La última batalla (5 page)

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Authors: Bill Bridges

Tags: #Fantástico

—¿Qué es lo que están diciendo los espíritus? Apuesto a que no han visto nada como nosotros durante un tiempo.

Melenanocturna cambió a su forma humana. Su pelaje grueso se transformó en un viejo abrigo de piel de oso cosido a mano y con capucha.

—Sienten curiosidad —dijo, mientras se sentaba otra vez al lado de Albrecht—. Pueden ver la corona sobre su frente, señor, así que saben que es importante. El propio Halcón se sienta a menudo en las montañas que rodean al túmulo, así que se apresuran a inclinarse ante sus aliados. Reconocen la corona como algo que conlleva su poder, aunque también lleva a otros poderes incluso más grandes que el del Halcón.

—Sí. Luna y Helios. Lo sé. Bueno, mientras sepan que somos cordiales y no intentamos nada raro, todo irá bien.

—No interferirán. Sin embargo, se reunirán en número cada vez mayor para vigilar lo que ocurre aquí. Cualquier pacto entre clanes Garou es un asunto importante para los espíritus, especialmente para aquellos a los que podrían llamar algún día para enseñar secretos o para entrar en pactos de fetiches.

Albrecht asintió. Estaba contento de que Melenanocturna estuviese allí; era una buena Theurge, un espíritu vidente y parecía serle bastante leal aunque solo se conocían desde hacía unas pocas semanas. Pero echaba de menos a Mari, su compañera de manada. Estaba acostumbrado a acudir a ella a por consejos de chamán. Ella nunca le decía chorradas ni intentaba endulzar las cosas para hacerlas parecer mejores. Echaba de menos ese tipo de franqueza; estaban demasiado acostumbrados a la etiqueta, del tipo que aplicaban la mayoría de los reyes Colmillo Plateado. Albrecht no se parecía en nada a la mayoría de los reyes.

También echaba de menos a Evan. El chico era un buen diplomático. Un poco confiado a veces, dispuesto a darle a todo el mundo el beneficio de la duda incluso cuando sabía que lo desperdiciarían, pero esa complacencia le había hecho ganar muchos aliados y le proporcionaba gran respeto incluso entre la Camada de Fenris, allá en su tierra, y aquellos cazadores de las montañas Adirondacks no eran memos. Aquí hubiera podido utilizar el consejo del chico. Evan ya no era un chico, pero seguía siendo más joven que él o que Mari.

Albrecht quería que fueran, pero también sabía lo duro que sería para ellos. Este era un asunto de los Colmillos Plateados; estarían de más, tendrían poco que hacer y apenas ganarían nada. Además, Evan tenía un asunto importante del que encargarse con su tribu. Por fin se había ganado la confianza de los grandes jefes, como Aurak Danzante de la Luna y había sido invitado al norte para merodear con ellos. Esta sería una gran oportunidad para ganar algo de honor y conducir a algunos compañeros hacia su manera de pensar. Si conseguía que los Wendigo dejasen a un lado algo de su odio por las tribus «Contendientes del Wyrm», como solían llamar normalmente a los inmigrantes Garou europeos, tendrían un gran éxito al unirse contra un enemigo.

Mari no había querido ir en un principio. Quería apoyarle, pero sabía que pasar uno o dos meses entre los Colmillos Plateados pondría a prueba su paciencia. Había decidido quedarse en Nueva York, pero estaba solo a un puente de luna de distancia, en Finger Lakes, si había problemas.

La forma de Melenanocturna se transformó en la de lobo. Se hizo un ovillo, enterró la cabeza en la piel y se durmió en unos minutos. Se lo había ganado después de haber caminado por delante del grupo durante días enteros, sin dormir.

Albrecht se levantó y se estiró y fue a relevar a los guardias. Se sentía completamente despierto; no tenía ningún sentido tener a un guerrero que necesitaba dormir perdiendo el tiempo en una guardia cuando Albrecht podía encargarse de ella. Se pasó la noche caminando adelante y atrás por el límite del claro sin que ocurriera nada.

