La sinagoga de los iconoclastas (5 page)

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Authors: Juan Rodolfo Wilcock

Tags: #Fantástico, Otros

Como sede de la Fundación había elegido la pequeña ciudad de New Boston, por el exclusivo motivo de que, si bien también se llamaba Boston, estaba suficientemente alejada de Boston, en la eventualidad de que Boston fuese destruida por una bomba atómica. El proyecto primitivo de Babson era más bien simple: se trataba de experimentar todas las aleaciones de metales imaginables, hasta encontrar la deseada.

Puesto que las aleaciones posibles son obviamente infinitas, pronto quedó claro que la empresa también resultaría infinita; de modo que la Fundación decidió ocuparse de otras actividades menos monótonas, pero, en cualquier caso, centradas en problemas gravitatorios. Por dar un ejemplo: se organizó una cruzada contra las sillas, consideradas artefactos totalmente inadecuados para defendernos de las subrepticias presiones que la gravedad ejerce sobre nuestro cuerpo: según Babson, esas presiones se pueden vencer con toda sencillez sentándose sobre la alfombra.

En 1949, la Fundación hizo publicar en las revistas «Popular Mechanics» y «Popular Science», bastante populares efectivamente, el siguiente anuncio: «GRAVEDAD. Si usted está interesado en la gravedad, escríbanos. Ningún gasto». El anuncio no tuvo el menor éxito. Se creó entonces un premio al mejor ensayo sobre la gravedad. El texto no podía superar las 1.500 palabras, y podía tratar sobre cualquiera de los siguientes elementos: 1) cómo obtener una aleación capaz de aislar, reflejar o absorber la gravedad; 2) cómo obtener una sustancia de características tales que sus átomos se movieran o se mezclaran en presencia de la gravedad, de modo que produjera calor gratis; 3) cualquier otro sistema razonable de aprovechar la fuerza de la gravedad. El primer premio consistía en mil dólares.

En 1951, la Fundación celebró su primer Congreso Internacional, siempre en New Boston. A los participantes del congreso se les hizo sentar en sillones especiales, llamados antigravitatorios, con el fin de favorecer la circulación de la sangre; a los congresistas que ya sufrían de molestias circulatorias, los organizadores les ofrecían píldoras de Priscolén, un fármaco elaborado por Babson contra la gravedad. En un local contiguo se exhibía el lecho de Isaac Newton, que Babson había adquirido poco antes en Inglaterra.

Mientras Babson garantizó su supervivencia, el instituto se dio a conocer menos por los premios anuales al mejor ensayo contra la gravedad, conferido por un jurado de profesores de física, que por la abundancia de panfletos y opúsculos de carácter científico-moral que distribuía regularmente entre los posibles interesados en dicho tipo de investigación: bibliotecas, universidades, científicos eminentes. Contenían observaciones del siguiente tipo:

«Muchas personas inteligentes están convencidas de que las fuerzas espirituales pueden modificar la atracción de la gravedad, como se puede deducir del testimonio de algunos profetas del Antiguo Testamento, los cuales se alzaron hasta el cielo, así como del fenómeno de la Ascensión de Jesucristo. No hay que olvidar, además, el episodio de Jesús caminando sobre las aguas. Todos habrán observado que los Ángeles siempre son presentados en abierto desafío a las leyes de la gravedad».

En el opúsculo de Mary Moore sobre el tema,
Gravedad y posición,
se propone la utilización de un busto o corsé permanente con el fin de impedir que la gravedad, con su obstinada atracción, nos lleve a inclinarnos demasiado hacia adelante o hacia atrás, cosa que habitualmente hace envejecer a las personas con mayor rapidez. En el opúsculo contra las sillas, obra del propio Babson, el creador de la Fundación explica el porqué es más higiénico sentarse sobre alfombras; si eso resultara luego imposible (porque no hay alfombra, o porque la alfombra está sucia) queda la solución de sentarse en cuclillas; y si tampoco eso es posible, sobre un taburete con una altura que no sea superior a los diez centímetros.

Los peores efectos de la gravedad se producen, sin embargo, cuando por grave descuido nos dormimos con la cara hacia arriba. Para no incurrir en esta perniciosa costumbre conviene abotonarse detrás del cuello del camisón o del pijama una pelota de goma, de cinco a seis centímetros de diámetro. Para ello convendrá hacerse coser una especie de bolsillo en el cuello, en el cual se colocará la pelota antes de acostarse, de modo que pueda ser extraída cuando mandemos el camisón o el pijama a la lavandería. Cualquier persona es libre, en todo caso, de resolver el problema de la pelota en el cuello como mejor le parezca.

