—Nicodemus de Boot. —Dijkstra no pudo contenerse.
—Casi, pero no del todo. —El rey de Kovir mostró sus dientes de alabastro—. Era Vysogota de Corvo. Un filósofo y ético menos conocido, pero también muy bueno. Léelo, te lo recomiendo. Todavía quedará algún libro en vuestro país, no los habréis quemado todos. Venga, pero al grano, al grano. Tú, Dijkstra, también te sirves sin escrúpulos de la intriga, el soborno, el chantaje y las torturas. No pestañeas al condenar a alguien a la muerte u ordenar un asesinato encubierto. El que hagas todo para el reino al que sirves fielmente no te justifica ante mis ojos ni te hace más simpático. Al menos. Has de saberlo.
El espía asintió en señal de que lo sabía.
—Tú, sin embargo —siguió Esterad—, eres, como se dijo, un hijo de puta de carácter honrado. Y por ello te aprecio y respeto, por ello te he ofrecido una audiencia privada. Por que tú, Dijkstra, teniendo ocasión de hacerte con millones, nunca en tu vida has hecho nada en beneficio propio ni robaste ni un real de la hacienda del estado. Ni siquiera medio real. Zuleyka, ¡mira! ¿Se ha ruborizado o sólo me lo parece?
La reina alzó la cabeza de sus labores.
—Por su modestia conoceréis su honradez —citó el prólogo del Buen Libro, aunque seguro que veía que en el rostro del espía no se albergaba ni siquiera un rastro de rubor.
—Bueno —dijo Esterad—. Al grano. Es hora de pasar a los asuntos de estado. Él, Zuleyka, ha atravesado el mar dirigido por un deber patriótico.
Redania, su patria, está en peligro. Después de la trágica muerte del rey Vizimir, reina el caos allí. Redania está gobernada por una banda de aristocráticos idiotas llamada Consejo de Regencia. Esta banda, mi Zuleyka, no va a hacer nada por Redania. En el momento de peligro huirán o se echarán como perros a lamer las botas adornadas de perlas del emperador nilfgaardiano. Esta banda desprecia a Dijkstra porque es un espía, asesino, advenedizo y malcriado, Pero ha sido Dijkstra quien ha cruzado el mar para salvar Redania. Demostrando quién es al que de verdad le importa Redania.
Esterad Thyssen guardó silencio, resopló, cansado del discurso. Se colocó su
chapeau
carmesí armiñado, que se le había desplazado ligeramente hacia la nariz.
—Venga, Dijkstra —siguió—. ¿Qué mal aqueja a tu reino? Excepto la falta de dinero, se ha de entender...
—Excepto la falta de dinero —el rostro del espía era como de piedra—, nada, todos sanos, gracias.
—Aja. —El rey afirmó con la cabeza, otra vez se le desplazó el
chapeau
hacia la nariz y otra vez hubo de colocarlo—. Aja. Entiendo.
«Entiendo —siguió—. Y apruebo la idea. Cuando se tiene dinero se puede uno comprar medicamentos para cualquier dolencia. Lo importante es tener dinero. Vosotros no tenéis. Si lo tuvieras no estarías aquí. ¿Lo he entendido bien?
—Sin faltar nada.
—¿Y cuánto es lo que necesitáis, por pura curiosidad?
—No mucho. Un millón de bisantes.
—¿No mucho? —Esterad Thyssen, con un gesto exagerado, se agarró el
chapeau
con las dos manos—. ¿Que no es mucho? Ay, ay.
—Para vuestra majestad —balbuceó el espía— esta cantidad no es más que una minucia...
—¿Una minucia? —El rey soltó el
chapeau
y alzó las manos hacia el techo—. ¡Ay, ay! Un millón de bisantes es una minucia, ¿has oído lo que dice, Zuleyka? ¿Y sabes tú, Dijkstra, que tener un millón y no tener un millón, son, sumados, dos millones? Yo entiendo, yo comprendo que tú y Filippa Eilhart buscáis febrilmente un plan para defenderos de Nilfgaard, pero, ¿qué es lo que queréis? ¿Comprar todo Nilfgaard o qué?
