Authors: Fran Ray
Las cosas se encarrilan. No albergaba la esperanza de que el recepcionista reconociera a la finlandesa —no, a la rusa— en la foto que el colega suizo le ha mostrado de un modo rutinario hace media hora. Se embolsará un buen botín.
—Entrad en el hotel —le dice a sus dos colegas—, y no hagáis nada hasta que dé la orden.
Camille vuelve a guardar el móvil en el bolso. «Que no se repita lo de España», ruega. Lejeune ha prometido protegerlos a ambos.
La inspectora también quiere atrapar a quienes maquinaron los asesinatos, y sabe que Ethan se los entregará. Al menos eso fue lo que insinuó anoche.
Ahora se encuentra ante el bufé donde Océane Rousseau acaba de servirse una porción de ensalada de algas. Camille se esfuerza por superar sus sentimientos contradictorios, pero la vivacidad que experimenta también le da placer. Una periodista carece de escrúpulos cuando se trata de descubrir la verdad. ¿Acaso no lo ha convertido en su credo?
Océane no parece sorprendida al verla a su lado.
—Así que ha seguido mi consejo...
—¿Qué consejo?
—Que no se perdiera el bufé.
Una vez más, Océane ha logrado irritarla.
—Los afganos y los iraquíes, ¿saben que si comen ese maíz DR no tendrán hijos? —pregunta Camille como de paso.
—Por desgracia, usted también ha picado el anzuelo de los que creen en las conspiraciones, Camille. Ha hablado con Véronique Regnard, ¿verdad?
—¿Cómo lo sabe?
La otra le lanza una sonrisa indulgente.
—Véronique Regnard no dejó de calumniarnos, y todo era pura paranoia. Estaba enferma. Recibió tratamiento psiquiátrico durante toda su vida. Usted la vio en la cárcel, ¿no?
«¡Cuán oscura y ardiente es su mirada!», piensa Camille, y dice:
—Véronique Regnard ha muerto.
—Sí, es verdad, una tragedia. Apenas tenía... ¿cuarenta años? Trastornos en los hábitos alimentarios, paranoia, las enfermedades de nuestra época —suspira la vicedirectora—. Pese a que los alimentos nunca han sido tan sanos como en el presente. ¿Sabe cuántas personas solían morir por una infección de tizón? Pero dejemos eso. ¿Alguna vez ha pensado en el futuro, Camille?
—¿Qué quiere decir?
—Bien —Océane vuelve a dejar la cuchara en la fuente de ensalada de algas—, la última vez que nos encontramos le hice una pregunta —dice, y vuelve a dirigirle una de esas sonrisas arrogantes que indican que a ella no la engaña nada ni nadie.
«¿Qué es lo que realmente quiere de mí?», piensa Camille.
—Aún no he tenido tiempo de reflexionar al respecto —contesta.
—Usted me preguntó de dónde conocía a Véronique Regnard —dice Océane, cambiando de tema.
—Sí...
—Pues de un grupo de ecologistas parisinos.
—Usted estaba en un... —Camille se sorprende y trata de imaginarse a la vicedirectora en medio de una multitud de estudiantes que protestan.
—Pero Véronique veía conspiraciones por todas partes. —Océane sacude la cabeza—. Estaba convencida de que trataban de envenenarla y manipularla. Creía que utilizaban los conservantes para manipular nuestros cerebros. E-202, E-203 y todas esas siglas. Según ella, cada cifra bloquearía o estimularía una determinada zona cerebral. —Suelta una breve carcajada—. Repartía copias con imágenes del cerebro humano en las que había marcado esos bloqueadores y los correspondientes conservantes.
—Eso es absurdo —dice Camille, pero se le aparece el rostro de pájaro de Véronique, su determinación y su convicción, y también el cuerpo demacrado conectado a los tubos... «¿Acaso Véronique sufría una enfermedad psíquica, o sólo es una calumnia de sus enemigos?»
—En su mayoría, es lo que opinan los miembros de Nature's Troops —dice Océane, y le roza el brazo con gesto de entendimiento—. Airean conspiraciones por todas partes.
—A lo mejor tienen razón. Y usted, ¿por qué se pasó al otro bando, al de Edenvalley? —Aún tiene la piel de gallina provocada por el roce.
Océane se aleja unos pasos del bufé y baja la voz.
—Debido a una acción que... que yo jamás hubiera podido apoyar.
—¿Qué acción?
Océane titubea; al parecer, sopesa si la sinceridad le conviene o la perjudica.
—Bien —dice por fin—, pensaban envenenar unos alimentos y echarle la culpa a Edenvalley.
Camille la observa. «¿Se habrá equivocado al juzgarla? ¿Resultará que no es la inescrupulosa gerente de una empresa inescrupulosa y ansiosa de poder, sino... sino... qué?»
—No quería formar parte de un grupo de psicópatas —prosigue Océane y clava la mirada en el plato de algas—. Quería hacer algo para salvar el planeta.
Una vez más, esa mirada deslumbrante.
—¿Y por eso empezó a trabajar en Edenvalley? —dice Camille, incapaz de disimular su escepticismo.