Al rayar el día, levantaron el campamento y regresaron al camino. Era una senda de cazadores, despejada generaciones atrás y conservada todavía por algún trampero o Garou ocasional. Llega ron rápido a las montañas, donde Byeli les condujo a un pequeño camino, rodeado por muros altos a cada lado; era suficientemente ancho para dos Garou, pero estrecho para los caballos y el trineo. Los engancharon en fila india y empezaron a enderezar sus pasos a través del desfiladero. Hacia mediodía, el camino se hizo demasiado peligroso para los caballos; tendrían que dejarlos atrás.

—No me gusta tener que dejarlos aquí para que se los coman —dijo Albrecht—. Nos han servido muy bien y se merecen algo mejor.

—Estoy de acuerdo —dijo Byeli—. Ahora es cuando pedimos ayuda. Con su permiso…

—¿Qué? ¿Vas a llamar a los vecinos? —Albrecht miró a su alrededor, buscando alguna señal de que hubiera Garou escondidos.

—Exacto. Los están esperando. Custodiarán nuestro trineo mientras nosotros seguimos a pie.

Albrecht asintió y Byeli echó hacia atrás la cabeza y dejó salir un sonoro aullido. Un aullido lejano sonó en alguna parte del camino unos momentos después. Byeli respondió con otro grito y poco después apareció una manada de lobos en la otra punta del camino, doblando un recodo. Era una mezcla de ejemplares grises y blancos, magníficos. Mientras se aproximaban, el lobo jefe cambió a la forma humana y se convirtió en un hombre imponente, de pelo rapado y cuello de toro, vestido de uniforme militar de nieve.

—Saludos, rey Albrecht —dijo en un inglés con fuerte acento ruso, mientras hacía una reverencia. Los lobos que tenía detrás se arrodillaron y agacharon la cabeza—. Bienvenido al clan de la Luna Creciente. Estamos encantados de que hayan llegado hasta aquí siguiendo los pasos de sus ancestros.

—Gracias —dijo Albrecht, asintiendo, pero sin inclinarse. Allí era el rey—. Ha sido un buen viaje. No suelo pasar mucho tiempo seguido en la naturaleza. No puedo esperar a ver el túmulo que tenéis; es legendario en todo el mundo.

El hombre respondió con una débil sonrisa. Parecía sincera, pero daba la impresión de que no estaba demasiado acostumbrado a sonreír y parecía no saber muy bien cómo hacerlo. Volvió a inclinarse e indicó el camino con la mano.

—Me llamo Garra Rota. Me sentiría honrado de poder guiarlo, su majestad.

Albrecht asintió.

—Indícame el camino. ¿Hay alguien que pueda vigilar a los caballos?

—Por supuesto. —Garra Rota se dirigió a dos de los lobos. Ambos cambiaron de forma y adoptaron la de dos jóvenes rusos, vestidos de calle. Avanzaron y tomaron las riendas de los caballos—. Por favor, sígame —dijo Garra Rota al tiempo que se daba media vuelta para volver a subir por el camino.

Albrecht le siguió, con Byeli y sus guerreros detrás de él. El camino se hizo más peligroso en ciertos lugares y tuvieron que escalar por riscos escarpados cubiertos de grava, pero pudieron recorrerlos fácilmente cambiando a la forma de cuatro patas. Mientras se aproximaba el crepúsculo (en las montañas anochecía antes, porque el sol desaparecía detrás de los picos occidentales) el camino se inclinó hacia abajo y llegaron a un pequeño campo; los muros se estiraban a cada lado y dejaban a la vista un valle amplio y lleno de árboles. A lo lejos, el estruendo del agua daba a entender que había más de una cascada.

