lengua y, al recorrer los bordes, se queda paralizada.