Océane la mira a los ojos y dice:
—Usted no tiene ni idea de las sumas de dinero que Edenvalley gasta en la conservación de los bosques tropicales, en escuelas y hospitales en África y América del Sur, ¿verdad?
Camille se encoge de hombros.
—Eso le permite ahorrar impuestos y al mismo tiempo hacerse publicidad —dice, procurando hablar en tono frío.
—¿Sabe cuán fácil resulta influir en el público difundiendo ideas negativas, Camille? Es evidente que Nature's Troops y sus aliados han hecho un buen trabajo convenciendo a la gente de que están del lado de los buenos. Esa gente manipula, Camille. Difunden noticias falsas que una empresa como Edenvalley ha de rebatir con mucho esfuerzo, porque la prensa siempre toma partido por los otros. Usted misma conoce el motivo: difundir calumnias proporciona más dinero. Nuestra sociedad ansia noticias pavorosas porque eso le permite aliarse contra un enemigo común; de lo contrario, se desintegraría.
Camille ha de reconocer que esa mujer es una maestra en el arte de tergiversar las cosas y volverlas creíbles.
—¿Es por eso que el Noah's Arch Trust afirma que corremos el peligro de que los asteroides o una guerra mundial destruyan todas las semillas del mundo? ¿Para que la gente forme alianzas con empresas como Edenvalley o Eastman Black contra semejantes enemigos?
—¡Oh, Camille! —Océane suelta una carcajada y entonces la joven sabe que ha dado en el blanco. Vuelve a ponerse seria y dice—: ¿Sabía que la mayoría de los mil quinientos bancos de semillas existentes en el mundo no reciben los cuidados adecuados? Los sistemas de ventilación se estropean, la refrigeración es insuficiente, las semillas pierden la capacidad de germinar y regímenes codiciosos de poder impiden el acceso a lo que pertenece a la humanidad.
—El de la isla de Ellesmere le pertenece al Noah's Arch Trust, ¿verdad?
Océane vuelve a sonreír con indulgencia.
—Es verdad que Noah's Arch, el banco de semillas, en gran parte fue financiado por el Noah's Arch Trust, pero también está subordinado a la ONU y a Canadá, así que no depende de un dictador ni de un régimen de terror.
—En ese caso, ¿por qué empresas como Brainstorm y Eastman Black Defense participan en el trust o en la Milward-Foundation? —«Adelante, Camille, sé valiente.»
—¿Y por qué no, Camille? ¡Todos pueden participar! Dada su fortuna, Bob Redfern considera que es responsable de hacer algo por la comunidad mundial, y también alguien como Ted Marder... quiere conservar la paz.
Camille advierte que, antes de mencionar a Ted Marder, el fabricante de armas, vacila ligeramente.
—Es usted asombrosa, Océane.
—Usted también. —Mantiene la vista clavada en los labios de Camille y un escalofrío excitante recorre a ésta. ¿Qué la excita, el poder que Océane encarna, o sólo le complace que la vicedirectora de una multinacional le dedique su tiempo?
—Usted podría cambiar el mundo, Camille, ya se lo he dicho.
—¿El mundo? ¿Como usted?
—¿Acaso es tan malo querer cambiar el mundo? ¿Cómo se imagina el futuro?
—Que todos vivan en paz...
La risa de Océane la interrumpe.
—¿Es usted realmente tan ingenua? ¿Qué genera la paz? No la igualdad, desde luego. Y tampoco la desigualdad, tanto bajo un sistema capitalista como bajo uno feudal. ¿Y la democracia? ¡Por favor! ¿Cree que cada una de los siete mil millones de personas es capaz de pensar y actuar de un modo responsable? Tal vez un tres por ciento, eso ya equivaldría a doscientos diez millones de personas. No es casual que las religiones trasladen el lugar de la paz eterna al más allá. Generar un poco de paz sólo se consigue mediante una alimentación suficiente. De eso se encarga Edenvalley: el hambre genera agresividad.
—Sólo hasta cierto punto, luego el hambre genera apatía. ¿Y cómo es el futuro que usted imagina? —«¡Bien jugado, Camille!»
Al principio, la mirada de Océane se vuelve penetrante, después abstraída, como si contemplara algo que ocurre muy lejos, en otro tiempo.
—La visita a Véronique Regnard no le ha hecho bien —dice, y deja el plato en una mesa—. ¿Qué le parece si continuamos nuestra conversación en otra parte? ¿Dónde está su abrigo?
—He de regresar dentro de dos horas.
—Eso es mucho tiempo, Camille.
Mientras sigue a Océane hacia el guardarropa sumida en sentimientos contradictorios, intenta descubrir a Ethan entre la multitud, pero no lo ve. Y tampoco a Lejeune.
Ethan se vuelve hacia todas partes pero no logra descubrir a Camille entre el gentío, y tampoco a la vicedirectora. Algo pasa con Camille, le oculta algo, no juega limpio. Su móvil vibra en el bolsillo de la chaqueta: número oculto, pero contesta.
—¿Ethan? Soy Leon. Gracias por dar señales de vida, ya creía que te habías borrado del mapa.