—Señor —dijo Garra Rota—. Mi señora la reina Tvarivich lo espera en el centro del túmulo, más adelante y a nuestra derecha, atravesando el bosque. Sin embargo, me ha ordenado que le lleve primero a una zona única de nuestro túmulo, a nuestra izquierda. —Se movió en esa dirección, esperando el consentimiento de Albrecht.

Albrecht frunció el ceño y miró a Byeli.

—Supongo que he esperado bastante; un pequeño rodeo no importará. —Byeli asintió, pero no dijo nada—. Adelante.

Siguieron a Garra Rota por un bosque antiguo, que había crecido intacto durante milenios. El suelo se elevó a medida que ascendían a una zona más alta del valle. Al final, salieron del bosque y vieron un río ancho y estruendoso que dividía el centro del valle y que bajaba tronando a su derecha por encima de un precipicio escarpado; seguía avanzando y tenía al menos otros dos saltos a lo lejos, aunque apenas podían llegar a verlos a través de la niebla y la penumbra, que se iba oscureciendo.

Un puente cruzaba el río en un recodo donde se estrechaba. Al otro lado, Albrecht pudo ver unos lobos que se movían por el bosque y que los vigilaban. Siguieron a Garra Rota por el puente.

—¡Rey Albrecht! —gritó Byeli—. ¡Mire!

Albrecht miró hacia donde apuntaba la mano de Byeli, un risco del río, enorme y de superficie lisa. La vista lo dejó pasmado. Se detuvo en el puente, mirando hacia allí.

Su superficie estaba tallada con relieves que representaban guerreros Garou, chamanes y líderes, que combatían contra bestias del Wyrm, apaciguaban a los espíritus y se sacrificaban por la tierra.

—El Muro de los Héroes —dijo Albrecht—. Había oído hablar de él, pero no imaginaba que sería tan… grande.

—Es realmente antiguo, señor —dijo Byeli—. Sus primeras tallas datan de la última época glacial de la Tierra. Son… difíciles de leer, pero a pesar de todo son conmovedoras y hablan de una parte de nuestra alma que comprende.

—Mi señora pidió que vierais el muro —dijo Garra Rota— sobre todo las tallas más recientes.

—Sí, veámoslo. Puedo adivinar un poco, pero desde aquí no lo veo claramente.

Albrecht siguió a Garra Rota hasta el otro extremo del valle. Pasaron el bosque y salieron a una pequeña explanada desde la que se podía ver todo el muro. Era impresionante. El pasado más lejano se estiraba hacia la izquierda, en tallas primitivas que se veían a lo lejos. El pasado más reciente quedaba hacia la derecha, con las tallas más modernas. Se acercó a examinarlas y se quedó de piedra al verse a sí mismo representado en el muro.

De pie sobre un campo de batalla de criaturas del Wyrm estaba su imagen, marcada por una brillante corona de plata y su conocido parche en el ojo. Incluso habían representado los detalles de su magnífico klaive.

Debajo de su imagen habían tallado algo, pero estaba arañado por múltiples marcas de garras. Lo miró fijamente, pero no pudo distinguirlo con claridad. Parecía un guerrero Garou de algún tipo, borrado de la superficie.

—Lord Arkady —dijo Garra Rota—. Su honor ha sido abolido.

Albrecht frunció el ceño.

—Mira que yo odiaba a ese tipo. No me importaría verle recibir un castigo, pero se sacrificó contra el Wyrm. No me parece justo borrarle totalmente del recuerdo.

—Sus hazañas todavía están, señor —dijo Garra Rota, señalando a otra imagen de Arkady, a su izquierda, atrás en el tiempo. En esta imagen, conducía a una manada de Garou contra una horda de soldados no-muertos y su aura brillaba como la del Pájaro de Fuego, el tótem de su clan.

—Bueno, supongo que al menos se merece esto. De todas maneras, ¿quién hizo este dibujo mío? Es increíblemente preciso.