Dijkstra no respondió. Zuleyka hacía ganchillo con afán. Esterad, durante un momento, fingió estar admirando las mujeres desnudas pintadas en el techo.
—Venga, ven. —Se levantó de pronto, le hizo una señal al espía.
Se acercaron a un gigantesco cuadro que representaba al rey Gedovius sentado en un caballo gris y señalándole al ejército con un cetro algo que no estaba en el lienzo, seguramente la dirección correcta. Esterad rebuscó en su bolsillo una varita dorada, tocó con ella el marco de la pintura, pronunció un encantamiento a media voz. Gedovius y el caballo gris desaparecieron y en su lugar apareció un mapa plástico del mundo conocido. El rey tocó con la varita un alfiler de plata al borde del mapa y cambió mágicamente la escala, acercando la parte visible del mundo al valle del Yaruga y los Cuatro Reinos.
—Lo azul es Nilfgaard —aclaró—. Lo rojo sois vosotros. ¿Qué coño miras? ¡Mira aquí!
Dijkstra apartó la vista de otros cuadros, en su mayoría actos y escenas marineras. Se preguntaba cuál de ellos sería el camuflaje hechiceril para otro de los famosos mapas de Esterad, ése en el que se mostraba el espionaje comercial y militar de Kovir, toda la red de informadores comprados y personas chantajeadas, confidentes, contactos operacionales, saboteadores, asesinos a sueldo, agentes durmientes y residentes legales. Sabía que existía tal mapa, hacía tiempo que buscaba sin fortuna cómo llegar a él.
—Los rojos sois vosotros —repitió Esterad Thyssen—. Tiene mal aspecto, ¿no?
Malo, reconoció Dijkstra para sí. Últimamente no hacía más que mirar mapas estratégicos, pero ahora, en aquel mapa plástico de Esterad, la situación parecía todavía peor. Los cuadraditos azules se componían en la forma de unas terribles fauces de dragón, listas en cualquier momento para atrapar y destrozar con sus dientes a los pobres cuadraditos rojos.
Esterad buscó con la mirada algo que le pudiera servir como puntero para el mapa, sacó por fin un adornado florete de la panoplia que tenía más cerca.
—Nilfgaard —comenzó su lección, señalando con el florete lo que hacía falta— atacó a Lyria y Aedirn usando como casus belli el ataque al fuerte fronterizo de Glevitzingen. No voy a darle vueltas a quién de verdad atacó Glevitzingen y disfrazado de qué. También considero falto de sentido el preguntarse en cuántos días u horas la acción armada de Emhyr precedió a una empresa análoga de Aedirn y Temería. Eso se lo dejo a los historiadores. Más me interesa la situación actual y lo que vendrá mañana. En este momento, Nilfgaard está en el Dol Angra y en Aedirn, protegido por un estado tapón en la forma del dominio élfico de Dol Blathanna, el cual tiene frontera con la parte de Aedirn que el rey Henselt de Kaedwen, por hablar pintorescamente, arrancó de la boca a Emhyr y devoró él mismo.
Dijkstra no hizo ningún comentario.
—Dejo también a los historiadores la valoración moral de la actuación del rey Henselt —siguió Esterad—. Pero una mirada al mapa basta para ver que, con la anexión de la Marca del Norte, Henselt le cortó el camino a Emhyr hacia el valle del Pontar. Protegió el flanco de Temería. Y también el vuestro, redaños. Debierais agradecérselo.
—Se lo agradecí —murmuró Dijkstra—. Pero por lo bajito. En Tretogor hospedamos al rey Demawend de Aedirn. Y Demawend tiene una valoración moral bastante definida de la actuación del rey Henselt. Acostumbra a expresarla en cortas pero sonoras palabras.
