Acabados los aplausos, pidió la palabra el más famoso astrónomo bohemio para anunciar, en un deplorable alemán, que no recordaba en absoluto por qué motivo estaban reunidos allí; apenas fue traducida esta comunicación por los intérpretes a los franceses y a los demás monóglotas presentes, se propagó en la asamblea un agitado parloteo: con precauciones en un principio, con regocijo después, todos los congresistas admitieron, en las más variadas lenguas, que tampoco ellos sabían qué diablos habían venido a hacer allí.
Los trabajos quedaron suspendidos, al menos por aquella jornada, a fin de que los participantes en el congreso pudieran regresar a sus hoteles o conventos y ordenar sus papeles y sus ideas. La salida del Aula Magna fue tumultuosa: aquejados por una oleada colectiva casi histérica de glosolalia, científicos y monseñores se dirigieron hacia las puertas cantando, los más ancianos la Carmagnole, los menos ancianos una nueva canción popular internacional, que unos años después iba a ser exhumada por Degeyter y Pottier con el nombre precisamente de
La Internacional.
Después de este esfuerzo sobrehumano, Valdés y Prom cayó en un profundo sueño que duró casi hasta medianoche. Cuando se despertó, comió algo, dio sus habituales cuatro pasos entre las mansardas de la rue Visconti, y se dispuso a afrontar las fatigas de la segunda jornada.
La segunda jornada del Congreso
contra
las Ciencias Metafísicas, que hoy por curiosa metátesis se denominan metapsíquicas, fue abierta por el Presidente de la Comisión de Pesos y Medidas, el cual propuso a la Asamblea que salieran todos al patio para bailar una polonesa en honor de Allan Forrest Law, botánico y decano de Yale en el exótico Connecticut. El Obispo de Caen objetó que estaba lloviendo y que en la propia Aula había espacio suficiente para bailar un vals. Los científicos alemanes, entre los cuales estaba el Rector Magnífico de la Universidad de Jena, improvisaron inmediatamente un landler con gran ruido de zuecos sobre el entarimado de madera, al que fueron uniéndose, poco a poco, los más famosos geólogos, vulcanólogos, sismólogos, entomólogos y mariólogos de la época. La reunión estaba degenerando visiblemente y también esta sesión tuvo que ser aplazada. La prensa, que no había sido admitida a las sesiones del Congreso, pudo, no obstante, comprobar desde fuera el alboroto y a continuación la impresionante cantidad de asientos rotos.
Inútil observar aquí lo que todos observaron entonces, y es que jamás había sucedido nada parecido en un congreso científico: alguien comenzó a murmurar, sotto-voce, el nombre de Valdés. Valdés y Prom no recibía a periodistas ni corresponsales, no facilitaba declaraciones: surgió la sospecha de que tenía en cartera algo todavía más clamoroso.
El Nuncio Apostólico ante la Tercera República, preocupado por el prestigio de los religiosos implicados, quiso participar personalmente en la tercera sesión del Congreso. Apenas lo supo Valdés, gracias al exiliado español que no renunciaba a su tarea de recolector y transmisor de noticias, decidió servirse de esta máximamente autorizada presencia —más autorizada aún que aquélla, igualmente anunciada, del Ministro del Interior y Jefe de Policía— para asestar el golpe definitivo a sus enemigos.
Cuando, a la mañana siguiente, entró el Nuncio en la sala, todos los congresistas, hasta los luteranos, hasta los rusos, hasta el turco, se levantaron respetuosamente y aplaudieron. El Nuncio abrió su boquita y dijo: «Humildemente os traigo el paternal saludo de Su Santidad, baluarte contra el cual no prevalecerán ni demonios ni brujas, ni partidarios de ciencias tanto evidentes como ocultas». Se levantó entonces el fisiólogo Puknanov y respondió: «Yo, Valdés y Prom, le traigo el mío». Se levantó Sir Francis Marbler y añadió: «Yo, Valdés y Prom, saludo al Papa». Se levantó Van Statten y dijo: «Yo, Valdés y Prom, doy las gracias al Sumo Pontífice». Uno tras otro, todos los científicos se levantaron y dieron las gracias en nombre del vidente filipino; lo mismo hicieron después teólogos y eclesiásticos; el Nuncio creía estar soñando, cuando finalmente se levantó el Ministro del Interior y con un marcado acento de Toulouse concluyó: «Yo, Valdés y Prom, nunca me he sentido tan honrado».
Después de lo cual, todos los reunidos propusieron declarar clausuradas las tareas del congreso. Unánimemente, todos se manifestaron de acuerdo con la propia propuesta. Se originó luego una gran confusión, que ha sido variadamente descrita, entre otras cosas porque todos los presentes seguían pensando que eran Valdés y Prom. A excepción del Nuncio, que, sin embargo, nunca quiso comentar con nadie lo que había sucedido realmente aquel día en el Aula Magna de la Sorbona.
