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Authors: Fran Ray

La siembra (50 page)

Quizá no regrese de la isla de Ellesmere, tal vez sea su último viaje.

Cierra la puerta con llave. Debe regresar al apartamento de Camille. Han de reservar sus vuelos. París-Toronto. Desde allí a Resolute Bay en la isla de Cornwallis y después a la vecina isla de Ellesmere. Ha leído que la tundra y los glaciares cubren la isla. Y que sólo hay tres asentamientos habitados durante todo el año: la estación meteorológica, el destacamento militar y la colonia del fiordo Grise ocupada por los inuit, situada al pie de la montaña que alberga el banco de semillas Noah's Arch. Un pozo de alta seguridad de cemento reforzado.

13

Fue toda una conmoción. Christian se lo dijo por teléfono: que tenía una oferta magnífica que no podía rechazar.

—¿Pretendes abandonar
Tout Menti!
por las buenas? —exclamó Camille, sorprendida.

—¡Tout Menti!
está acabado, Camille! Seamos sinceros por una vez: trabajamos veinticuatro horas al día, y ¿qué nos podemos permitir? Un apartamento miserable, comida barata y ropa de mala calidad. No nos tomamos vacaciones y sólo salimos a comer si paga otro. Y además, ¿qué es lo que movemos?

A ella, esa frase le resultó curiosamente conocida.

—Tiro la toalla, Camille. Todos nos hemos visto afectados, mis hijos, mi matrimonio... Sólo hablamos de dinero y de cómo llegar a fin de mes. Soy demasiado viejo para seguir así, en el mundo hay demasiadas cosas bonitas.

—¿Coches, por ejemplo?

—Sí, también coches. Viajes, buenos hoteles, restaurantes, ropa elegante... No quiero que mis hijos siempre tengan que renunciar a todo, ¿comprendes? Algunos de mis compañeros de estudios nunca han viajado y viven en pequeños y feos apartamentos de alquiler, pese a que sus padres trabajaban de la mañana a la noche sin darse nunca un lujo. No quiero eso para mi familia.

Ella se preguntó por qué él nunca le comentó nada al respecto durante todos esos años. Lo que le importaba era la verdad y nadar contracorriente.

—¿Y también me dirás quién te ha hecho esa oferta tan irresistible?

—Briand, una marca de lujo. Casi nadie la conoce. Están detrás de una empresa relojera, poseen casas de moda, una cadena de hoteles y un banco, y seguramente alguna cosa más. Quieren que edite su revista mensual. Ciento veinte páginas de reportajes sobre viajes y cultura, además de artículos sobre filosofía, ciencia y arte, y fotos estupendas... Yo seré el jefe de redacción. —Hablaba en un tono satisfecho, alegre y relajado. Hacía mucho tiempo que no oía ese tono.

Todavía no lograba comprenderlo.

—Creí que jamás te dejarías comprar. ¿Acaso no fue por eso que fundaste
Tout Menti!
?

—Como todo el mundo, tengo derecho a cambiar de opinión. —Rio.

—Deben de haberte ofrecido un sueldazo.

—Bien, digamos que por fin alguien me valora de verdad.

Después le dijo que volaría a Sofía al día siguiente —comentó algo acerca de la renovación de la ciudad vieja y de terrenos— y le rogó que se encargara de editar el siguiente número de
Tout Menti!,
puesto que él ya había escrito sus artículos. Hablarían del aspecto económico de su salida de la revista cuando regresara.

—A lo mejor, vosotros tampoco queréis seguir, ¿no?

Ella no supo qué decir, y tampoco cómo sería su futuro.

—¿Y sabes qué es lo mejor, Camille? —dijo él al final—. ¡Mi padre nunca hubiera trabajado para semejante revista!

Era como si se hubiera desprendido de un enorme peso con el que había cargado todos estos años.