En otro ensayo sobre el tema «Gravedad y ventilación», Babson exalta la sana costumbre de dejar abiertas todas las ventanas, siempre, en verano y en invierno, bajo cualquier clima. El autor confiesa que descubrió las ventajas de la ventilación a una tempranísima edad: en aquella época estaba gravemente enfermo de tuberculosis, pero gracias al método de su invención (no cerrar nunca puertas ni ventanas) consiguió sanar en pocos meses de la tisis. Ahora, en la edad madura, por mucho que nevara y aullase el viento en el exterior, Babson seguía trabajando en su estudio abierto a las tempestades, envuelto en su abrigo calentado con baterías; algunos días hacía tanto frío en la habitación que la secretaria, que también estaba totalmente envuelta de mantas, se veía obligada a servirse de dos martillitos de goma para escribir a máquina lo que le dictaba el Fundador.

Este había descubierto asimismo que para hacer circular aire viciado conviene dotar a los suelos de las habitaciones de una ligera inclinación, de manera que la fuerza de la gravedad pueda llevarse el aire enrarecido, a través de los agujeritos abiertos en las paredes, como si fuera agua sucia. Una casa semejante fue construida en New Boston: todos los suelos de las habitaciones presentan una pendiente del siete por ciento.

Roger Babson, conocido sobre todo como agente de bolsa, era propietario además de una compañía de diamantes, de una gran factoría de conservas de langosta, de una fábrica de alarmas de incendio, de una cadena de supermercados y de muchas tierras y cabezas de ganado en Nuevo México, en Arizona y en Florida. Un solo temor, probablemente, oscurecía su vida: la bomba atómica. En otro Instituto de su propiedad, el Utopia College de Kansas, todos los edificios estaban unidos entre sí por galerías subterráneas, en previsión de un ataque de ese tipo. Por el mismo motivo, Babson había abierto cien cuentas idénticas, o depósitos de emergencia, en cien bancos diferentes, esparcidos por toda el área geográfica de los Estados Unidos, de Puerto Rico a Alaska y a las Hawai.

KLAUS NACHTKNECHT

Pocos años después del descubrimiento del radio, circuló el rumor de sus propiedades maravillosas, de manera especial terapéuticas; noticia vaga e imprecisa pero difundida. Partiendo de la optimista premisa de que todo lo que se descubre sirve para algo —si exceptuamos los dos Polos, el Norte y el Sur—, el honesto periodismo de la época concedió el debido relieve a cualquier tipo de hipótesis, todas falsas, sobre esa nueva fuente de radiaciones. De la misma manera que en el siglo XVII la gente que seguía la moda se brindaba por extravagancia a las sacudidas eléctricas, la gente que seguía la moda en los primeros años del siglo XX quiso brindarse, por higiene, a la radiactividad.

De Karlsbad a Ischia, las aguas y los fangos termales fueron cuidadosamente analizados, y se descubrió, en efecto, así es el destino de todas las cosas del universo, que eran en cierta medida radiactivos; aguas y fangos se sintieron más preciosos, y con grandes carteles y publicidad en la prensa anunciaron al público su nueva y salubre condición. En Budapest el padre de Arthur Koestler, fabricante de jabón, hizo analizar igualmente las tierras de las que sacaba algunos ingredientes de su jabón; y habiéndose revelado también éstas, al igual que todas las tierras del globo, radioactivas, Koestler padre puso en venta con el consiguiente éxito sus pastillas de jabón radiactivas, llamadas después rádicas: Sus benéficas influencias convertían, como era de prever, en cada vez más sana y hermosa la piel. Su ejemplo fue imitado en otros países. Cuando estalló la bomba de Hiroshima, y quedó claro para muchos que la radiactividad no siempre hacía resplandecer la piel, esos jabones cambiaron de nombre y de publicidad, pero, con estimable obstinación, termas y fangos radiactivos mantuvieron todavía durante años ese manifiesto interés que promueven las fuerzas secretas de la naturaleza.

Con el mismo espíritu científico-publicitario se inició en 1922 aquella admirable aventura orogenética que fue la cadena de hoteles volcánicos de Nachtknecht y Pons. Hijo del Pons de Valparaíso propietario de una famosa cadena de hoteles meramente oceánicos y balnearios, de los que las crónicas mundanas recuerdan el lujo asiático del Gran Pons de Viña del Mar junto al Pacífico y la mediocridad europea del Nuevo Pons de Mar del Plata junto al Atlántico, Sebastián Pons tuvo la suerte de conocer en la Universidad de Santiago a un geólogo alemán emigrado, sin la menor fama y llamado Klaus Nachtknecht.

Obligado por las estrecheces de un inestable exilio, Nachtknecht se ganaba la vida como profesor de alemán, materia de las más facultativas, en la Facultad de Ciencias, cosa que obviamente exasperaba su insatisfecha pasión geológica, hecha todavía más profunda por la muda, multitudinaria y superabundante proximidad de los Andes. Mientras sus compatriotas morían en Ypres como pulgas en una sartén, Nachtknecht cultivaba en silencio, en el invernadero de su lengua impenetrable, diferentes y solitarias teorías. A Pons, que era su discípulo predilecto, mejor dicho, su único discípulo, confió su más querida, su más en soñada y original teoría, la de las radiaciones volcánicas.