Siempre como en un sueño, científicos y religiosos se encaminaron bien a la Gare de Lyon, bien a la Gare de Strasbourg, bien a las propias carrozas, Al no conseguir obtener de ellos ninguna noticia —«parecían niños», escribió «La Liberté»— los periodistas corrieron a la rue Visconti; pero tampoco consiguieron saber algo más sobre lo sucedido, porque Valdés y Prom había muerto. Demasiado exhausto por el esfuerzo, parece que en el transcurso de su habitual paseo aéreo vespertino frente a las ventanas del sexto piso, el hipnotizador adelantó un paso en el vacío, precipitándose lastimosamente sobre el adoquinado; en cuanto al exiliado español, preocupado acaso por las posibles represalias del ministerio del Interior, había desaparecido.
En 1964 Flamart entregó a la imprenta su novela-diccionario, titulada astutamente
La langue en action.
La idea era la siguiente: puesto que los normales vocabularios modernos, por muy divertidos y en ocasiones licenciosos que resulten, son casi sin excepción inadecuados para una lectura continuada y sistemática, que es la única que justifica la existencia duradera de una determinada obra, el autor se había propuesto, con una paciencia flaubertiana, componer un nuevo tipo de diccionario que conjugase lo útil con lo aventuroso, indicando como cualquier otro vocabulario la definición y la utilización de cada una de las voces, acompañándolas, sin embargo, no de agradables observaciones y divagaciones eruditas como las que alimentan o alimentaban las antiguas enciclopedias, sino de breves pasajes narrativos, encadenados de tal manera que, una vez acabada la lectura, el lector no sólo ha aprendido la utilización correcta de todas las voces que componen la lengua, sino que además se ha divertido siguiendo el intricado desarrollo de una trama de lo más cautivante y movida, de tipo espionaje-pornográfico.
Está claro que no bastará la anterior descripción para dar una idea precisa de este trabajo probablemente único en el mundo, y extrañamente aún poco conocido. Convendrá, pues, transcribir un fragmento de él, elegido al azar entre sus ochocientascincuenta páginas; intentando soslayar el hecho de que el diccionario es, al fin y al cabo, un diccionario, y además francés. Abramos la página 283:
Enfoncer
: derribar; introducir. Arthur la enfonga.
Enforcir:
vigorizar. La alocución del presidente de la república en la televisión le habrá
enforci,
comentó el astuto Ben Said.
Enfouir:
soterrar; empujar a fondo. Abriendo de nuevo los ojos, Géraldine protestó, no sin ironía: Pero ¿dónde la has
enfoui
?,
Enfourcher:
atravesar con la horca; ensartar. Tendrías que decir más bien
enfourchi,
aclaró entre dos beldades el secretario del viceprefecto.
Enfourchure:
fondillo de los pantalones. Alastair, cógelo del
enfourchure
e intenta echarlo hacia atrás, suplicó Fauban.
Enfourner:
enhornar, meter. No por casualidad le llaman el
enfourneur,
añadió con aire experto la falsa monja.
Enfreindre:
infringir, violar. ¿Les gusta Benjamin Britten?, preguntó Ben Said,
enifreignant
repentinamente el respetuoso silencio.
Enfroquer:
encapuchar; hacerlo fraile.
Enfroquez-le
! oyóse aullar a una voz horrorizada al otro lado de la puerta.
Enfouir (S'):
huir; escapar. Géraldine aflojó las rodillas y la dejó
s'enfouir.
Enfumer:
ahumar. Poniéndose los calzoncillos por la cabeza como si fueran unas gafas, Alastair le
enfuma
por completo con su especial aliento e intentó echarse al lado del secretario del viceprefecto.
Engadine:
Engadina. Apestaba a
Engadine.
Engagé:
comprometido. ¿Por qué ese aire de semanario
engagé?,
le preguntó sarcásticamente la monjita, revolviéndose en el sillón sobre el regazo de Fauban para pulsar el timbre con el pie derecho.
Engageant:
atractivo. La puerta se abrió de golpe y Géraldine vio entrar a un San Bernardo poco
engageant
.
Engagement:
compromiso; promesa. La enfermera que le seguía, se dirigió hacia Ben Said. He mantenido el
engagement,
anunció con una sonrisa equívoca, y con un rápido gesto le clavó la aguja de una gran jeringuilla hipodérmica detrás de la oreja izquierda.
o bien la página 577:
Personne:
persona; alguien; nadie. El capitán entró en la galería y dijo:
Personne
!
Personnellement:
personalmente. El candidato a paracaidista se atrevió a insinuar una tímida objeción: Yo,
personnellement…
El otro le hizo callar chasqueando la lengua: ¿Sólo con esos pantaloncitos, recortados de un periódico de la tarde?
Perspective:
perspectiva. Problema de
perspective,
murmuró el muchacho. Los que usted lleva, en cambio, son de seda vulgar.