Luego Camille investigó un poco acerca de Briand: dueños de un cincuenta por ciento de la empresa alimentaria Latté, que recibe fondos anuales destinados a proyectos de investigación de la Milward-Foundation. Después le dejó un mensaje en el contestador: «Te han comprado», pero él no volvió a llamarla.

—Ibas a colgar todo en la página web. —La voz de Ethan la saca de su ensimismamiento.

Regresa al salón desde la cocina y ve que él está enfrascado en el Notebook.

—Sí, ya lo he hecho. —Ella le preguntó a Christian si tenía inconveniente y él dijo que adelante. Y añadió: «¿Tienes claro que podría ser nuestra última acción, Camille? Después nos hundiremos con todos los honores, pero eso siempre es mejor que seguir vegetando con cincuenta mil ejemplares. Demasiado para morir, demasiado poco para vivir.» Ahora, en retrospectiva, le parece que hacía tiempo que Christian había tomado la decisión de abandonar
Tout Menti!

—¿Dónde está? —pregunta Ethan.

Ella echa un vistazo a la pantalla. «Momentáneamente esta página no está disponible.»

—Seguro que es un problema del servidor.

—No; me temo que la página ha sido clausurada —replica él.

—¿Por qué lo dices?


¡
Control of Information,
Camille! Forma parte del plan de The Three Poles. ¿Ahora me crees?

—Pero si sólo somos una revista satírica...

—Sí, pero tú tienes un programa de televisión, ¿no?

—Sin embargo...

—Seguro que vuestra página de inicio no es la única que fue retirada de la red —dice Ethan mientras teclea.

—No es tan sencillo clausurar una página web, Ethan.

—Mira —dice, señalando una noticia, y lee en voz alta—: «Entretanto, Brain Network ha confirmado que las muertes ocurridas en Hamburgo y Berlín se deben a una patología causada por priones, similar a la de la variante Creutzfeldt-Jakob. Según informaciones no confirmadas, también hubo muertes en Uganda debidas a la llamada BDP, enfermedad cerebral causada por priones. Éstos se asimilan a través de alimentos que contienen albúminas, pero también pueden transmitirse a través de transfusiones de sangre. Las empresas agroquímicas y los fabricantes de alimentos, como también ciertos científicos de renombre, niegan la veracidad de las especulaciones y afirmaciones según las cuales los alimentos transgénicos incorporan el prion tóxico. Según diversas informaciones periodísticas, se trata de una enfermedad autoinmune.»

—¿Una enfermedad autoinmune? —Camille empieza a comprender—. Eso es... desinformación bien calculada.

—Exacto. Espera, escucha esto: «Hace dos horas, la central europea de Edenvalley sufrió un atentado con bomba. Un camión de gran tonelaje dirigido por control remoto se aproximó al terreno de la empresa, atravesó las barreras de seguridad y embistió el vestíbulo del edificio de administración. Puesto que a esa hora sólo había escasos empleados en el edificio, no hubo heridos. Los daños materiales se calculan en más de tres millones de euros.»

«Océane —piensa Camille—. Tal vez querían matar a Océane.»

—«La empresa de productos de alimentación Latté y el gigante agroquímico Edenvalley hablan de una campaña global de grupos ecologistas militantes, cuyo objetivo consiste en asestar un golpe mortal a la ingeniería genética. En efecto: en redadas efectuadas en despachos de grupos ecologistas de Praga, Berlín, París, Londres y La Haya se han encontrado documentos comprometedores, pero no se proporcionaron detalles.» —Ethan alza la mirada—. Debemos largarnos, Camille, ahora mismo.

—Pero si mañana tomamos el avión...

—Ahora, Camille. —Ethan se pone de pie, se dirige a la ventana y mira fuera—. ¿Acaso crees que alguien se dará por satisfecho con clausurar tu sitio web?

—¡Eso es absurdo! —Pero sabe que él tiene razón. Tras todo lo sucedido. Y si Océane... pero ¿por qué insistió en que ella y Ethan viajaran a la isla de Ellesmere?