En pocas palabras, Nachtknecht había descubierto que el magma desprende radiaciones de enorme poder vivificante y que nada favorece tanto la salud como vivir sobre un volcán, o al menos bajo un volcán. Citaba como ejemplo y confirmación la belleza y la longevidad de los napolitanos, la inteligencia de los hawaianos, la resistencia física de los islandeses, la fecundidad de los indonesios. Ocurrente como todos los alemanes, mostraba un gráfico sobre la longitud del miembro viril en los diferentes pueblos y países del mundo, con puntas indiscutiblemente envidiables en las regiones volcánicamente más activas. Dicho gráfico, que en las esferas académicas tal vez habría sido acogido con perplejidad, acabó de convencer a su joven alumno.

Convertido en heredero de los hoteles de su padre en 1919 y de una mina de molibdeno de su tía en 1920, Pons confió sus bienes de playa a un administrador inglés, digno por tanto de confianza, y los de excavación a un ingeniero chileno mutilado de las piernas, por consiguiente más digno todavía; después de lo cual, en compañía de su amigo y profesor, se lanzó a la empresa que en un primer tiempo le hizo famoso, y en un segundo tiempo tan pobre que se vio obligado a aceptar el puesto de cónsul chileno en Colón (Panamá), con un sueldo de hambre y un clima de infierno.

Había sido Nachtknecht el primero en lanzar la idea de un establecimiento u hotel o casa de salud en las laderas de un volcán; naturalmente, los huéspedes no tenían por qué ser necesariamente enfermos (por otra parte, ¿quién no está enfermo?), sino personas de cualquier edad y condición psíquica; al contrario, cuanto más sanos y más vigorosos fueran los clientes, más segura la reputación del establecimiento como lugar de cura.

El Maestro era reacio a publicar libros en una lengua desprovista para él de toda lógica como el español (una lengua que ha renunciado desde hace siglos al máximo ornamento del pensamiento, que consiste, como es sabido, en concluir cualquier discurso con el verbo), pero Pons le indujo a preparar al menos algún opúsculo, no exactamente publicitario, pero adecuado, en cualquier caso, para difundir entre el público ignorante los principios y los méritos de la nueva radiación.

Así aparecieron a fines de 1920
El magma saludable
y en 1921
Acerquémonos al Volcán,
y
Lava y Gimnasia,
los tres traducidos o al menos corregidos por Pons e impresos en Santiago, en una edición prácticamente ilimitada y sobre un papel tan malo que las únicas páginas realmente legibles eran las que estaban impresas por un solo lado. Dos años después, contemporáneamente con los trabajos de construcción del primer hotel de la cadena, apareció de nuevo, siempre con la firma de Nachtknecht,
Rayos de Vida
(33 páginas).

El plan original de Pons incluía cuatro hoteles-clínicas de lujo, a construir en las laderas del Kilauea en las islas Hawai, del Etna en Sicilia, del Pillén Chillay en la que era entonces provincia de Neuquén en Argentina, de Cosigüina en Nicaragua, y finalmente un quinto refugio para solitarios en un punto cualquiera, todavía por determinar, de la isla de Tristan da Cunha en el Atlántico; a ser posible sobre la islita contigua llamada justamente Inaccesible.

Por lo que se refiere a las Hawai, surgieron inmediatamente dificultades insuperables con la autoridad que se ocupaba, desde 1916, del Parque Nacional de los Volcanes locales. En cuanto a la superficie sobre el Etna, comprada en 1922 por los agentes de Pons a unos 2.000 metros de altura, fue arrasada pocos meses después por un auténtico mar de lava y desapareció a todos los efectos del catastro, entre otras cosas por haberse convertido en una boca secundaria del antiguamente voraz Mongibello.

En Nicaragua, el agente de Managua demoraba inexplicablemente el asunto; posteriormente se supo que había estado todo el tiempo en la cárcel, por motivos políticos, y que desde la misma cárcel dirigía la agencia de compra-venta de terrenos, cosa que estaba claro que no le permitía comprar montañas junto a la frontera con Honduras. De pronto reapareció, siempre por carta, con la noticia de que el Cosigüina llevaba sin dar señales de vida desde el lejano 1835 (posteriormente se supo que esto tampoco era cierto) y que podía ofrecer, en cambio, la compra de un terreno muy adecuado en la próspera isla de Omotepe, en el lago de Nicaragua, precisamente entre dos grandes volcanes, el Madera y el Concepción, de vegetación lujuriante y una erupción activísima. Pons se dirigió a la Embajada de Nicaragua para ampliar la información; sorprendido en su despacho, el agregado cultural le explicó que precisamente en aquel punto de la isla se encontraba el gran presidio de Omotepe y que muy probablemente el agente estaba intentando venderle la prisión donde purgaba sus erróneas opciones políticas. De modo que el hotelero-minero se vio obligado también a renunciar al proyecto nicaragüense.

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