Authors: John Katzenbach
Robinson se frotó la frente.
—No lo había pensado de esa forma.
—Eso es lo que hace que el trabajo de un policía sea tan importante, Walter. Nos gusta pensar que existe un tribunal divino. Esperamos que exista, pero podría ser que no. Y si no lo hay, entonces todo depende exclusivamente de nosotros. Y de nadie más.
—Eres un filósofo, Simon.
—Por supuesto. Todos los viejos lo somos.
—Sí que hay más por ahí sueltos, y no sólo unos pocos, sino más de los que podemos contar. Pervertidos de todo pelaje. Asesinos que cuentan con un estilo y un método únicos.
—Pero este tipo... —Winter bajó la vista al retrato robot— éste no es un delincuente sexual, ni un pervertido ni un desventurado megalómano. No es Bundy, ni Gacy, ni Charlie Manson. A éste lo motiva otra cosa.
—¿Qué cosa?
—El odio —dijo Simon.
—¿Odia a sus víctimas? Pero si apenas las conoce.
—No; las conoce bien. No exactamente a ellas, sino quiénes son. Pero lo más importante es que odia lo que representan para él. Comparten un pasado. Pero yo apostaría a que su odio se remonta más allá. Y lo que quiere matar es la Historia.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Robinson.
—Que jamás ha conocido otra cosa que la ira.
El inspector inclinó la cabeza hacia el retrato.
—Eso tiene lógica —dijo tras unos instantes—. Puede que sea eso lo que me ha confundido.
—¿Cómo?
—Puedo entender la perversión. Puedo entender que uno quiera eliminar a la competencia, que alguien pegue un tiro a su padre por haberle engañado. Siempre he podido entender casi todas las razones para asesinar. Pero a este tipo no le entiendo. Todavía no. Y eso me preocupa, Simon.
El viejo policía sonrió.
—Me parece —dijo— que quizá no te he concedido demasiado crédito. —Y se rascó la cabeza—. Así que, si eso es lo que mueve a nuestro hombre, ¿no crees que podríamos intentar buscar el origen?
—¿El origen de ese odio?
—Exactamente.
Winter rebuscó dentro de la pequeña mochila que llevaba, la cual contenía unos libros y su cuaderno y hacía que se considerase a sí mismo el estudiante más extraño sobre la faz de la tierra. Entregó un papel a Robinson, el cual lo examinó rápidamente y a continuación levantó la vista con expresión confusa.
—¿Qué significa esto? —preguntó. Y entonces leyó con voz vacilante: Geheime Staatspolizei Gbh, trece; Sec. 101. —Miró de nuevo a Winter—. Esto es alemán, ¿no?
—Correcto. Imagino que es la denominación militar del Departamento de Investigación Judío. Ahí es donde trabajaban los cazadores. Ahí es donde nuestro hombre se formó y descubrió su vocación. También he hecho un par de llamadas, al Centro del Holocausto y a uno o dos historiadores. Me han ayudado mucho. Ahora necesitamos encontrar a alguien en Alemania que posea una lista de los hombres que trabajaban en esa sección. Si queda alguien con vida, recordará a la Sombra, y puede que hasta sepa cómo se llama. El nombre puede que haya cambiado, pero servirá para empezar.
Robinson sacudió la cabeza.
—¿Crees que conservarán una lista de los cazadores que trabajaban para ellos?
—Puede ser. Te diré lo que he descubierto: durante la guerra los alemanes llevaban listas y registros de las cosas más absurdas. Crearon un mundo totalmente del revés, en el que las leyes protegían a los culpables y los delincuentes campaban a sus anchas por las calles. Y como era tan extraño, se volvieron devotos de la organización. Y organización significa papeleo. Sophie me lo dijo poco antes de ser asesinada, y yo no la escuché: «Incluso cuando iban a matarte, los nazis llevaban a cabo papeleo.» De modo que yo diría que en alguna parte hay una lista de los hombres que se encargaban de los cazadores. Todos los capitanes, tenientes y sargentos que manejaban el papeleo. Y ahora que ya no existe la Alemania del Este, hay muchos documentos que han quedado a la deriva por allí. Merece la pena intentarlo.
—¿Pero cómo...?
—¿Nunca has hecho una petición internacional de información?
—Pues sí, claro. Sobre aquel narcotraficante colombiano del que te hablé. Me puse en contacto con la policía de...
—Pues hagamos lo mismo en Alemania. Al mismo tiempo, nos pondremos en contacto con la oficina de Procesos Especiales del Departamento de Justicia. Cada cierto tiempo sale a la luz un antiguo nazi, y hay alguien que lleva su caso. Probablemente tienen un contacto con los alemanes.
—No sé, Simon. A mí me parece que deberíamos concentrarnos aquí.
—Aquí sólo estamos buscando una sombra. Allí hay alguien que conoce a ese hombre.
—Hace cincuenta años.
—Pero lo conoce, y eso nos resultará muy valioso cuando montemos la trampa.
—¿Estás seguro? Podría ser que estuvieran todos muertos. O que no estuvieran dispuestos a hablar.