—Tenemos chamanes y bardos que esculpen las formas, pero los espíritus los informan, les envían sueños de lo que deben representar. No osan imponer su propia voluntad sobre las imágenes y menos estropear su recuerdo. Si mira atentamente las escenas, lo despertarán y engullirán y mostrarán los hechos como si usted fuera un espectador. ¿Desea ver alguno ahora?

Albrecht examinó el muro, pero también levantó la vista al cielo. Estaba completamente oscuro y se estaba levantando la luna.

—Maldición, sí que quiero. Pero todavía no. He recorrido el camino para ver a Tvarivich. Y es lo que voy a hacer. Pongámonos en marcha y terminemos de una vez.

Garra Rota asintió, pero parecía decepcionado. Les condujo a los bosques cercanos, bordeando el lado más alejado del valle cerrado y bajaron por una serie de caminos descendientes.

Después de pasar lo que sonaba a otra cascada, invisible a través de la espesa arboleda, llegaron a un campo.

Delante de ellos había un árbol, el más grande que Albrecht hubiera visto jamás. Hacía que el roble gigante que él utilizaba como trono en su tierra pareciese pequeño. El abeto se alzaba tanto hacia el cielo que Albrecht no tenía manera de calcular su altura.

—Es más grande todavía en la Umbra —dijo Garra Rota, al observar el evidente asombro de Albrecht.

Pasaron de largo el abeto hasta un pequeño lago formado por la cascada, que ahora sí podían ver. Desde el lago, el río seguía avanzando hacia la izquierda. Al otro lado de la orilla, unas piedras puestas en vertical rodeaban un claro. Había algunas personas congregadas allí, mirando a Albrecht con curiosidad. Examinó sus rangos rápidamente, pero no vio a nadie que se pareciese a Tvarivich.

En lugar de llevarlos por el vado cercano del río, Garra Rota volvió a conducirlos hasta la orilla del lago, en dirección a la cara del risco. Allí, una senda estrecha discurría sin apartarse del risco y llevaba por debajo y a través del furioso torrente de la cascada.

—Señor —dijo Garra Rota, deteniéndose ante el camino—. Mi reina lo espera en la gruta de cristal. Ha pedido que vaya solo con dos guerreros, porque la gruta es pequeña.

Normalmente, Albrecht habría sospechado de una petición así, pero no creía que Tvarivich fuese a intentar nada allí. Miró a su grupo e hizo un gesto con la mano hacia uno de sus guerreros, Eric Honnunger, un Colmillo Plateado de su propio clan. Luego dio unos golpecitos en el hombro a Byeli.

—Tú me has traído hasta aquí, así que supongo que puedo seguir confiando en ti.

Byeli asintió, sonriendo por el cumplido y el gesto de respeto. Garra Rota se retiró.

—No puedo acompañarlos. Tengan cuidado cuando pasen el agua; los espíritus deben juzgarlos primero. Si no son de su agrado, no les dejarán pasar y el torrente se los llevará. Por supuesto, esto es improbable. —Hizo una reverencia mientras decía esto.

Albrecht resopló y meneó la cabeza.

—Cada loco con su tema. Vámonos.

Empezó a bajar por el camino, con Eric detrás y Byeli cerrando la fila. Cuando llegó a la cascada, frenó y la miró, intentando ver alguna señal de los espíritus. No pudo ver nada más que agua. La atravesó, diciéndose que si los espíritus querían intentar algo, se lo permitiría; les arrancaría sus efímeras tripas si lo juzgaban mal. Estaba seguro de que un puñado de espíritus del agua no podría competir con él.

Salió a una pequeña cueva y siguió una luz tenue que venía de dentro, algún tipo de fosforescencia. En cuanto llegaron Eric y Byeli, avanzó, al tiempo que observaba los cristales que cubrían las paredes del lugar. La luz, procedente de alguna fuente que aún no podía concretar, los hizo brillar, produciendo un arco iris de colores. No pudo evitar mirar fijamente uno de ellos, que expulsaba un resplandor tenue de luz de múltiples facetas. Parpadeó, algo mareado y abrió los ojos en otro mundo.

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