—Vamos, ¿dónde está tu bolso?

—Pero ¿adónde...?

—A casa de una amiga, y después al aeropuerto.

—¿Iremos a la isla de Ellesmere?

—Sí.

—¿Y si se trata de una trampa?

—Océane Rousseau también estará allí. Lo demás no tiene importancia.

A veces se siente como una circunstante ajena, pero sólo a veces. De vez en cuando trata de imaginar cómo sería intimar con Ethan, o cómo sería si él y ella olvidaran el pasado y empezaran de nuevo.

Reúne algunas cosas a toda prisa; al ponerse el anorak y colgarse el bolso del hombro, se pregunta por primera vez qué ocurrirá después. De repente comprende que será una lucha a muerte.

—¿Qué pasa? —Ante la puerta, él se vuelve hacia ella.

—Ethan... —Camille titubea.

—¿Sí?

Camille deja el bolso en el suelo, sin saber qué decir.

—¿Qué ocurre? —pregunta él en tono impaciente.

La joven intenta descubrir una señal, algo en su expresión o su actitud que le diga que él también siente algo por ella, que Ethan también podría imaginarse otra vida, pero no descubre nada. No obstante, pregunta por fin:

—¿Por qué no abandonamos? Han pasado tantas cosas...

—¿Qué quieres, Camille? —replica Ethan con brusquedad.

Él sigue sin comprenderlo. Ella de pronto comprende que no quiere librar esa batalla en Ellesmere... ¿Por qué se ha empeñado en acercarse a la catástrofe durante tanto tiempo?

—Ethan... —lo intenta de nuevo, y da un paso hacia él. Pero en ese instante ya sabe que ha perdido, y no sólo por la mirada de rechazo de él.

—Seamos sinceros, Camille: nunca se ha tratado de eso entre nosotros.

—Hay cosas que ocurren aunque uno no quiera... —Ella no se permitió quererlo, siempre descartó esa posibilidad, estaba demasiado ocupada con sus propias metas—. Pero aún no es demasiado tarde... —De pronto cree que es posible.

—Ahora no puedo abandonar, Camille.

«¡Sí puedes! —quiere gritarle ella—. ¡Precisamente ahora! ¡Aún es posible!» Por primera vez en su vida está dispuesta a abandonarlo todo y seguir el dictado de su corazón.

Pero él abre la puerta y sale. Ella se cuelga el bolso de viaje del hombro.

«Demasiado tarde.»

14

Jueves 10 de abril, Ginebra

«Vamos, no tienes por qué tener miedo, ¡no te pongas así!» Los peldaños están resbaladizos, cubiertos de una mugre viscosa. Un hedor agridulce y podrido flota en el aire. La mano sigue arrastrando a la niña, pasan junto a un anciano huesudo, una momia reseca, la niña se sobresalta cuando una enorme cabeza negra aparece entre la multitud. «¡Mamá!» Pero mamá ríe. «¡Vamos, sigue caminando, estoy aquí contigo!» Un animal negro con cuernos y huesos que sobresalen como cuchillos afilados se abalanza sobre la niña. «Vamos, muévete.» La niña deja de respirar. El aire es picante y corrosivo, algo le hace arder los ojos, le duele. Ante ella se elevan llamaradas. «¡Mamá, todo está ardiendo!» Le produce picor en la nariz y la garganta, la niña se aferra a la mano que la arrastra cada vez más dentro de la suciedad y la multitud. Lo poco que quedaba de cielo azul ha desaparecido, oscurecido por una humareda hedionda y espesa. «¡Quiero volver a casa, mamá!» La niña se detiene, pero la madre no oye su voz, apagada por los gritos y alaridos. Los peldaños están cada vez más viscosos y mugrientos. Por detrás, entre el muro formado por las ropas y los cuerpos agitados, la niña ve una marea de color pardo. Y de repente suena un grito agudo, otro más, y brazos, rodillas, codos y pechos la empujan. La niña se aferra a la mano, ya no hay marcha atrás, sólo puede avanzar hacia aquella marea. «¡Mamá!» Los gritos son inútiles, la madre también ha perdido pie. Algo pesado cae sobre la niña y la derriba sobre los peldaños de piedra, el peso la aplasta, pero la mano sigue arrastrándola, resbala hacia abajo en los peldaños, hacia la marea. «¡Mamá!», la niña todavía se aferra a la mano, lo único conocido en este infierno, pero la mano la sigue arrastrando cada vez más abajo, ya están en medio de la hedionda marea marrón. La niña quiere gritar, pero el agua le llena la boca y la nariz, escupe y trata de inspirar el aire corrosivo. A su lado, en el agua flota un cuerpo que sólo tiene unos jirones de carne pegados a las costillas, no tiene rostro, sólo agujeros roídos. Entonces la niña suelta la mano y se hunde en el tenebroso abismo...