—Siempre es posible, pero si no lo intentamos...
—...no lo sabremos. Ya, te entiendo.
—Míralo de esta forma. Si fueras reportero del Herald y tuvieras una información de que la Sombra está aquí, ¿no harías esas llamadas?
—Probablemente.
—Bueno, pues nosotros también. Y contamos con más recursos. ¿Por qué no hacer que la señorita Martínez se valga de su cargo? Un fiscal impresionará a la policía alemana. Y recuerda que siempre están enviando esos malditos turistas alemanes aquí, a Miami Beach. Puede que estén deseosos de ayudar. —Simon Winter sonrió—. Tal como lo veo, cuando la Sombra caiga en nuestra trampa, el foco con que lo iluminaremos será bastante intenso para que no le quede ninguna escapatoria.
Walter Robinson se encogió de hombros y pensó que aquella idea era un imposible. Y luego, con la misma rapidez, pensó: ¿Y por qué no?
La llamada esperada
Espy Martínez telefoneaba sin pausa, con insistencia, no segura del todo de que fuera a encontrar lo que necesitaba, pero tampoco de que no fuera a encontrarlo.
Tal como habían sugerido Walter y Simon, había empezado por Procesos Especiales del Departamento de Justicia, sólo para descubrir que aquél era, en el mejor de los casos, un nombre inapropiado. Se había enterado de que Procesos Especiales era una pequeña oficina y que sus funcionarios ya no trabajaban a jornada completa. Era más bien una denominación asignada a todo fiscal al que le hubieran asignado un caso sobre un probable nazi. En otro tiempo había sido una oficina de verdad, pero ahora tenía un carácter muy secundario. A medida que pasaban los años iba apartándose de las oficinas principales y languideciendo con la misma erosión que el tiempo imponía a las personas a las que se pretendía detener. Había sólo dos casos en curso: el de un carnicero de Milwaukee que había sido guardia del campo de concentración de Treblinka, y el de un sacerdote de un monasterio de Minnesota que había sido miembro de un batallón de exterminio Einsatzgruppen de las SS en Polonia. Ambos casos habían sido derivados al Servicio de Inmigración y Naturalización, donde, según Espy pudo determinar, fueron archivados a la espera de la comodidad burocrática que la vejez trae con la muerte.
El Departamento de Estado había sido ligeramente de más ayuda; tras media docena de llamadas, cambiando de un despacho a otro, una secretaria le proporcionó el número del enlace policial en la Embajada de Estados Unidos en Bonn.
Había persistido, trabajando hasta bien entrada la noche, y finalmente la pusieron con un tipo de voz alegre y simpática que por casualidad era oriundo de Tallahasee y estaba encantado de hablar con alguien de su estado. El hombre le confirmó que las autoridades alemanas probablemente estarían dispuestas, pero no exactamente entusiasmadas, a ayudarla en su búsqueda... pero sólo después de que ella les proporcionara un nombre.
—Son nazis a los que estoy buscando —replicó ella.
—Sí, señora, lo comprendo. La policía de aquí está tomando medidas enérgicas contra toda clase de actividades neonazis.
—No me interesan los neonazis —dijo Espy, pensando que a lo mejor la distancia y lo tarde de la hora estaban dificultando la comprensión de lo que decía—. Se trata de nazis auténticos. Nazis originales, nazis de la Segunda Guerra Mundial.
—Oh. Bueno, puede que eso sea un problema.
—¿Y por qué?
—Bueno, después de la guerra los Aliados, y a continuación las autoridades de la Alemania Occidental, acusaron a varios criminales de guerra, pero eran de los rangos superiores, los tipos que se encargaban de la teoría y la planificación. Los que llevaban las órdenes a la práctica, bueno, ésos fueron reasimilados en su mayoría.
—¿Quiere decir que volvieron a sus actividades de antes de la guerra?
—Sí, señora. Eso fue lo que ocurrió mayormente. Verá, si hubieran intentado procesar a todos los que fueron nazis o trabajaron para ellos, o los ayudaron de un modo u otro, diablos, todavía hoy se estarían celebrando juicios. Claro que siempre hay excepciones. Los oficiales de los campos de concentración, las personas que tomaron parte en ejecuciones masivas. Pero no tengo noticia de que ninguno de esos casos haya sido llevado a juicio últimamente. Si consulta las leyes del Bundestag sobre esta cuestión, se encontrará con una maraña de amnistías, perdones y redefiniciones de qué crímenes eran qué cosa. Y después se topará con un montón de estatutos y limitaciones. Diablos, si hasta han votado un par de veces leyes distintas intentando definir qué es un asesinato en tiempo de guerra.
El hombre hizo una pausa y luego añadió:
—La memoria es algo muy curioso, señora. Por lo que parece, cuanto más nos alejamos de la guerra, menos personas quieren recordar. Y luego tiene a todos esos nuevos fascistas organizando manifestaciones por las calles contra los extranjeros, y cometiendo atracos e incluso asesinatos, y agitando esvásticas, y leyendo Mein Kampf. Están poniendo muy nerviosas a las autoridades.