—Me lo imagino. —El rey de Kovir afirmó con la cabeza—. Dejemos esto por un momento, miremos al sur, al río Yaruga. Al atacar el Dol Angra, Emhyr se aseguró al mismo tiempo el flanco firmando una paz separada con Foltest de Temería. Pero inmediatamente después de terminar las actividades bélicas en Aedirn, el emperador rompió el pacto sin ceremonias y atacó Brugge y Sodden. Con su cobarde pacto Foltest consiguió dos semanas de paz. Más exactamente: dieciséis días. Y hoy es el veintiséis de octubre.
—Lo es.
—Así que el estado de las cosas a veintiséis de octubre es el siguiente: Brugge y Sodden ocupados. Las fortalezas de Razwan y Mayena han caído. El ejercito de Temería vencido en la batalla de Maribor, empujado hacia el norte. Maribor sitiado. Esta mañana todavía resistía. Pero ya es de noche, Dijkstra.
—Maribor resistirá. Los nilfgaardianos no han conseguido ni siquiera cerrar el círculo.
—Cierto. Fueron demasiado lejos, alargaron demasiado la línea de aprovisionamientos, dejan un flanco peligrosamente al descubierto. Antes del invierno desistirán del bloqueo, retrocederán más cerca del Yaruga, acortarán el frente. Pero, ¿qué pasará en la primavera, Dijkstra? ¿Qué pasará cuando la hierba salga de por debajo de la nieve? Acércate. Mira el mapa.
Dijkstra miró.
—Mira al mapa —repitió el rey—. Te diré lo que va a hacer en la primavera Emhyr var Emreis.
—Con la primavera comenzará una ofensiva a una escala nunca vista —proclamó Carthia van Canten, mientras arreglaba ante el espejo sus rizos de oro—. Oh, sé que es una información en sí poco sensacional, que las mozas en los lavaderos de los pueblos se amenizan la colada contándose historias de la ofensiva de primavera.
Assire var Anahid, aquel día excepcionalmente enfadada e impaciente, consiguió sin embargo contenerse y no expresar la pregunta de por qué en ese caso le molestaba con unas informaciones tan poco importantes. Pero conocía a Cantarella. Si Cantarella comenzaba a hablar de algo, entonces tenía razones para ello. Y solía terminar sus narraciones con conclusiones a juego.
—Yo, sin embargo, sé más que el vulgo —continuó Cantarella—. Vattier me contó todo, todo el desarrollo del consejo ante el emperador. Y además trajo consigo toda una carpeta de mapas que estuve contemplando cuando se durmió... ¿Sigo hablando?
—Por supuesto. —Assire entrecerró los ojos—. Por favor, querida mía.
—La dirección principal del ataque es, por supuesto, Temería. La frontera del río Pontar, la línea de Novigrado-Wyzima-Ellander. Atacará el grupo de ejército Miércoles, bajo mando de Merino Coehoom. El flanco lo protegerá el grupo de ejército Oriente, que atacará desde Aedirn al valle del Pontar y Kaedwen...
—¿A Kaedwen? —Assire alzó las cejas—. ¿Acaso éste es el fin de la frágil amistad sellada a base de repartirse el botín?
—Kaedwen le amenaza el flanco derecho. —Carthia van Canten abrió ligeramente sus labios llenos. Su boca de muñequita estaba en un terrible contraste con las cosas tan inteligentes que estaba diciendo—. El ataque tendrá carácter preventivo. Un destacamento del grupo de ejército Oriente ha de atacar al ejército del rey Henselt y sacarle de la cabeza cualquier eventual ayuda para Temería.
»A1 oeste —siguió la rubia— atacará el grupo de operaciones Verden, con la tarea de controlar Cidaris y cerrar el bloqueo de Novigrado, Gors Velen y Wyzima. El estado mayor cuenta con la necesidad de sitiar las tres fortalezas.
—No has mencionado los nombres de los jefes de ambos grupos de ejército.
—El del grupo Oriente, Ardal aep Dahy. —Cantarella sonrió levemente—. El del grupo Verden, Joachim de Wett.
Assire alzó las cejas.