Perspicace
: perspicaz; sagaz. Eres
perspicace
, observó el capitán, empujándole hacia la oscuridad.
Perspiration:
transpiración insensible. Michel estaba cubierto de
perspiration.
Persuader:
persuadir; convencer. Había algo en el gran ruido metálico al fondo de aquel pasillo estrecho que no le
persuadait.
Persuasion:
persuasión. Pero de repente notó sobre su pierna delicadamente peluda el viscoso cañón de la pistola y una mano silenciosa fríamente decidida a no reparar en medios en su obra de
persuasion.
Persulfure:
persulfuro. Le rodeó una oleada de
persulfure.
Perte:
pérdida; escape. ¿Y esto?, preguntó finalmente el oficial, sin soltar a su víctima. ¿Es una
perte
?
Pertinace:
pertinaz. Sus colegas del Contraespionaje —por no mencionar a sus numerosos enemigos de los Servicios Secretos extranjeros— sabían perfectamente cuán
pertinace
era La Condamine.
Pertinent:
pertinente. ¿Le parece una pregunta
pertinente?
dijo el muchacho, sacándose el dedo de la nariz e inmediatamente después la camiseta. Son cosas mías, y me las guardo para mí, añadió.
pertuis:
agujero; hoyo; cavidad. Yo no estoy tan seguro, masculló el oficial. ¡Ahí está el
pertuis!,
exclamó de repente lamiéndose los bigotes.
Perturbation: perturbación. En el neófito la leve traspiración comenzaba a convertirse en
perturbatian.
Péruvien:
peruano. ¿Oyes allá al fondo un ruido metálico?, susurró su guía. Son los
péruviens.
Pervers:
perverso. ¡Dicen que son terriblemente pervers!, murmuró con un estremecimiento el adolescente.
Pervertir:
pervertir; depravar. Sin separarse de él ni un milímetro, el capitán arrastró a Michel otros dos metros por la oscura galería. Peor todavía, dijo entre dientes, ¡son unos
pervertis!
Pesage:
peso; pesaje. Y con ademán distraído procedía al
pesage.
Pesant
: pesado. ¿Le parece
pesant
?, preguntó el muchacho con una repentina curiosidad.
Pessaire:
pesario. Lástima que he dejado el
pessaire
en el Jaguar-Morris, maldijo La Condamine.
Pessimisme:
pesimismo. Una nueva oleada, más violenta que la anterior, terminó con su
pessimisme:
esta vez debía tratarse de un excusado semipúblico, que probablemente comunicaba con la sala de cine.
Peste:
peste; ¡maldita sea! Ya estamos, dijo. ¡Peste!, exclamó Michel: ¡Y ahora cómo me seco!
Y así sucesivamente hasta el deslumbrante final, basado en una orgía de
zythum,
cerveza de los antiguos, y especialmente de los egipcios. Didácticamente impecable, especialmente adecuada para los jovencitos y estudiantes en general, la obra de Flamart es de aquellos —¡desgraciadamente escasos!— vocabularios que se hacen leer de un tirón de la primera a la última página, aquellos diccionarios que han nacido llevando sobre la frente el signo de la epopeya.
Los utopistas no reparan en medios; con tal de hacer feliz al hombre están dispuestos a matarle, torturarle, incinerarle, exiliarle, esterilizarle, descuartizarle, lobotomizarle, electrocutarle, enviarle a la guerra, bombardearle, etcétera: depende del plan. Reconforta pensar que, incluso sin plan, los hombres están y siempre estarán dispuestos a matar, torturar, incinerar, exiliar, esterilizar, descuartizar, bombardear, etcétera.
Aaron Rosenblum, nacido en Danzig, crecido en Birmingham, también había decidido hacer feliz a la humanidad; los daños que provocó no fueron inmediatos: publicó un libro sobre el tema, pero el libro permaneció largo tiempo ignorado y no tuvo muchos seguidores. De haberlos tenido, tal vez no existiría ahora ni una sola patata en Europa, ni un farol en las calles, ni una pluma de metal, ni un piano.
La idea de Aaron Rosenblum era extremadamente sencilla; él no fue el primero en concebirla, pero sí el primero en llevarla hasta sus últimas consecuencias. Sobre el papel, únicamente, porque la humanidad no siempre desea hacer lo que debe hacer para ser feliz, o para lograrlo prefiere elegir sus propios caminos, que en cualquier caso, al igual que los mejores planes globales, también suponen matanzas, torturas, cárceles, exilios, descuartizamientos, guerras. Cronológicamente, la utopía de Rosenblum no fue afortunada: el libro que debía hacerla famosa,
Back to Happiness orOn to Hell (Atrás hacia la felicidad o adelante hacia el infierno)
apareció en 1940, precisamente cuando el mundo pensante estaba mayoritariamente entregado a defenderse de otro plan, no menos utopista, de reforma social, de reforma total.