—Pero las listas... los miembros, toda la documentación...
—Ya, en eso tiene razón, señora. En alguna parte existe una lista, probablemente una que contenga los nombres que le interesan a usted. Pero dar con ella, en fin, ahí radica el problema. Aquí cuentan con un enorme centro de documentación, pero aún están clasificándolos y catalogándolos. Y no es tarea sencilla, ahora que los rusos y los ex alemanes orientales están enviando millones de papeles. Si viniera por aquí y se mostrara muy insistente, supongo que encontraría a alguien que le encontraría lo que anda buscando. Obtenga los nombres, y después mis contactos policiales los encontrarán, si es que aún están vivos. Pero es un trabajo tremendo. ¿De cuánto tiempo dispone, señora?
—No mucho.
El hombre se mostró pesimista.
—Verá, señora, el problema es que lo que usted busca no se considera un asunto policial. Ya no. Ahora corresponde a los historiadores. El mundo quiere seguir adelante. ¿Sabe?, por aquí es un tema de debate lo que se explica de esa época en las aulas. Hay un porcentaje significativo de gente que no quiere que se hable de ello o piensa que en realidad no fue tan malo. Excepto los perdedores, claro está.
Espy suspiró y se preguntó en qué momento el asesinato había salido del territorio de la policía y los fiscales y había pasado a ser tema de postulantes a un doctorado.
El hombre, con su acento del norte de Florida, pareció titubear, como si estuviera pensando.
—En fin, señora, no soy yo quien debería sugerírselo...
Ella prestó atención.
—¿El qué?
—Bueno, mi opinión es que debería preguntar a las únicas personas que aún siguen a la caza de nazis. Personas que no tienen interés por lo que pueda decir el Bundestag al respecto. Me refiero a que hay algunas personas que piensan que algunos crímenes cometidos entonces siguen mereciendo ser juzgados.
—¿Y quiénes son esas personas?
—No voy a darle ningún número —replicó el enlace—. No la conozco, y lo negaré si alguna vez me preguntan, ya sabe. Cooperamos con los alemanes, que son nuestros mejores amigos, pero se vuelven muy quisquillosos en lo referente a los antiguos nazis. No son muy abiertos que digamos. Sobre todo cuando la indagación proviene de fuera de sus fronteras. No les gusta que les recuerden esas cosas. Y la verdad es que no les gusta demasiado ese tipo. Él y su gente les recuerdan su, cómo diría yo, su lado oscuro.
—¿Y su número es...?
—De hecho, es lo único que hacen, recordárselo a la gente. A mí me parece algo muy honorable, pero claro, todo el que ha sido alguna vez víctima de un crimen, y mucho más del crimen más grande jamás cometido, tiene muy buena memoria.
—¿Quién es?
—Está en Viena. El Centro Simon Wiesenthal. Lo integra únicamente este tipo, que gracias a Dios tiene una memoria imperecedera, y unas cuantas personas entregadas que trabajan para él. Si hay alguien que sepa quién dirigía esa sección en Berlín en 1943, son ellos. Y seguro que van a mostrarse más que deseosos de ayudarla cuando se enteren de lo que está buscando. Puede que tenga suerte y le proporcionen un par de nombres; entonces vuelva a llamarme y conseguiré que mis amigos en la policía nos faciliten una dirección antes de que se vuelvan demasiado suspicaces.
El enlace policial le dio un número y acto seguido colgó. Espy pensó: «Todos tenemos recuerdos de pesadilla», y se preguntó por qué estaría el mundo tan deseoso de olvidarlos. Recordó a su hermano asesinado y se dijo que jamás olvidaría lo que le había sucedido. Después, con igual rapidez, dudó que aquello fuera sensato. Y como no le gustaba estudiarse a sí misma hasta tal punto, contempló el número y levantó el auricular.
Tardó un poco en establecer la comunicación internacional, y luego tuvo que dejar un mensaje, de manera que transcurrió una hora hasta que le devolvieron la llamada. Era una mujer joven que por la voz parecía de su misma edad, aunque hablaba un inglés de acento culto y propio de algo que Espy no logró situar. No era alemana. Se identificó como Edie Wasserman y dijo que era empleada del centro. La persona que daba nombre al mismo, se apresuró a decir, había ido a Israel a recibir un premio.
—Pero dígame cuál es el objeto de su interés, señorita Martínez.
—Estoy buscando a una persona que trabajó en una sección particular de Berlín durante la guerra.
—¿Tiene el número de la sección?
—Sí. Sección 101, Geheime Staatspolizei...
—La Gestapo. Se les daba mejor que a otros grupos destruir documentos. Las SS, por ejemplo. Su crueldad en ocasiones sólo era igualada por su arrogancia. Bien, así que le interesa la Gestapo en Berlín en 1943. Resulta muy curioso. Hoy, una fiscal de Miami se pregunta por lo que hacía la Gestapo en Berlín mucho antes de que ella hubiera nacido. Es de lo más inusual. ¿Qué sección es ésta en particular?