—Curioso —dijo—. Dos príncipes enfadados por haber eliminado a sus hijas de los planes matrimoniales de Emhyr. Nuestro emperador es o muy ingenuo o muy listo.
—Si Emhyr sabe algo del complot de los príncipes —dijo Cantarella—, entonces no es por Vattier. Vattier no le dijo nada.
—Sigue hablando.
—La ofensiva tiene una escala hasta ahora nunca vista. En total, sumando destacamentos de línea, reserva, servicios de ayuda y de retaguardia, en la operación tomarán parte más de treinta mil personas. Y elfos, ha de entenderse.
—¿Fecha de comienzo?
—No se ha señalado. El problema principal es el aprovisionamiento. Y el problema del aprovisionamiento es el estado de los caminos. Nadie es capaz de prever cuándo se terminará el invierno.
—¿Y de qué más habló Vattier?
—Se quejó, pobrecillo. —Los dientes de Cantarella relucieron—. El emperador de nuevo lo humilló y amonestó. Delante de otros. Y otra vez a causa de la desaparición misteriosa de Stefan Skellen y todo su destacamento. Emhyr llamó torpe públicamente a Vattier, le dijo que era jefe de un servicio que en vez de conseguir que la gente desaparezca sin dejar rastro, se quedan estupefactos con tales desapariciones. Construyó sobre este tema un retruécano bastante malvado que Vattier no consiguió repetir por completo. Luego el emperador, en broma, le preguntó a Vattier si esto no significaba que se había formado otra organización secreta, encubierta hasta de él. Es astuto nuestro emperador. Ha estado cerca.
—Cerca —murmuró Assire—. ¿Qué más, Carthia?
—El agente que Vattier tenía en el destacamento de Skellen y que también ha desaparecido se llamaba Neratin Ceka. Vattier debía de valorarlo muchísimo, porque está extraordinariamente furioso por su desaparición.
Yo también estoy furiosa, pensó Assire, por la desaparición de Jediah Mekesser. Pero yo, a diferencia de Vattier de Rideaux, voy a saber pronto qué es lo que pasó.
—¿Y Rience? ¿Vattier no lo volvió a ver?
—No. No dijo nada.
Ambas guardaron silencio durante un instante. El gato en las rodillas de Assire ronroneó muy fuerte.
—Doña Assire.
—Dime, Carthia.
—¿Voy a tener que seguir interpretando mucho tiempo el papel de amante tonta? Me gustaría volver a estudiar, dedicarme al trabajo científico...
—No mucho más —la interrumpió Assire—. Pero todavía un poquito. Aguanta, niña.
Cantarella suspiró.
Terminaron de hablar y se despidieron. Assire var Anahid echó al gato del sillón, leyó otra vez la carta de Fringilla Vigo, que estaba en Toussaint. Se quedó absorta en sus pensamientos, porque la carta le había intranquilizado. Leía algo entre líneas que podía sentir, pero que no aprehendía. Era ya más de medianoche cuando Assire var Anahid, hechicera nilfgaardiana, puso en marcha el megascopio y realizó una telecomunicación con el castillo de Montecalvo, en Redania.
Filippa Eilhart estaba en un camisón cortito de tirantes finitos y en las mejillas y el escote tenía huellas de labios. Assire, con un enorme esfuerzo de voluntad, contuvo un gesto de desagrado. Nunca, pero nunca, conseguiré entender esto. Y tampoco quiero entenderlo.
—¿Podemos hablar libremente?
Filippa realizó con la mano un amplio gesto, se rodeó con una esfera mágica de discreción.
—Ahora sí.
—Tengo información —comenzó seca, Assire—. En sí no es muy sensacional, hasta las mozas en los lavaderos hablan de ello. En cualquier caso...
—Toda Redania —dijo Esterad Thyssen, mirando su mapa— puede en este momento alistar treinta y cinco mil soldados de línea, de ellos cuatro mil son caballería pesada. En números redondos, por supuesto.
Dijkstra afirmó con la cabeza. La cifra era absolutamente precisa.