Océane se incorpora de golpe, jadeando y con el corazón acelerado. «¡Sólo ha sido un sueño, el mismo de siempre!» Tantea en busca del interruptor y la luz la tranquiliza. «Un minuto, sólo necesito un minuto.» Luego se pone en pie, se quita el camisón empapado de sudor, quita las sábanas mojadas y la manta, se dirige desnuda al baño, se mete bajo la ducha y se friega el cuerpo para eliminar la mugre, el hedor... y el recuerdo.

Hace poco tiempo que ha vuelto a soñar todas las noches. Y ella, que creía que todo había pasado.

Deja la luz del baño encendida, para que ilumine el dormitorio a través de la pared de ladrillos de vidrio.

El Jet d'eau lanza un chorro de fuegos artificiales en medio de la oscuridad y, a través de los grandes ventanales, se refleja en el brillo oscuro del piano Steinway. Decide tocar Sibelius:
Kuusi,
el abeto. Logra unos sonidos lastimeros y apasionados. Ella misma se convierte en el abeto cuyas ramas acaricia la brisa. En la copa se han posado aves que cantan, pasan las nubes grises y pesadas, llega la tormenta, azota las ramas y caen blandos copos de nieve que la envuelven hasta el amanecer. Océane toca la última nota, escucha su reverbero y lo aspira.

Luego reina el silencio y, a través de las ventanas insonorizadas del
loft,
penetra el lejano zumbido del tráfico. Es una de las piezas predilectas de su madre. Océane se pone en pie, presiona el mando a distancia y una luz dorada inunda los espacios modernos y revestidos de madera de alerce; presiona otra tecla y baja las persianas que cubren los cristales que llegan hasta el suelo, excepto el de la ventana que da al Ródano y al lago. Después conecta el equipo de música y elige Debussy:
Preludio a la siesta de un fauno,
se acerca a la ventana y, a través de su propio reflejo, contempla la otra orilla del Ródano y las luces del centro de la ciudad. ¿Cuántas veces interpretó esta pieza su madre?

Se toca la cara, roza el cristal: frío y duro al tacto.

«Eres lo bastante mayor como para conocer tus raíces. Una persona necesita raíces, de lo contrario no encontrará el amor», oye decir a su madre. Acaba de cumplir diez años y la perspectiva de un viaje a la India, que su madre siempre describió como un país misterioso, despierta su fantasía. Apenas logra controlar su impaciencia durante las cuatro semanas que faltan hasta que su padre por fin conduce a las dos hasta el aeropuerto de Atlanta. De camino ambos incluso se pelean. Al llegar al aeropuerto, su madre se apea, cierra de un portazo y sólo le da un rápido beso a su padre. Tres semanas después, cuando él la recoge lloroso, no logra pronunciar palabra. Se limita a abrazar a su hija y sacudir la cabeza.

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