—Leon, yo... —No tiene tiempo para explicaciones y tampoco sabe qué decirle. ¿Que se ha convertido en otra persona? ¿Que nunca más volverá a escribir?
—Sé lo de tu mujer y lo lamento de verdad, es espantoso, pero creo que te haría bien volver al trabajo. Podría ayudarte a superarlo... Además, el catálogo del avance informativo entra en imprenta y hemos de hablar de tu nuevo libro...
—No habrá nuevo libro, Leon.
Pausa. Entonces Leon dice:
—Ethan, comprendo que de momento tú no... Pero si en la Feria me hablaste de tu idea...
—De eso, nada.
—Pero Ethan, ahora que el éxito de
Un verano...
Hemos de aumentar la producción... Sabes cuánta rapidez requiere este negocio... Te lo ruego, la vida sigue... Y si no quieres escribir esa historia, pues entonces escribe un libro sobre... sobre Sylvie, sobre vosotros, sobre...
—De verdad, Leon, hablo en serio... Ahora debo colgar. Que te vaya bien, Leon. —Y presiona la tecla roja. Su vida, Leon, los libros... todo eso queda muy lejos, como si estuviera relacionado con otro, no con él. Aunque el trabajo siempre formó parte de él y siempre creyó que no podría vivir sin él... sin Sylvie sí, pero no sin su trabajo. Ahora ya no le queda nada, al menos eso le parece.
Vuelve a sentir esa intensa atracción, como después de la tertulia televisiva, sentada junto a Océane en la limusina. Ahora, ante la puerta del apartamento de la vicedirectora, esa atracción se ha convertido en una gran excitación.
«Nunca mezcles lo profesional con lo privado... Como si alguna vez lo hubiera logrado... No puedo remediarlo: soy así.»
¿Y qué estará pensando Lejeune? Un par de veces intentó atisbar a través de la ventanilla, pero ¿qué esperaba ver? Seguro que Lejeune no la perseguiría en un coche de policía con las luces azules encendidas. Además, se trata de Ethan, no de ella. Debería haber permanecido cerca de él... ¿Y si algo se le estuviera escapando?
Quiere decir algo de circunstancia, algo que relaje la tensión entre ambas, pero no se le ocurre nada. Y desde que abandonaron el hotel Océane guarda silencio. Incluso al encender la luz y cederle el paso a Camille, se limita a sonreír. El olor a sándalo y el tono cálido y rojizo de la madera de alerce le recuerdan a un apartamento de una revista de arquitectura y transmiten una atmósfera de equilibrio sosegado, incluso natural, entre el hombre y la cultura, entre el buen gusto y el confort. Pero algo no encaja, piensa Camille. «Quizá sólo se deba a mi nerviosismo. ¿Por qué he venido aquí?» Océane deja caer el abrigo al suelo y se acerca a Camille.
—¿No tiene calor? —pregunta con el brazo tendido para coger su abrigo.
—Sí. —Claro que tiene calor, fuera, en la noche ginebrina, hacía mucho más frío que en este apartamento con calefacción. Se quita el abrigo y en ese preciso instante comprende que ha cometido un error. Percibe que el poder que Océane ejerce sobre ella aumenta segundo a segundo, y lo peor es que en parte le agrada.
Océane coge el abrigo, lo deja en el respaldo del sofá y dice:
—Acérquese a la ventana, Camille.
Ella se coloca junto a la anfitriona ante el cristal que llega hasta el suelo, y ésta apaga la luz con un mando a distancia. Diez plantas más abajo, como una serpiente oscura y resplandeciente, el Ródano surge del lago de Ginebra. El Jet d'eau, el símbolo de Ginebra, se eleva en medio de la noche como un chorro de chispas y en la otra orilla titilan las luces de la ciudad.
Océane se vuelve hacia ella; en la oscuridad su poder parece aún mayor.
«¿Por qué no me marcho? ¿Por qué sigo aquí?» Camille hace un esfuerzo.
—Ahora dígame cuál es la auténtica intención de Edenvalley con respecto al maíz destinado a África.
Océane vuelve a encender la luz y se acerca a la encimera de piedra clara.
—Es usted tozuda, Camille.
—Usted también —replica ella. Su inseguridad desaparece poco a poco. «Está aquí para averiguar algo. Sólo por eso. ¡Así que contrólate!»
Sin preguntarle si le apetece, Océane le tiende una copa de vino blanco.
—¿A la salud de quién bebemos? —Camille ha decidido no ponérselo fácil.
—¿A la de su brillante carrera? —Océane alza la copa y roza el cristal con los labios.
Camille se estremece. Está prisionera en la cueva de una leona y no se puede marchar sin más. El vino es excelente y bebe un sorbo, tal vez la tranquilice.
—¿Por qué no escribe sobre algo realmente importante? Sobre el futuro del mundo, por ejemplo. ¿Sabía que los mayas tenían un concepto cíclico del tiempo? Creían que cada era recorre un ciclo que básicamente acaba en catástrofe y en la destrucción de todo lo alcanzado.
—Hace mucho tiempo que los mayas se han extinguido. —Camille se esfuerza por no acabarse la copa de un trago.